Emma Bull - Oro Y Plata

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Oro Y Plata: краткое содержание, описание и аннотация

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Sin añadir una palabra más, se encaramó al carro y levantó una bala. Cuando se volvió para pasársela al hombre y a la mujer, los vio intercambiando una mirada perpleja antes de que el hombre le cogiera el heno que le tendía.

Era un trabajo que hacía sudar, y la paja mojaba y picaba. Cuando el carro estuvo vacío, se dieron las gracias los unos a los otros y Luna echó a andar hacia palacio. En el camino vio que el ojo del sol se cerraba tras la línea de los montes.

La calle pavimentada con ladrillos trazaba un recorrido sinuoso, como el cauce seco de un río. No divisó el palacio hasta que recorrió la última curva y se encontró frente a los blancos muros y otras puertas. Éstas tenían tallas pintadas que representaban una bandada de pájaros alzando el vuelo, y estaban cerradas.

Dos hombres montaban guardia, uno a cada lado. Eran jóvenes, altos y de hombros anchos, y Luna llegó a la conclusión de que eran el tipo de hombres que hacían tartamudear a las chicas de aldea. Estaban firmes, muy derechos, y llevaban capas verdes y casacas que, en opinión de Luna, tenían demasiados adornos dorados. Se acercó al que estaba más próximo.

– Disculpe -dijo-, me gustaría hablar con los reyes.

El guardia parpadeó más a fondo que la pareja del carro de heno.

y tenía sus razones, comprendió Luna; ahora no sólo estaba empapada y sucia del camino, sino que también estaba manchada con el polvo y las pajitas del heno. Suspiró, lo que pareció incrementar el desconcierto del joven.

– Empezaré desde el principio -le dijo-. Vengo buscando a mi maestra, que partió a finales del pasado otoño para buscar al príncipe. ¿Recuerda a una bruja llamada Aliseda Búho, de un pueblo que está a dos semanas de viaje, al este de aquí? Creo que cabe la posibilidad de que viniese a palacio para hablar de ello con los reyes.

El guardia sonrió. Luna se dijo que ya no sentiría tanto desdén cuando una chica tartamudeara en su presencia.

– Supongo que puedo hacer llegar un mensaje a sus majestades -dijo al fin-. Alguien de palacio puede haber conocido a su maestra. ¡Eh, Vehemente! -llamó al otro guardia-. Esta mujer busca a su maestra, una bruja que salió en busca del príncipe. ¿A quién le puede preguntar?

Vehemente se dirigió hacia ellos con largas zancadas, la capa ondeando. Miró a Luna y arqueó las cejas.

– Todas las brujas de Hark Final han ido en busca del príncipe antes o después. ¿Cómo recordar a una entre un montón?

Luna se irguió cuanto le fue posible y descubrió que era casi tan alta como él. Arqueó sólo una ceja, gesto que siempre le había dado resultado con Fell.

– Siento que su memoria no sea tan buena como a usted le gustaría que fuese. ¿Le ayudaría si le hago la aclaración de que esta bruja aún no ha vuelto para dar cuenta de sus pesquisas?

– No hay ninguna de ésas. Todas regresan, con el rabo entre las piernas y barro en los zapatos, diciendo: «Lo siento, mi señor», y «Lo lamento terriblemente, mi señora». Se podría comprar y vender a ese puñado de charlatanes con el bronce de mi vaina.

– Los soldados tampoco sirven de mucho -le replicó Luna con aspereza.

– Más que cualquiera de los que lo ha buscado hasta ahora. Ojalá encomendaran a mi unidad…

– Lo amabas, ¿verdad? -preguntó, mirando fijamente su rostro, jo ven y severo.

Los labios del guardia se apretaron y el dolor de sus ojos lo hizo parecer por un instante tan joven como Fell. Era un reflejo de su propio pesar.

– Todos lo amaban. Era… es el corazón del propio reino.

– Mi maestra significa lo mismo para mÍ. Por favor, ¿puedo hablar con alguien?

El guardia amable miraba alternativamente a uno y a otro, alarmado. Vehemente se volvió hacia él con el entrecejo fruncido.

