Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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— Tenemos que encontrarlo —se limitó a decirle Ann. Enseguida se volvió hacia la niña—. Holly, debemos apresurarnos. No tengo tiempo de ponerme en contacto con las Hermanas de la Luz que van por esa colina de ahí. Quiero que te reúnas con ellas y le cuentes a la hermana Verna todo lo que ha ocurrido.
— Pero ¿qué le digo?
— Todo lo que has visto y oído mientras estabas con nosotros. Dile la verdad, sin inventarte nada. Es importante que Verna sepa qué está pasando. Dile que Zedd y yo vamos en pos de Nathan y que cuando podamos nos reuniremos con ellas. Pero nuestra prioridad es encontrar al Profeta. Dile que se dirijan al norte, como están haciendo, para huir de la Orden Imperial.
— Podré hacerlo.
— No están lejos. Sigue este camino, que te llevará hasta el sendero por el que ascienden. Así darás con ellas. La yegua te conoce y le gustas; te cuidará bien. Alcanzarás a las Hermanas en una o dos horas. Ellas te protegerán y te querrán mucho. La hermana Verna sabrá qué hacer.
— Te echaré mucho de menos —dijo la niña, muy emocionada.
Ann la abrazó.
— Oh, pequeña, yo también te echaré mucho de menos. Ojalá pudieras ir con nosotros, porque nos has ayudado mucho. Pero debemos partir enseguida si queremos encontrar a Nathan. Las Hermanas, sobre todo la prelada Verna, deben saber qué ha ocurrido. Es importante. Por eso debo enviarte con ellas.
Holly se secó las lágrimas.
— Lo entiendo —dijo con valentía—. No te fallaré, Prelada.
Ann la ayudó a montar, le besó la mano y le tendió las riendas. Luego se quedó mirándola y diciéndole adiós con la mano, mientras Holly se alejaba al trote.
— Será mejor que nos pongamos en marcha si queremos atraparlo —dijo al rabioso mago, y le dio palmaditas en un huesudo hombro—. No tardaremos mucho. Tan pronto como lo encontremos, te quitaré el collar, lo prometo.
52
El bosque Hagen seguía tan lúgubre e inhóspito como siempre, aunque Richard estaba seguro de que los mriswith ya no lo habitaban. Mientras se adentraban en la sombría floresta Richard no había sentido la presencia de ninguno. Pese a su siniestra atmósfera, el bosque estaba desierto; todos los mriswith habían partido a Aydindril. El joven se estremeció al pensar qué significaba eso.
Kahlan suspiró, nerviosa, y retorció los dedos mientras contemplaba fijamente la amable y sonriente faz plateada de la sliph.
— Richard, antes de hacer esto, por si algo sale mal, quiero que sepas que estoy al corriente de lo que ocurrió cuando estabas cautivo en el palacio y que no te lo reprocho. Creías que no te amaba y estabas solo. Lo entiendo.
— Pero ¿de qué estás hablando? ¿De qué estás al corriente?
Kahlan carraspeó antes de contestar:
— Merissa me lo contó todo.
— ¡Merissa!
— Sí. Lo entiendo y no te culpo. Estabas convencido de que nunca más volverías a verme.
Richard parpadeó, completamente atónito.
— Merissa es una Hermana de las Tinieblas y desea mi muerte.
— Ella me dijo que cuando estuviste en palacio fue tu maestra. También dijo que vosotros… Bueno, es una mujer muy hermosa y tú te sentías solo. No te culpo.
Richard la cogió por los hombros y la obligó a dejar de mirar a la sliph para mirarlo a él.
— Kahlan, no sé qué mentiras te ha contado Merissa, pero yo te digo la verdad: te amo desde el día que nos conocimos. Eres la única mujer a la que he querido. La única. Cuando me obligaste a ponerme el collar y yo creí que nunca volvería a verte, me sentí muy solo, pero nunca traicioné tu amor, aunque pensaba que lo había perdido. Aunque creía que no deseabas verme nunca más, yo nunca… ni con Merissa ni con nadie.
— ¿De verdad?
— De verdad.
Kahlan le sonrió de esa manera especial que reservaba para él y sólo para él.
