Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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— ¿Qué? ¿Qué pasa?
— Fíjate en la niebla. Cuando entramos nos llegaba al pecho. Seguramente fue eso lo que partió a los soldados en dos. Mírala ahora.
La niebla había descendido justo a la altura de la mesa. Richard se metió el libro en el cinto.
— Sígueme. Deprisa —dijo.
Ambos salieron a toda prisa de la cámara. Richard no sabía qué sucedería si la mágica neblina los tocaba, pero podía imaginárselo.
Kahlan lanzó un grito. Richard se dio media vuelta y la vio despatarrada en el suelo.
— ¿Qué te pasa?
Kahlan trató de arrastrarse impulsándose con los codos, pero no logró moverse.
— Algo me tiene cogida por el tobillo.
Richard regresó junto a ella y la cogió por la muñeca.
— Se ha ido. Tan pronto como me has tocado, me ha soltado.
— Cógete de mi tobillo y salgamos de aquí.
— ¡Richard! Mira.
Cuando Richard la tocó, el fulgor que brillaba sobre sus cabezas descendió, como si la magia hubiera notado el contacto, oliera a su presa y descendiera para cazarla. Apenas podían gatear. Richard, con Kahlan cogida de su tobillo, corrió hacia la puerta.
El nivel de la neblina fue descendiendo más y más, hasta el punto que Richard notaba su calor en la espalda.
— ¡Al suelo!
Kahlan se tumbó boca abajo y así, arrastrándose sobre el vientre, avanzaron hasta la puerta. Cuando al fin llegaron, Richard se dejó caer sobre la espalda. La neblina flotaba a escasos centímetros sobre ellos.
Kahlan lo agarró por la camisa y lo acercó a ella.
— Richard, ¿qué vamos a hacer?
El joven alzó la vista hacia la placa metálica que quedaba por encima de la refulgente capa que se extendía de pared a pared. Era imposible tocar la placa sin atravesar la inquietante luz.
— Tenemos que salir de aquí, o nos matará como mató a los soldados. Me pondré de pie.
— ¿Te has vuelto loco? ¡No puedes hacer eso!
— Llevo la capa de mriswith. Tal vez con ella, la luz no me encontrará.
Kahlan lo detuvo con un brazo contra el pecho.
— ¡No!
— Si no lo intento, moriremos.
— ¡Richard, no!
— ¿Se te ocurre algo mejor? Se nos acaba el tiempo.
La mujer lanzó un gruñido de rabia y extendió una mano hacia la puerta. De su puño estalló un rayo azul. La puerta crepitó con haces de luz azul que recorrían su perímetro.
La delgada neblina luminosa retrocedió, como si estuviera viva y el contacto con la magia de Kahlan le resultara doloroso. Pero la puerta no cedió.
Aprovechando que la luz se retiraba y se replegaba en el centro de la sala, Richard se puso de pie de un salto y colocó la palma de la mano encima de la placa metálica. La puerta gruñó y empezó a abrirse. Los chisporroteantes destellos azules de Kahlan se extinguieron cuando la puerta se abrió un poco. Nuevamente la neblina se dispuso a extenderse.
Richard agarró a Kahlan de la mano. Se escurrió por la exigua abertura, tirando de la mujer. Ambos cayeron al suelo al otro lado, jadeando y cogidos de la mano.
— Ha funcionado —dijo Kahlan, pugnando por recuperar la respiración después del mal rato—. Mi magia ha funcionado porque sabía que estabas en peligro.
Cuando la puerta acabó de abrirse, la neblina luminosa se filtró afuera, hacia ellos.
— Tenemos que alejarnos —dijo Richard.
Ambos se levantaron y fueron avanzando de espaldas, sin perder de vista la niebla que se arrastraba hacia ellos. Ambos lanzaron un gruñido al unísono cuando se estrellaron contra una barrera invisible. Richard la palpó y no halló ninguna abertura. La neblina estaba a punto de alcanzarlos.
Con una furia nacida de la necesidad, Richard extendió los brazos hacia adelante.
De sus dedos brotaron negras ráfagas luminosas, ondulantes espacios vacíos en la existencia de la luz y la vida, como la misma muerte eterna, que avanzaban retorciéndose y serpenteando. El estallido de esos rayos formados por Magia de Resta fue atronador. Kahlan se estremeció, se cubrió los oídos y apartó la vista.