– Llévala con… ¡cielos benditos!, no lo sé, inténtalo con el mayor domo. Presume de estar enterado de todo.

Así, la Puerta de los Pájaros se abrió para Luna Muy Fina. Siguió al guardia amable a través de un patio pavimentado y protegido entre los amplios y altos brazos del palacio, y rodeado por una columnata con tallas que representaban animales y flores. En cada columna ardía una antorcha en su soporte, siseando con la lluvia e iluminando el patio como un escenario. Era muy hermoso, pero algo triste.

El guardia hizo un gesto invitándola a entrar por una pequeña puerta forrada con hierro; daba a un salón bonito y ordenado. En la chimenea de ladrillos había encendido un fuego, y a su luz Luna vio las alfombras y tapices, las paredes revestidas con entrepaños de madera oscurecida con el paso de los años. El guardia tiró de un llamador bordado que. estaba cerca de la puerta y luego se volvió hacia Luna.

– He de regresar a la puerta. Cuéntele al mayordomo, lord Leyan, lo que sabe sobre su maestra. Si le pueden dar alguna ayuda aquí, él se encargará de que la reciba.

Cuando se marchó, Luna se envolvió en su capa mojada y se preguntó si debería sentarse. Entonces se oyeron unas pisadas y se abrió una puerta en la que no había reparado.

Un hombre muy alto y con la espalda muy tiesa entró por ella. Te nía el cabello blanco y espeso, y le llegaba a los hombros, donde se unía con una casaca de terciopelo forrada con satén. N o pareció sorprendido por su aspecto, cosa que Luna interpretó como buena señal. -¿En qué puedo ayudarla? -preguntó.

– ¿Lord Leyan?

Él hizo un gesto de asentimiento.

– Me llamo Luna Muy Fina y vengo del este en busca de mi maestra, la bruja Aliseda Búho, que partió el pasado otoño para encontrar al príncipe. Ahora creo que… no daré con ella. Pero he de intentarlo. -Muy a su pesar, sintió que las lágrimas acudían a sus ojos.

Lord Leyan cruzó la habitación con pasos largos y le agarró las manos.

– No llore, querida. Recuerdo a su maestra. Era una mujer muy sorprendente, pero nos dio esperanza a todos. Entonces ¿tampoco ha vuelto a casa?

Luna tragó saliva y sacudió la cabeza.

– Ha hecho un largo viaje. Tomará un baño, dispondrá de ropas limpias, y cenará. Entretanto yo me enteraré si alguien puede decirle algo más acerca de su maestra.

Antes de que Luna supiera con certeza cómo había llegado allí, se encontró en una hermosa habitación con dosel de terciopelo en la cama y una chimenea aún más grande que la del salón; una mujer de rostro rubicundo y cabello alborotado vaciaba cubos de agua en una bañera que tenía la forma y los colores de un cisne.

– Es la cosa más absurda que he visto en mi vida -dijo Luna, boquiabierta.

La mujer de cara rubicunda esbozó una sonrisa.

– ¿Sabe? Tiene razón. Y puede que haya nobles damas y caballeros que piensen lo mismo, aunque no se atrevan a decirlo.

– Tuvo que haber uno que pagara por ello.

– Eso es cierto. En fin, nadie nace teniendo buen gusto. Tome su baño, y yo mientras le traeré un vestido para que se cambie.

– No es necesario. Llevo ropa limpia en mi equipaje.

– Sí, pero ¿tiene puntillas y bordados de flores en todas las costuras?

Si no es así, mejor será que le traiga ese vestido, pues se comenta que cenará con los reyes.

– ¿Quién, yo? -exclamó, horrorizada, Luna-. ¿Por qué?

– Lord Leyan habló con ellos y dijeron que querían verla. No me mire así; se le van a salir los ojos. La cosa no tiene remedio.

Luna se restregó hasta que toda la piel se le puso roja, e impregnada del perfume a violetas del jabón. Se lavó tres veces el cabello, se recortó un poco las ya cortas uñas, y miró su imagen reflejada en el espejo con desaliento. No creía que su aspecto hiciera que nadie vomitara la cena, pero no cabía duda de que quien veía en el espejo era Luna Muy Fina, una chica alta, morena y franca.

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