Jean Rabe - El héroe caído

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El héroe caído: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Hasta qué punto puede un héroe deshornarse? ¿Tanto como para perder su alma? Dhamon Fierolobo, Héroe del Corazón del pasado, se ha sumido en una amarga vida de crimen y sordidez. Ahora, mientras los poderosos dragones, señores supremos de la Quinta Era, conspiran fríamente para consolidar su dominio y destruir a sus enemigos, Dhamon debe encontrar la fuerza de voluntad para redimirse. Aunque tal vez ya sea demasiado tarde.

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El caudillo asintió, y una gran tristeza apareció en sus ojos.

—Lo llaman la Aflicción de Lahue. Debe su nombre a los bosques de Lahue en Lorrinar donde lo encontraron. Nadie sabe de dónde fue extraído. Lo conseguí…

—No me importa cómo lo adquiriste —interrumpió Dhamon.

—No lo cojas. Por favor. Cualquier otra cosa. Todo lo que puedas cargar.

—Es perfecto —observó el humano.

—Inestimable —añadió Donnag.

—Y ahora es mío.

El ogro hizo otro movimiento para protestar, pero una mirada de Maldred lo detuvo.

—Considéralo mi pago por esta información —empezó Dhamon—. La lluvia que invade tu reino y todas las Khalkist, no es natural. Fue invocada por un ser que está en el pantano de Sable, uno que tiene el aspecto de una criatura. Sospecho que es una represalia por todos los dracs que mataron tus hombres. O tal vez sea un intentó del dragón para ampliar su ciénaga. La lluvia ha inundado muchos pueblos de las estribaciones. Tal vez acabará por arrastrar a Talud del Cerro.

—¿Cómo sabes eso? —inquirió Donnag, palideciendo, olvidada la joya por el momento.

—Una visión. En las profundidades de tu montaña.

—Entonces la lluvia, la criatura, hay que detenerlas. Pero ¿cómo?

—No tengo ni idea —Dhamon se encogió de hombros—. Y a mí no me atañe. No tengo intención de permanecer en estas montañas, de modo que la lluvia ya no me molestará durante mucho más tiempo de todos modos. Desde luego tienes sabios bajo tu real control que pueden proporcionarte mucha más información. Tal vez pueden decirte cómo conservar tu reino. —Se volvió hacia Maldred, arrojándole la Aflicción de Lahue.

El hombretón se apresuró a atrapar la imponente gema y a introducirla en un bolsillo.

—Tu parte en todo esto —le dijo Dhamon, sopesando la larga espada—. Yo tengo lo que buscaba, y unas cuantas fruslerías para entretener a Riki. Volveremos a encontrarnos, mi buen amigo. Tal vez dentro de unos cuantos meses. Después de que hayas llevado a cabo el encargo de Donnag de ir a las minas. Y cuando hayas acabado de jugar con la solámnica.

—Yo me quedaré aquí un poco más, con Donnag —respondió él, asintiendo.

—Gracias, Mal.

Dhamon le dedicó una sonrisa perspicaz. Luego ascendió por la oxidada escalera saltando los peldaños de dos en dos, con la intención de poner tierra de por medio lo más rápidamente posible entre él y un muy enfurecido Donnag.

Los guardias ogros del caudillo, que parecían estar al tanto de todo lo que sucedía en la ciudad, le indicaron que Rikali estaba en el establecimiento de Sombrío Kedar. Él pasó por allí unos instantes y se encontró con que dormía.

Dhamon dijo a Sombrío que no despertara a la semielfa le dejó una bolsa de cuero para ella. Estaba llena de pequeñas chucherías procedentes de la cámara del tesoro de Donnag; algo brillante para que ayudara a acelerar su recuperación y calmara su ira por haber sido abandonada herida en compañía de Rig. Desde luego, también arrojó un valioso dije a Sombrío para pagar por los cuidados de Rikali. Tras esto, el guerrero se puso en marcha de nuevo.

Encontró un callejón sin salida lejos de la mansión, oscuro debido a las espesas nubes que cubrían el cielo y a la cercanía de las paredes en ruinas que se alzaban a tres de sus lados. Se desvistió y dejó que la torrencial lluvia lo lavara, eliminando el hedor de su cuerpo al tiempo que lo estimulaba. Durante casi una hora disfrutó con esa sensación, invisible a los ogros que pasaban arrastrando los pies por el extremo opuesto de la calle. Luego restregó sus ropas contra una pared, para desprender la sangre, la suciedad y el sudor que se les habían adherido.

