Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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- Название:La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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Al llegar cerca de la puerta de piedra de casi dos metros de grosor Richard supo que algo iba mal. No era solamente por la fantasmagórica luz, sino porque los pelillos de la nuca se le habían erizado y sentía en los brazos el roce de la magia como telas de araña.
— ¿No notas nada raro? —preguntó a Kahlan mientras se rascaba los brazos.
— Nada especial. Pero esa luz es un poco extraña.
Kahlan titubeó. Richard vio el cuerpo al mismo tiempo que ella. Una mujer yacía en el suelo hecha un ovillo, como si durmiera, pero Richard sabía que no dormía. Estaba inmóvil como la piedra.
Al acercarse más a la puerta abierta vieron más allá del muro, a su derecha, los cuerpos de casi una docena de soldados de la Sangre de la Virtud esparcidos por el suelo. Richard se estremeció y notó el estómago revuelto. Todos estaban partidos limpiamente por la mitad a través de armadura, capa y uniforme. El suelo era un inmenso charco de sangre.
A cada paso que daba hacia la abertura excavada en la roca su sensación de aprensión aumentaba.
— Espera, primero tengo que ir a buscar algo. Tú quédate aquí. Sólo tardaré unos minutos.
Pero Kahlan lo detuvo tirándole de la manga.
— Ya conoces las normas.
— ¿Qué normas?
— Durante el resto de tu vida no se te permite alejarte más de tres metros de mí o me enfadaré.
— Prefiero verte enfadada que muerta —declaró Richard, mirándola a los ojos.
— Dices eso porque no me has visto enfadada —replicó ella, ceñuda—. ¿Crees que después de esperar tanto tiempo para verte voy a permitir que entres ahí solo? ¿Qué hay ahí dentro tan importante? Podemos intentar destruir el palacio desde donde estamos. Yo qué sé, arrojar antorchas encendidas para incendiarlo o algo así. Todo ese papel arderá como la yesca. No es preciso que entremos.
— ¿Te he dicho alguna vez cuánto te quiero? —repuso Richard, risueño.
Kahlan le propinó un golpe en el brazo.
— Habla. ¿Para qué vamos a arriesgar nuestras vidas?
Por fin Richard se dio por vencido.
— En el fondo de las criptas se guarda un libro de profecías escrito hace más de tres mil años. Contiene profecías que se refieren a mí. En el pasado me fue de utilidad. Aunque quememos todos los demás libros, me gustaría llevarme ése. Puede ayudarme de nuevo.
— ¿Qué dice sobre ti?
— Me llama «fuer grissa ost drauka».
— ¿Qué significa eso?
— El portador de la muerte —contestó Richard, dándole la espalda.
Kahlan se quedó un momento silenciosa.
— ¿Cómo entraremos?
— Bueno —repuso Richard, echando un vistazo a los soldados muertos—, andando no. Algo los partió por la mitad a esa altura —añadió, alzando una mano a la altura del pecho—. No podemos entrar de pie.
En las criptas, a la altura que había señalado Richard flotaba una neblina muy fina, como una capa de humo estratificada, que brillaba, como si algo la iluminara, aunque Richard no pudo distinguir el qué.
Entraron arrastrándose sobre pies y manos, pasando por debajo de la extraña luz. Para evitar los charcos de sangre fueron avanzando junto a la pared hasta llegar a las librerías. Bajo la reluciente neblina, la sensación aún era más peculiar. No se parecía a ninguna niebla ni humo que Richard hubiera visto anteriormente, sino que parecía compuesta por luz.
Un chirriante sonido los impulsó a detenerse y quedarse inmóviles. Richard miró a sus espaldas y vio cómo la puerta de piedra de casi dos metros de grosor empezaba a cerrarse. Aunque corrieran no llegarían a tiempo para salir.
— Nos hemos quedado encerrados —dijo Kahlan—. ¿Cómo vamos a salir? ¿Hay otra puerta?
— No, es la única. Pero sé cómo abrirla. La puerta funciona en conjunción con un escudo. Tengo que apoyar la palma de la mano en la placa metálica de la pared y la puerta se abrirá.
