Pensó en el día de la tienda de campaña y se sintió desorientada, pero Frederick ya no la miraba y estaba escribiendo algo en un trozo de papel.
– Trembler -dijo el chico-, ¿podrías ir a casa del señor Eeles y pedirle que te preste estos libros?
– De acuerdo, señor Fred. Pero aún tenemos que preparar las placas. Y el magnesio.
– Hazlo cuando vuelvas.
El hombre bajito se fue, y Sally le preguntó a Garland:
– ¿Trembler es su verdadero nombre?
– Se llama Theophilus Molloy, pero, en serio, ¿podrías llamar a alguien Theophilus? Yo no. Y sus compinches solían llamarle Trembler; supongo que de ahí se le quedó el nombre. Es un carterista fracasado. Le conocí cuando intentaba robarme la cartera. Se sintió tan aliviado cuando le pillé que un poco más y se pone a llorar de gratitud… y está con nosotros desde entonces. Bueno, creo que deberías leer el periódico. Veo que tienes un ejemplar del The Times. Echa una ojeada a la página seis.
Sally, sorprendida, lo hizo. Cerca del pie de la página vio un pequeño párrafo que informaba de la misma noticia que había aparecido en el periódico que Hopkins había leído el día anterior.
– ¿El comandante Marchbanks muerto? -exclamó la chica, perpleja-. No me lo puedo creer. Y ese hombre -el del traje a cuadros- ¡fue el que me robó el libro! ¡El hombre del tren! ¿Crees que también venía de…?
– Pero no subió en la estación de Chatham, ¿no? Desde luego, yo no lo vi en Swaleness. Quizá la señora Holland le envió un mensaje. Y entonces, anoche, regresó para recuperar el resto.
– Y también se llevó mi pistola.
– Es normal que lo hiciera, teniéndola a su alcance. Pero ¿no dices que guardas una copia de los papeles? Echémosles un vistazo.
Abrió su diario y pasó las páginas justo hasta el punto que buscaban. Él se inclinó para leer:
– «… un lugar en la obscuridad, bajo una cuerda anudada. Tres luces rojas brillan claramente en un punto mientras la luna se refleja en el agua. Cógelo. Ahora te pertenece, por mi decisión de regalártelo y por las leyes de Inglaterra. An- tequam haec legis…» ¡Dios mío!
– ¿Qué? ¿Sabes leer latín?
– ¿No sabes lo que dice?
– No, ¿qué es?
– Dice: «Cuando leas esto, estaré muerto. Que mi memoria sea…», ¿cómo es esa palabra? Hum…, «que yo sea olvidado pronto».
La chica sintió un escalofrío.
– Sabía lo que iba a ocurrirle -dijo Sally.
– Quizá no fue un asesinato -añadió Frederick-. Quizá fue un suicidio.
– Pobre hombre -dijo la muchacha-. Era tan infeliz…
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Era esa casa fría y vacía, y la gran amabilidad con que la había tratado…
– Lo siento -musitó ella.
El movió la cabeza y le ofreció un pañuelo limpio. Después de que Sally se secara las lágrimas, Garland le dijo:
– Está hablando de un escondite, ¿te das cuenta? Te está diciendo dónde está el rubí y que te pertenece a ti.
– Las leyes de Inglaterra… Pensé que quizá se refería a algún tesoro encontrado…, pero en ese caso pertenecería a la Corona. No he podido descifrar lo que significa todo esto.
– Yo tampoco…, aún no. Y luego está el tipo que fuma opio, Bedwell. Quizá es más fácil tratar con… Ah, aquí está Trembler.
– Aquí tiene, señor Fred -dijo Trembler, que entró con tres grandes libros-. ¿Puedo ir a preparar las placas?
– Por supuesto, ¡aja!, Guía de sacerdotes anglicanos de Crockford. Bedwell… Bedwell… -Frederick hojeó las páginas de un solemne y voluminoso tomo hasta que encontró lo que estaba buscando-. Bedwell, reverendo Nicholas Armbruster. Nacido en 1842; educado en Rugby; licenciado en Letras por la Universidad de Oxford, 1864; sacerdote en St. John's, Summertown, Oxford.
