– Si no soy yo, debes de ser tú -Le había dicho a Frost. También amaba a Frost, pero por fin lo había comprendido. Si yo pudiera haber elegido a mi rey en ese momento, sabía quién sería.
Lástima que no era yo quien tenía que hacer la elección.
Unas figuras comenzaron a avanzar hacia nosotros, y los trasgos se separaron para formar un pasillo para mis guardias. Cuando finalmente reconocí a la alta y oscura figura algo en mi pecho se alivió, y repentinamente empecé a llorar. Entonces, comencé a andar hacia él. No noté la hierba congelada bajo mis pies desnudos. No noté los rastrojos cortándome. Sólo corrí, con los Gorras Rojas corriendo a mi lado. Recogí los bordes del abrigo que había tomado prestado como si fuera un vestido de gala, manteniéndolos fuera de mi camino para poder correr hacia él.
Doyle no estaba solo; había perros, enormes perros negros que se arremolinaban entre sus piernas. De repente recordé una visión que yo había tenido donde estaba él con perros como estos, y la tierra tembló bajo mis pies, sueño y realidad mezclados delante de mis propios ojos. Los perros me alcanzaron primero, presionando su cálido pelaje contra mí cuando me arrodillé a su lado; noté su aliento jadeante y caliente en mi rostro cuando alargué mis manos para acariciarlos. Su piel negra se estremeció con un hormigueo de magia.
Los cuerpos se retorcieron bajo mi mano, la piel se hizo menos gruesa y más lisa, los cuerpos se hicieron más pequeños. Alcé la vista para mirar a uno de los perros que corrían, era blanco y lustroso, con orejas de un rojo brillante. La cara del otro perro era mitad roja y mitad blanca, como si alguna mano le hubiera dibujado una línea de arriba abajo por el centro. Yo nunca había visto nada tan hermoso como aquella cara.
Entonces Doyle se paró delante de mí y yo me lancé hacia sus brazos. Él me levantó del suelo y me abrazó con tanta fuerza que casi me hizo daño. Pero quería que me abrazara fuerte. Quería sentir su cuerpo contra el mío. Quería saber que todavía seguía vivo. Tenía que tocarlo para saber que era real. Necesitaba que me tocara, y necesitaba saber que él todavía era mi Oscuridad, y lo que era más importante, mi Doyle.
Él susurró sobre mi pelo.
– Merry, Merry, Merry.
Yo sólo me agarré a él, muda, y lloré.
TODOS SOBREVIVIERON, INCLUSO LOS POLICÍAS HUMANOS, aunque algunos de ellos se habían vuelto locos por lo que habían visto. Abeloec les dio de beber en el cáliz de cuerno, y cayeron en un sueño mágico, destinados a despertar sin el recuerdo de los horrores que habían visto. Veis, la magia no es siempre algo malo.
Los perros negros eran un milagro: Se transformaban dependiendo de quién los tocara. Ante el toque de Abe pasaron de ser grandes perros negros a convertirse en perros falderos ideales para reposar ante un fuego acogedor, de color blanco con manchas rojas, perros hadas. Ante el roce de Mistral se transformaron en enormes perros lobos irlandeses, no como los pálidos y esbeltos ejemplares de hoy en día, sino como los gigantescos animales que tanto habían sido temidos por los romanos por ser capaces de romper la espina dorsal de un caballo con su mordisco. Ante el toque de alguien más, uno se convirtió en un perro cubierto por el verde pelaje de los Cu Sith [6]que habían habitado la Corte de la Luz. ¿Qué pensaría su rey, Taranis, de su regreso? Seguro que intentaría adjudicarse el mérito de su regreso, reclamándolo como una prueba de su poder.
En medio del regreso de tantas cosas perdidas y ahora reencontradas, otras cosas mucho más preciadas me fueron devueltas. La voz de Galen gritando mi nombre me hizo darme la vuelta en los brazos de Doyle. Él avanzaba por un campo nevado y una estela de flores crecía por donde él caminaba, haciendo regresar la primavera. Todos los que habían desaparecido en los jardines muertos estaban con él. Nicca apareció con un semiduende alado. Amatheon estaba allí con el tatuaje de un arado de un resplandeciente rojo sangre grabado en su pecho. Vi a Hawthorne, con su pelo oscuro entremezclado con flores vivas. El pelo de Adair ardía a su alrededor como un halo de fuego, tan brillante que oscurecía su cara cuando él se movía. Aisling caminaba rodeado por una nube de pájaros cantores. Iba desnudo, excepto por un trozo de gasa negra que había colocado alrededor de su cara para taparla.