Cuando terminó, se vistió y permaneció inmóvil durante un rato, concentrándose en la lluvia, aspirando con fuerza el aire que olía mucho mejor que la mohosa atmósfera de la cámara del tesoro de Donnag. A continuación se ocupó de sus cabellos, cortando los extremos enmarañados con Wyrmsbane . Utilizó una daga para afeitarse, teniendo cuidado de no cortarse y deseando, por algún motivo, parecer más presentable de lo que había estado en bastante tiempo.

—Una vaina —recordó, mientras atisbaba fuera del callejón—. Debería haber echado una ojeada en la residencia de Donnag, iba a hacerlo. Pero deseaba tanto salir de allí.

De todos modos, sospechó que podría conseguir una del armero que había visitado antes del viaje a Talud del Cerro. La cambiaría por su espadón.

—Y alguna otra cosa apropiada que pueda ponerme.

Meditó la posibilidad de volver a visitar a la ogra costurera, donde había adquirido sus pantalones y botas, pues tal vez tendría algo que fuera de su talla. Pero aguardaría hasta que el sol empezara a ponerse y no pudiera ser visto con tanta facilidad. Donnag podría buscar una pequeña venganza por la proeza del humano en su cámara del tesoro, y desde luego el gobernante poseía ojos y oídos por toda la ciudad; Dhamon pensaba mostrarse muy cauto hasta que pudiera escapar bajo el manto de la oscuridad.

En realidad, existía otro asunto que tratar; el que lo había llevado a Bloten en busca de esa espada precisamente. Lo había estado posponiendo, perdiendo el tiempo en la lluvia, pues temía sus consecuencias.

Dhamon se encaminó despacio al fondo del callejón, donde encontró un cajón sobre el que sentarse. Sujetando la empuñadura de Wyrmsbane con ambas manos, y extendiendo la espada al frente hasta que su punta fue a descansar en un charco, cerró los ojos y meditó cómo expresar aquella insólita petición.

—Una cura —planteó sencillamente después de que hubieran transcurrido varios minutos—. Una solución. Un final. —No a la lluvia, que seguía tamborileando sin parar—. Redentora , ¿dónde está la cura para esta condenada escama?

Aguardó unos minutos más, escuchando el incesante repiqueteo de la lluvia, sintiendo cómo las gotas lo azotaban, sin que resultara ni agradable ni desagradable, simplemente constante; como si hubiera estado lloviendo eternamente.

—Nada. —Suspiró e hizo girar la punta de la espada en el charco, observando mientras la hoja cortaba su oscuro reflejo. ¿Qué esperaba? La mujer perfecta. Felicidad. Cosas intangibles. Un modo de escapar a esa diabólica maldición. Profirió una risita ahogada y cerró los ojos—. No hay escapatoria.

Lo que buscas.

Dhamon abrió los ojos bruscamente y la empuñadura se tornó helada en sus manos. Allí, en el charco, había una imagen, nebulosa y borrosa debido a las sombras y al cielo encapotado. Se inclinó más hacia adelante, y pudo ver con algo más de claridad. Hojas, muy apiñadas, de un color verde intenso y tan oscuro que parecía casi negro.

No hubo un tirón físico, como había sucedido en la sala de Donnag cuando buscaba el objeto más valioso. Sólo hojas y ramas y una cotorra multicolor casi oculta por una mata de enredaderas. También había un lagarto, pero se marchó corriendo de su imagen mental, e insectos, tan gruesos como las nubes del cielo. Le pareció distinguir una sombra entre las hojas, de un tamaño y una forma imposibles de definir. Tal vez sólo una brisa que agitaba una rama. La sombra volvió a pasar ante él.

—El pantano. Algo que hay en el pantano.

La empuñadura hormigueó un poco, quizá diciéndole que sí quizá discutiendo con él. Se preguntó por un instante si no padecería una alucinación, dado el desesperante deseo de librarse del dolor de la escama. Pero el pomo se tornó más frío aún, y la visión persistió varios instantes más.

Dhamon permaneció sentado inmóvil, escuchando la lluvia y sintiendo que el corazón le martilleaba en el pecho. Palpitaba excitado, y su respiración surgía entrecortada. Un remedio, se dijo. Existe uno. La espada lo había dicho, dijo que había un modo de deshacerse de esa condenada escama o de hacer que dejara de dolerle.

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