— Adie trató de convencerme de lo mismo, pero yo temía que moriría sin volver a verte, por lo que quería que supieras que, hicieras lo que hicieses, yo te amo. Una parte de mí tiene miedo; me asusta ahogarme ahí abajo.
— La sliph te ha probado y afirma que puedes viajar. Posees un elemento de Magia de Resta. Sólo quienes poseen ambos lados de la magia pueden viajar. Todo saldrá bien, ya lo verás —la animó Richard con una sonrisa—. No hay nada que temer, te lo prometo. Es algo distinto a cualquier cosa que hayas sentido antes. Es maravilloso. ¿Qué, te sientes mejor ahora?
— Sí, mucho mejor. —Kahlan le echó los brazos al cuello y lo abrazó con tanta fuerza que lo dejó sin respiración—. Pero si me ahogo, quiero que sepas lo mucho que te quiero.
Richard la ayudó a encaramarse al muro de piedra que rodeaba el pozo y echó un último vistazo al oscuro bosque que se extendía más allá de las ruinas. Tenía una sensación extraña, como si alguien los vigilara aunque no podían ser los mriswith, pues sentiría su presencia. Finalmente decidió que era simple aprensión debida a sus experiencias previas en el bosque Hagen.
— Estamos listos, sliph. ¿Sabes cuánto tiempo tardaremos?
— ¿Tiempo? —inquirió a su vez la sliph.
Richard suspiró y apretó con más fuerza la mano de Kahlan.
— Sigue las instrucciones. —Kahlan asintió e inspiró las últimas bocanadas de aire—. Yo estaré contigo. No temas.
El brazo de mercurio los alzó, y la noche se tornó realmente oscura. Mientras se sumergían Richard mantenía apretada la mano de Kahlan, pues recordaba cuánto le había costado respirar a la sliph la primera vez. Cuando ella le devolvió el apretón, viajaban ya por el ingrávido vacío.
Richard recuperó la ya familiar sensación de velocidad y flotación, lo cual le indicó que regresaban a Aydindril. Como en la vez anterior no experimentaba ni frío, ni calor, ni tampoco la sensación de que la humedad de la sliph lo empapara. Sus ojos percibían la luz y la oscuridad como una sola cosa en una única visión espectral, mientras que sus pulmones se llenaban con la dulce presencia de la sliph al inhalar su aterciopelada esencia.
Su gozo era mayor al saber que Kahlan compartía con él esa misma sensación de éxtasis; lo sentía por la ligera presión en la mano. Finalmente se soltaron para nadar en aquel calmo torrente.
Richard nadaba entre la oscuridad y la luz. Kahlan lo cogió de un tobillo y se dejó arrastrar por él.
El tiempo ya no contaba. Podría haber transcurrido un solo instante o todo un año mientras flotaba vertiginosamente con Kahlan cogida a su tobillo. Como la otra vez, acabó de repente.
La estancia del Alcázar cobró vida a su alrededor súbitamente, pero no se sintió aterrorizado pues ya lo esperaba.
— Respira —dijo la sliph.
Richard vació los pulmones de la dulce y embriagadora esencia de la sliph, e inspiró una bocanada del extraño aire.
Sintió que Kahlan ascendía tras él, y en el silencio de la habitación de Kolo la oyó expeler a la sliph e inhalar aire. Richard se asomó por el pozo, y la sliph se desligó de él después de ayudarlo a encaramarse al muro y salvarlo. Cuando sus pies tocaron el suelo se dio media vuelta y se inclinó para echar una mano a Kahlan.
En ese momento vio a Merissa, que le sonreía. Richard se quedó de piedra. Su mente tardó unos segundos en recuperarse.
— ¿Dónde está Kahlan? —gritó, fingiéndose furioso—. ¡Responde! ¡Me juraste lealtad!
— ¿Kahlan? —replicó la Hermana con melodiosa voz—. Está aquí mismo —dijo, metiendo una mano en el mercurio—. Pero ya no la vas a necesitar. Además, estoy cumpliendo un juramento; un juramento que me hice a mí misma.
Merissa alzó el cuerpo flácido y sin vida de Kahlan agarrándola por el cuello de la camisa. Sirviéndose de su poder, la sacó del pozo. Kahlan se golpeó contra el muro y se desplomó. No respiraba.
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