Margaret Weis - Ámbar y Sangre

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Con este título finalizan las aventuras de la guerrera Mina.
El mundo de Krynn siempre tiene sorpresas para los incautos, pero la revelación de que una mortal, que primero dedicó su vida al Dios Único y luego a Chemosh, es a su vez una diosa, rebasa todos los límites conocidos. Para Mina, significa caer en la locura al conocer la verdad.
Los dioses de la Oscuridad y de la Luz se muestran ansiosos por tener a Mina como una de los suyos, ya que ella puede romper el equilibrio de poder en el cielo. Pero Mina tiene sus propios planes.

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Mina se había quedado dormida con su bizcocho a medio comer. Descansaba con la cabeza entre los brazos, apoyada sobre la mesa. La mujer la miró y le acarició el pelo rojizo con ternura. Beleño también se sentía somnoliento. Una de las reglas básicas del viajero era no quedarse dormido en una casa desconocida en medio de un bosque oscuro, sin importar lo bueno que estuviera el bizcocho. Pero sus ojos se empeñaban en cerrarse, así que se sujetó los párpados con los dedos y empezó a hablar, con la esperanza de que el sonido de su propia voz mantuviera despierto.

—¿Vive aquí sola, señora?

—Así es —contestó ella. Se acercó a una mecedora que había junto a la chimenea y se sentó.

—¿No da un poco de miedo vivir en medio de un bosque oscuro? ¿Por qué vive aquí?

—Doy cobijo a aquellos que se pierden en la noche —repuso la mujer. Se inclinó hacia Atta , que estaba junto a la mecedora. La perra le lamió la mano y apoyó la cabeza sobre los pies de la desconocida.

—¿Son muchos los que encuentran el camino hasta aquí?

—Muchos lo encuentran, aunque desearía que fueran muchos más los que me encontraran.

La mujer empezó a balancearse en la mecedora, tarareando una canción muy suave.

Beleño se sentía arropado, a salvo y en paz. Ya no lograba sostener la cabeza por más tiempo y la dejó descansar sobre la mesa. Sus párpados parecían resueltos a cerrarse, pasara lo que pasase. Se dio cuenta de que ni siquiera sabía el nombre de la mujer, pero en ese momento no le parecía importante. Al menos, no lo suficiente para salir de aquel cálido sopor y preguntárselo.

Vagamente, se dio cuenta de que la mujer se levantaba y se acercaba a Mina. Vagamente, se dio cuenta de que la mujer cogía en brazos a la niña dormida, la abrazaba y le daba un beso.

Mientras el sueño se apoderaba de él, a Beleño le pareció oír la voz de la mujer.

—Mina... Mi hija... Mi pequeña... —susurraba con ternura.

2

Rhys seguía la calzada que se dirigía hacia el norte desde Solace, confiando en que estaba siguiendo los pasos de sus amigos. La matrona no era la única que había visto al kender, la niña y la perra. Se había encontrado con otros muchos a lo largo del camino que también los habían visto. Los tres estaban bien y caminaban hacia el norte.

Se alegró al saber que, a pesar de que habían partido varias horas antes de que él hubiera empezado a seguirlos, no le sacaban demasiada ventaja. Había temido que a Mina se le hubiera metido en la cabeza caminar hasta Morada de los Dioses a paso de dios, pero por lo visto ella, el kender y la perra andaban sin prisa. A veces tenía la esperanza de encontrárselos sentados a un lado de la calzada, con los pies doloridos y cansados de tanto discutir.

Pero pasaba el tiempo y no los encontraba. Empezaba a preguntarse si todavía irían delante de él. No tenía ninguna forma de saberlo con seguridad. Desde hacía tiempo, ya no se cruzaba con ningún viajero. Se acercaba la noche y no había rastro de ellos. Ya había previsto que tendría que buscarlos después de que oscureciera, así que le había pedido prestado un farol a Laura. Encendió la vela que tenía dentro y con él iluminó el camino mientras seguía andando. Ya tenía experiencia buscando ovejas perdidas por la noche y sabía que era una tarea tediosa, difícil y, a menudo, infructuosa. Tal vez pasara justo a su lado en la oscuridad y ni siquiera se diera cuenta.

La búsqueda habría resultado mucho más sencilla si tuviera a Atta con él. Sin la perra, se preguntaba si no sería más sensato detenerse y proseguir con la búsqueda a la mañana siguiente. Entonces pensó en los tres, solos y desamparados en el camino, y siguió adelante.

