—Estoy interesado en armas antiguas, Caladar —dijo Dhamon al tiempo que estiraba la mano y cogía el bock del anciano, lo atraía hacia sí y, de una jarra que había adquirido, la segunda de la noche, volvía a llenarlo. Las manos del viejo se cerraron codiciosas alrededor del recipiente y tomó un gran trago, cerrando los ojos satisfecho.
—No he probado nada tan dulce en muchos años —dijo Caladar pensativo, y depositó con cuidado el bock sobre la mesa, sintiendo los dedos torpemente entumecidos tras beber tanto alcohol—. No me lo había podido permitir.
Dhamon extendió la mano bajo la mesa y echó un vistazo en derredor. Era muy tarde, y sólo unas pocas mesas más estaban ocupadas con parroquianos absortos en sus propias bebidas y charlas. Soltó una bolsa de cuero marrón y la empujó sobre la mesa en dirección al hombre.
Súbitamente Caladar extendió su mano, y la velocidad de su gesto codicioso sorprendió a Dhamon.
—¿Crees que sobornándome con bebida y monedas te contaré más cosas?
El otro no respondió, pero sus oscuros ojos se clavaron en los ojos gris pálido de su interlocutor.
—Tendrías razón. —La bolsa desapareció en los pliegues de la túnica—. No habría sido así diez años atrás, cuando disfrutaba de más dinero y más respeto, y era también más recto, y con una buena dosis de moralidad. Pero imagino que ahora ya no me quedan muchos años y, por lo tanto, me gustaría tener los medios para disfrutarlos. —Alzó su pichel en dirección a Dhamon en un brindis.
—La espada… —apuntó el otro.
—La llamaban Redentora . ¿Acaso la buscas porque necesitas ser redimido?
Su interlocutor negó con la cabeza, sin apartar los ojos ni un instante del rostro del anciano.
—La enterraron junto con Tanis el Semielfo, después de que fuera brutalmente asesinado. Ensartado por la espalda, según el relato que oí, un modo innoble de morir para un hombre noble. La sepultaron con él, las manos rodeando la empuñadura. Cuenta la historia —Caladar se estremeció—, que si los dioses no hubieran abandonado Krynn, habrían velado por el cuerpo de Tanis, no habrían permitido que un ladrón vulgar…
—¡Chisst! —Dhamon se llevó un dedo a los labios, pues la voz del anciano se había ido elevando.
Caladar rodeó el recipiente con ambas manos y lo alzó temblorosamente a sus finos labios. Tomó varios tragos largos, luego volvió a depositarlo con cuidado sobre la mesa y se secó los labios en el hombro.
—Anciano…
—Caladar —corrigió él—. Caladar, Sabio de Kortal.
—Eso, Caladar. Esa espada…
—Deberías haberme conocido en mis tiempos de juventud. ¡Ja! Incluso hace sólo diez años, yo era realmente un gran sabio. Un hombre docto al que la gente venía a ver desde kilómetros y kilómetros a la redonda, en busca de consejo, para escuchar los antiguos relatos, para aprender los antiguos secretos de Krynn. Mi mente era tan aguda que… —sus palabras se apagaron para observar los dedos de Dhamon que tamborileaban sobre la agujereada superficie de la mesa.
El anciano empujó el pichel hacia el centro de la mesa, y su interlocutor volvió a llenarlo, haciendo una leve mueca de desagrado al observar que la segunda jarra estaba vacía. Hizo una seña a una de las mozas de la taberna y dejó caer dos monedas de metal en su palma. Otra , vino a decir con un gesto. ¿Cómo podía aquel viejo beber tanto y seguir manteniéndose alerta? pensó. Dhamon mismo había vaciado sólo dos pichels y se sentía un poco soñoliento por ello.
—Redentora —declaró Caladar, y sus ojos sonrieron al ver regresar a la joven con otra jarra.
—Sí, Redentora.