– Son gemelos -comentó Sally.
– Exactamente. Creo que si alguien puede sacar a ese hombre de la pensión de la señora Holland, es su propio hermano. Iremos a visitarlo mañana a Oxford.
Durante el resto del día y de la noche le explicaron más cosas sobre la familia Garland. Frederick tenía veintiún años, Rosa dieciocho, y la casa y la tienda pertenecían a su tío, Webster Garland, que era, según Frederick, el mejor fotógrafo de la época. Estaba de viaje en Egipto, y Frederick se había hecho cargo de la casa; el resultado había sido el pobre estado de las cuentas, lo que tanto había enfurecido a Rosa. Trembler se lo había contado mientras Sally, sentada en la trastienda, comenzaba a sacar algo en claro de la contabilidad. Frederick había salido a las tres para hacer algunas fotografías en el Museo Británico y Trembler había empezado a hablar por los codos.
– Es un artista, señorita, ése es el problema -explicó Trembler-. Se puede ganar mucho dinero con la fotografía si se quiere, pero al señor Fred no le interesan los retratos y las bodas. Le he visto pasar hasta una semana entera sentado, más quieto que una estatua, en un solo sitio, esperando a que incidiera la luz correcta en una pequeño estanque de agua. Es realmente bueno, créame. Un día sé que inventará cosas, aunque eso significa gastar una cantidad de dinero que no se puede ni imaginar. La señorita Rosa es la que mantiene este negocio a flote.
Rosa era actriz, como Frederick había dicho, y en ese momento tenía un papel en Vivo o muerto, en el Queen's Theatre. Sólo un papel secundario, dijo Trembler, pero seguro que un día llegaría a ser una estrella. Con su físico y su temperamento, bueno, el mundo no podría resistirse a sus encantos. Hasta ahora las compensaciones eran escasas, aunque la mayor parte del dinero que entraba en el 45 de Burton Street eran los ingresos de la chica.
– Pero Frederick ha ganado bastante dinero -dijo Sally, mientras clasificaba un montón de recibos desordenados y facturas con garabatos, y ponía los ingresos en un lado y los gastos en el otro.
– En realidad, tenemos bastantes ingresos. Pero parece que todo se va tal como entra -dijo Rosa.
– Si encuentra la forma de que algo de ese dinero se quede aquí, señorita, les haría el favor más grande de su vida. Además, el señor Frederick es incapaz de hacerlo.
Sally trabajó en ello durante toda la tarde, y poco a poco consiguió poner un poco de orden en aquel caos de facturas arrugadas e impagas. Aquello le encantaba. Por fin había encontrado algo que entendía y podía manejar, ¡algo que entendía claramente y sin dificultades! Trembler le trajo una taza de té a las cinco, y de vez en cuando salía a la tienda para atender a algún cliente.
– ¿Qué es lo que vendéis mejor? -preguntó Sally. -Placas fotográficas y productos químicos. El señor Fred compró estereoscopios a unos grandes almacenes, hace algunos meses, cuando consiguió reunir algo de dinero por un invento. Pero no se venden. Lo que la gente quiere son las imágenes que se pueden ver con estos aparatos y él casi no ha hecho ninguna.
– Entonces debería hacer algunas.
– ¿Por qué no se lo dice usted? Yo lo he intentado miles de veces, pero no quiere escucharme.
– ¿Qué tipo de imágenes prefiere la gente?
– Los paisajes les encantan. Los paisajes estereoscópicos son muy diferentes de los normales. Después, las escenas humorísticas, sentimentales, románticas, religiosas… y las peligrosas. Y también las más sobrias, no crea. Pero él no quiere saber nada de todo esto. Dice que son vulgares.
Cuando Frederick regresó, a las seis, Sally ya había empezado a elaborar un completo estado de cuentas, exponiendo con precisión lo que había ganado y gastado durante los últimos seis meses, desde que Webster Garland se había ido a Egipto.
– ¡Magnífico! -exclamó alegremente mientras dejaba su cámara y la tienda de revelado, antes de cerrar la puerta del comercio.
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