— ¿De modo que a los que navegaban hace diez mil años por el Mediterráneo o el Golfo Pérsico, Vega les servía de guía?
— Aún transcurría el período glacial, o sea que era demasiado pronto para la navegación. Estaban los cazadores que entraban en América del Norte por el estrecho de Bering. Para ellos debe de haber sido providencial que una estrella tan brillante se encontrara justo en el norte. Seguramente muchos le deben la vida a tal coincidencia.
— Eso sí que es interesante.
— No quisiera que tomara mi uso de la palabra «providencial» como algo más que una simple metáfora.
— Jamás se me ocurriría, hija.
Joss daba muestras de pensar que la reunión tocaba a su fin y no se advertía en él el menor desagrado. Sin embargo, al parecer quedaban varios temas en la agenda de Rankin.
— Me llama la atención que no considere que fue por la providencia divina que Vega haya sido la estrella polar. Mi fe es tan profunda que no necesito pruebas; por el contrario, cada vez que aparece un hecho nuevo, no hace más que confirmar mi fe.
— Me da la impresión de que usted no escuchó atentamente lo que dije esta mañana.
Rechazo la idea de que estemos en una suerte de concurso sobre la fe y que usted sea el ganador incuestionable. Que yo sepa, usted ha puesto a prueba su fe. ¿Está dispuesto a arriesgar la vida por ella? Yo sería capaz de hacerlo por la mía. Acérquese a la ventana y mire ese enorme péndulo de Foucault, cuyo peso debe de superar los setecientos kilos.
Mi fe me dice que la amplitud de un péndulo libre — la distancia que puede alejarse de su posición vertical — no puede nunca aumentar, sino sólo disminuir. Estoy dispuesta a ir ahí fuera, colocarme la pesa delante de la nariz, soltarla y dejar que oscile de vuelta hacia mí.
Si mis creencias están equivocadas, un péndulo de setecientos kilos me azotará la cara.
Vamos ¿Quiere poner a prueba mi fe?
— En verdad no es necesario: le creo — respondió Joss —. Rankin, sin embargo parecía interesado. Quizá se estaría imaginando — pensó ella — cómo le quedaría el rostro después.
— Pero, ¿se atreverían ustedes a pararse treinta centímetros más cerca del péndulo y rogarle a Dios que acortara el recorrido de oscilación? ¿Y si resulta que habían entendido todo mal, que lo que estaban enseñando no era en lo más mínimo la voluntad de Dios? A lo mejor es obra del demonio… o tal vez, pura invención humana. ¿Cómo pueden estar tan seguros?
— Por la fe, la inspiración, la revelación, el temor de Dios — respondió Rankin —. No juzgue a los demás por su propia y limitada experiencia. El hecho de que usted rechace al Señor no impide que otras personas puedan reconocer su gloria.
— Mire, todos tenemos ansias de asombro por ser una característica muy humana. La ciencia y la religión se basan en el asombro, pero pienso que no es necesario inventar historias; no hay por qué exagerar. El mundo real nos proporciona suficientes motivos de admiración y sobrecogimiento. La naturaleza tiene mucha más capacidad para inventar prodigios que nosotros.
— Quizá seamos todos peregrinos en el camino que conduce a la verdad — insinuó Joss.
Al oír esas palabras de esperanza, Der Heer aprovechó para intervenir y todos decidieron dar por terminada la reunión. Ellie se preguntó si habrían logrado algún resultado positivo. Valerian habría sido mucho más convincente y menos provocativo.
Ellie deseó haber sabido contenerse.
— Fue un día muy interesante, doctora, y se lo agradezco.
Joss parecía algo distraído una vez más, aunque cortés. Cuando se dirigían al vehículo oficial que los aguardaba, pasaron frente a una exhibición tridimensional titulada «La Falacia del Universo en Expansión», junto a la cual un cartelito rezaba: «Nuestro Dios está vivo y goza de buena salud. Lo sentimos por el suyo.»
— Lamento haberte hecho tan difícil la tarea — le dijo Ellie a Der Heer.
