Robert Silverberg - Tiempo de mutantes

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Tiempo de mutantes: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando llega el invierno, los mutantes se reúnen… Siempre han vivido en la sombra, pero cerca de la sociedad normal. Ignorados, marginados, han sobrevivido recluidos en clanes invisibles, usando sus extraordinarias facultades psíquicas para escudarse contra la intolerancia, en fanatismo y el aborrecimiento que inspira a los normales, hasta ahora…
El primer líder mutante, que ha emergido a la luz para reclamar iguales derechos que el resto de los mortales, es asesinado.
Encontrar al asesino es la difícil misión de un grupo de mutantes. Entre ellos están Michael, confuso entre la lealtad al clan y su amor por una persona normal; Melanie, sola entre los mutantes y rechazada por los normales; y Jean, que usa su poder psíquico y su sexualidad de mutante para obtener todo aquello que más desea.
Como sociedad deben luchar contra su entorno, ocultando sus miedos hasta encontrar un medio que proteja sus intimidades, sus amores y sus vidas.

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—Prueba con esto.

Andie pulsó una tecla del contestador automático.

—Muy bien. Ya tengo la voz y la imagen —dijo Bailey—. Espera.

El hombre desapareció de la pantalla. La imagen de una sonriente mujer policía a caballo ocupó su lugar. Andie se sentó en el sofá, apuró la copa a nerviosos sorbos y esperó. Cinco minutos más tarde, la mujer policía se difuminó y apareció Bailey.

—Desde luego, sabes escogerlos —le dijo, mirándola fijamente.

Andie dejó el vaso, derramando unas gotas.

—¿Lo has encontrado?

Bailey asintió.

—Los tres kilobytes merecían la pena. Benjamin Carrera, alias Cariddi, alias Canay. Tiene unos antecedentes que te erizarían el vello. ¿Qué quieres oír primero?

—Empieza por el principio.

—Treinta y cuatro años. Nacionalidad, desconocida. Posiblemente canadiense o, tal vez, brasileño. Encarcelado en un correccional juvenil en 1997 por ser considerado incorregible. Pasó por tres hogares adoptivos hasta terminar en el centro de jóvenes. Liberado en 2003, al cumplir los dieciocho. Dos años después, juzgado por transporte ilegal de menores fuera del estado; sin condena. Sospecha de tráfico de sustancias controladas. En 2010, detenido tras haberse encontrado un kilo de brin a raíz de un registro llevado a cabo en su deslizador; el juicio fue declarado nulo por irregularidades en el registro. En 2013, procesado por dos delitos de secuestro de niños; sin condena.

«Sospechoso de ser agente de intereses extranjeros. Más recientemente se cree que está involucrado en tráfico de mano de obra entre Estados Unidos y África, Lejano Oriente y Brasil. Cinco acusaciones de violación de la ley protectora del trabajo infantil, por transporte ilegal de menores fuera del estado con fines ilícitos; sin condena.

Bailey alzó la vista de la pantalla de notas.

—No es una buena persona, pelirroja. ¿Cómo es que lo conoces?

—Trabaja conmigo.

—¿Para el senador como se llame?

—Jeffers. Sí.

Bailey la miró fijamente.

—No me gusta —dijo a continuación—. ¿Conoce el senador los antecedentes del individuo?

—No lo sé. No lo creo. —Andie se mordió el labio inferior—. Bailey, ¿cómo se llamaba el tipo que denunció a Melanie Ryton por destrozarle el deslizador?

—¿A quién?

—A esa chica mutante que te pedí que buscaras el año pasado.

Bailey tecleó un código en el ordenador, masculló una maldición y alzó los ojos.

—¡Cariddi! ¿Cómo lo has sabido?

—Sólo era un presentimiento —respondió ella; con una sonrisa irónica, añadió—: Bueno, Bailey, ha sido muy divertido hacer tu trabajo. Si algún día quieres convertirte en relaciones públicas del senador, avísame.

—Muy graciosa. —Bailey parecía mortificado—. ¿Tienes algún problema con ese Canay?

—Todavía no.

—Procura seguir así. No es de fiar.

—Eso parece. Ya lo imaginaba.

—¿Puedo hacer algo más?

—Irte a casa a descansar. Gracias, Bailey.

Andie le mandó un beso.

—Ten cuidado, Andie —respondió el hombre, sin el menor rastro de su anterior tonillo burlón—. Y mantente en contacto conmigo.

—Lo haré. —La pantalla quedó a oscuras.

Andie terminó de deshacer el equipaje y se tomó otra copa.

«¡Vaya sorpresa se llevará Stephen cuando le cuente todo esto!», pensó con sombría satisfacción.

