Jean Rabe - El héroe caído

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El héroe caído: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Hasta qué punto puede un héroe deshornarse? ¿Tanto como para perder su alma? Dhamon Fierolobo, Héroe del Corazón del pasado, se ha sumido en una amarga vida de crimen y sordidez. Ahora, mientras los poderosos dragones, señores supremos de la Quinta Era, conspiran fríamente para consolidar su dominio y destruir a sus enemigos, Dhamon debe encontrar la fuerza de voluntad para redimirse. Aunque tal vez ya sea demasiado tarde.

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—No comprendo…

—Lo que se decía por las calles y entre el gremio era que el ladrón de tumbas realmente quería venderla, y también otras chucherías que robó a los muertos. Pero Kortal sólo era una escala para él, un lugar donde pasar la noche y comprar provisiones. No contaba con vender la espada aquí en Kortal. La ciudad es demasiado pobre. Se dirigía a Khuri-khan, una ciudad mayor con arcas más grandes y donde los hombres y las criaturas que vagan por sus calles estarían deseosos de poseer tal objeto y tendrían las monedas con las que pagarlo. El ladrón habría obtenido una buena fortuna por ella allí.

—¿Habría?

Caladar bostezó y se apartó con cuidado de la mesa. Poniéndose en pie, se sujetó al respaldo de su silla unos instantes para recuperar el equilibrio; luego estiró la mano para coger la jarra.

—Ya lo creo que la habría obtenido. Pero abundan los ogros en las Khalkist, y Kortal se encuentra en los lindes de las montañas. Los ogros se enteraron de la presencia del ladrón y fueron en su busca. Y Ralf me dijo que lo llevaron a Blode, donde un lord poderoso y rico iba a dar al pobre ladronzuelo justo lo que buscaba.

* * *

Dhamon se concentró en la espada, pasando los dedos sobre el travesaño y trazando el contorno de la cabeza y el pico del ave. Esperaba sentir un hormigueo, en el pomo o en la hoja, si es que estaba tan magníficamente hechizada como afirmaban las leyendas. Pero no la notó distinta de otras espadas que había empuñado; sólo metal en contacto con su piel. Aunque tuvo que admitir de nuevo que estaba muy bien equilibrada.

Tal vez si supiera leer el texto elfo. Tal vez Maldred podría leerlo. Su grandullón amigo siempre parecía sorprenderlo. O puede que…

—Wyrmsbane —pronunció—. Redentora.

No percibía ningún hormigueo. Había empuñado otras armas hechizadas que parecían vibrar ligeramente en su mano. Pero había… algo. Una presencia casi, una sensación de que la espada lo percibía a él. Se concentró con fuerza y cerró los ojos, dejando fuera la fatigosa respiración de Donnag. Ahora sólo tenía conciencia del arma, de la empuñadura de metal que sostenía, en un principio fría al tacto, pero que luego pareció calentarse un poco.

—Wyrmsbane —repitió en voz baja.

¿Qué buscas?

Abrió los ojos de golpe y miró fijamente la hoja. ¿Había oído las palabras o sencillamente estaban en su cabeza? Dirigió una fugaz mirada a Maldred, pero su amigo vigilaba a Donnag, aunque de vez en cuando volvía la vista en dirección a Dhamon. Su rostro habría reflejado algo si hubiera oído hablar a la espada.

¿Qué buscas?

Dhamon tragó saliva con fuerza y pensó con rapidez. ¿Cómo poner a prueba la espada de Tanis el Semielfo?

—Wyrmsbane , ¿cuál es la joya más valiosa en esta habitación? —Desde luego había mucho donde escoger; tal vez aquella corona de la caja, se dijo Dhamon—. ¿Cuál es la más valiosa?

La espada no hizo nada, no transmitió ningún mensaje ni formó ninguna imagen en su mente. Tal vez sólo había imaginado que le hablaba. ¿Qué buscas? ¡Ja! Estaba tan cansado, al fin y al cabo. No hacía más que soñar despierto. Vio que Maldred lo observaba, y también Donnag. Había una expresión de inquietud en el rostro de este último, quizá porque temía que Dhamon se encolerizara si la espada no realizaba algún truco mágico. En ese caso, el humano podía matarlo como represalia.

