Bálder la miró atónito, con un gesto que Hel encontró muy poco halagador. Se ruborizó un poco y se volvió hacia el Susurrante.
– Tú me prometiste que… -empezó.
Pero el Susurrante ya no le prestaba atención. Había adoptado un aspecto brumoso, rodeado por remolinos de encantamiento a modo de volutas de humo, mientras contemplaba la figura oscura y lejana que cruzaba la playa hacia ellos. Hubo un silencio en el que Maddy pudo oír cómo la arena caía grano a grano en aquella llanura sin vida.
– El Tuerto -dijo.
El Susurrante sonrió.
Las filas del Orden al paso de Odín se abrían como espigas en un trigal, y a continuación se cerraban tras él como aguzadas lanzas.
– Odín -dijo el Susurrante.
– Mímir, viejo amigo.
Allí estaban, Odín con su propio aspecto, empuñando su espada mental, con el ala del sombrero bajada para ocultar los rasgos y el trasgo Bolsa trotando tras sus talones. El Innombrable, también en aspecto, con capa y capucha, mientras su bastón rúnico escupía encantamientos. Maddy a un lado, Hel a otro y Bálder en el centro.
– He dejado de ser Mímir. Nunca más lo seré.
– Para mí, siempre serás Mímir -repuso Odín.
Ahora el General podía verlos a todos; sus colores, al menos. Su visión verdadera los percibía como figuras de luz. Veía a Maddy, debilitada y casi vacía tras su vuelo por el Averno, con sus colores teñidos por el violeta grisáceo de la pena. Vio a Bálder, cuya figura dejaba traslucir la energía mágica de Loki. Contempló a Hel en sus auténticos colores. Y vio a quien una vez fuera el Susurrante, de pie sobre una columna de luz, mientras la cabeza de piedra en la que había morado durante tanto tiempo yacía abandonada a sus pies.
– Viejo amigo -dijo-. Ha pasado mucho tiempo.
– Quinientos años -respondió Odín, acercándose más.
– Mucho más tiempo que eso -dijo el Innombrable.
Aunque su voz sonaba suave y serena, Odín podía notar una rabia asesina en sus colores intensificados. Supuso que tenía razones justificadas para aborrecerle. Sin embargo, su corazón se apesadumbró. ¡Tantos amigos perdidos o muertos! Era un precio enorme por tan sólo unos años de paz.
«¿Tiene que ser así?»
La respuesta le llegó tan rápida como el pensamiento. «A muerte. Los mundos serán el premio del vencedor». En silencio, los dos enemigos se encararon mientras el río Sueño se agitaba y borboteaba tras ellos. En la otra orilla sólo había oscuridad.
Sueño
Todo aquello que puede soñarse es cierto.
Inventos, 12
La sombra que se cernía sobre el Noveno Mundo, la del pájaro negro con plumas de fuego, sobrepasaba a cualquier otra cosa que se hubiera visto desde el Ragnarók.
Era Surt el Destructor en su pleno aspecto. Todo aquello sobre lo que caía la sombra de sus alas se desvanecía como si nunca hubiera existido, dejando tan sólo Caos en su lugar; un Caos cuajado de estrellas que crecía y se hinchaba conforme el mundo retrocedía.
Apenas quedaba nada de la Fortaleza Negra, que sillar a sillar volvía a transformarse en sus materias primas: encantamientos, efémeros y sueños. Había fragmentos que seguían flotando en el vacío. Aquí se veía un lienzo de muralla, allí una roca, una zanja o el meandro de un río, todo flotando como copos de nieve en el viento tenebroso.
Para la resistencia final, los æsir habían elegido uno de esos fragmentos, el saliente de un acantilado rocoso que se asomaba al Inframundo. Allí estaban Tor bajo su propio aspecto, empuñando rayos mentales, y Tyr armado con su guantelete y listo para golpear. Frig contemplaba la escena que se desarrollaba en el Hel, Loki estaba agazapado tras una piedra y Sif, que no era guerrera, se dedicaba a comentar todo el rato cómo y cuándo iban a morir. Según ella, eso sucedería de forma inmediata.
