Loki pareció divertido.
– ¿Qué te hace pensar que estoy desarmado?
Hel enarcó una ceja.
– No me vengas con sandeces, Embaucador -le replicó Hel-. Estás solo.
– Muy cierto -concedió él con desparpajo.
– ¿Qué es exactamente lo que deseas?
– Una hora -contestó él con una sonrisa.
– ¿Una hora? -repitió ella.
– En el Averno.
Hel alzó la otra ceja.
– ¿En el Averno? -preguntó-. Querrás decir en el Sueño.
Él negó con la cabeza.
– Quiero decir en el Averno -insistió sin perder la sonrisa-, en la Fortaleza Negra para ser más exactos.
– Siempre supe que estabas como un cencerro -le espetó Hel-. Te escapaste, ¿no? ¿Por qué quieres volver?
– Lo más importante es que quiero asegurarme de que vuelvo a salir -corrigió Loki.
Hel mantuvo las cejas en alto.
– Vaya, ésa sí que es buena -repuso con rostro serio-. El chiste casi ha merecido la espera de cinco siglos.
El Embaucador sacudió la cabeza con impaciencia.
– Vamos, Hel, sé que está en tu mano. No es posible que hayas permanecido tantos años cerca de la Fortaleza Negra sin echar unas… Ejem… Unas miraditas no autorizadas para saber cómo funciona…
Ella esbozó una media sonrisa.
– Quizá -admitió-, pero es un juego peligroso. Mantén abierta la fortaleza una sola hora y quién sabe lo que se puede escapar de ahí para meterse en el mundo del Sueño o en el Hel, quizás.incluso en las Tierras Medias. ¿Por qué debería hacerlo? ¿Qué me importa a mí?
– Una hora -repitió él-. Una hora dentro de la fortaleza. Después de todo, soy de tu estirpe, y saldarás todas tus deudas por los siglos de los siglos.
– ¿Deudas? -espetó Hel al tiempo que entrecerraba los ojos. Emanaba una rabia tal que dejó a Maddy petrificada.
– Vamos, Hel, sabes que estás en deuda conmigo.
– ¿Qué?… ¿Contigo?
Loki sonrió.
– No te muestres tan recatada. No te pega. Por cierto, ¿cómo está el niño bonito últimamente? ¿Sigue tan guapo, tan encantador, tan… muerto?
Hel crispó la mano muerta provocando un resonar de huesos perfectamente audible.
Maddy miró a su acompañante con ansiedad.
– Te va a gustar la historia, chiquilla -le aseguró Loki, sonriendo de oreja a oreja-. Es una montaña rusa de amor más allá del tiempo, el espacio y la muerte. Chico conoce a chica y ella se enamora perdidamente de él, pero el muchacho no le hace caso alguno, porque está demasiado ocupado encandilando a todo aquel que conoce, y además, ella no es lo que llamarías una belleza y encima vive en la parte chunga del pueblo, de modo que cierra un trato y yo le hago un favorcillo gracias al cual ella consigue al niño bonito por una porción de eternidad, todo para ella, y yo consigo otro favor a cambio, y esa retribución es la que pido. Aquí y ahora.
– Eres un verdadero bastardo, Loki -dijo Hel con voz monocorde.
– Odio ser tan mal bicho, cielo, pero tampoco es que tú seas un angelito precisamente.
Ella suspiró a pesar de que no necesitaba hacerlo, pues no había respirado en siglos, pero no sabía cómo se las arreglaba su progenitor para sacar lo peor de ella cada vez que se veían. Aun así, habían cerrado un trato y ella prestado un juramento, y las promesas eran sagradas, por muy estúpidas que fueran, para quien había consagrado la vida a la preservación del equilibrio entre Orden y Caos.
Hel sopesó aquel juramento suyo con amargura. En aquel entonces, era muy joven e inexperta en lo tocante al funcionamiento de las Tierras Medias y el Inframundo, aunque eso no la excusaba. Era lo bastante tonta y estaba lo suficientemente ciega como para creer en el amor, y era tan arrogante como para pensar que ella iba a ser la excepción a la regla.
