Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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— No puede haber nada mejor que tener a los buenos espíritus de nuestro lado —sentenció Cara con voz serena, hablando en nombre de todas—. Me alegra saber que Denna está con ellos.
Richard desvió la mirada e hizo un esfuerzo por librarse también de esos angustiosos recuerdos. Se sacudió el polvo de los pantalones y cambió de tema.
— Bueno, como Buscador de la Verdad que soy me disponía a averiguar quién está al mando de los d’haranianos aquí en Aydindril. Debo hacer algo importante y no hay tiempo que perder. No sé nada acerca de ese vínculo, pero sí sé qué significa ser el Buscador. Supongo que no me irá mal un poco de ayuda.
— Menos mal que os hemos encontrado a tiempo —dijo Berdine, mientras sacudía su mata de pelo castaño. Las otras tres murmuraron palabras de aquiescencia.
— ¿Por qué? —inquirió Richard, mirándolas una a una.
— Porque aún no saben que sois el amo Rahl —explicó Cara.
— Ya os lo he dicho: soy el Buscador. Eso es más importante que ser el amo Rahl. No olvidéis que como Buscador maté al último amo Rahl. Pero ahora que sé lo del vínculo pienso decir al comandante en jefe d’haraniano que soy el nuevo lord Rahl y le pediré lealtad. Sin duda eso facilitará mis planes.
Berdine se echó a reír.
— Lo repito: menos mal que os hemos encontrado a tiempo.
— Tiemblo al pensar lo cerca que hemos estado de perderlo —comentó Cara a su hermana de agiel, al tiempo que se apartaba el oscuro flequillo.
— ¿De qué estáis hablando? Son d’haranianos. Creía que se darían cuenta de quién soy, por todo eso del vínculo.
— Ya os lo hemos dicho —repuso Ulic—, primero deben reconocer y aceptar de manera formal la autoridad del amo Rahl. A ellos aún no les habéis convencido. Además, el vínculo no es igual para todos.
Richard alzó los brazos al cielo.
— Primero me decís que me seguirán y ahora me decís que no. ¿En qué quedamos?
— Debéis vincularlos a vos, lord Rahl —le explicó Cara pacientemente—. Si es que podéis, claro. El general Reibisch no es de sangre pura.
— ¿Qué significa eso?
Egan intervino.
— Lord Rahl, en el inicio de los tiempos cuando el primer amo Rahl conjuró el hechizo que nos vinculó a él, D’Hara no era lo que es hoy. Era un país dentro de otro país mucho mayor, más o menos como los diversos países que integran la Tierra Central.
De pronto Richard recordó la historia que Kahlan le contó la noche que se conocieron. Sentados en el interior del tronco hueco de un pino, junto al fuego, temblando todavía por el aterrador encuentro con un gar, le relató parte de la historia del mundo que se extendía más allá de su Tierra Occidental natal.
Con la mirada perdida en un oscuro rincón, recordó la historia:
— El abuelo de Rahl el Oscuro, Panis, Señor de D’Hara, decidió unir todos los países bajo su mandato. Se anexionó todos los países y todos los reinos para formar uno solo: D’Hara.
— Exacto —confirmó Egan—. No todos los que se consideran d’haranianos descienden de los primeros habitantes de D’Hara, de los que se vincularon a Panis. Algunos sólo tienen una pequeña parte de verdadera sangre d’haraniana, mientras que otros, como Ulic y yo, somos de sangre pura. Los que no tienen ni una gota de verdadera sangre d’haraniana no sienten el vínculo.
»Rahl el Oscuro, y su padre antes que él, reunieron a su alrededor a personas que pensaban como ellos, que ansiaban el poder. Por las venas de muchos de ellos no corría verdadera sangre de D’Hara, sino sólo ambición.
— El comandante general Trimack de palacio y los hombres de la Primera Fila —con un gesto Richard señaló a Ulic y Egan— y la guardia personal del amo Rahl, ¿deben ser de sangre pura?
— Así es —respondió Ulic—. Rahl el Oscuro, como su padre, solamente confiaba en los de sangre pura para que lo protegieran, mientras que a los de sangre mezclada o los que no sentían en absoluto el vínculo los enviaba a luchar lejos de D’Hara y a conquistar nuevas tierras.
