Robert Jordan - Encrucijada en el crepúsculo

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Encrucijada en el crepúsculo: краткое содержание, описание и аннотация

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Mat Cauthon huye con la hija de las Nueve Lunas mientras la Sombra y el imperio seanchan emprenden una persecución implacable. Por su parte, las Aes Sedai sienten un inmenso flujo de Poder en un lejano paraje del oeste y temen que sea obra de los Renegados o incluso de la propia Sombra.
La heredera del Trono de Andor, rodeada de enemigos y de amigos siniestros que planean su destrucción, puede caer en manos de la Sombra y arrastrar consigo al Dragón Renacido, y Egwene al’Vere pone sitio al centro de poder Aes Sedai, pero ha de vencer con rapidez para evitar que los Asha’man sean los únicos capaces de defender el mundo del Oscuro.
Tras limpiar la mitad masculina de la Fuente Verdadera, Rand al’Thor se ve obligado a correr grandes riesgos sin saber con certeza quiénes son sus aliados y quiénes son sus enemigos.

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Mat gruñó. Estaba seguro de que no era así. Y, aunque lo fuera, tampoco podía hacer nada al respecto.

—Las marath’damane tenían motivos para matar a Tylin —intervino de improviso Selucia—. Debían de temer que otros siguieran su ejemplo. ¿Qué razón tenían las damane a las que te has referido? Ninguno. La mano de la justicia requiere motivo y pruebas, incluso para damane y da’covale . —Hablaba como si estuviese leyendo algo escrito en un papel. Y atisbaba de reojo a Tuon.

Mat también la miró, pero si la diminuta mujer había utilizado las manos para indicar a Selucia lo que tenía que decir, ahora descansaban sobre su regazo. Lo estaba observando con una expresión neutral.

—¿Tan profundo era el afecto que sentías por Tylin? —inquirió en un tono circunspecto.

—Sí. No. ¡Maldita sea, la apreciaba! —Se volvió mientras se pasaba los dedos por el cabello, quitándose la gorra. Nunca se había alegrado tanto de librarse de una mujer, ¡pero esto…!—. Y la dejé atada y amordazada para que no pudiera pedir socorro, una presa fácil para el gholam —añadió amargamente—. Me buscaba a mí. No sacudas la cabeza, Thom. Lo sabes tan bien como yo.

—¿Qué es un… gholam ? —preguntó Tuon.

—Un Engendro de la Sombra, milady —respondió Thom. Tenía fruncido el entrecejo por la preocupación. No era de los que se preocupan fácilmente, pero a cualquiera salvo un idiota le preocuparía un gholam —. Parece un hombre, pero puede deslizarse por un pequeño agujero o por debajo de una puerta, y es lo bastante fuerte para… —Carraspeó—. Bien, basta de eso. Mat, aunque hubiese habido cien guardias a su alrededor no habrían podido detener a esa cosa.

No habría necesitado cien guardias si no hubiese mantenido una relación con Mat Cauthon.

—Un gholam —murmuró Tuon, torciendo el gesto. De repente golpeó fuertemente a Mat en la cabeza con los nudillos. Él se llevó la mano a la cabeza y se volvió hacia la muchacha mirándola incrédulo—. Me alegra que muestres lealtad hacia Tylin, Juguete —le dijo con voz severa—, pero no te consentiré supersticiones. No lo permitiré. Eso no rinde honor a Tylin.

¡Por la Luz bendita, la muerte de Tylin parecía preocuparla tan poco como la posibilidad de que Suroth cometiera suicidio! ¿Con qué clase de mujer iba a casarse?

Cuando un puño volvió a llamar a la puerta, ni siquiera se molestó en levantarse. Se sentía embotado por dentro y en carne viva por fuera. Blaeric entró en la carreta sin pedir permiso, con la oscura capa marrón chorreando agua. Era una prenda vieja, raída en algunas partes, pero no parecía importarle si la lluvia se colaba por ellas. El Guardián hizo caso omiso de todos excepto de Mat, o casi de todos. ¡De hecho observó un momento el busto de Selucia!

—Joline quiere verte, Cauthon —dijo, todavía mirando a la mujer. ¡Luz! Era lo único que faltaba para que fuese un día perfecto.

—¿Quién es Joline? —demandó Tuon.

—Dile que iré en cuanto estemos en camino, Blaeric —contestó sin hacer caso de la muchacha. ¡Pues sólo le faltaba tener que escuchar ahora más quejas de Aes Sedai!

—Quiere verte ahora, Cauthon.

Con un suspiro, Mat se puso de pie y recogió la gorra tirada en el suelo. Blaeric parecía dispuesto a sacarlo a rastras, en caso contrario. En su actual estado de ánimo, se creyó capaz de clavarle un cuchillo en las costillas al hombre si lo intentaba. Y acabar con el cuello roto como pago a todas sus molestias, porque un Guardián no se dejaba acuchillar así como así. Estaba bastante seguro de que ya había muerto la vez que se le había concedido, y no en uno de sus viejos recuerdos. Lo bastante seguro para no correr riesgos que podía evitar.

