Jean Rabe - El héroe caído

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El héroe caído: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Hasta qué punto puede un héroe deshornarse? ¿Tanto como para perder su alma? Dhamon Fierolobo, Héroe del Corazón del pasado, se ha sumido en una amarga vida de crimen y sordidez. Ahora, mientras los poderosos dragones, señores supremos de la Quinta Era, conspiran fríamente para consolidar su dominio y destruir a sus enemigos, Dhamon debe encontrar la fuerza de voluntad para redimirse. Aunque tal vez ya sea demasiado tarde.

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Depositó a Wyrmsbane cruzada sobre las rodillas y se inclinó sobre ella, limpiando el agua de la hoja y evitando que cayera más sobre el texto en lengua elfa. Trazó las desconocidas palabras con la yema de un dedo, y por un instante deseó que Feril estuviera junto a él, pues ella podría leerlo. Pero la joven estaba lejos y Rikali no sabía leer ni el elfo ni el Común. La semielfa ni siquiera podía reconocer su propio nombre escrito.

Tras echar una nueva mirada al arma, se sentó muy erguido, con la espalda bien apoyada contra la pared. Decidió esperar allí hasta que el cielo se oscureciera para anunciar el crepúsculo.

—Entonces conseguiré una vaina y ropas —se repitió—. Después de ello, vería si Riki está despierta.

Y entonces, se dijo, haría algo para investigar ese remedio.

Una sonrisa intentó aflorar a la comisura de sus labios. Pero se desvaneció rápidamente y sus dedos se crisparon alrededor de la espada cuando la escama de su pierna empezó a dar punzadas de nuevo. Con suavidad al principio, tanta suavidad que intentó negar la sensación; luego, al cabo de unos segundos, el dolor se tornó intenso y su cuerpo febril. La mano le dolía intensamente, y se dio cuenta de que, sin querer, había apretado la hoja de su espada y se había cortado.

Retiró la mano izquierda y contempló la carne cortada, con la sangre manando sobre la palma y la pernera del pantalón. Se llevó la mano al estómago y se balanceó hacia adelante y atrás, mientras la escama empezaba a lanzar oleadas de insoportable dolor por todo su cuerpo. Su mano derecha seguía aferrada a la empuñadura, negándose a soltar la legendaria espada, y su mente se concentró en el arma en un esfuerzo por reducir el dolor.

Tragó bocanadas de aire húmedo al iniciarse los temblores, luego cayó de bruces al charco, con las piernas agitándose y pataleando, y la cabeza girando a un lado y a otro. El agua inundó su nariz y su boca; estaba boca abajo en el agua ahora, ahogándose.

—¡No moriré aquí! —consiguió jadear.

Por entre una cortina de dolor, reunió todas sus energías y rodó sobre la espalda, escupiendo agua de lluvia, sin soltar a Wyrmsbane . Luego las sombras del callejón parecieron alargarse y engullirlo.

Dhamon despertó horas más tarde, tendido de espaldas casi sumergido en el charco, que había crecido debido a la persistente tormenta. Era de noche, bien pasada la puesta de sol. Se obligó a ponerse en pie, torpemente, luego avanzó entre traspiés hasta una pared y se apoyó en ella. La cabeza le martilleaba, tal vez como secuela del ataque, pero también porque estaba hambriento. Su estómago retumbó. Comería después de conseguir la funda, se dijo. Y ropas. Comería hasta hartarse, y luego volvería a visitar a Sombrío Kedar, para que se ocupara de su mano hinchada y herida y para ver a Riki. Debía tener mucho cuidado en el establecimiento del sanador, pues Sombrío habría sido llamado a la mansión para ocuparse de la mejilla y la mandíbula rotas de Donnag. Tendría que confiar en el sanador.

—Una vaina —repitió, observando que la empuñadura hormigueaba agradablemente en su palma sana, como si estuviera de acuerdo en que era una buena idea; tenía riquezas más que suficientes en sus bolsillos para persuadir a los propietarios ogros para que le abrieran sus puertas a esa hora tan tardía—. La vaina más hermosa que pueda encontrar.

14

Enredaderas letales

Al amanecer, los mercenarios ogros se reunieron frente al palacio de Donnag, en posición de firmes bajo la llovizna. El caudillo los acompañaba y les inculcaba su misión, que era seguir a la Dama de Solamnia hasta las ruinas de Takar. Allí la mujer entregaría el rescate, y allí ellos tendrían que ayudarla a recuperar a su hermano o el cadáver de su hermano, si llegaba el caso.

