– Me mantendré de pie yo sola -repetí.
– Tu hermano está haciendo gestos para llamar nuestra atención-dijo entonces Jonty a Holly, y dio un paso hacia delante.
Holly vaciló, como si quisiera detener nuestro avance, pero luego se hizo a un lado, hablando cuando Jonty le adelantó.
– Sobrevive a esta noche, Princesa, pues tengo la intención de tenerte.
– Recuerdo muy bien nuestro trato, Holly -le dije.
El trasgo más pequeño avanzó a toda prisa para equiparar las zancadas más largas de Jonty. Me recordó a un niño persiguiendo a un adulto, aunque Holly no me hubiera dado las gracias por esta comparación.
– Escucho cierta renuencia en tu voz, Princesa, y el sexo será por ello más dulce.
– No la atormentes antes de la batalla, Holly -dijo Jonty.
Holly no discutió; sólo abandonó el tema por el momento.
– Los arqueros los herirán para ti, pero tienes que debilitarlos lo suficiente para poder derribarlos -me dijo él.
– Sé lo que quieres que haga.
– Es que no pareces muy segura.
No expresé mis dudas, porque esto era la jauría salvaje. La verdadera jauría salvaje, lo que quería decir que era la esencia de los elfos. ¿Estas criaturas podían sangrar?, porque si no… ¿cómo se mata algo que está formado de pura magia? De la antigua magia, caótica, primitiva y horripilante. ¿Cómo podría alguien matar algo así? ¿Incluso si los desangrase lo bastante para hacerlos caer a tierra, realmente podríamos matarlos con espadas y hachas? La verdad, yo nunca había oído que alguien se hubiera enfrentado a ellos y hubiera conseguido tal hazaña.
Por supuesto, yo nunca había oído que la jauría espectral sangrara si se la hería. Sholto los había llamado a la vida, usando la magia que él y yo habíamos creado en nuestra unión. ¿Había sido mi sangre mortal lo que había hecho que la jauría fuera vulnerable al derramamiento de sangre? ¿Mi mortalidad era realmente contagiosa como algunos de mis enemigos reclamaban?
Después de pensarlo con lógica, si eso era verdad y yo me sentaba en el trono de nuestra Corte, estaría condenando a todos los sidhe a envejecer y a morir. Pero en este momento, si mi carne mortal era la que había hecho que mi enemigo fuera también mortal, estaba agradecida por ello. Significaba que ellos podían sangrar y morir, y yo los necesitaba muertos. Teníamos que ganar esta batalla. Yo no propagaría mi mortalidad entre todas las hadas, pero el haberla compartido con estas criaturas, eso sí que sería una bendición.
LAS FLECHAS CORTARON EL CIELO NOCTURNO COMO HERIDAS negras a través de las estrellas, desapareciendo entre la hirviente seda negra de las nubes. Esperamos a oír, en esa noche invernal, gritos que nos dejaran saber que los disparos habían encontrado su blanco, pero no hubo otra cosa que silencio.
Estaba de pie en el suelo, ciñendo a mí alrededor el abrigo que había tomado prestado. Estaba sobre la capa de Holly, que él había colocado sobre el suelo para proteger mis pies descalzos del suelo áspero y helado.
– La capa me impide manejar bien el hacha -me dijo, como si tuviera miedo de que yo pudiera pensar que él estaba siendo galante. Luego avanzó hasta alcanzar a su hermano y a los demás guerreros.
Sólo Jonty y otro Gorra Roja se quedaron atrás conmigo, aunque cada uno de los Gorra Roja que habían salido a la noche, más o menos una docena, me habían tocado antes de situarse en su lugar en las filas. Habían puesto sus bocas contra mi hombro como en una extraña clase de beso, allí donde el abrigo estaba empapado por la sangre que caía de la gorra de Jonty. Uno de ellos atrapó el abrigo entre sus dientes puntiagudos y lo desgarró antes de que Jonty le empujara mandándole lejos. Los demás que llegaron luego habían ensanchado el agujero hasta que los últimos labios que me besaron tocaron mi hombro desnudo donde la sangre ya había comenzado a secarse sobre mi piel. Yo no había concedido tal confianza a los Gorras Rojas, ni se me había solicitado; Jonty los llamó y les había hablado en un gaélico tan arcaico que yo no pude entenderlo.