– Todo por tu culpa -dijo señalando a Loki.
Éste, haciendo caso omiso de sus pullas, se dedicaba a derribar demonios con ensalmos rápidos y ligeros que cortaban el aire como metralla.
– Es culpa tuya -insistió Sif-. Ahora estás muerto y todo se va a ir al Pandemónium y… ¿Se puede saber por qué diantre sonríes?
Loki no la escuchaba. Estaba dejando vagar sus pensamientos -acababa de descubrir que abatir demonios agudizaba su concentración- y repasando los acontecimientos de los últimos días. Aunque ya era demasiado tarde, acababa de percatarse de que le habían manipulado con gran astucia.
Gracias a las palabras de Frig lo comprendía todo. Le habían utilizado desde el principio, enviándole a la muerte en una misión imposible. Mientras, el Susurrante llevaba a cabo su trato con Hel, a la que había engañado para que sirviera a sus propios fines. La traición de Hel había abierto una grieta en el Caos. Ahora el Susurrante mandaba todo un ejército preparado, no para plantar batalla, como suponía Odín, sino para desencadenar el Caos en los mundos y contemplar cómo caían uno por uno.
Se dio cuenta de que había subestimado la ambición del Susurrante. Dando por sentado que se trataba de una simple venganza, había creído que, una vez saldada su deuda con Odín, tal vez se quedaría satisfecho, pero ahora sabía la verdad. El Susurrante había decidido que era su momento; deseaba el poder del Orden y del Caos, quería ser el Único Dios.
Loki formó Kaen, la lanzó contra una nube de efémeros y los dispersó como un enjambre de abejas. La desesperación le había devuelto su sentido del humor. Le daba igual lo que hiciera el Susurrante: en los últimos minutos que le quedaban estaba dispuesto a extinguirse en una gloriosa explosión de llamas. De sus dedos brotaban runas ígneas, sus ojos lanzaban destellos y su semblante, aunque mostraba señales de agotamiento, resplandecía de alegría. Supuso que debía de tratarse del Caos que llevaba en su propia sangre; pero el caso es que, para su propia sorpresa, Loki descubrió que se estaba divirtiendo más que en los últimos quinientos años.
Tras él, Tor y Tyr aguantaban espalda contra espalda, cubriéndose el uno al otro mientras lanzaban relámpagos mentales contra la sombra del pájaro negro. Éste seguía acercándose. A su estela venían el silencio, el espacio interestelar que giraba sobre sí mismo y el vacío inconcebible del Más Allá.
Palmo a palmo se aproximaba a ellos. Nubes de efémeros se agostaban y morían a su paso. Sus fauces devoraban demonios, algunos tan grandes como elefantes. Y seguía acercándose, inexorable, ajeno a la destrucción que desataba. Ya casi se encontraba encima de ellos. El Averno había caído y tan sólo las orillas del río seguían existiendo.
Así llegó Surt. Su sombra rozó el borde de la roca sobre la que resistían los æsir.
Entonces, de repente, mientras la propia piedra empezaba a desintegrarse bajo sus pies…
…todo se detuvo. Se hizo el silencio. El Averno se paralizó en el mismo momento de su destrucción. Mientras, Odín y el Innombrable se acercaban. Al principio lo hacían muy despacio, girando el uno alrededor del otro de forma casi imperceptible, como danzarines en un baile ritual lento y prolongado.
Maddy, a la que se le había acelerado el pulso al ver a su viejo amigo, dio un paso adelante, pero Bálder la detuvo agarrándola por el brazo.
– Déjalo -dijo en voz queda-. Si intervienes, puedes poner en peligro tanto tu vida como la suya.
Maddy sabía que Bálder tenía razón, pues ese combate le correspondía a Odín, no a ella. Mas no pudo evitar sentirse herida al ver que su amigo ni siquiera la había reconocido. ¿Acaso estaba enfadado con ella? ¿Es que ya no le importaba? ¿O, tras servir a sus propósitos, Odín había decidido apartarla a un lado tal como había hecho en el pasado con tantas otras personas?
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