Dejó el vaso en la mesa y empezó a cruzar la estancia, pero se detuvo y se llevó la mano a la boca.

¿Y si no se llevaba ninguna sorpresa?

¿Y si sabía lo de Ben desde el principio?

¿Qué debía hacer ella?

Andie se pasó la mayor parte de la noche sentada en el sofá, haciéndose las mismas preguntas una y otra vez.

¿Hasta qué punto conocía Stephen las andanzas de Ben? ¿Hasta qué punto?

Mucho antes del amanecer, renunció a toda pretensión de conciliar el sueño y se vistió.

La estación del suburbano presentaba un aspecto fantasmal, completamente desierta e iluminada con crioluces azules. Andie se sintió como si fuera la única persona viva en Washington. Llegó al despacho antes de las seis.

Una mujer de piel oscura vestida con un traje malva esperaba ante la puerta del despacho como si fueran las dos de la tarde.

—¿Señorita Greenberg? —preguntó con una agradable voz de contralto.

—¿Sí?

—Soy Rayma Esteren, del Washington Post —se presentó, mostrando brevemente sus credenciales—. ¿Podríamos hablar en privado unos momentos?

—¿No es un poco temprano, señorita Esteron? —respondió Andie—. ¿Cómo ha entrado? ¿Es que se ha quedado montando guardia toda la noche?

—No, exactamente. Conozco a algunas personas…

La mujer morena le dirigió una sonrisa de complicidad.

—Verá, le aseguro que no puedo recibirla sin concertar una cita… —declaró Andie en tono tajante.

—Se trata de un asunto muy importante, señorita Greenberg —replicó Esteron—. ¿Está segura de que no puede dedicarme unos minutos?

—Me temo que no.

—Es algo referente al senador Jeffers… y al señor Canay.

—¿Oh?

Esteron permaneció impasible.

—Muy bien —dijo Andie con cautela—. ¿Qué le parece si me cuenta lo que sea en el despacho?

La periodista movió la cabeza en gesto de negativa.

—Será mejor en otra parte. En mi deslizador, por ejemplo. Está aparcado fuera.

Andie la miró, desconcertada.

—Esto es muy irregular.

—Por favor, permítame —insistió Esteron, con una sonrisa afable.

Andie se encogió de hombros.

—Vamos…

El deslizador púrpura de Esteron estaba aparcado en la entrada de servicio de la Sala Norte. Con un escalofrío, Andie salió tras la otra mujer al aire helado de aquel amanecer de febrero. La periodista debía de conocer a mucha gente. De lo contrario, a esas alturas su deslizador ya habría recibido cinco multas por aparcar allí.

Esteron pulsó un botón del teclado que llevaba en la muñeca, y las portezuelas del vehículo se abrieron. Andie ocupó el asiento del acompañante.

—¿Y bien? —dijo, una vez instalada—. Ya estamos encerradas y a salvo. ¿De qué me quiere hablar?

—Vamos a dar una vuelta.

La periodista programó el mecapiloto y se arrellanó en el asiento para observar a Andie. El deslizador tomó velocidad calle abajo hacia una vía de acceso a la autopista de circunvalación.

—Verá, señorita Greenberg. En el momento de su muerte, Jacqui Renstrow había conseguido una abundante documentación sobre las actividades financieras del senador. ¿No ha apreciado usted nunca alguna irregularidad en las actuaciones contables del senador?

A Andie se le aceleró el pulso.

—¿Por qué me lo pregunta? Yo soy la coordinadora de prensa y medios de comunicación.

Esteren le lanzó una mirada perspicaz.

—También está usted muy próxima al senador.

—Creo que será mejor que hable con alguien de contabilidad —se apresuró a replicar Andie—. No tengo nada que decir al respecto.

La periodista exhaló un suspiro.

—Esperaba que colaborase de buen grado… —comentó. Llevó una mano al bolso, sacó un fino billetero y lo abrió. Durante unos breves instantes, Andie vio una placa dorada cubierta de holocircuitos verdeazulados—. Señorita Greenberg, trabajo para el FBI. Estamos realizando una investigación de las finanzas del senador Jeffers. Parece que se están desviando grandes sumas de dinero del presupuesto de su despacho.

—¿Qué? ¿Y adonde va a parar?

—Eso es lo que nos gustaría descubrir.

—¿Por qué me lo cuenta a mí? ¿No tiene miedo de que vaya a decírselo a Jeffers?

—Con franqueza, sí —respondió Esteron—. Conocemos su relación con el senador. Sin embargo, es usted una de los dos únicos no mutantes que trabajan en su despacho, y, como bien sabe, no podemos recurrir a Canay.

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