—Habrá más. Mucho más —dijo Donnag—, cuando regreses del pantano. Otro pequeño encargo para nos.
Dhamon se echó a reír largo y tendido, sin detenerse siquiera cuando los ojos del otro se entrecerraron hasta quedar convertidos en simples rendijas.
—¿Crees que voy a hacer otro recado para ti, su señoría? Afirmaste que unos lobos mataban a las cabras de los pueblos de las montañas. Y, sin embargo, los aldeanos te habían informado de cuál creían que era la auténtica amenaza. No creo que pueda confiar en ti. Tus recados resultan demasiado letales.
—Nos hemos estado muy ocupados —replicó apresuradamente Donnag—. Y en ocasiones en nuestro apretado programa no escuchamos con demasiada atención a los mensajeros de los pueblos. Pedimos disculpas si no comunicamos la auténtica amenaza que se cernía sobre la aldea de Talud del Cerro.
Dhamon escogió un broche para capa con un oscuro zafiro, con la intención de quedarse con él.
—Ni tampoco me uniré a los ogros que envías con la solámnica a las ruinas de Takar. Créeme, su hermano está muerto. Rig lo vio en una visión en el interior de la montaña. Su viaje es una empresa descabellada.
Los labios de Donnag formaron una exagerada mueca de enojo, adquiriendo un aspecto casi cómico debido a los bamboleantes aros de oro. Luego, también él se echó a reír, y el sonido resonó de un modo curioso entre los montones de riquezas.
—¿Y tú crees que nos enviamos a nuestros hombres al pantano a petición de una mujer? ¿A Takar? ¿Por su hermano, a quien nunca hemos visto? ¿Por una mujer? ¿Por una mujer humana? ¡Bah! Resultas de lo más divertido, Dhamon Fierolobo. Nos debiéramos tenerte en nuestra noble presencia más a menudo. No nos hemos reído tanto desde hace mucho tiempo. Nos gustáis.
Dhamon se metió en el bolsillo unas cuantas gemas pequeñas, ejemplares sin el menor defecto, creía, y posiblemente más lucrativos que todas las chucherías que ya había cogido.
—Entonces ¿por qué enviar a los hombres? ¿Por qué molestarse con el rescate del solámnico?
Maldred se acercó más, y sus botas crujieron suavemente sobre las monedas desperdigadas. Dhamon estaba ocupado inspeccionando el tesoro y no vio las significativas miradas que el hombretón y Donnag se intercambiaron.
—¿Por qué deberías tú, que gobiernas todo Blode, rebajarte a ayudar a una Dama de Solamnia? ¿O por qué fingir hacerlo?
La mirada de Donnag abandonó a Maldred, y el ogro sonrió ampliamente.
—Porque, Dhamon Fierolobo, es la dama solámnica la que nos está ayudando, en lugar de ser nosotros quienes la ayudamos a ella. Se nos ha dicho que es excepcionalmente capaz en el combate, ¡tan buena como cualquier pareja de mis mejores guerreros! Y por lo tanto puede resultarnos, sin querer, muy útil en la ciénaga. Además, nos gusta tanto la idea de tener a un solámnico a nuestro servicio. Las riquezas que le dimos como señuelo son insignificantes por lo que respecta a nos. Y nos serán devueltas de todos modos. En cuanto a los cuarenta hombres, son para ayudarnos a atacar de nuevo a la Negra. Como puedes ver, tenemos un plan…
—Que bien pensado realmente no me interesa —lo interrumpió Dhamon—. Lamento haber preguntado sobre él. —Se irguió, limpiándose las manos en las calzas y mirando en derredor para ver qué otros objetos podían atraerle—. Sin embargo, lo que sí me interesa es mi espada. Me gustaría tenerla ahora.
—Yo sí estoy interesado en tu plan, lord Donnag. —Era Maldred quien hablaba ahora.
El caudillo saludó con un movimiento de cabeza al hombretón que se había colocado entre dos esculturas de mármol que representaban hadas danzarinas, apoyando el codo en la cabeza de una de ellas.
—Eran ogros los que siempre habían supervisado a los humanos y enanos de las minas Leales. Ogros que en una época nos eran leales.
