Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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- Название:La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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Antes de que Richard pudiera correr a ayudarla, Merissa golpeó las hojas de un yabree contra la piedra. El dulce son lo embargó, privándole de toda fuerza. Cautivado e impotente contemplaba la sonriente faz de Merissa.
— El yabree canta para ti, Richard. Su canción te llama.
La Hermana se aproximó a el, acercando asimismo el ronroneante yabree . Merissa sostenía en alto el resplandeciente objeto de su deseo y le daba vueltas, exhibiéndolo ante él, atormentándolo. Richard se humedeció los labios. En sus huesos resonaba el ronroneante zumbido del yabree . Aquel vibrante sonido lo tenía paralizado.
Merissa se acercó un poco más y por fin se lo ofreció. Richard lo tocó. Su son invadió hasta la última fibra de su cuerpo y embelesó su alma. La Hermana de las Tinieblas sonrió al ver que los dedos de Richard se cerraban alrededor del mango. Tan intenso era el placer que sentía al poder finalmente asirlo que todo él temblaba. Y al apretar los dedos, el placer se multiplicaba.
La mujer sacó otro yabree del plateado pozo.
— Sólo tienes la mitad, Richard. Necesitas ambos.
Merissa rió con su agradable risa cantarina mientras golpeaba el segundo yabree contra la piedra. Richard se sintió encandilado por el desesperado anhelo de tocarlo. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos para que las rodillas lo aguantaran. Tenía que conseguir como fuera ese segundo yabree . Así pues se inclinó sobre el muro y trató de alcanzarlo.
La sonrisa de Merissa se burlaba de él, pero a Richard no le importaba. Lo único que quería y necesitaba era sostener en su otra mano el segundo yabree .
— Respira —dijo la sliph.
Richard miró con ojos de loco. La sliph miraba a la mujer desplomada en el suelo contra el muro. Iba a decir algo cuando Merissa volvió a golpear el segundo yabree contra la piedra.
Richard notaba las piernas de manteca. Apoyó el brazo izquierdo, el que sostenía el yabree , sobre el muro para aguantarse.
— Respira —repitió la sliph.
Pese al cautivador y ronroneante son que sentía hasta en los huesos, Richard se esforzaba por recordar quién era aquella mujer tirada contra el muro a la que la sliph hablaba. Tenía la impresión de que era alguien importante pero no recordaba por qué. ¿Quién era?
La risa de Merissa resonó en la estancia al golpear de nuevo el yabree .
Richard lanzó un grito que era tanto de éxtasis como de anhelo.
— Respira —dijo la sliph con más insistencia.
Aunque el son del yabree le embotaba la mente, por fin Richard recordó. De su interior brotó una necesidad que arrastró como impetuoso torrente la adormecedora melodía que lo mantenía cautivo.
Era Kahlan.
La miró. No respiraba. Una voz en su interior gritó que la ayudara.
Cuando el yabree cantó de nuevo, los músculos del cuello se le quedaron flácidos. Su mirada descendió hasta un objeto incrustado en la piedra.
La necesidad dio fuerza a sus músculos. Extendió una mano. Sus dedos tocaron el objeto, lo asieron y un nuevo anhelo le recorrió el cuerpo. Era un anhelo que conocía muy bien.
Con una explosión de furia arrancó la Espada de la Verdad del suelo de piedra. En la estancia vibró un nuevo son.
Merissa fijó en el una mirada asesina mientras golpeaba nuevamente el yabree contra la piedra.
— Morirás, Richard Rahl. He jurado bañarme en tu sangre, y por el Custodio que lo haré.
Con la última brizna de fuerza que le transmitía la furia de la espada, Richard se alzó apoyándose en el borde superior del muro, extendió el brazo hacia abajo y hundió la espada en la sliph.
Merissa aulló.
En su carne aparecieron vetas de mercurio. Sus alaridos resonaban en la redonda estancia de piedra, y agitaba los brazos en un frenético esfuerzo por escapar de la sliph. Pero era demasiado tarde. La metamorfosis era imparable. Poco a poco fue adquiriendo el mismo lustre que la sliph, como una estatua plateada en un lago de plata reflectante. Los angulosos rasgos de su rostro se fueron suavizando, y lo que había sido Merissa se disolvió en las chapoteantes ondas de la sliph.
