Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños

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Richard se ajustó el tahalí del que colgaba la espada.

— Es que tenía mucha prisa.

Cara se encogió de hombros.

— Sois el amo Rahl. Nada de lo que hagáis puede sorprendernos.

Richard recordó que se había quedado pasmada al verlo desaparecer pero, decidido a aprender a morderse la lengua, no dijo nada. En vez de eso observó la habitación polvorienta y apenas iluminada.

— ¿Que estáis haciendo aquí?

Cara se quitó los guantes y los arrojó encima de la mesa.

— Tenía que ser la base desde la que buscaros. Hace poco que llegamos. Elegimos este lugar porque está cerca del cuartel general de los d’haranianos.

— Me han dicho que ocupan un gran edificio detrás del mercado.

— Así es —dijo Hally—. Lo hemos comprobado.

Richard buscó sus penetrantes ojos azules.

— Iba hacia allí cuando me encontrasteis. Supongo que no me irá mal que me acompañéis. —El joven se aflojó la capa de mriswith al cuello y se rascó la parte posterior del cuello—. ¿Cómo lograsteis dar conmigo en una ciudad tan grande?

Los dos hombres no revelaron emoción alguna, pero las mujeres enarcaron las cejas.

— Sois el amo Rahl —se limitó a decir Cara, como si fuese suficiente explicación.

Richard puso las manos en las caderas.

— ¿Y…?

— El vínculo —dijo Berdine. Perpleja, contempló la expresión de desconcierto del joven—. El vínculo nos une al amo Rahl.

— No lo entiendo. ¿Qué tiene eso que ver con encontrarme?

Las mujeres intercambiaron miradas. Cara ladeó la cabeza y luego repuso:

— Vos sois el amo Rahl de D’Hara, y nosotros somos d’haranianos. ¿Cómo es posible que no lo entendáis?

Richard se apartó un mechón de pelo de la frente y entonces suspiró exasperado.

— Yo me crié en La Tierra Occidental, muy lejos de D’Hara. No supe nada de la existencia de D’Hara y mucho menos de Rahl el Oscuro hasta que los Límites cayeron. Ni siquiera supe que Rahl el Oscuro era mi padre hasta hace unos meses. Rahl violó a mi madre —contó a las desconcertadas mord-sith, aunque evitando su mirada— y ella huyó a la Tierra Occidental antes de nacer yo, antes de que se alzaran los Límites. Rahl el Oscuro nunca supo de mi existencia ni que yo fuese su hijo hasta que murió. Así pues, no tengo ni idea de qué significa ser el amo Rahl.

Los dos hombres continuaban impasibles. Las cuatro mord-sith lo observaron fijamente unos momentos como si nuevamente exploraran su alma. La luz de las velas añadía un destello a los ángulos de sus ojos. Richard se preguntó si acaso lamentaban haberle jurado fidelidad.

Era muy embarazoso contar a personas a las que realmente no conocía el modo en que fue concebido.

— Aún no me habéis explicado cómo me habéis encontrado.

Mientras Berdine se despojaba de su capa y la arrojaba a la pila de la impedimenta, Cara le instó a que tomara asiento colocándole una mano sobre el hombro. Por el modo en que la silla se balanceó bajo su peso Richard no estaba seguro de que lo aguantara.

— Puesto que vosotros sentís el vínculo con más fuerza —dijo Cara dirigiéndose a los dos soldados—, tal vez sea mejor que se lo expliquéis vosotros. ¿Ulic?

Ulic se removió, inquieto.

— No sé ni por dónde empezar.

Cara iba a decir algo pero Richard la interrumpió.

— Tengo cosas importantes que hacer y no puedo perder mucho tiempo. Tú dime lo más importante. ¿Qué es el vínculo?

— De acuerdo. Os diré lo que nos enseñan a nosotros.

Con un ademán Richard invitó a Ulic a sentarse en un banco. Lo ponía nervioso tenerlo enfrente como una alta montaña provista de brazos. Mirando de reojo comprobó que Gratch se lamía sosegadamente el pelaje, aunque sin apartar sus relucientes ojos de los d’haranianos. El joven sonrió, tranquilo. Gratch nunca había estado rodeado de tanta gente y, en vista de lo que planeaba, quería que se sintiera cómodo. En la arrugada faz del gar se dibujó una sonrisa pero sus orejas seguían levantadas y no se perdía ni media palabra. Richard deseó estar seguro de hasta qué punto entendía Gratch.