Y Bálder era muy guapo. El dios de la primavera florida y los cabellos bruñidos en oro, el bueno, el gentil, el puro de corazón. Todo el mundo le quería, pero nadie le deseaba más que ella, desde su reino de silencio. Primero acudió a él en sueños y tejió las más seductoras fantasías para complacerle, pero Bálder las rehuyó, quejándose de pesadillas y malos sueños. La ansiedad del dios fue en aumento, estaba pálido y tenía miedo. Finalmente, ella comprendió que él la odiaba con tanta intensidad como se amaba a sí mismo y entonces su gélido corazón se enfrió aún más mientras planeaba el modo de hacerle suyo.
Se requiere mucha malicia para acabar con un dios, pero Loki la tuvo y encima se las arregló para que la culpa recayera sobre otro, y cuando la Madre Frig recorrió los Nueve Mundos con sus encantamientos para implorar por el retorno de su hijo Bálder, Loki fue el único que no la secundó, por lo que Bálder permaneció para siempre al lado de Hel, un rey pálido para la reina oscura.
Pero fue una victoria amarga. Ella había soñado con quedarse con Bálder para ella sola. De hecho, había oído historias acerca de otra guardiana del Inframundo que había logrado un premio parecido por medio de la malicia y un puñado de semillas de granado, pero Bálder no retuvo ni uno solo de los encantos que había tenido en vida. Habían desaparecido el paso ligero, la voz alegre y el fulgor de sus cabellos dorados. Ahora permanecía frío e inexpresivo, y únicamente hablaba cuando ella le conjuraba para que lo hiciera, y estaba animado tan sólo por los conjuros de Hel. Al parecer, la muerte era la muerte incluso para los dioses, y ahora ella iba a tener que pagar el precio.
– Bueno -insistió Loki-, ¿tenemos un trato?
Hel anduvo en silencio durante un tiempo que se les hizo eterno. La siguieron a través de las puertas descoloridas por las plagas y cruzaron criptas y relicarios, caminando sobre suelos entrecruzados de mosaicos hechos con dientes humanos y sepulcros abovedados con calaveras esmaltadas. Descendieron hasta llegar a las catacumbas, un sinnúmero de galerías adornadas por las cortinas tejidas por un millón de arañas, que seguían todas las direcciones posibles.
Ella hizo un alto junto a una avenida abovedada de piedra y debajo de los arcos había una multitud de cámaras angostas.
– No mires -le ordenó Loki en voz baja.
Sin embargo, la muchacha no pudo contenerse y dirigió la vista a las salas; estaban a oscuras, pero se iluminaban a su paso. Maddy vio muertos dentro de las mismas; unos estaban sentados y otros de pie, como si estuvieran vivos. Algunos rostros familiares se volvían hacia ellos al notar el desacostumbrado calor y se alejaban de nuevo en cuanto lo hacían los visitantes, con lo que el pasaje volvía a quedar en penumbra, iluminado por la luz mortecina del reino de Hel.
La señora del lugar hizo un gesto con la mano muerta y a su derecha se encendieron las luces de una cámara. Maddy vio a dos jóvenes de tez blanca y melena rojiza. Contuvo la respiración al comprobar la gran semejanza de ambos con Loki.
– Nos mataron -dijo uno de los cadavéricos jóvenes-, nos mataron a los dos por tu culpa.
La media sonrisa de Hel se ensanchó hasta adquirir un efecto espantoso.
Loki no respondió, pero desvió la mirada.
Continuaron a paso acelerado hasta que Hel volvió a alzar la mano muerta. Una mujer de cabellos castaños y aspecto triste ocupaba una estancia a la derecha. Volvió el rostro hacia la luz.
– Te esperé, Loki -dijo ella-, te esperé, pero tú nunca viniste.
El no despegó los labios, pero su expresión era inusualmente adusta.
Hel se detuvo una vez más al cabo de unos pocos minutos enfrente de una cámara iluminada. Dentro se hallaba el joven más hermoso que Maddy había visto en su vida. El hombre de cabellos dorados y los ojos azules refulgía como una estrella fugaz a pesar de que los colores de la muerte le velaban las facciones.
– Bálder -saludó Loki.
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