Intentó sonreír, pero dejó escapar un resoplido y empezó a balancearse hacia delante y hacia detrás, maldiciendo por lo bajo.
—¡Esto duele!
El mejor lugar en el que podría estar era uno de los templos, pero Rhys ya sabía cómo iba a recibir su sugerencia.
—Por lo menos deja que te ayude a volver a la posada, amigo mío —propuso Rhys, pues sabía que Gerard estaría a salvo si Laura se ocupaba de él.
Gerard se mostró de acuerdo y, de mala gana, permitió que Rhys lo ayudara a levantarse.
—Tengo la receta de una cataplasma que te aliviará el dolor y que hará que la herida se cierre limpiamente —le dijo Rhys, mientras lo rodeaba con un brazo.
—No vas a bendecirla con una oración, ¿verdad, hermano? —preguntó Gerard bruscamente, apoyándose en su amigo.
—Tal vez pida un par de cosas a Majere en tu nombre —contestó Rhys, sonriendo—, Pero me aseguraré de que no me oyes.
Gerard gruñó.
—En cuanto lleguemos a la posada, avisaré de que busquen al kender.
Habían recorrido una corta distancia, pero era evidente que Gerard no podría continuar sin más ayuda que la que Rhys podía ofrecerle. Gerard había perdido mucha sangre y estaba demasiado débil para resistirse, así que Rhys pidió ayuda. Inmediatamente acudieron tres jóvenes robustos. Subieron a Gerard a un carro, lo condujeron hasta la posada y después lo subieron a una habitación. Laura iba de un lado a otro, preocupada por el alguacil y ayudando a Rhys a preparar la cataplasma, a limpiar y vendar la herida.
Laura se quedó consternada al enterarse de que Beleño había desaparecido. Cuando Rhys le preguntó, su respuesta fue que el kender no había vuelto a la posada. No lo había visto en toda la mañana. Se la veía tan preocupada por el kender que Rhys no encontró fuerzas para contarle que también había perdido a Mina. Ante las preguntas angustiadas de Laura, le dijo que Mina estaba con un amigo. No tenía por qué ser mentira. Tenía la esperanza de que la niña estuviese con Beleño.
Gerard se quejó mucho del olor de la cataplasma, que, según él, sería lo que lo mataría si la herida no lo lograba. Rhys se tomó las quejas del alguacil como un síntoma de que ya se sentía mejor.
—Te dejaré descansar —dijo Rhys, preparándose para irse.
—No te vayas, hermano —le pidió Gerard, quejoso—. Entre el olor asqueroso de esa cosa que me habéis puesto y el dolor, no voy a poder dormir. Siéntate y habla conmigo. Hazme compañía. Ayúdame a que se me despeje un poco la cabeza. Y deja de dar vueltas por la habitación. Pronto tendremos noticias del kender. ¿Qué me has puesto en esa porquería, por cierto? —preguntó con recelo.
—Plátano, arrayán, corteza, jengibre, Cayena y clavos —contestó Rhys.
No se había dado cuenta de que se movía de un lado a otro y se obligó a sí mismo a detenerse. Sentía que tenía que estar allí afuera, buscando, aunque era el primero en admitir que no tenía la menor idea de por dónde empezar. Gerard les dijo a sus guardias que estuviesen atentos por si veían a un kender con un perro y que avisasen a la población. En cuanto supiesen algo de los desaparecidos, se lo comunicarían a Gerard.
—Cuando haya encontrado al kender, no quiero tener que ir a buscarte a ti —dijo Gerard a Rhys, quien entendía su razonamiento.
Rhys acercó una silla a la cama de Gerard y se sentó.
—Cuéntame lo que pasó en Ringlera de Dioses —le pidió al alguacil.
—Todo lo empezaron los sacerdotes y los seguidores de Chemosh. Prendieron fuego al Templo de Sargonnas y después intentaron quemar el Templo de Mishakal lanzando ramas ardiendo al interior, mientras otros comenzaban la matanza. Invocaron dos demonios que parecían sacados de la más terrible pesadilla. Llevaban una armadura hecha de huesos y se les salían las entrañas. Mataban todo lo que se movía. Los lideraba una sacerdotisa de Chemosh. A los paladines de Kiri-Jolith les costó mucho destruirlos y únicamente lo lograron cuando esos monstruos del otro mundo se volvieron contra la sacerdotisa y la despedazaron.
