Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños

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Verna le secó una lágrima con el pulgar.

— Todo debe morir, Phoebe, incluso el palacio. No puede existir eternamente. Ya ha servido a su propósito y ahora, si no hacemos algo, ese propósito hará mucho daño.

— ¡Verna, no! ¡Yo no quiero hacerme vieja!

Verna abrazó a la joven.

— Phoebe, somos Hermanas de la Luz. Nuestra misión es servir al Creador en este mundo para hacer mejores las vidas de nuestros semejantes. Ahora, solamente podremos seguir cumpliendo esa misión si nos equiparamos con el resto de los hijos del Creador y vivimos entre ellos.

»Comprendo tu miedo, Phoebe, pero confía en mí cuando te digo que no es tan malo como crees. Bajo el encantamiento de palacio el tiempo se percibe de otra forma. No sentimos el lento paso de los siglos, como se imaginan quienes viven fuera, sino el rápido ritmo de la vida. De hecho, la sensación no cambia tanto si vives fuera o dentro.

»Nuestro juramento implica servir, no simplemente vivir muchos años. Si deseas vivir una vida larga pero vacía, quédate con las Hermanas de las Tinieblas. Si deseas vivir una vida con sentido, plena y dedicada a los demás, ven con nosotras, con las Hermanas de la Luz e inicia una nueva vida con nosotras.

Phoebe se quedó en silencio. Lloraba. En la distancia se oía el fragor del fuego y la noche se veía rota por esporádicas explosiones. Los gritos de la batalla sonaban cada vez más cerca.

— Soy una Hermana de la Luz —dijo al fin Phoebe— e iré con mis Hermanas… a donde sea que me lleven. El Creador velará por nosotras.

Verna sonrió y le acarició cariñosamente una mejilla.

— ¿Alguien más? —preguntó a las demás Hermanas—. ¿Alguien más tiene alguna objeción? Si la tenéis, hablad ahora. Después no os quejéis de que no os di la oportunidad. Ahora la tenéis.

Todas las Hermanas negaron con la cabeza y expresaron su conformidad. Verna alzó la mirada hacia Richard, haciendo girar el anillo de Prelada en su dedo.

— ¿Crees que podrás destruir el palacio y el hechizo?

— No lo sé. ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos y cómo Kahlan lanzó aquel rayo azul? La magia de las Confesoras contiene un elemento de Magia de Resta. Si yo no puedo, tal vez ella sí pueda.

— Richard —le susurró Kahlan—, no creo que sea capaz de hacerlo. Invoqué el rayo azul para salvarte, para defenderte. No creo que pueda invocarlo por otra razón.

— Tenemos que intentarlo. Y, si no lo logramos, al menos quemaremos los libros de profecías. De ese modo Jagang no podrá usarlos contra nosotros.

Un grupito de mujeres y media docena de muchachos llegaron hasta la verja a todo correr. Tras susurrar la contraseña, «amigos de Richard», Kevin los dejó pasar. Todos estaban sin aliento.

— ¿Philippa, ya están todos? —preguntó Verna.

— Sí. —La espigada mujer hizo una pausa para recuperar la respiración—. Tenemos que irnos. La guardia del emperador ya ha llegado a la ciudad, y algunos han empezado a cruzar los puentes meridionales. Están librando una encarnizada batalla con la Sangre de la Virtud.

— ¿Habéis visto qué está pasando en los muelles?

— Ulicia y algunas de las Hermanas de las Tinieblas están asolando el puerto. Han desatado un verdadero infierno. —Philippa cerró los ojos un momento y se tapó los labios con temblorosos dedos—. Tienen a la tripulación del Lady Sefa . —La voz le falló—. No os podéis imaginar lo que están haciendo con esos pobres hombres.

La Hermana se dio media vuelta, cayó de hinojos y vomitó. Dos de las Hermanas que habían regresado con ella la imitaron.

— Querido Creador —logró musitar Philippa entre los accesos de náuseas—, es inconcebible. Tendré pesadillas el resto de mi vida.