El ogro vio que el otro lo estudiaba, y el caudillo desvió veloz la mirada. Así que es eso —pensó Dhamon—. Esta espada tampoco es la auténtica . Desde luego, encajaba con la descripción que le había dado el anciano de Kortal, pero no era especialmente delicada, como las otras armas hechizadas que había visto. ¿Una copia? Eso desde luego no quedaba fuera de las posibilidades del ogro. Engañar a los otros era algo natural en Donnag.

Podría acabar con él —pensó—. Tal vez con esta falsificación .

Suspiró y dio un paso al frente, meditando aún si dejar con vida al caudillo. Pensaba quedarse con la espada de todos modos, aunque sólo fuera porque estaba muy bien equilibrada. Tendría que buscar una vaina apropiada donde guardarla. Sin duda Donnag también tenía muchas de ellas por allí, cubiertas de joyas.

Giró en dirección a la pared donde estaban las armas, luego de improviso dejó de moverse cuando la palma de su mano se enfrió, como si la hubiera introducido en un arroyo de montaña. A continuación su mano empezó a moverse, aunque no por su propia voluntad. La espada que aún sujetaba se movía, dirigiendo al guerrero hacia las zonas más recónditas de la cámara del tesoro donde la luz era más tenue. Empezó a tirar de él hacia allí, con suavidad, y él podría haberse resistido con facilidad, descartar la sensación como parte de su propio cansancio.

La que buscas.

¿Oía aquellas palabras? ¿Las oían también Maldred y Donnag? ¿Había vuelto a imaginarlas? ¿Una mala pasada provocada por su hambre y agotamiento? No importaba, dio un paso en aquella dirección y luego otro, mientras el arma lo guiaba como si fuera una varilla de zahori.

—¿Dhamon? ¿Qué estás haciendo? —La voz de Maldred rezumaba curiosidad.

—Vigílalo —respondió él.

El hombretón giró para no perder de vista a Donnag y a Dhamon, aunque se dio cuenta de que el caudillo ogro no necesitaba en realidad que lo vigilaran, no por el momento al menos. Estaba clavado en su sido observando cómo Dhamon manejaba la espada.

El humano se detuvo en medio de sombras espesas e inquietantes. Se hallaba en un nicho rebosante de jarrones dorados tan altos como un hombre y finos pedestales que exhibían primorosas estatuillas de elfos y duendes, y se dijo que sin duda resultarían impresionantes, si hubiera suficiente luz para distinguir sus facciones. Su mano se tornó helada y seca, como si el pomo que empuñaba fuera de hielo. Resultaba una sensación curiosa, pues el resto de su cuerpo estaba caliente debido al opresivo calor del estío, y sudaba. La espada parecía querer atraerlo más al interior de la pequeña habitación y, tras aspirar profundamente unas cuantas veces, él obedeció. Se dio cuenta de que el lugar no era un nicho, sino otra celda. Sus ojos escudriñaron las tinieblas y descubrieron esposas en el muro, muy altas y demasiado grandes para usarlas en humanos, tal vez incluso demasiado grandes para un ogro. De no haber habido tantas chucherías valiosas desperdigadas por allí, y de haber dispuesto de una fuente de luz apropiada, podría haber investigado más, sólo por curiosidad.

Pero el arma tiraba de él hacia una esquina, en dirección a un pedestal y una caja de madera negra deteriorada por el agua que descansaba encima de él. Dhamon la abrió y pasó los dedos sobre el pequeño objeto del interior.

—Precioso —dijo, imaginando qué aspecto debía tener.

—¡No! —gimió Donnag.

Maldred giró en dirección al caudillo ogro y, apuntándolo con un dedo, le impidió moverse.

—¿Dhamon? ¿Qué es?

Su compañero sostuvo la espada con una mano mientras introducía la otra para asir una gema del tamaño de un limón grande. El frío desapareció de su mano, y la sutil incitación de Wyrmsbane desapareció. Abandonó el lugar y fue a colocarse bajo un farol.

La joya, que colgaba de una larga cadena de platino que centelleaba como si fuera una estrella, despedía un tenue fulgor. Era de un tono rosa pálido, y la habían tallado en forma de lágrima. La luz chispeaba sobre sus facetas.

Donnag emitió un ruido que sonó como un sollozo ahogado.

—Es un diamante, ¿no es cierto? —preguntó Dhamon, y se encaminó hacia Maldred y el ogro.

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