Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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- Название:La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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Verna se agachó detrás de un banco de piedra al percibir el resplandor del acero a la luz de la luna. Los ruidos de la batalla que se libraba en palacio ascendían por los jardines hasta donde ella se encontraba. Sabía por otros que recientemente habían llegado a palacio unos soldados de capas de color carmesí para unirse a la Orden Imperial, pero de repente habían empezado a matar a todos los que encontraban.
Dos hombres con capas de color carmesí surgieron de la oscuridad y echaron a correr hacia arriba. Desde la dirección contraria a la que había visto el destello, alguien saltó y los abatió al instante.
— Son dos de la Sangre —susurró una voz femenina. Era una voz que le sonaba familiar—. Vamos, Adie.
Otra figura, más delgada, emergió de las sombras. La mujer había usado la espada, y Verna tenía su han para defenderse. Decidió correr el riesgo y se plantó ante ellas.
— ¿Quién anda ahí? Mostraos.
La espada centelleó al alzarse.
— ¿Quién quiere saberlo?
Ojalá no estuviera arriesgándose tontamente, pero aún tenía amigas entre las Hermanas.
— Soy Verna —declaró, presto el dacra.
La figura en las sombras se detuvo.
— ¿Verna? ¿La hermana Verna?
— Sí. ¿Quién eres tú? —inquirió en susurros.
— Kahlan Amnell.
— ¡Kahlan! No es posible. —Verna corrió hacia la zona iluminada por la luna y se detuvo ante la mujer—. Querido Creador, es cierto. —Verna la abrazó—. Oh, Kahlan, creía que te habían matado.
— Verna, no puedes ni imaginarte cómo me alegro de ver una cara amiga.
— ¿Quién te acompaña?
— Ha pasado mucho tiempo —dijo la anciana— pero aún te recuerdo muy bien, hermana Verna.
Verna se la quedó mirando, tratando de situarla.
— Lo siento, pero no te reconozco.
— Soy Adie. Pasé un tiempo en palacio en mi juventud. De eso hace ya cincuenta años.
— ¡Adie! Sí, recuerdo a Adie.
Lo que no dijo Verna fue que la Adie que ella recordaba era una mujer joven. Hacía mucho tiempo que había aprendido a guardarse para sí ese tipo de comentarios; el tiempo pasaba mucho más deprisa para quienes vivían en el mundo exterior.
— Seguramente recuerdas mi nombre, pero no mi rostro. Hace mucho tiempo. Pero tú sigues igual. —Adie abrazó a Verna cariñosamente—. Fuiste muy amable conmigo cuando estuve aquí.
Kahlan interrumpió las evocaciones de ambas.
— ¿Verna, qué está pasando aquí? La Sangre de la Virtud nos trajo, y hemos conseguido escapar. Tenemos que huir pero parece que se ha declarado una batalla.
— Es una historia muy larga y ahora no hay tiempo. Ni siquiera estoy segura de conocerla toda. Pero tienes razón: debemos huir enseguida. Las Hermanas de las Tinieblas han tomado el palacio, y el emperador Jagang de la Orden Imperial llegará en cualquier momento. Tengo que llevarme de aquí a las Hermanas de la Luz. ¿Queréis acompañarnos?
Kahlan escudriñó los alrededores en busca de posibles atacantes.
— Sí, pero antes debo ir a buscar a Ahern. No puedo dejarlo atrás; se ha portado muy bien con nosotras. Apuesto a que estará tratando de recuperar su coche y el tiro de caballos.
— Yo aún no he acabado de reunir a todas las Hermanas leales —repuso Verna—. Hemos convenido reunirnos allí, al otro lado de ese muro. El soldado que se oculta al otro lado, junto a la verja, es leal a Richard, al igual que todos los demás que vigilan las puertas del muro. Se llama Kevin. Es de fiar. Cuando regreses, dile que eres amiga de Richard. Es la contraseña y te dejará entrar en el complejo.
— ¿Es leal a Richard?
— Sí. Date prisa. Yo tengo que entrar para rescatar a un amigo. No puedes permitir que ese cochero trate de atravesar con su coche por aquí. Los jardines se han convertido en un campo de batalla. Nunca lo conseguiría.
