Beleño albergaba la esperanza de que Rhys pudiera encontrarlos, aunque no se le ocurría cómo. Rhys creería que estaban heridos o muertos, o escondidos en algún sitio... Tal vez fuera Rhys quien estuviera herido o muerto...
—No voy a pensar en eso —dijo el kender para sí.
Caminaron mucho, mucho tiempo. Beleño esperaba que Mina se cansara pronto y que quisiera descansar y, cada vez que pasaban junto a una posada, insistía en que deberían parar. Mina siempre se negaba y apretaba el paso, con el petate arrastrando detrás de ella.
Los caminantes que se cruzaban por el camino se detenían para observar a aquel grupo tan extraño. Si alguien intentaba acercarse a Mina, Atta le gruñía y advertía a los desconocidos que guardaran las distancias. Beleño ponía los ojos en blanco y levantaba las manos, para dejar claro que él no podía hacer nada al respecto.
—Si os encontráis con un monje de Majere llamado Rhys Alarife, decidle que nos habéis visto y que vamos hacia el norte —gritaba siempre.
La calzada proseguía y lo mismo hacían ellos. Beleño no tenía la menor idea de la distancia que habrían recorrido, pero ya no se veía Solace. La calzada había dado paso a un camino y después a un sendero y, de repente, el camino hacia el norte desaparecía sin previo aviso. En medio se levantaba una imponente montaña y el camino se dividía en dos, una bifurcación rodeaba la montaña por el este y la otra por el oeste.
—¿Por cuál vamos? —preguntó Mina.
—¿Cómo quieres que lo sepa? —refunfuñó Beleño—. Perdiste el mapa, ¿ya no te acuerdas? De todos modos, este sitio está bien para parar a descansar... ¿Qué estás haciendo?
Mina se tapó los ojos con las manos y empezó a girar sobre sí misma en medio del camino. Cuando ya estaba mareada, se detuvo tambaleante y extendió un brazo, y sus dedos quedaron señalando hacia el este.
—Iremos por ahí —anunció.
Beleño se quedó mirándola, sin poder hablar por el asombro.
—A cambio de un centavo de gnomo, dejaría que te llevase el coco —amenazó a la niña, y después añadió en un murmullo—: Aunque eso no sería muy considerado con el coco.
Echó un vistazo hacia el oeste, por donde el sol desaparecía rápidamente, como si quisiera huir a toda prisa. Las sombras empezaban a deslizarse por el camino.
Beleño empezó a ir de un lado a otro, buscando las piedras más grandes. Cada vez que encontraba una, la levantaba y la llevaba hasta donde estaba Mina, para dejarla caer pesadamente a sus pies.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Mina, cuando el kender volvía ya con la cuarta piedra.
—Marcar el camino —contestó Beleño, mientras arrastraba la piedra número cinco. La dejó en el suelo y después empezó a colocarlas todas. Puso cuatro piedras una encima de la otra y la quinta la dejó a un lado del montón—. De esta forma, Rhys sabrá la dirección que hemos tomado en el cruce y podrá encontrarnos.
Mina observó el montón de piedras y de repente saltó sobre ellas y empezó a tirarla pila cuidadosamente dispuesta por Beleño.
—¿Qué haces? ¡Para! —gritó Beleño.
—¡No va a encontrarme! —le respondió Mina también a gritos—. No va a encontrarme nunca. No quiero que me encuentre.
Cogió una piedra y la lanzó. El proyectil estuvo a punto de darle a Atta , que se apartó de un salto, sorprendida.
Beleño agarró a Mina, tiró de ella y le pegó un azote allí donde la espalda pierde su bello nombre. No pudo dolerle mucho, porque su mano no encontró más que las enaguas. Sin embargo, el azote tuvo el efecto de dejarla paralizada. Se quedó mirándolo boquiabierta y después se echó a llorar.
—¡Eres la niña más caprichosa y egoísta que he conocido en toda mi vida! —le gritó Beleño—. Rhys es un buen hombre. Se preocupa por ti más de lo que te mereces, mientras que tú te has comportado como una mocosa. Y ahora que te has escapado, seguro que está loco de preocupación y...