—También la llamaban Wyrmsbane . —Tomó otro trago del pichel, y su voz se quebró—. Fabricada por elfos y hechizada por elfos. Hay un texto elfo a lo largo de la hoja. ¿Qué significa? ¿Qué dirías tú? —Se encogió de hombros—. El travesaño en forma de pájaro. Curioso, si se tiene en cuenta que fue forjada para combatir dragones y a su progenie. Uno pensaría que debería lucir el aspecto de un dragón. A lo mejor al que la forjó le gustaban más las aves. —Hizo una pausa y rió por lo bajo, luego se reclinó en la silla y frunció el entrecejo cuando Dhamon le dirigió una feroz mirada de impaciencia—. Contra las criaturas con escamas su contemplación resulta sorprendente, Redentora , o eso es lo que se cuenta. Supuestamente, Tanis mató a muchos draconianos con ella, y la hoja infligía heridas terribles con gran velocidad y aterradora precisión. Los seres con escamas no pueden dañar la hoja, o eso…
—… es lo que se cuenta —terminó Dhamon, y el otro asintió.
—Aunque no significa que no puedan hacer daño a quien la empuña. —El anciano profirió una risita, una fina risa aguda que hizo que al otro se le erizaran los pelos del cogote.
—Hay más… —instó Dhamon, y estiró la mano hacia el pichel del hombre, pero Caladar rechazó con un gesto que volviera a llenarlo.
—Pienso llevarme esa jarra a casa conmigo —declaró—. Y si bebo una gota más ahora, no podré acabar mi historia ni encontrar el camino a mi propia cama.
El guerrero tamborileó con suavidad en la superficie de la mesa y volvió a clavar los ojos en los del anciano.
—Sí, hay más. O eso es lo que se cuenta. Redentora a pesar de no estar tan hechizada como su espada gemela, estaba dotada con la habilidad mágica de encontrar cosas. —La fina risa aguda volvió a repetirse—. Tal vez Tanis era algo olvidadizo y necesitaba que la espada le dijera dónde ponía las botas cuando se las quitaba por la noche. Pero no creo que fuera así.
Dhamon tamborileó un poco más fuerte.
—Lo cierto es que Redentora puede localizar cosas. Se decía que encontraba tantas cosas en un día como lunas había en el cielo, que eran tres cuando los silvanestis forjaron el arma. Pero lo cierto es que también se decía que no lo hacía siempre. Tal vez sólo cuando quería hacerlo; quizá sólo podía encontrar cosas que estuvieran cerca, dentro del alcance de la magia. O quizá sólo funcionaba para ciertas personas. Una espada legendaria como ésa sin duda tiene que poseer sus propias normas. O es posible que tenga voluntad propia.
Dhamon dirigió una ojeada a la entrada cuando unos cuantos parroquianos salieron, cerrando la puerta de golpe. El tabernero se dedicaba a limpiar, preparándose para cerrar.
—Esas cosas de las que hablas, ¿bienes materiales? ¿Riqueza?
El guerrero asintió.
—Probablemente.
—¿Cosas intangibles?
—¿Como la mujer perfecta? ¿Como la felicidad? ¡Ja! Dudo que nadie pueda hallar la felicidad con todos estos dragones al mando. Y en cuanto a la mujer perfecta, no existe tal cosa, ni humana, ni elfa, ni de ninguna otra raza. Una buena mujer, eso ya es otra cosa. Pero búscala con el corazón joven, no con un objeto legendario forjado por elfos. —Se dobló aún más sobre la mesa, y su voz bajó mientras apoyaba la barbilla en el borde del pichel—. Realmente dudo que Tanis el Semielfo usara la espada para hallar riquezas o cualquier otra cosa. Sólo un ladrón o una persona desesperada utilizaría así un arma tan magnífica.
—Y ¿está aquí en la ciudad, dices? —Dhamon se apartó varios centímetros de la mesa—. Esa Redentora . ¿Qué quiere por ella ese ladrón de tumbas?
—Más de lo que alguien como tú puede ofrecer.
—Es posible —replicó él—. Pero pienso regatear fuerte por ella. ¿Dónde está? ¿Quién es ese ladrón y dónde puedo encontrarlo?
El anciano soltó una seca carcajada.
—Ahora llegamos al meollo de por qué dejé que me ofrecieras bebida y monedas. La espada estaba aquí. Y el ladrón estaba aquí. La semana pasada o la anterior. Los días se me confunden, sabes. Mi amigo Ralf consiguió echarle un vistazo, y dijo que era una preciosidad… dijo que era la auténtica. Sin duda.
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