Gerard meneó la cabeza.
—Lo que más me sorprende es que los seguidores de Chemosh hayan hecho todo esto a plena luz del día. Esos ladrones de tumbas suelen cometer sus atrocidades protegidos por la oscuridad. Casi parece que fuera una especie de distracción...
Gerard se detuvo y miró a Rhys, con una expresión cargada de intención.
—Era una distracción, ¿verdad? —Gerard dio un golpe con la mano debajo del cobertor—. Estaba seguro de que esto tenía algo que ver contigo. Me debes una explicación, hermano. En nombre del cielo, dime lo que está pasando.
—Es una buena forma de plantearlo. Te lo explicaré. —Rhys suspiró, compungido—. Aunque te va a costar creer mi historia. Mi relato no empieza conmigo, sino con la mujer que conoces como Mina...
Le contó la historia, en la medida que él la conocía. Gerard lo escuchó en un silencio perplejo. No dijo nada hasta que Rhys llegó al final de su relato, cuando contó cómo había matado a Krell. Entonces Gerard meneó la cabeza.
—Tienes razón, hermano. No estoy muy seguro de creerte. No es que dude de tu palabra —añadió rápidamente—. Es sólo que... es tan inverosímil. ¿Un nuevo dios? ¡Eso es lo que nos faltaba! ¡Y un dios que se ha vuelto loco? Pero que...
Alguien llamó a la puerta y los interrumpió.
Rhys abrió y encontró a un guardia de la ciudad junto con una mujer mayor, vestida con ropas de viaje.
El guardia se llevó la mano a la frente, en señal de respeto hacia Rhys, y después se dirigió a Gerard:
—Tengo información sobre ese kender que estabas buscando, alguacil. Esta señora lo ha visto.
—Así es, alguacil —intervino la mujer con evidentes ganas de hablar—. Acabo de quedarme viuda. Mi marido y yo teníamos una granja al norte de la ciudad. La vendí, porque era demasiado trabajo para mí sola, y ahora estoy mudándome a Solace para vivir con mi hija y su marido. Esta mañana íbamos por la calzada cuando vi a un kender como el que decís. Viajaba con un perro negro y blanco y con una niñita.
—¿Estás seguro de que eran ellos, señora? —preguntó Gerard.
—Segurísima, alguacil —repuso la mujer, cruzando los brazos debajo de la capa con expresión satisfecha—. Me acuerdo perfectamente porque pensé que aquél era un trío muy raro y el kender y la niña estaban en medio de la calzada, discutiendo por algo. Iba a pararme para ver si podía ayudarlos, pero Enoch, que es mi yerno, me dijo que no debía hablar con un kender a no ser que quisiera que me lo robara todo. Fuera lo que fuese lo que el kender se traía entre manos, lo más probable era que no fuera nada bueno y además no era asunto nuestro.
»Yo no estaba tan segura. Soy madre y me daba la impresión de que la niñita se había escapado de casa. Mi hija hizo lo mismo cuando tenía esa edad. Metió todas sus cosas en un saco de arpillera y se fue. No llegó muy lejos antes de que le entrara hambre y diera media vuelta, pero casi me muero del disgusto. Me acordé de cómo me había sentido y lo primero que hice en cuanto llegué a Solace fue contarle al guardia lo que había visto. El me dijo que estabais buscando a ese kender, así que pensé que tenía que venir a decir lo que había visto y dónde.
—Gracias, señora —contestó Gerard— ¿Acaso pudiste ver si siguieron hacia el norte por la calzada?
—Cuando volví la vista, la niña seguía el camino hacia el norte. El kender y el perro la seguían con desgana.
—Gracias, señora. Que Majere te acompañe —dijo Rhys, antes de coger su cayado.
—Buena suerte, hermano Rhys —lo despidió Gerard—. No voy a decir que ha sido un placer encontrarte, porque no me has traído más que problemas. Diré que ha sido un honor.
Читать дальше