— No, por favor. Estuviste muy bien.
— Ese Palmer Joss es un tipo muy interesante. No creo que haya logrado convencerlo, pero te digo una cosa: él casi me convierte a mí.
Bromeaba, desde luego.
Capítulo once — El Consorcio Mundial para el Mensaje
La mayor parte del mundo está parcelada, y constantemente se divide, conquista y coloniza lo poco que queda de él. Y pensar que hay estrellas por la noche, anchurosos mundos que jamás podremos alcanzar. Me gustaría anexionar los planetas si me fuera posible; a menudo pienso en eso porque me entristece verlos con tanta nitidez, y sin embargo, tan lejanos.
CECIL RHODES Last Will and Testament (1902)
Desde la mesa que ocupaban junto a la ventana, veían caer la lluvia en la calle. Un peatón pasó corriendo. El dueño del local había descorrido el toldo a rayas que protegía los barriles de ostras que, clasificadas según su tamaño y calidad, constituían algo así como una publicidad callejera de la especialidad de la casa. Ellie se sentía muy cómoda en el interior del restaurante, el famoso Chez Dieux. Como estaba anunciado buen tiempo, había salido sin paraguas ni impermeable.
Vaygay introdujo un nuevo tema.
— Mi amiga Meera es bailarina de strip tease — dijo —. En cada viaje a este país, realiza presentaciones para grupos de profesionales, en simposios y convenciones. Según ella, cuando se desviste ante un público de trabajadores — en reuniones sindicales, por ejemplo —, los hombres se enloquecen, le gritan groserías, intentan subirse al escenario.
Pero cuando repite el mismo espectáculo para médicos y abogados, éstos permanecen inmóviles. Algunos, dice, se pasan la lengua por los labios. Mi pregunta es: ¿los abogados son más sanos que los obreros de las acerías?
Que Vaygay tenía diversas amistades femeninas, siempre había sido obvio. Abordaba a las mujeres de una manera tan directa y extravagante — salvo a ella, actitud que por algún motivo le causaba agrado y fastidio a la vez —, que ellas siempre podían negarse sin el menor problema. Muchas le decían que sí, pero la noticia sobre Meera le resultó algo inesperada.
Habían pasado la mañana comparando apuntes e interpretación de datos. La emisión continua del Mensaje había llegado a una importante nueva etapa. Vega transmitía diagramas con un sistema semejante a las radiofotos que publican los diarios. Cada imagen estaba formada por infinidad de puntitos negros y blancos, y cada uno de éstos se obtenía a partir de dos números primos. Se registró gran cantidad de tales diagramas, uno a continuación del otro, pero no intercalados en el texto. Parecía un cuadernillo de ilustraciones que se agrega al final de un libro. Al concluir la transmisión de la larga secuencia de diseños, se reanudó la emisión del ininteligible texto. Dichos diagramas parecían confirmar la opinión de Vaygay y Arkhangelsky: el Mensaje traía instrucciones, los planos para la fabricación de una máquina cuyo uso práctico se desconocía. En la reunión plenaria del Consorcio Mundial para el Mensaje, a celebrarse al día siguiente en el Palacio de L'Elysée, Ellie y Vaygay presentarían por primera vez algunos de los detalles ante los delegados de los países miembros. No obstante ya se corrían rumores respecto de la hipótesis de la máquina.
Durante el almuerzo, Ellie resumió su conversación con Joss y Rankin. Vaygay la escuchó con atención, pero no hizo preguntas. Fue como si ella le hubiera confesado algún indecoroso secreto personal.
— ¿Tienes una amiga de nombre Meera que es corista de strip tease, con permiso para trabajar en el plano internacional?
— Desde que Wolfgang Pauli descubrió el Principio de la Exclusión en ocasión de haber concurrido al Folies-Bergére, he considerado mi deber profesional como físico visitar París cuantas veces me fuera posible, es una especie de homenaje a Pauli. Sin embargo, nunca logro convencer a los funcionarios de mi país para que autoricen mis viajes con este único motivo. Por lo general me obligan a realizar alguna labor trivial sobre física.
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