Margaret Weis - Ámbar y Sangre

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Con este título finalizan las aventuras de la guerrera Mina.
El mundo de Krynn siempre tiene sorpresas para los incautos, pero la revelación de que una mortal, que primero dedicó su vida al Dios Único y luego a Chemosh, es a su vez una diosa, rebasa todos los límites conocidos. Para Mina, significa caer en la locura al conocer la verdad.
Los dioses de la Oscuridad y de la Luz se muestran ansiosos por tener a Mina como una de los suyos, ya que ella puede romper el equilibrio de poder en el cielo. Pero Mina tiene sus propios planes.

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Mina cogió al kender de la mano, como si no quisiera perderlo en la oscuridad. Era evidente que estaba asustada, pero no dijo ni una palabra. Parecía como si intentara compensar haberse comportado como una mocosa y Beleño sintió que se enternecía. Estaba empezando a pensar que su idea de acampar en el bosque no había sido una de sus mejores ocurrencias. Había estado atento todo el rato para encontrar un lugar donde pasar la noche, pero no daba con ninguno y el bosque se volvía más tenebroso por momentos. Algo se lanzó sobre ellos desde un árbol y remontó el vuelo sobre sus cabezas, lanzando un graznido chirriante. Mina gritó y se acurrucó en el suelo, Beleño se cayó y se torció un tobillo.

—Tenemos que parar y levantar el campamento —dijo el kender.

—No quiero parar aquí —se quejó Mina, temblando.

—No veo a un palmo de mis narices. Pero estaremos bien...

Atta emitió un ladrido espeluznante, atacó a algo y luchó un rato contra lo que fuera aquello. La cosa lanzó un gañido y cayó. Atta se quedó jadeando mientras Mina hacía pucheros. En el fondo de su ser, Beleño se sentía igual.

—Bueno, podemos ir un poco más lejos —concedió el kender.

Los tres siguieron por el camino. Mina iba pegada a Beleño y éste arrastraba los pies en medio de la oscuridad, con Atta gruñendo a cada paso que daba.

—¡Veo una luz! —exclamó Mina, parándose de golpe.

—No, no ves nada —repuso Beleño enfadado—. Es imposible. ¿Qué iba a hacer una luz en medio de este bosque tenebroso?

—Pero es que veo una luz —insistió Mina.

entonces Beleño también la vio. Era una luz que titilaba entre los árboles. Brillaba desde una ventana, y una ventana significaba una casa, y una casa con una luz en la ventana significaba que había alguien viviendo en el bosque, en una casa, con una luz en la ventana. Es más, estaba oliendo el más embriagador de los olores: el tentador aroma de una hogaza o un pastel recién sacado del horno.

—¡Vamos! —exclamó Mina, entusiasmada.

—Espera un momento —la frenó Beleño—. Cuando era pequeño, mi madre me contó una historia sobre una bruja fea y vieja que atraía a los niños hasta su casa, los metía en el horno y hacía bizcochos de jengibre con ellos.

Mina lanzó un grito ahogado y se aferró a su mano con tanta fuerza que Beleño dejó de sentir los dedos. El kender volvió a olfatear el aire. Fuera lo que fuese lo que estaban cocinando, olía muy pero que muy bien, no como un niño al horno. Y pasar la noche en una cama blanda era mucho mejor que dormir en un tronco hueco, suponiendo que encontraran uno.

—Vamos a ver —dijo Beleño al fin.

—¿A ver a una bruja vieja y fea? —preguntó Mina, temblando y quedándose atrás.

—Estoy casi seguro de que me he equivocado. No era una bruja. Era una dama muy hermosa que hacía bizcochos para los niños, no con niños.

—¿Estás seguro? —Mina no parecía muy convencida.

—Seguro —afirmó Beleño.

No obstante, lo más extraño era que habría jurado que en el mismo momento que había mencionado el bizcocho de jengibre, había empezado a oler a bizcocho de jengibre.

Mina no ofreció más resistencia. Cogidos muy fuerte de la mano, se dirigieron a la casa. Beleño ordenó a Atta que permaneciera junto a él, pues no le quedaba más remedio que admitir para sí que era mucho más probable que encontraran brujas horrendas que hermosas damas viviendo en un bosque oscuro y tenebroso. Atta había dejado de gruñir y Beleño lo interpretó como una buena señal.

