Charles Harness - Los Hombres paradójicos

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En un lejano futuro una minoría aristocrática, totalitaria y belicista domina los Estados Unidos de América, explotando el trabajo de hombres y mujeres que han preferido vivir como esclavos antes que morir en la pobreza. Las paradojas de Einstein y las concepciones históricas de Toynbee animan este libro singular, un clásico eminente de la ciencia-ficción contemporánea.
La novela Los Hombres Paradójicos puede ser considerada como el clímax del banquete de un billón de años.Entreteje el espacio y el tiempo con altura, amplitud y belleza; zumba dando vueltas por el sistema solar como una avispa enloquecida; es ingeniosa, profunda y trivial, todo a la vez, y ha demostrado tener una inventiva que muchas hordas de presuntos imitadores han tratado de alcanzar en vano.

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– Era insoportable -afirmó Haze-Gaunt-. Entonces decidí que dedicaría el resto de mi vida a la destrucción de Kennicot Muir. Podría haber contratado un asesino, pero quería matarlo con mis propias manos. Mientras tanto me dediqué a la política y progresé con rapidez. Sabía usar a la gente. El año pasado bajo tierra me había enseñado que por medio del temor se obtienen muchas cosas.

"Pero ni siquiera en esa nueva carrera pude escapar a Muir. El día en que me nombraron Secretario de. Guerra, Muir descendió en la luna.

– Supongo -dijo Keiris, borrando cautelosamente el sarcasmo de sus palabras que no lo acusarás de haber planeado deliberadamente esa coincidencia.

– ¿Qué importa si fue deliberado o no? La cosa es que fue así. Y eso no fue todo. Pocos años después, en la víspera de las elecciones que debían convertirme en el Canciller de América Imperial, Muir regresó de su viaje al sol. -

– Fue un momento de entusiasmo para el mundo entero, por cierto.

– También lo fue para Muir. Como si el viaje en sí no fuera suficiente para sacudir al populacho anunció un importante descubrimiento. Había hallado un medio para contrarrestar la tremenda gravedad solar mediante la constante síntesis de la materia solar en un notable combustible de fisión, a través de un mecanismo antigravitatorio. Una vez más fue el mimado de la Sociedad Imperial… y mi gran triunfo político quedó en la nada.

Keiris no se extrañó por la amargura oculta en esas palabras; le era muy fácil comprender el resentimiento que Haze-Gaunt habría experimentado en ese momento y el que aún sentía. Había llegado a ser un político de éxito en el preciso instante en que Muir se convertía en el héroe público. El contraste no resultaba halagüeño. El entrecerró los ojos y prosiguió:

– Pero mi paciencia debía tener al fin su recompensa. Fue hace exactamente diez años. Muir acabó por caer en la temeridad de diferir conmigo en un asunto estrictamente político: supe entonces que debía matarlo en seguida si no deseaba que me eclipsara para siempre.

– Es decir, debías hacerlo matar.

Ella había pronunciado las palabras sin parpadear siquiera.

– No, quería hacerlo yo, personalmente.

– Pero no en duelo, por cierto.

– Por cierto que no.

– No sabía que Kim hubiese intervenido nunca en la política -murmuró Keiris.

– El no lo consideraba desde el punto de vista político.

– ¿En qué consistió el entredicho?

– Fue así: tras establecer las estaciones solares Muir insistió en que América Imperial siguiera su criterio personal en el empleo del muirio.

– ¿Y cuál era esa política? -le urgió Keiris.

– Deseaba que la producción se empleara en mejorar el nivel de vida del mundo entero y para liberar a los esclavos; en cambio yo, el Canciller de América Imperial, sostenía que ese material era necesario para la defensa del Imperio. Le ordené regresar a la Tierra y presentarse ante mí en la cancillería. Nos entrevistamos a solas en la oficina interior.

– Kim estaría desarmado, ¿verdad?

– Por supuesto. Cuando le dije que era enemigo del estado y que era mi deber matarlo se echó a reír.

– Y tu le disparaste.

– Al corazón- Cayó. Salí del despacho para ordenar que se llevaran el cadáver, pero cuando volví con un esclavo doméstico él… o su cadáver… había desaparecido. Tal vez se lo llevó un camarada. Tal vez no lo maté. ¿Quién sabe? De cualquier modo, al día siguiente comenzaron los robos.

– ¿Fue acaso el primer Ladrón?

– No lo sabemos con certeza, por supuesto. Sólo sabemos que todos los Ladrones parecen invulnerables a las balas de la policía. Si Muir llevaba puesta o no esa pantalla protectora cuando le disparé, no lo sabré jamás.