Richard se acarició pensativo el labio inferior.
— ¿Y qué me decís del hombre que está al mando de las tropas de D’Hara en Aydindril? ¿Cómo habéis dicho que se llama?
— General Reibisch —replicó Berdine—. Es de sangre mezclada, por lo que no será fácil. Pero si conseguís que os reconozca como amo Rahl tiene la suficiente sangre pura para establecer el vínculo. La vinculación de un oficial conlleva la vinculación inmediata de muchos de sus hombres, porque confían en él y creen lo que él cree. Si lográis unir al general Reibisch tendréis el control de las fuerzas en Aydindril, pues aunque algunos de sus hombres no tienen ni una gota de sangre pura son leales a su líder y, en cierto modo, también estarán unidos a vos.
— En ese caso tendré que hacer algo para convencer a ese general Reibisch de que soy el nuevo amo Rahl.
— Para eso nos necesitáis —declaró Cara con una maliciosa sonrisa—. Os hemos traído algo de parte del comandante general Trimack. Enséñaselo Hally.
La aludida se desabrochó la parte superior de su atuendo de cuero y se sacó una bolsa larga que colgaba entre sus senos. Con una orgullosa sonrisa se la tendió a Richard. Éste sacó del interior un rollo y examinó el símbolo de una calavera con dos espadas cruzadas debajo grabado en la cera de color dorado.
— ¿Qué es?
— El comandante general Trimack quería ayudaros —respondió Hally. Con un destello de sonrisa aún en sus ojos señaló el sello de cera—. Éste es el sello personal del comandante general de la Primera Fila. Está escrito de propia mano. Yo misma vi cómo lo escribía. En él declara que vos sois el nuevo amo Rahl y que tanto la Primera Fila como todas las tropas y generales de campo de D’Hara ya os han reconocido, se han vinculado y están dispuestos a defender vuestro ascenso al poder con sus propias vidas. Amenaza con eterna venganza a todos aquellos que se opongan a vos.
Richard alzó la mirada hacia los azules ojos de la mord-sith.
— Te comería a besos, Hally.
La sonrisa de la mujer se esfumó al instante.
— Lord Rahl, nos habéis declarado libres. Ya no tenemos que someternos a… —Hally se interrumpió y se sonrojó, como sus compañeras. Entonces humilló la cabeza y clavó la vista en el suelo. Al hablar su voz fue un dócil susurro—. Perdonadme, lord Rahl. Si es eso lo que deseáis, naturalmente nos ofrecemos voluntariamente.
Richard le levantó el mentón con los dedos.
— Hally, no era más que una forma de hablar. Vosotras mismas me habéis dicho que, pese al vínculo, esta vez no sois esclavas. No soy sólo el amo Rahl sino también el Buscador de la Verdad y espero que llegue el día en que todos vosotros queráis seguirme porque nuestra causa es justa. Vuestro vínculo debe ser con la causa, no conmigo. No temáis nunca que revoque vuestra libertad.
— Gracias, lord Rahl.
— Bueno —prosiguió Richard, agitando el rollo—, ya es hora de que el general Reibisch conozca al nuevo amo Rahl, para así seguir adelante con los planes.
Berdine frenó su entusiasmo.
— Lord Rahl, las palabras del comandante general sólo son una ayuda. Pero ellas mismas no bastan para vincular a vos las tropas.
— Lo de siempre: primero me dais esperanzas y luego las destrozáis de un plumazo. ¿Qué más debo hacer? ¿Algún truco de magia?
Las cuatro asintieron, satisfechas de que al fin Richard hubiera entendido el plan.
— ¡Qué! —exclamó el joven—. ¿Decís en serio que ese general espera que le haga un truco de magia para demostrar quién soy?
Cara se encogió de hombros, incómoda.
— Lord Rahl, lo que tenéis en las manos no son más que palabras. Por mucho que os ayuden no pueden hacer el trabajo por vos. En el palacio de D’Hara la palabra del comandante general es la ley, sólo vos estáis por encima de él, pero aquí no es así. Aquí, el general Reibisch es la ley, y debéis convencerlo de que estáis por encima de él.
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