Fuera lo que fuera lo que Jonty les dijo, hizo que sus rostros se giraran a mirarme, y en esos ojos vi la misma intensa mezcla de sexo, hambre, e impaciencia que había visto en la cara de Holly. No había entendido el significado de esa mirada y no tenía tiempo para preguntarlo, pero aunque no me gustó que presionaran sus labios contra mi hombro, lo permití. Inmediatamente noté que cada uno de los Gorras Rojas que me había tocado comenzaba a sangrar de nuevo después de tocar la sangre de Jonty en mi cuerpo.
Yo luchaba contra el impulso de gritar por la impaciencia, pero los Gorras Rojas no eran los que nos estaban retrasando; eran los otros trasgos los que reñían discutiendo por su lugar en las filas. Si Kurag, Rey de los Trasgos, hubiera venido, no habría habido discusión alguna, pero Ash y Holly, aunque eran guerreros temidos, no eran reyes, y cualquier otro rango de mando entre los trasgos estaría siempre supeditado a un constante estado de lucha por el liderazgo. La sociedad trasgo representaba el ejemplo más extremo de la Teoría de la Evolución de Darwin: sólo los más fuertes sobreviven, y sólo el más fuerte los lidera.
Si yo realmente hubiera sido lo bastante reina para liderarlos, habrían hecho lo que les ordenara, pero todavía no me había ganado su respeto, así que sabía que lo mejor sería intentar dirigirlos desde aquí. Eso también habría desprestigiado a Ash y a Holly, y yo no habría ganado nada con ello. Además, la táctica en el campo de batalla no era mi fuerte, y yo lo sabía. Mi padre me había entrenado a una edad temprana para conocer mis puntos fuertes y mis debilidades. Y también, me dijo, para encontrar aliados que me complementaran. La verdadera amistad era una clase amor, y en todo amor hay poder.
Jonty se inclinó y me dijo:
– Llama a tu mano de poder, Princesa.
– ¿Cómo sabes que ya están heridos?
– Somos trasgos -me dijo, como si eso lo explicara todo.
Otra ráfaga de llamas verdes destelló entre los árboles, y estaba lo bastante cerca para ver cómo los zarcillos negros retrocedían ante ella. No volví a discutir y llamé a mi mano de sangre.
Me concentré en mi mano izquierda, que no emitió ningún rayo de luz, o algo parecido a lo que uno ve en las películas; era algo tan simple como la marca, o llave, que la mano de sangre ponía en la palma de mi mano izquierda. O quizás, la palabra que lo definiría mejor sería portal. Abrí la marca en la palma de aquella mano, y aunque no hubiera nada que ver a simple vista, había un mundo de sensaciones.
Era como si la sangre de mis venas se hubiera convertido de repente en metal fundido. Mi sangre parecía hervir con su poder. Grité, y señalé con mi mano hacia la nube. Proyecté ese ardor, ese poder desgarrador hacia fuera. Comprendí en aquel momento que no eran sólo los arqueros los que disparaban a ciegas, yo nunca antes había intentado usar la mano de sangre con un objetivo al que no pudiera ver.
En un latido de corazón el poder volvió a mí, y cada pequeña herida que me había hecho en estas últimas veinticuatro horas, sangró. Cada diminuta herida sangró como una fuente, y luché contra mi cuerpo, luché contra mi propia magia para impedir que me destruyera.
Un relámpago golpeó la nube, y la iluminó, igual que lo hizo en el sithen de los sluaghs. Pero esta vez no me horroricé, me sentía feliz; una alegría feroz por el triunfo. Si yo podía verlos, podía hacerlos sangrar.
Tuve sólo un momento para divisar mis objetivos. Un sólo aliento para ver que la masa de tentáculos era blanca, plateada y dorada, no negra, gris y blanca como había sido anteriormente. Tuve sólo un instante para notar que la jauría era de una terrible belleza antes de que yo proyectara mi poder sobre aquella masa brillante y gritara…
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