Margaret Weis - El templo de Istar
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Apuntalando el pie contra el rubicundo muslo, el kender tiró de la cincha con todas sus fuerzas y provocó un alarido de dolor del comprimido guerrero.
—Estoy en forma —protestó Caramon cuando se hubo calmado—. Es la armadura la que ha encogido.
—Ignoraba que este tipo de metal encerrara tales propiedades —respondió Tas muy interesado—. ¡Creo que ya lo tengo! Sus piezas se reducen bajo los efectos del calor. ¿Lo averiguaste haciendo experimentos o acaso esta zona se ha vuelto tórrida en verano?
—Haz el favor de callarte —le espetó el hombretón.
—Sólo intentaba colaborar —rezongó Tas, molesto por la brusquedad del antiguo compañero—. ¿De qué hablábamos? Ah, sí, de la Hija Venerable de Paladine. Empeñé mi honor, así que lo único que os puedo contar es que me sonsacó todo cuanto recordaba sobre Raistlin. No me pareció inconveniente ayudarla, y al ver mi buena voluntad me encomendó la búsqueda secreta de Bupu. Todo guarda relación —agregó, pero enmudeció al comprender que ya estaba hablando más de la cuenta—. A decir verdad, Tika, Crysania es una persona estupenda —continuó dando un ágil sesgo a la plática—. Quizá no repararás nunca en ello pero, al igual que la mayoría de los kenders, carezco de hondas convicciones en materia religiosa. Sin embargo, no hay que ser creyente para intuir la bondad que anida en la sacerdotisa. Y también es inteligente, quizá más que el mismo Tanis.
Se produjo una corta pausa, en la que los ojos de Tas emitieron chispas misteriosas. Aunque ardía en deseos de hablar, su reserva le confería cierto protagonismo.
—Creo que no perjudicaré a nadie si os confieso que ha concebido un plan para salvar a Raistlin. Bupu forma parte de sus designios, quiere presentarla ante Par-Salian.
Incluso Caramon adaptó una expresión incrédula al oírle y, en cuanto a Tika, no pudo evitar el pensar que quizá Riverwind y Tanis estaban en lo cierto al afirmar que Crysania había perdido el juicio. En cualquier caso, todo aquello susceptible de despertar una esperanza en su esposo sería digno de su mayor respeto.
El guerrero había fraguado sus propias ideas acerca de la situación, ideas que manifestó sin titubeos.
—El responsable de lo ocurrido es Fis… Fistandolde o comoquiera que se llame —apuntó sin cesar de manipular las múltiples correas de cuero, que se clavaban en sus flácidas carnes—. Ya sabéis a quién me refiero, el mago Fizban nos relató todos los pormenores necesarios. Y también Par-Salian está en conocimiento de ciertos detalles. Solucionaremos el problema —aseveró, iluminado su rostro—. Traeré a Raistlin aquí, Tika, tal como acordamos. Se albergará en la habitación que le destinamos desde el principio, y cuidaremos de él. Ocuparemos la casa nueva y viviremos felices. —Le brillaban las pupilas, pero Tika apenas lo advirtió. Tuvo que desviar la mirada, embargada por la emoción frente a aquellas declaraciones tan propias del otro Caramon, aquél a quien un día amó.
Hizo un esfuerzo de voluntad y consiguió recuperar su expresión ceñuda, al mismo tiempo que se encaminaba al dormitorio.
—Reuniré tus restantes enseres para el viaje.
—¡No, aguarda! —la detuvo él—. Gracias Tika, pero puedo ocuparme de eso sin tu ayuda. ¿Por qué no nos preparas un poco de comida?
—Te echaré una mano —ofreció Tas, y se dirigió a paso veloz a la cocina.
—De acuerdo —accedió la muchacha, si bien aprisionó entre sus dedos el copete que coronaba la cabeza del kender—. Pero antes —le ordenó—, nuestro amigo Tasslehoff Burrfoot se sentará aquí mismo y vaciará sus saquillos uno por uno.
Tas bramó contra aquella velada acusación, aquella afrenta a la que lo sometían, y Caramon aprovechó la confusión para correr al dormitorio y encerrarse. Fue directo al rincón donde yacía la redoma, vació su contenido en un odre de viaje y, sonriendo satisfecho, introdujo éste en el fondo de su hatillo y lo cubrió con algunas prendas de ropa.