—Protegedla a ella y a todas esas chucherías como si nos protegierais a nos —salmodió.

Los que pasaban contemplaban boquiabiertos la reunión, murmurando algunos lo insólito que era ver al gobernador de Bloten en la calle a hora tan temprana, mientras otros se preguntaban por qué estaba reunido el ejército ogro y por qué una dama solámnica deambulaba con tanta libertad y, además, parecía disfrutar del favor del caudillo.

Donnag iba vestido regiamente. Una larga capa roja ribeteada de joyas y brocado de oro se arrastraba por el barro a su espalda, y su porte era rígido y autoritario, el paso decidido. Había pasado los últimos dos días en sus aposentos, recuperándose de las heridas que Dhamon le había infligido, y se sentía bien. La magia de Sombrío era poderosa, y lo había dejado tan rebosante de salud como lo estaba antes del incidente, puede que incluso más en forma aún. Pero la magia del anciano ogro no era lo bastante fuerte para hacer que volvieran a crecerle los pocos dientes que había perdido en la refriega o para apaciguar su ira por haber sido vencido por un humano.

—Me sorprende que Donnag cumpliera su palabra, Fiona —musitó el marinero.

El ergothiano indicó con la cabeza un cofre de madera repleto de joyas y monedas. El caudillo se había detenido ante la caja y observaba su contenido, al tiempo que dejaba caer en su interior unas cuantas joyas más. Cuando terminó, hizo una seña para que cerraran la tapa, que se aseguró con dos gruesas tiras de cuero que rodeaban el cofre, y a continuación éste se sujetó a la espalda del ogro de mayor tamaño.

—El mundo nos da sorpresas —respondió la mujer al marinero.

—Es posible. Pero, realmente no deberías hacer esto. —Rig elevó un tanto la voz, una vez que Donnag reanudó su paseo y se hallaba ahora a bastante distancia—. Te dije que vi morir a tu hermano. Hoy hace una semana. En el interior de aquella… aquella… montaña. Trajín utilizó ese estanque en forma de ojo que habían dejado allí los Túnicas Negras, y conjuró una imagen de las mazmorras de Shrentak. —Había pasado la mayor parte de la tarde contando a la solámnica el viaje del grupo a las ruinas por el río subterráneo y las visiones que el kobold había hecho aparecer—. Vi morir a Aven, Fiona.

Y luego también vi morir a Trajín , añadió el marinero para sí en silencio.

Ella le devolvió la mirada, con ojos en los que brillaba la determinación, aunque bordeados de lágrimas que intentaba contener.

—Rig, eso no lo sabes con seguridad —manifestó tozuda, repitiendo las palabras que le había dicho la noche anterior—. Era una visión. No te encontrabas realmente en Shrentak. Podría estar vivo aún.

Su compañero cerró los ojos y aspiró con fuerza, los abrió y observó que el labio de la mujer temblaba de modo casi imperceptible.

—Era totalmente real, Fiona. ¿Cuántas veces tengo que describírtelo?

—Incluso aunque fuera real. Quiero que me devuelvan su cuerpo. Si está muerto, merece un auténtico entierro solámnico. No pienso dejar que se pudra en la guarida de la Negra. Usaré el rescate para recuperar su cadáver.

La guerrera echó los hombros hacia atrás, alzó la barbilla y reprimió las lágrimas.

—Un entierro como debe ser.

Hizo intención de alejarse de Rig, pero éste extendió la mano y la cerró con suavidad sobre su brazo, obligándola a mirarlo a la cara.

—Fiona… —empezó.

—No vas a conseguir que cambie de idea. —Como si se le acabara de ocurrir, añadió en voz baja—: Lo comprenderé si no quieres acompañarme.

—Oh, ya lo creo que te acompañaré. No pienso dejarte a ti y a…

La dama tiró de la camisa del hombre, interrumpiéndolo, y se volvió para mirar a los ogros, señalando a uno situado en el centro de la primera línea.

—Ése ha estado ya en las ruinas de Takar. Él nos guiará.

Era un ogro de pecho fornido cubierto con un traje de cuero rígido, la piel de color marrón oscuro cubierta de verrugas y los ojos grises como las nubes de tormenta que cubrían el cielo.

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