— Respira —dijo la sliph a Kahlan.
Richard arrojó el yabree a un lado y corrió hacia ella. La cogió en sus brazos y la acercó al pozo. Allí la colocó sobre el muro, pasó ambos brazos sobre su abdomen y presionó.
— ¡Respira, Kahlan, respira! —Volvió a presionar—. ¡Hazlo por mí! ¡Respira! ¡Por favor, Kahlan, espira!
Los pulmones de Kahlan expulsaron el mercurio, inspiró una súbita bocanada de aire y luego otra más.
Por fin se dio la vuelta en sus brazos y se dejó caer contra su pecho.
— Oh, Richard, tenías razón. Era tan maravilloso que olvidé que debía respirar. Me has salvado.
— Pero a la otra la ha matado —apuntó la sliph—. Ya le advertí sobre ese objeto mágico que lleva. No ha sido culpa mía.
— ¿De qué estás hablando? —preguntó Kahlan a la plateada faz.
— De quien ahora forma parte de mí.
— Habla de Merissa —le explicó Richard—. No es culpa tuya, sliph. Tuve que hacerlo o nos hubiera matado a ambos.
— En ese caso no tengo ninguna responsabilidad. Gracias, amo.
Kahlan se volvió bruscamente hacia él y bajó la mirada hacia la espada.
— ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha ocurrido con Merissa?
Richard se desligó el cordel que sujetaba la capa de mriswith y se despojó de ella.
— Nos siguió por la sliph. Trató de matarte y de… bueno dijo algo de darse un baño conmigo.
— ¿Un baño?
— No —intervino la sliph—. Lo que dijo fue que quería bañarse en tu sangre.
Kahlan se quedó de una pieza.
— Bueno… ¿y qué ha pasado con ella?
— Ahora está conmigo —dijo la sliph—. Para siempre.
— Quiere decir que está muerta —le dijo Richard—. Ya te lo explicaré cuando tengamos tiempo. Gracias por tu ayuda, sliph, pero ahora debes dormir.
— Por supuesto, amo. Dormiré hasta que me volváis a llamar.
La reluciente faz plateada se suavizó y se fundió en la masa de mercurio. Sin ser consciente de lo que hacía, Richard cruzó las muñecas. La lustrosa masa brilló con más intensidad. La sliph se quedó inmóvil y luego empezó a sumergirse en el pozo, primero lentamente y luego cada vez más rápidamente hasta desaparecer.
— Tienes muchas cosas que explicarme, Richard Rahl —le dijo Kahlan.
— Prometo que lo haré, cuando tengamos tiempo.
— Por cierto, ¿dónde estamos?
— En los sótanos del Alcázar, debajo de una de las torres.
— ¿En los sótanos?
— Eso es. Debajo de la biblioteca.
— ¿Qué? ¡Nadie puede llegar hasta aquí! Que se sepa, ningún mago ha logrado traspasar los escudos que impiden el acceso a este nivel.
— Bueno, pues aquí estamos ahora. Ya hablaremos de eso más tarde. Ahora lo importante es bajar a la ciudad.
Abandonaron la estancia de Kolo, pero inmediatamente se aplastaron contra la pared. La reina mriswith flotaba en la piscina más allá de la baranda. Al verlos desplegó las alas con gesto protector sobre al menos un centenar de huevos grandes como melones y lanzó un berrido de advertencia que resonó por el interior de la enorme torre.
Por la tenue luz que penetraba por las aberturas superiores Richard supo que era por la tarde. Habían tardado menos de un día, o como mucho un día, en llegar a Aydindril. La luz le permitió ver asimismo la gran cantidad de huevos con manchas verdes y grises depositados sobre la roca.
— Es la reina mriswith —explicó rápidamente al mismo tiempo que se subía a la baranda—. Tengo que destruir esos huevos.
Kahlan gritó su nombre para tratar de detenerlo, pero él ya había saltado la baranda y se había sumergido en las negras y viscosas aguas, que le llegaban a la cintura. Mientras vadeaba la charca hacia las resbaladizas rocas del centro, desenvainó la espada. La reina se alzó sobre las garras y soltó un repiqueteante alarido.
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