—¡Estoy a punto! —exclamó jubiloso—. Estoy a punto —repitió ya en el porche, víctima del desconsuelo.
Pobre Caramon, su figura era un triste espectáculo. La cota de malla que luciera durante los primeros meses de la campaña, y que perdiera en el curso de una de las muchas aventuras vividas, fue reemplazada por otra idéntica que él mismo confeccionó poco después de regresar a Solace. Entrelazó las hebras del pectoral, pulió las imperfecciones y diseñó las partes de acuerdo con el modelo original, todo ello con primor y dedicación, hasta que, una vez concluida, la arrinconó en un lugar seguro donde no la dañaran los elementos. Ahora se hallaba en perfectas condiciones salvo que, por desgracia, no podía abrocharse los costados y la pieza superior bailaba bajo el cinto que intentaba inmovilizarla en torno a su rebosante talle. Ni Tas ni él habían sido capaces de anudar las placas metálicas que, como un refuerzo adicional, debían guardar sus muslos, y el guerrero optó por llevarlas en su hatillo. Se quejó al levantar su escudo y lo escudriñó con suspicacia, convencido de que alguien lo había llenado de plomo durante los dos últimos años. Y, para colmo de males, a causa de su abultado estómago tampoco hubo manera de abrochar la hebilla de la que había de pender la espada. Enrojeciendo de ira se colgó el arma de la espalda, enfundada en su vaina, y la afianzó mediante unas correas.
Al contemplarle, Tasslehoff tuvo que apartarse de él. En un principio temió estallar en carcajadas, pero constató asombrado que eran las lágrimas lo que debía reprimir.
—Soy un fantoche ridículo —se lamentó Caramon al ver que su amigo le evitaba y Bupu, por su parte, lo estudiaba boquiabierta y con los ojos desorbitados.
—Recuerda al Gran Bulp, Fudge I —declaró la enana entre suspiros.
La imagen del obeso, desaliñado monarca del clan gully congregado en Xak Tsaroth se perfiló en la mente del kender. Agarrando a su acompañante por el pescuezo, la atrajo hacia sí y le insertó el mendrugo en la boca para impedir que profiriera otro comentario inoportuno. Pero el daño ya estaba hecho.
—Acabo de cambiar de idea —anunció el guerrero, a la vez que se congestionaban sus pómulos y arrojaba el escudo sobre el porche con un estrépito fruto de la cólera. Resultaba evidente que también él había recordado al grotesco enano—. ¡Me quedo! De todos modos, era una empresa absurda.
Lanzó entonces a Tika una mirada furibunda, cargada de reproches y, dando media vuelta, dio un paso hacia el umbral. Pero ella se interpuso en su camino de un ágil salto.
—Escúchame bien, Caramon Majere —dijo sin exaltarse—. No permitiré que entres en mi casa hasta que puedas hacerlo como un hombre cabal.
—Será como dos hombres cabales —intervino Bupu con voz ahogada. Tas no dudó en atiborrar su boca de pan.
—¡Eres una insensata! —recriminó el guerrero a su mujer y, con gesto agresivo, apoyó la mano en su hombro—. Sal de ahí, Tika, te lo advierto. No interfieras en mis decisiones.
—En una ocasión te ofreciste a seguir a Raistlin hasta el mundo de las tinieblas. ¿Te acuerdas? —preguntó ella en tono quedo pero revestido de un timbre severo y penetrante, que sus ojos no hacían sino subrayar. Había capturado la atención de Caramon, quien tragó saliva y asintió en silencio, lívido ahora su semblante.
—Rehusó tu compañía —continuó Tika, con la mano posada en el fornido pecho y las pupilas prendidas de las de él—. Dijo que si te internabas en la oscuridad morirías sin remedio. ¿No comprendes, Caramon, que lo que has hecho en el curso de estos dos años es hundirte poco a poco en la negrura? Mueres un poco a cada día que pasa. ¿Y sabes por qué? Porque no has obedecido su consejo, no has emprendido tu propia senda y dejado que él eligiera la suya. Tratas de recorrerlas ambas, y no consigues sino destruirte a ti mismo. La mitad de tu ser vive en una terrible penumbra y la otra mitad pretende bañar en un elixir engañoso los horrores que allí ve, mitigar el sufrimiento a cualquier precio.
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