»Las cuadras están en el extremo norte. Es por donde pensamos huir. Algunas de mis Hermanas guardan el pequeño puente de piedra que hay ahí. Condúcelo hacia el norte, hacia la primera granja situada a la derecha, rodeada por un muro de piedra. Ése es el segundo punto de reunión y es seguro. Al menos de momento.
— Me daré prisa —prometió Kahlan.
Verna la cogió por el brazo.
— Si no has vuelto a tiempo, no te podremos esperar. Yo tengo que rescatar a un amigo y después huiremos.
— No quiero que me esperéis. No te preocupes, yo también debo huir. Creo que soy el anzuelo para atraer a Richard.
— ¡Richard!
— Es otra larga historia. Tengo que alejarme de aquí si quiero impedir que me usen como cebo para atrapar a Richard.
La noche se iluminó de repente, como si cayeran silenciosos relámpagos, pero no se extinguieron como si lo fueran. Todas se volvieron hacia el sudeste y vieron enormes bolas de fuego que se elevaban hacia el cielo nocturno. En el aire se formaron densas nubes de humo negro. Era como si todo el puerto estuviera en llamas. Los navíos se alzaban en el aire impulsados por colosales columnas de agua.
De pronto el suelo tembló y al mismo tiempo se oyeron atronadoras explosiones en la distancia.
— Queridos espíritus, ¿qué sucede? —murmuró Kahlan. Tras echar un nuevo vistazo alrededor, añadió—: Se nos acaba el tiempo. Adie, tú quédate con las Hermanas. Espero volver pronto.
— Puedo quitarte el rada’han —le gritó Verna, pero Kahlan ya no podía oírla. Había desaparecido tragada por la oscuridad.
»Ven conmigo —dijo a Adie—. Te llevaré con otras Hermanas, al otro lado del muro. Una de ellas te quitará esa maldita cosa mientras yo entro dentro.
El corazón de Verna latía desaforadamente mientras avanzaba por los corredores, en el interior del complejo del Profeta. A medida que se internaba más y más en los mortecinos pasillos, se preparaba ante la posibilidad de que Warren estuviera muerto. Ignoraba qué habían podido hacerle o si habían decidido eliminarlo. Si encontraba su cadáver, dudaba que pudiera soportarlo.
Pero no. Jagang necesitaba un profeta que lo ayudara a interpretar los libros. La misma Ann la había avisado que debía alejarlo de palacio. Pero eso parecía haber sucedido mucho tiempo atrás.
Aunque tal vez Ann quería alejar a Warren de palacio para evitar que las Hermanas de las Tinieblas lo asesinaran por saber demasiado. No obstante, apartó esos perturbadores pensamientos de su mente y escrutó los pasillos en busca de alguna Hermana de las Tinieblas que se hubiera refugiado allí para escapar de la batalla.
Al llegar a la puerta de los aposentos del Profeta, Verna inspiró profundamente, tras lo cual penetró en el pasillo interior a través de las varias capas de escudos que habían mantenido a Nathan prisionero en ese lugar durante casi mil años y ahora encarcelaban a Warren.
Traspasó la puerta y entró en una estancia en penumbra. En el extremo más alejado de la amplia sala la puerta doble que comunicaba con un pequeño jardín estaba abierta. Por ella entraba el cálido aire nocturno y un rayo de luna. En una mesa ardía una vela que apenas alumbraba.
El corazón amenazaba con salírsele por la boca cuando alguien se levantó de una silla.
— ¿Warren?
— ¡Verna! —El joven corrió hacia ella—. ¡Gracias al Creador que has escapado!
La consternación la atenazó cuando sus esperanzas y anhelos suscitaron sus viejos temores. Pero en el último momento se sobrepuso.
— Pero ¿cómo se te ocurre enviarme tu dacra? —lo amonestó acaloradamente—. ¿Por qué no lo usaste para salvarte tú y escapar? Fue una impudencia enviármelo. ¿Y si alguien lo hubiera interceptado? ¿Cómo pudiste correr ese riesgo? ¿En qué estabas pensando, por el amor del Creador?
Warren sonrió.
— Yo también me alegro mucho de verte, Verna.
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