En el centro de la cripta, la refulgente neblina empezó a arder. Richard sintió un intenso golpe grave en el pecho y el temblor de la piedra bajo sus pies.
Una explosión arrojó las librerías hacia atrás, lanzando al aire un vendaval de papeles que ardían y se consumían al instante, como las miles de chispas de una hoguera. La luz aullaba como si tuviera vida propia. Richard sintió cómo el negro rayo estallaba desde su interior con un poder y una furia que escapaban de su comprensión, atravesaba ardiendo su cuerpo y volaba sinuoso hacia la cripta.
Kahlan tuvo que tirar de él para alejarlo de allí.
— ¡Richard! ¡Richard! ¡Corre, Richard! ¡Richard, escúchame! ¡Corre!
La voz de Kahlan parecía llegarle de muy lejos. Las negras ráfagas de Magia de Resta cesaron de repente. El mundo inundó de nuevo el vacío de su conciencia, y Richard se sintió nuevamente vivo. Vivo y muy asustado.
La barrera invisible que les cortaba el paso había desaparecido. Richard cogió a Kahlan de la mano y echó a correr. Detrás de ellos el núcleo de luz temblaba y ululaba, haciéndose cada vez más brillante a medida que el aullido se hacía más agudo.
«Queridos espíritus, ¿qué he hecho?», se preguntó.
Corrieron por pasadizos, subieron escaleras y recorrieron corredores que, a medida que ascendían de nivel, eran más lujosos, recubiertos con paneles de madera, el suelo alfombrado e iluminados por lámparas en vez de antorchas. Delante de ellos se extendían sus sombras alargadas, pero no era por la luz de las lámparas sino por la luz viva que los perseguía.
Salieron precipitadamente al exterior, donde se libraba una encarnizada batalla. Hombres ataviados con capas de color carmesí luchaban contra hombres a brazo descubierto que Richard no había visto en la vida. Algunos eran barbudos, y la mayoría llevaban la cabeza rapada, aunque lo que todos compartían era un anillo que les atravesaba la aleta izquierda de la nariz. Con sus extraños cintos y correas de cuero, algunas equipadas con pinchos, y cubiertos con pellejos y pieles parecían salvajes. Y como salvajes luchaban: esbozaban crueles sonrisas y apretaban los dientes mientras blandían espadas, hachas y mayales, golpeando a sus oponentes, parando golpes y abriéndose paso con rodelas provistas de largas púas en el centro.
Aunque era la primera vez que los veía, Richard supo que eran de la Orden Imperial.
Sin detenerse, fue abriéndose paso a través de los huecos que se formaban en la batalla, tirando de Kahlan. Corrían buscando un puente. Uno de los soldados de la Orden Imperial lo atacó, tratando de detenerlo con un tremendo puntapié. Pero Richard lo esquivó, pasó un brazo bajo la pierna del hombre y lo arrojó hacia un lado; todo ello sin apenas detenerse en su precipitada huida. Otro lo atacó, pero Richard lo apartó dándole un codazo en el rostro.
En el centro del puente oriental, que conducía a los campos y también al bosque Hagen, medía docena de hombres de la Sangre forcejeaban contra un número igual de la Orden. Cuando uno de ellos le lanzó una estocada, Richard se agachó y lo lanzó por el borde del puente al río, tras lo cual corrió para aprovechar el hueco que había dejado.
A su espalda, por encima de los ruidos de la lucha, del entrechocar de las armas y de los gritos de los combatientes, percibía el aullido de la luz. Corría tan velozmente como si sus piernas tuvieran vida propia y desearan huir de algo mucho peor que espadas o cuchillos. Kahlan no necesitaba ayuda para mantener el ritmo; corría junto a él.
Habían cruzado el río y apenas se habían internado en la ciudad, cuando la noche se esfumó en una deslumbradora luz que arrojaba de pronto sombras de una insondable negrura que se alejaban del palacio. Ambos se refugiaron tras el muro enlucido de una tienda cerrada, agachados, tratando de recuperar el aliento. Richard se asomó por la esquina del edificio y vio un cegador resplandor que emanaba de todas las ventanas del palacio, incluso de las situadas en las altas torres. Era como si la luz se escapara entre las junturas de la piedra.
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