Maldred ladeó la cabeza.
—Las minas Leales. En el pantano. Ogros que han traspasado su lealtad a la Negra se ocupan de ellas. Tal vez son ellos quienes hacen chasquear los látigos.
—¿Y qué piensas hacer con esos ogros traidores? —el hombretón parecía sentir una auténtica curiosidad.
—Nada. Nos interesan los trabajadores a las órdenes de los ogros. Ogros de nuestra tribu han sido capturados, como ya explicamos, en vil represalia por la muerte de los dracs. ¡Y estos compatriotas trabajan allí como esclavos hasta morir, y nos no vamos a permitirlo!
—De modo que quieres liberar a los ogros —comentó Dhamon—. Parece un objetivo razonable. —En voz mucho más baja, dijo—: Eso debería hacer que la lluvia continuara al menos otro mes o más. —Desde unos metros de distancia, contemplaba ahora la pared cubierta de armas—. Pero Fiona cree que tus hombres van a Takar —añadió.
El otro no respondió. Su atención estaba puesta en una rodela de plata, en la que se reflejaba con claridad su rostro dentudo.
—Ah, Takar y las minas se hallan en la misma dirección más o menos —observó Maldred, que se frotaba la barbilla distraídamente—. La dama guerrera nunca ha estado en ninguno de los dos sitios y no descubrirá la treta hasta que sea demasiado tarde. Y entonces se verá obligada a ayudar de todos modos, pues aborrece la esclavitud. Sí, me gusta este plan. Creo que haré este recado para ti, Donnag.
—Maldred, Fiona creerá que la estás ayudando —dijo Dhamon, con voz cautelosa—. Le dijiste…
—Que soy un ladrón —finalizó él—. Es culpa suya si no se da cuenta de que también soy un mentiroso. Al menos tendrá una escolta para adentrarse en el pantano, y habrá obtenido lo que buscaba, un rescate por su hermano, aunque no le servirá de nada y al final será devuelto a lord Donnag. Y yo habré obtenido lo que prefiero, un poco más de su deliciosa compañía. Realmente puedo hacer lo que quiera con ella.
—Así que quieres quitársela a Rig —murmuró Dhamon—. Como te llevaste a la esposa del mercader. Y a muchas otras. Siempre serás un ladrón, mi grandullón amigo. ¿Me pregunto si la mantendrás a tu lado más tiempo del que tuviste a las otras?
Maldred sonrió afectuosamente y encogió los enormes hombros; luego se encaminó despacio hacia una hilera de arcones.
—La vi luchar contra aquellos trolls. ¡Una auténtica experta con la espada! En efecto, debía de ser realmente formidable para haberte ayudado en la Ventana a las Estrellas. ¡Una espada de primera con un corazón fiero y sangre en las venas! Ah, me gusta, Dhamon. Tal vez la mantendré a mi lado durante un tiempo.
—Y si esquiva ese hechizo que le has lanzado para obtener su favor…
—En ese caso, ¿qué habré perdido? El amor es efímero, al fin y al cabo. Con el tiempo la dejaré marchar, incólume, en honor a tu amistad por ella. Contigo, Dhamon Fierolobo, siempre he mantenido mi palabra.
—No me importa lo que hagas con ella —repuso el otro—. Sólo quiero mi espada, como se me prometió.
—¿No te preocupa en absoluto, Dhamon, que tu amiga solámnica sea engañada? —El rostro del hombretón adoptó una expresión extraña.
—Antigua amiga. —El hombre se aproximó más a las armas—. Y no, no me preocupa. De hecho, encuentro todo el asunto divertido.
Se detuvo ante un cofre rebosante de joyas y extrajo un puñado de collares de él. Extendió con cuidado la mano a su espalda y los depositó en su morral, lo cerró, y decidió que ya había acabado con todas aquellas baratijas.
—¿La espada, Donnag?
El caudillo ogro frunció el entrecejo, su atención arrancada por fin de su propio reflejo.
—Maldred irá al pantano a petición mía. Dice que eres su amigo y socio. Nos pensamos que deberías unirte a él. Lucha por mí, Dhamon Fierolobo, y te recompensaremos más allá de lo que puedas imaginar.
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