Onilwyn fue el único que no regresó. Pensé que el jardín se lo había quedado, hasta que oí a otra voz gritar mi nombre en la lejanía. Entonces oí el grito frenético de Onilwyn:
– ¡No, mi Señor, no!
– No puede ser -susurré, alzando la vista hacia Doyle, viendo el miedo que también cruzaba su cara.
– Es él -dijo Nicca.
Galen me abrazó como si yo fuera la última cosa sólida que hubiera en el mundo. Doyle se movió para poder abrazarme también.
– Es por mi culpa -susurró Galen-. No quería hacerlo.
Aisling habló, y la multitud de aves cantoras que le rodeaban se agitaron de alegría ante el sonido de su voz.
– Hemos reaparecido en el Vestíbulo de la Muerte.
– La gran magia no funciona aquí; por eso estamos indefensos y no podemos impedir que cese la tortura -dijo Rhys.
– Hemos surgido de las paredes y del suelo, y los árboles, las flores y el brillante mármol han llegado con nosotros -dijo Aisling. -El vestíbulo ha cambiado para siempre.
Galen comenzó a temblar, y yo lo sostuve tan fuerte como pude.
– Fui sepultado vivo -me dijo. -No podía respirar, no tenía qué respirar pero mi cuerpo seguía tratando de hacerlo. Surgí del suelo gritando.
Cayó de rodillas mientras yo luchaba por sostenerlo.
– La reina emparedó vivos a los miembros de la Casa de Nerys -dijo Amatheon. -Galen no se lo tomó muy bien después de pasar un tiempo bajo tierra.
Galen se estremeció como si tuviera un ataque, como si cada uno de sus músculos luchara contra sí mismo, como si estuviera helado, pero al mismo tiempo febril. Demasiado poder y demasiado miedo para soportarlo.
El brillo de Adair se había atenuado lo suficiente para que yo pudiera ver sus ojos.
– Galen sólo dijo… “Ningún preso, ninguna pared” y las paredes se desvanecieron, y las flores aparecieron en lo que antes eran las celdas. Él no entiende cuánto poder ha adquirido.
Otro grito nos llegó desde la distancia.
– ¡Prima!
– Galen ha liberado a Cel al decir “Ningún preso…” -dijo Doyle.
– Lo siento tanto -dijo Galen comenzando a llorar.
– Onilwyn y la misma reina, y unos cuantos más de sus guardias, están luchando ahora mismo para controlar a Cel -dijo Hawthorne-, o él ya estaría aquí tratando de herir a la princesa.
– Está completamente loco -dijo Aisling- y totalmente obsesionado con lastimarnos a todos nosotros. Pero sobre todo a ti, Princesa.
– La reina nos dijo que debemos regresar rápidamente a las Tierras de Occidente. Espera que él se tranquilice con el tiempo -informó Hawthorne. Incluso a la luz de las estrellas, él pareció dudoso.
– La reina ha confesado delante de los nobles que no puede garantizar tu seguridad -dijo Aisling.
– Deberíamos huir, si es que vamos a hacerlo -dijo Hawthorne.
Comprendí lo que él quería decir. Si Cel me atacaba ahora, aquí, en este momento, estaríamos en nuestro derecho de matarlo, si podíamos. Mis guardias habían jurado protegerme, y Cel no era ningún adversario para la fuerza y la magia que ahora obraba en mi poder. Al menos, él solo, no lo era.
– Si pensara que la reina permitiría que su muerte quedara impune, entonces diría, quedémonos y luchemos -dijo Doyle.
Uno de los grandes mastines negros le dio un cabezazo a Galen. Él trató de tocarlo, y casi automáticamente el perro cambió delante de mis propios ojos. Se transformó en un lustroso perro blanco con una de sus orejas de color rojo. Lamía las lágrimas en la cara de Galen, y él lo contemplaba maravillado, como si no hubiera visto un perro en su vida.
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