Llegó al punto en el que la calzada se dividía. Bajo la luz del farol se veían perfectamente las piedras apiladas y Rhys suspiró aliviado. Era razonable pensar que las había dejado el kender para indicarle el camino que habían seguido, hipótesis que quedó confirmada cuando Rhys vio las huellas de Atta y las de unas botas pequeñas poco después.

Tomó la bifurcación del este y se internó en un bosque. No tardó en llegar cerca de la casa. Iba caminando despacio, atento al camino, en busca de cualquier señal de sus amigos desaparecidos. Cada cierto tiempo se detenía y, en una de estas ocasiones, descubrió la luz titilante, brillando en la noche como una estrella protectora.

Siguió caminando hasta un lugar en el que los matorrales aplastados y las ramas rotas indicaban que sus amigos habían dejado el camino y se habían internado en el bosque. Se dirigían hacia la luz, que supuso que era una vela en una ventana, como una baliza que guiara a aquellos que vagaban entre las tinieblas.

Recorrió el sendero. Las flores se habían cerrado, dormidas. La cabaña estaba arropada por la quietud. En el camino había oído ruidos de animales moviéndose en la oscuridad, y cantos de aves nocturnas. Allí todo era silencio, dulce y sereno. No se sentía inquieto, no percibía amenazas ni peligros. Cuando se acercó más, vio que la cortina de la ventana estaba corrida hacia un lado. La vela ardía sobre una palmatoria de plata en el alféizar de la ventana. A la luz de las brasas, vio a una mujer sentada en una mecedora, abrazando a una niña dormida.

La mujer se balanceaba lentamente. La cabeza de Mina descansaba sobre su pecho. Mina ya era demasiado mayor para que la acunasen como a un bebé y jamás lo habría permitido si estuviera despierta. Pero dormía profundamente y nunca lo sabría.

El rostro de la mujer expresaba un sufrimiento indecible que a Rhys se le clavó en el corazón. Vio a Beleño dormido con la cabeza apoyada en la mesa ya Atta dormitando junto a la chimenea. De repente, no se atrevía a llamar a la puerta, pues no quería molestar a ninguno de ellos. Como ya sabía que sus amigos estaban a salvo, podía dejarlos allí y volver a buscarlos con la llegada del nuevo día.

Ya volvía sobre sus pasos, cuando Atta , bien porque reconoció sus pisadas o bien identificó su olor, ladró para darle la bienvenida. La perra se puso en pie de un salto, corrió a la puerta y empezó a gemir y a arañarla.

—Entra, hermano —lo llamó la mujer—. Estaba esperándote.

Rhys abrió la puerta, que no tenía cerrojo, y entró en la casa. Acarició a Atta , que no sólo meneaba la cola en señal de alegre saludo, sino que agitaba todo el lomo. Beleño se había sobresaltado con el ladrido de Atta , pero el kender estaba tan exhausto que volvió a dormirse sin llegar a despertarse del todo.

Rhys se detuvo delante de la mujer y le hizo una profunda reverencia, cargada de respeto.

—Entonces es que me conoces —dijo ella, mirándolo con una sonrisa en los labios.

—Así es, Dama Blanca —contestó en voz baja, para no despertar a Mina.

La mujer asintió. Acarició el pelo de Mina y después la besó tiernamente en la frente.

—Así me gustaría consolar a todos los niños que estén perdidos y afligidos esta noche.

La Dama Blanca, como algunos conocían a la diosa Mishakal, se puso de pie y llevó a Mina a la cama. Mishakal la tumbó con delicadeza y la tapó con una colcha. Rhys dio unos golpecitos suaves a Beleño en el hombro.

El kender abrió un ojo y dejó escapar un gran bostezo.

—Vaya, hola, Rhys. Me alegro de que estés vivo. Prueba el bizcocho —le aconsejó Beleño, antes de volver a dormirse.

Mishakal se había quedado contemplando a Mina. Rhys sentía que la emoción se apoderaba de él, tenía el corazón tan henchido que ni siquiera podría hablar, en caso de que lograra encontrar las palabras. Sentía el dolor de la diosa, obligada a entregar al sueño eterno a la hija nacida del júbilo de la creación del mundo, consciente de que esa hija jamás vería la luz que le había dado la vida. Y después había llegado la desgarradora noticia de que cuando su hija había abierto los ojos por primera vez, no había sido luz lo que había visto, sino una despiadada oscuridad.

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