—Por eso me escapé —dijo Mina entre sollozos, tragando saliva—. Por eso no tiene que encontrarme nunca. Es un buen hombre. ¡Y yo casi hago que lo maten!
Beleño la miró perplejo. No se había escapado para huir de Rhys. ¡Se había escapado para protegerlo! El kender suspiró. Casi le daba pena haberle dado el azote. Casi.
—Vamos, Mina. —Beleño empezó a darle golpecitos en la espalda para que dejara de llorar—. Siento haber perdido los nervios. Entiendo por qué lo hiciste, pero aun así no deberías haberte escapado. Y en cuanto a lo de que casi haces que maten a Rhys, eso es una tontería. Yo casi hago que maten a Rhys un par de veces, y él casi hizo que me mataran a mí otras tantas. Para eso están los amigos.
Mina pareció muy sorprendida al oír aquella explicación. Incluso Beleño tuvo que admitir que no sonaba tan bien dicha en voz alta como cuando la tenía en la cabeza.
—Lo que quiero decir, Mina, es que Rhys se preocupa por ti. No va a dejar de preocuparse sólo porque tú te escapes. Y ahora has añadido más preocupación e incertidumbre a la preocupación original. Y respecto a lo de ponerle en peligro. —Beleño se encogió de hombros—. Desde el principio sabía que iba a estar en peligro, cuando decidió llevarte a Morada de los Dioses. Para él, el peligro no supone ninguna diferencia. Porque le importas.
Mina lo miraba fijamente y Beleño tuvo la impresión de que aquellos ojos ambarinos ribeteados de lágrimas podrían engullirlo entero. La niña extendió una mano tímida.
—¿Contigo es igual? —preguntó más tranquila—. ¿A ti también te importo?
Beleño estaba obligado a decir la verdad.
—Yo no soy tan buena persona como Rhys y tal vez hubo un momento o dos en que no me importabas nada, pero sólo fue un momento... o dos.
Le cogió la mano y la acarició.
—Ahora claro que me importas, Mina. Y siento haberte dado un azote. Así que ayúdame a hacer un montón con estas piedras.
Mina lo ayudó a colocar las piedras y después prosiguieron su camino, hacia el este. El camino discurría por praderas de altas hierbas, junto a una poza y por un par de riachuelos. Para entonces, el sol no era más que un punto rojizo en el cielo. Desde lo alto de un cerro vieron que el camino descendía por un valle y desaparecía en un bosque.
Beleño consideró todas las opciones. Podían acampar allí mismo, junto al camino, en pleno campo. Rhys podría encontrarlos, pero lo mismo podría hacer cualquier otra persona, un ladrón o un bandido. Aunque Mina podía cuidar de sí misma, por ser una diosa, ¿también cuidaría de Beleño y de Atta ?. Después de haberla visto en acción en el templo, Beleño no quería arriesgarse.
Si acampaban en el bosque, encontrarían un sinfín de sitios —troncos huecos, matorrales y cosas de ese tipo— donde descansar cerca del camino y, al mismo tiempo, permanecer ocultos. Atta los avisaría si Rhys se acercaba.
Con la decisión ya tomada, Beleño empezó a bajar por el camino que se internaba en el bosque. Mina, que se mostraba de lo más dócil desde la pelea, lo seguía de cerca y Atta trotaba detrás de ellos. El sol se deslizaba hacia donde fuera que pasaba la noche y dejaba el mundo mucho más oscuro de lo que era posible imaginarse. Beleño tenía la esperanza de que una luna o dos les dieran un poco de luz, pero por lo visto las lunas estaban ocupadas con otros asuntos, pues ni siquiera se asomaron y las estrellas quedaron tapadas por las tupidas hojas de los altos árboles.
Beleño había estado en multitud de bosques, pero no recordaba ninguno tan oscuro y lúgubre. Apenas veía nada, pero sí oía muy bien y le llegaban muchos sonidos de criaturas escabullándose, escondiéndose y arrastrándose. La actitud de Atta tampoco resultaba muy tranquilizadora, pues se quedaba mirando muy fijamente entre los árboles y gruñía. En una ocasión, se abalanzó sobre algo y lanzó una dentellada, a lo que ese algo le respondió con otro gruñido y otra dentellada, pero se fue.
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