— Verna —dijo Richard al oír cada vez más cerca los gritos y el fragor de la batalla—, tenéis que iros de aquí enseguida. No hay tiempo que perder.

Verna asintió.

— ¿Tú y Kahlan os reuniréis con nosotros más tarde?

— No. Kahlan y yo tenemos que ir a Aydindril enseguida. Ahora no hay tiempo para explicaciones, pero tanto ella como yo poseemos la magia necesaria para hacerlo. Me encantaría llevaros con nosotros, pero es imposible. Dirigíos al norte sin dilación. Un ejército de cien mil soldados d’haranianos se dirige al sur en busca de Kahlan. Ellos os protegerán y vosotras a ellos. Decid al general Reibisch que Kahlan está conmigo.

Adie se adelantó y cogió a Richard por una mano.

— ¿Cómo está Zedd?

Richard se quedó sin palabras y tuvo que cerrar los ojos por el dolor que sentía.

— Lo siento mucho, Adie, pero no he visto a mi abuelo. Temo que murió en el Alcázar.

Adie se secó una mejilla y carraspeó antes de replicar:

— Yo también lo siento, Richard —susurró con su voz rasposa—. Tu abuelo era un buen hombre, pero corría demasiados riesgos. Ya le avisé.

Richard estrechó contra su pecho a la anciana hechicera, que lloraba silenciosamente.

— Tenemos que irnos ahora mismo o luchar —anunció Kevin.

— Idos —dijo Richard—. No podremos ganar la guerra si perecemos en esta batalla. Debemos luchar según nuestras propias normas y no las de Jagang. El emperador no sólo cuenta con soldados, sino con personas dotadas del don.

Verna se volvió hacia las Hermanas, novicias y jóvenes magos reunidos allí. Dos de las más jóvenes parecían necesitar que las tranquilizara, por lo que les cogió de la mano.

— Escuchadme todos: Jagang es un Caminante de los Sueños. Lo único que puede protegernos de él es el vínculo con Richard. Richard nació con el don y con un tipo de magia heredada de sus antepasados que protege contra los Caminantes de los Sueños. Leoma trató de quebrar ese vínculo para que Jagang pudiera penetrar en mi mente y adueñarse de ella. Antes de irnos, todos debéis inclinaros y jurar fidelidad a Richard. Eso os protegerá de nuestro enemigo.

— Si deseáis hacerlo libremente —dijo Richard—, seguid las instrucciones de Alric Rahl, quien creó el vínculo y la protección. Si de veras lo deseáis, deberéis pronunciar las palabras de la oración creada para ello.

Richard les dijo las palabras, las mismas que él había recitado tantas veces, tras lo cual guardó silencio, sintiendo el peso de la responsabilidad no sólo hacia quienes tenía delante sino hacia las miles de personas en Aydindril que dependían de él. Las Hermanas de la Luz y sus estudiantes se pusieron de rodillas y, todos a una, proclamaron el vínculo. Sus voces acallaron por unos momentos los ruidos de la batalla.

— Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.

51

Richard aplastó a Kahlan contra la pared del oscuro, frío y húmedo corredor de piedra mientras esperaba que el grupo de soldados ataviados con capas de color carmesí pasaran la intersección. Cuando el eco de sus pasos se desvaneció en la distancia, Kahlan se puso de puntillas y susurró:

— Esto no me gusta nada. ¿Crees que saldremos con vida de aquí?

— Pues claro que sí. —Richard estampó un fugaz beso en las arrugas de preocupación que surcaban la frente de su amada—. Te lo prometo—. Dicho esto, la cogió por la mano y se agachó por debajo de una viga baja—. Vamos, las criptas están ahí delante.

La piedra del lúgubre pasadizo presentaba unas pálidas manchas amarillas allí donde el agua se filtraba entre las junturas y sobre los bloques. En algunos puntos del techo colgaban carámbanos de hielo de color de yema de huevo, que en ocasiones goteaban sobre ondulantes montones de escombros en el suelo. Tras dejar atrás dos antorchas, el pasadizo se ensanchaba y el techo ascendía para acomodar la enorme puerta redonda que permitía el acceso a las criptas.

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