—¿Quién es Joline, Juguete? —Si no hubiera sabido a qué atenerse, habría pensado que Tuon estaba celosa.

—Una puñetera Aes Sedai —rezongó mientras se calaba la gorra, y recibió una pequeña alegría ese día cuando Tuon se quedó boquiabierta por la impresión.

Salió y cerró la puerta a sus espaldas antes de que recobrara el habla. Una mínima alegría. Una mariposa en un gran montón de mierda. Tylin muerta, y aún se podía cargar esa muerte a las Detectoras de Vientos, dijese lo que dijese Thom. Y además lo de Tuon y los jodidos dados. Una mariposa muy pequeña en un inmenso montón de estiércol.

El cielo estaba cubierto ahora de oscuros nubarrones y la lluvia era constante. Un ensopabobos, como dirían en casa. Empezó por mojarle el pelo, a pesar de la gorra, y se filtró a través de la chaqueta nada más salir fuera. Blaeric no parecía notarlo; ni siquiera se sujetó la capa. Lo único que Mat podía hacer era encorvar los hombros y chapotear en los charcos cada vez más grandes que había en las calles de tierra. Para cuando llegara a su carreta para coger una capa ya estaría calado de todos modos. Además, el tiempo era acorde con su ánimo.

Para su sorpresa, a pesar de la lluvia se había trabajado mucho en el corto tiempo que había pasado dentro. El muro de lona había desaparecido en ambas direcciones hasta donde alcanzaba la vista, y también faltaba la mitad de las carretas de almacenaje que antes rodeaban a la de Tuon. Otro tanto ocurría con los animales que habían estado sujetos en las estacadas. Una gran jaula de barrotes de hierro, en la que iba un león de negra melena, pasó traqueteando hacia la calzada tirada por un tronco que avanzaba a paso lento y pesado, los caballos tan indiferentes al felino aparentemente dormido que llevaban detrás como a la lluvia. También algunos artistas se dirigían hacia la calzada, aunque cómo habían determinado el orden de marcha era un misterio. La mayoría de las tiendas habían desaparecido; en un sitio faltaban tres carromatos seguidos, y en otro, uno de cada dos, mientras que en otra parte los vehículos que esperaban seguían formando una sólida masa. Lo único que probaba que las gentes del espectáculo no estaban desperdigándose era el propio Luca, que, protegido con una capa roja, recorría una calle y se detenía de vez en cuando para palmear el hombro a un hombre o murmurar algo a una mujer que la hacía reír. Si el espectáculo se hubiera deshecho, Luca habría salido en persecución de los que intentaran marcharse. Mantenía el espectáculo unido más por persuasión que por cualquier otra cosa, y nunca dejaba que nadie se fuera sin intentar convencerlo hablando hasta quedarse afónico. Mat sabía que debería sentirse bien de ver a Luca por allí todavía, aunque nunca se le había ocurrido que el hombre huyera con el oro, pero en ese momento dudaba que nada pudiera cambiar su estado entumecido y la sensación de rabia.

El carromato al que lo condujo Blaeric era casi tan grande como el de Luca, pero en vez de pintura tenía encalado. El blanco se había desvaído y corrido en chorretones hacía tiempo, y la lluvia lo iba destiñendo un poco más hacia un tono gris allí donde la madera no estaba ya pelada del todo. La carreta pertenecía a una compañía de payasos, cuatro hombres taciturnos que se pintaban las caras para hacer su número, se empapaban de agua unos a otros y se golpeaban con vejigas de cerdo infladas; aparte de eso, el resto del tiempo lo pasaban gastando dinero ingiriendo tanto vino como podían pagar. Con lo que Mat había pagado de alquiler quizás estuvieran borrachos durante meses, y le había costado aún más conseguir que alguien los alojara.

Cuatro caballos hirsutos y de aspecto anodino ya estaban enganchados al carromato y Fen Mizar, el otro Guardián de Joline, se encontraba en el asiento del conductor envuelto en una capa gris y asidas las riendas. Sus ojos rasgados observaron a Mat del modo que lo haría un lobo a un insolente perro callejero. A los Guardianes no les había gustado el plan de Mat desde el principio, convencidos de que habrían podido poner a salvo a las hermanas una vez que hubieran dejado atrás las murallas de la ciudad. Quizá lo habrían hecho, pero los seanchan buscaban con tenaz empeño mujeres que encauzaban —al parecer, se había registrado el recinto del espectáculo en cuatro ocasiones en los días de la caída de Ebou Dar—, y sólo habría bastado un desliz para que todos acabaran en la cazuela. Por lo que contaban Egeanin y Domon, los Buscadores eran capaces de hacer que una piedra contara todo lo que había visto. Por suerte, no todas las hermanas se mostraban tan convencidas como los Guardianes de Joline. Las Aes Sedai tendían a ponerse nerviosas cuando no estaban de acuerdo sobre qué hacer.

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