– ¿En qué consiste esa pantalla? Kim nunca me habló de ella.

– Tampoco lo sabemos. Los pocos Ladrones que hemos cogido vivos no lo saben explicar. A las instancias de Shey han indicado que son un campo de respuesta a la velocidad, basado eléctricamente en el esquema encefalográfico de cada uno, y que se alimenta de sus ondas cerebrales. Lo que hace es expandir el impacto de la bala sobre una zona más amplia. Convierte el momento de esa fuerza en el momento que tendría el mismo golpe dado por una almohada.

– Pero la policía ha matado a Ladrones que llevaban la pantalla protectora, ¿no es así?

– En efecto. Tenemos cañones Kades semiportátiles que disparan rayos de calor de corto alcance. Y también, por supuesto, simple artillería con cápsulas atómicas explosivas; la pantalla permanece intacta, pero el Ladrón muere en poco tiempo debido a las heridas internas. Ahora bien, el arma principal es una que conoces bien.

– La espada.

– Exactamente. Puesto que la resistencia de la pantalla es proporcional a la velocidad del proyectil no ofrece protección alguna contra las cosas que se mueven con lentitud, comparativamente hablando, tales como la espada, el cuchillo o incluso la cachiporra. Y a propósito de espadas: tengo un compromiso con el ministro de Policía antes de encontrarme con Shey. Vendrás conmigo y presenciaremos la práctica esgrimista de Thurmond por unos minutos.

– No sabía que tu cacareado ministro de Policía necesitaba práctica. ¿No es acaso la mejor espada del Imperio?

– La mejor, sin duda alguna. Es la práctica lo que le ayuda a serlo.

– Una pregunta más, Bern. Como ex esclavo, ¿no deberías estar por la abolición de la esclavitud y no en su favor? Haze-Gaunt replicó sardónicamente:

– Quienes han luchado con todas sus fuerzas contra su propia esclavitud pueden saborear mejor el éxito mediante la esclavitud de otros. Repasa la historia.

III EL CEREBRO

Un obsequioso esclavo doméstico, vestido con la librea gris y roja del ministro de Policía, los condujo por un corredor entre arcadas hasta las salas de esgrima. Ante el umbral de la cámara el esclavo les hizo una nueva reverencia y los dejó. Haze-Gaunt señaló un par de sillas y ambos se sentaron sin hacerse notar.

Thurmond había visto su entrada desde el centro del gimnasio; los saludó con una inclinación de cabeza y retomó una tranquila conversación con su adversario. Mientras tanto, Keiris admiraba a su pesar el rostro del ministro, que parecía tallado en acero y el torso musculoso, envuelto en una chaqueta de seda y un taparrabos suelto. Hasta ella flotó la voz metálica e indomable.

– ¿Conoces las condiciones?

– Sí, excelencia -replicó vacilante el adversario, con el rostro cubierto de sudor y los ojos dilatados, vidriosos.

– Te lo recuerdo: si transcurridos sesenta segundos estás vivo aún, serás liberado. He pagado casi cuarenta mil unitas por ti; confío en que me los retribuyas. Empéñate a fondo.

– Lo haré, excelencia.

Keiris se volvió hacia Haze-Gaunt, que permanecía rígidamente erecto en la silla vecina, con los brazos cruzados sobre el pecho.

– Dime, Bern, con toda franqueza: ¿no piensas que hoy en día los duelos no son más que un deporte pervertido? ¿no se ha perdido acaso el honor que involucraba?

Hablaba en voz muy baja, para que sus palabras no llegaran a oídos extraños. El la escrutó con sus ojos duros e inteligentes, como para averiguar qué grado de seriedad había en su pregunta. Al ver que no era un mero intento de irritarlo, respondió:

– Los tiempos han cambiado. Sí, en verdad las tradiciones se han perdido en su mayor parte. La motivación principal no es ya asunto de "cobardía y valor".

– En ese caso ha degenerado en un mero rito bárbaro.

– De ser así tendrías que responsabilizar a los Ladrones por eso.

– Pero ¿fue alguna vez más que eso?

– En otros tiempos mereció gran respeto -replicó él, mientras observaba a Thurmond y a su contrincante, que elegían las armas-. Aunque su mayor importancia la tuvo en la antigüedad, el duelo privado de la época actual surgió del duelo judicial. En la Francia del siglo XVI se tomó muy común tras el famoso desafío entre Francisco 1 y Carlos V. Después de eso todos los franceses creyeron su deber emplear la espada en defensa del honor a la menor ofensa.

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