A medida que se acercaban a la luz, Beleño se sentía más confiado. Vio que la luz provenía de una pequeña cabaña de dos o tres habitaciones con aspecto acogedor. La vela estaba en la ventana. Su luz se filtraba a través de unas cortinas blancas e iluminaba un caminito de piedras bordeado de flores, cuyos pétalos se mecían somnolientos y despedían un suave perfume que lo envolvía todo.

No percibía más que buenas señales, pero Beleño era un kender precavido y tenía un hechizo preparado, por si acaso.

—Si resulta que se trata de una bruja fea —le susurró a Mina—, yo grito «corre» y tú echas a correr. No te preocupes por mí. Te alcanzaré.

La niña asintió, nerviosa, sin soltarlo. Beleño debía tener las dos manos libres, porque necesitaba una para llamar a la puerta y la otra para conjurar el hechizo, en caso de que quien abriera fuera una bruja.

Atta , estáte atenta —avisó a la perra.

Beleño se acercó a la puerta y llamó con un golpe enérgico.

—¡Hola! —exclamó—. ¿Hay alguien en casa?

Se abrió la puerta y la luz bañó la entrada. Era una mujer. Beleño no la veía demasiado bien, porque una luz muy intensa lo cegaba. Iba toda vestida de blanco y el kender tuvo la impresión de que era amable, delicada y tierna, pero al mismo tiempo fuerte, poderosa y con dotes de mando. No se explicaba cómo alguien podía ser todas esas cosas a la vez, pero así lo percibía y sintió un poco de miedo.

—Encantado, señora. Mi nombre es Beleño y soy un kender acechador nocturno que sabe unos cuantos hechizos muy potentes. Ellas son Mina y Atta , que es de una raza de perros muy mordedores. Tiene unos colmillos muy afdados.

—Encantada, Mina, Beleño y Atta —contestó la mujer y extendió la mano hacia la perra. Atta la olfateó y, para gran asombro de Beleño se levantó sobre los cuartos traseros y apoyó las patas sobre el pecho de la mujer.

—\ Atta \ ¡Eso no se hace! —ordenó Beleño atónito—. Lo siento, señora. Normalmente no se comporta así con la gente.

—No pasa nada —lo tranquilizó la mujer, mientras acariciaba a. Atta en la cabeza con delicadeza y sonreía a Beleño—. Tú y tu amiguita parecéis cansados y hambrientos. ¿No vais a entrar?

Beleño vacilaba y Mina no se movía ni un paso.

—No vas a meternos en el horno, ¿verdad? —preguntó la niña con un hilo de voz.

La mujer se echó a reír. Tenía una risa maravillosa, de esas que hacían que Beleño se sintiera bien de golpe.

—Alguien te ha estado contando cuentos —dijo la mujer, lanzando una mirada divertida al kender. Ofreció la mano a Mina—. Pero por una extraña casualidad, he hecho un bizcocho de jengibre. Si entráis, podemos comerlo juntos.

Beleño pensó que aquélla era una casualidad muy pero que muy extraña, tal vez una casualidad no sólo extraña, sino también siniestra. Sin embargo, Atta ya había aceptado la invitación. La perra entró en la casa alegremente, encontró un buen sitio junto la chimenea y se acomodó. Se acurrucó con la cola alrededor de las patas y el hocico apoyado en la cola. Mina cogió a la mujer de la mano y dejó que la condujese adentro, mientras Beleño se quedaba en la entrada con aquel aroma tentador del bizcocho recién hecho llamando a su estómago.

—Nos podemos quedar un ratito —advirtió el kender, cruzando el umbral de la puerta muy despacio—. Sólo hasta que nuestro amigo, Rhys Alarife, nos encuentre. Es un monje de Majere campeón en dar patadas.

La mujer cortó un trozo de bizcocho, lo colocó en un plato y se lo tendió a Mina, junto con una cucharilla. Después, la mujer puso crema sobre el bizcocho. Cortó otro trozo grande y se lo ofreció al kender.

Beleño ya no se resistió más.

—Está increíblemente bueno, señora —masculló con la boca llena—. Puede que sea el mejor bizcocho de jengibre que haya probado nunca. Podría decirlo con más seguridad si tomara otro trozo.

La mujer le cortó otro.

—Sin duda es el mejor —confirmó Beleño, limpiándose la boca con una servilleta y, sin querer, dejando caer servilleta y cucharilla en su bolsillo.

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