— ¿Estás seguro, Richard? —inquirió Kahlan, clavando en él su verde mirada.
— Bastante seguro. Por lo menos, las otras veces siempre ha funcionado.
— Richard, después de todo lo que hemos pasado, ahora que estamos juntos no quiero que muramos aquí.
— Tranquila, saldremos de ésta. Debemos hacerlo; mucha gente depende de nosotros.
— ¿En Aydindril?
Richard asintió mientras buscaba el mejor modo de decirle lo que debía comunicarle, las palabras que salvaran el abismo que seguramente se había abierto entre ellos por su culpa.
— Kahlan, te prometo que no abolí la alianza de la Tierra Central por razones egoístas. Sé que te he hecho mucho daño, pero no se me ocurrió nada más antes de que fuera demasiado tarde. Creía sinceramente que era nuestra única oportunidad para impedir que la Tierra Central cayera en las garras de la Orden Imperial.
»Sé perfectamente que el propósito de las Confesoras no es ejercer la autoridad sino proteger al pueblo. Actué confiando en que te darías cuenta de que yo también deseaba proteger a la gente, no dominarla. No obstante, me rompe el corazón haberte causado tanto daño.
Sobrevino un largo silencio en la sala de piedra.
— Richard, cuando recibí tu carta admito que me quedé destrozada. Soy la depositaria de un deber sagrado y no deseaba pasar a la historia como la Madre Confesora que perdió la Tierra Central. Pero de camino hacia aquí, con el rada’han al cuello, tuve mucho tiempo para pensar.
»Esta noche las Hermanas han hecho algo muy noble. Han sacrificado un legado de tres mil años por una razón más elevada: ayudar a sus semejantes. No me alegra lo que hiciste, y aún tienes que explicarme muchas cosas, pero puedes estar seguro de que te escucharé con todo mi amor, no sólo hacia ti sino hacia todas las personas de la Tierra Central que nos necesitan.
»Durante las semanas que duró el viaje me di cuenta de que debemos vivir mirando al futuro, no al pasado. Yo deseo que el futuro sea un lugar en el que todos podamos vivir en paz y seguridad. Eso es lo realmente importante. Te conozco y sé que no hubieras actuado como lo hiciste por razones egoístas.
Richard le acarició suavemente las mejillas.
— Estoy orgulloso de ti, Madre Confesora.
Kahlan le besó los dedos.
— Más adelante, cuando no haya nadie que trate de matarnos y tengamos tiempo, me cruzaré de brazos, pondré mala cara y daré golpecitos con el pie contra el suelo, como se supone que debe hacer la Madre Confesora, y te escucharé mientras tú te explicas balbuceando. Pero de momento me conformo con salir de aquí.
Ya más tranquilo, Richard sonrió y siguió gateando hacia el fondo de la cripta. La delgada capa de reluciente neblina que flotaba por encima de ellos cubría la cripta por entero. Richard ignoraba si esa sensación de peligro que lo embargaba era una percepción real o no. Pero estaba aprendiendo a confiar en sus instintos sin necesidad de pruebas.
Al entrar en la pequeña cámara del fondo, Richard examinó con la mirada los libros colocados en las estanterías y dio con el que buscaba. Por desgracia, estaba situado por encima de la neblina. Aunque no sabía qué era exactamente, no se le ocurría ni por asomo tratar de alcanzarlo a través de ella. Era algún tipo de magia, y ya había visto sus efectos en los soldados.
Con ayuda de Kahlan balancearon la librería hasta tumbarla. El mueble se estrelló contra la mesa y los libros salieron despedidos en todas direcciones, pero el que le interesaba quedó sobre la mesa a apenas unos centímetros por debajo de la reluciente neblina. Muy cuidadosamente Richard pasó la mano por el tablero, percibiendo el cosquilleo de la magia que flotaba justo por encima del brazo. Por fin alcanzó el libro con los dedos y lo tiró al suelo.
— Richard, algo va mal.
Richard recogió el libro y lo hojeó rápidamente para asegurarse de que era el que buscaba. Aunque ya era capaz de leer d’haraniano culto y reconocía algunas palabras, no tenía tiempo de ponerse a pensar en lo que decía.
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