Ulic se acercó el banco y se sentó.

— Hace mucho tiempo…

— ¿Cuánto? —lo atajó Richard.

Ulic pensó la respuesta mientras acariciaba con un pulgar el mango de hueso del cuchillo que llevaba al cinto. Tenía una voz tan grave que parecía capaz de apagar la llama de las velas.

— Hace mucho tiempo… en los albores de D’Hara. Creo que de eso hace varios miles de años.

— ¿Sí? ¿Qué ocurrió en tiempos tan remotos?

— Bueno, entonces fue cuando se creó el vínculo. En el principio de los tiempos el primer amo Rahl desplegó su poder, su magia, sobre la gente de D’Hara para protegerla.

Richard enarcó una ceja.

— Querrás decir para dominarla…

— No. —Ulic negó con la cabeza—. Fue un pacto. La Casa de Rahl —explicó, dándose golpecitos sobre la «R» grabada en el pecho— sería la magia y el pueblo de D’Hara sería el acero. Nosotros lo protegemos a él y él, a su vez, nos protege a nosotros. Estamos unidos.

— ¿Para qué necesita un mago la protección del acero? Los magos son poderosos.

El uniforme de cuero de Ulic crujió al apoyar un codo sobre la rodilla e inclinarse hacia adelante con actitud aleccionadora.

— Vos poseéis magia. ¿Acaso siempre os ha protegido? No podéis estar siempre despierto, ni ver quién hay detrás de vos, ni conjurar magia con la suficiente rapidez si el enemigo es muy numeroso. También los magos mueren a punta de espada. Nos necesitáis.

Richard no lo rebatió.

— Bueno, ¿y qué tiene que ver el vínculo conmigo?

— El pacto, la magia, vincula a la gente de D’Hara con el amo Rahl. Cuando el amo Rahl muere, el vínculo pasa a su heredero, si es que tiene el don. —Ulic se encogió de hombros—. El vínculo es la magia que une. Todos los d’haranianos la sienten; aprendemos a hacerlo desde que nacemos. Cuando el amo Rahl está cerca notamos su presencia. Así es como os encontramos; cuando estáis cerca, nosotros lo presentimos.

Richard se agarró a los brazos de la silla al tiempo que se inclinaba hacia adelante.

— ¿Me estás diciendo que todos los d’haranianos sienten mi presencia y saben dónde estoy?

— No. La cosa no es tan simple. —Ulic introdujo un dedo bajo el uniforme de cuero para rascarse el hombro, tratando de hallar el modo de explicarse.

Berdine acudió a su rescate; plantó un pie en el banco, junto a Ulic, y se inclinó sobre un codo. Al hacerlo su pesada trenza castaña le cayó por encima del hombro.

— Veréis, para empezar todos tenemos que reconocer al nuevo amo Rahl. Es decir, tenemos que reconocerlo y aceptar su autoridad formalmente. No se trata de una ceremonia, sino de reconocerlo y aceptarlo en nuestros corazones. Tampoco tiene que ser una aceptación deseada voluntariamente y, en el pasado, al menos para nosotras, no lo era, pero de todos modos, esa aceptación debe existir.

— Quieres decir que tenéis que creer.

Todas las caras, vueltas hacia él, se iluminaron.

— Sí. Es un buen modo de expresarlo —intervino Egan—. Una vez que consentimos someternos a la autoridad del amo Rahl, mientras viva estamos unidos a él. Cuando muere, el nuevo amo Rahl ocupa su lugar y el vínculo pasa a él. Al menos así debería ser. Pero esta vez algo salió mal y Rahl el Oscuro, o su espíritu, de algún modo logró mantener una parte de sí en este mundo.

Richard se enderezó en la silla.

— La puerta. Las cajas en el Jardín de la Vida son una puerta hacia el inframundo y una de ellas permaneció abierta. Cuando regresé, hace dos semanas, la cerré y envié a Rahl el Oscuro al inframundo, y esta vez para siempre.

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