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Robert Silverberg: Las puertas del cielo

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg: Las puertas del cielo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1991, ISBN: 84-253-2287-1, издательство: Grijalbo, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Silverberg Las puertas del cielo

Las puertas del cielo: краткое содержание, описание и аннотация

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Es una Tierra del futuro, una Tierra agobiada por la superpoblación. En ella domina una religión, la de los vosters, que busca la inmortalidad a través de la ciencia. Y, sin embargo, los vosters, a pesar de su poder, no han logrado implantarse en Venus, coto cerrado de la herejía harmonista. Las dos religiones están enfrentadas, pero ¿podría relacionarse la resurrección del mártir Lázaro, fundador de los harmonistas, y la aspiración celestial de Vorst? ¿Podrían ambas religiones unidas abrir a los seres humanos las puertas del cielo? Esta obra supuso para su autor, Robert Silverberg, la consagración como uno de los maestros de la ficción científica. La agilidad, la exultante fantasía, la solidez narrativa de Silverberg se manifiestan en ella con todo su esplendor.

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—Hemos culminado nuestra primera etapa de evolución. Ahora necesitamos extender nuestra leyenda. La partida de Vorst, simbólicamente, tiene un valor inestimable para nosotros. Asciende a los cielos, permitiéndonos proseguir su trabajo y avanzar hacia nuevas metas. Si se quedara, empezaríamos a contar el tiempo. Ahora, su glorioso ejemplo servirá para inspirarnos. Vorst abrirá el camino hacia nuevos mundos, y nosotros nos quedaremos para engrandecer la fundación que nos lega.

—Hablas como si te lo creyeras.

—Lo creo. No fue así al principio, pero Vorst tenía razón. Dijo que yo comprendería por qué se iba, y acertó. Es diez veces más valioso para el movimiento marchándose que permaneciendo aquí.

—Ya no se contenta con ser Jesucristo y Mahoma —murmuró Magnus—. Se empeña en ser Moisés, y también Elias.

—Nunca creí que te oiría hablar de él tan irrespetuosamente.

—Yo tampoco. ¡No quiero que se vaya, maldita sea!

Kirby se asombró al ver que las lágrimas brillaban en los pálidos ojos de Magnus.

—Precisamente por eso se marcha —dijo Kirby, y los dos hombres se quedaron en silencio.

Capodimonte se acercó a ellos.

—Todo está dispuesto —anunció—. Lázaro me ha informado de que los impulsores ya están conectados en serie.

—¿Y nuestros espers? —preguntó Kirby.

—Están preparados desde hace una hora.

Kirby miró la reluciente cápsula.

—Terminemos cuanto antes —dijo.

—Síaprobó Capodimonte—. Es lo mejor.

Kirby sabía que Lázaro estaba esperando su señal. A partir de ahora, él daría todas las señales, al menos en la Tierra. Esta idea, sin embargo, ya no le inquietaba. Se había adaptado a la situación. Estaba al mando.

Insignias simbólicas atestaban el campo: iconos armonistas, un gran reactor de cobalto, la parafernalia de los dos cultos que ahora se fusionaban. Kirby hizo un gesto a un acólito, y las barras de protección fueron retiradas. La cápsula cobró vida.

El Fuego Azul bailó por encima del reactor, y su resplandor bañó el casco de la cápsula. Una luz fría, la radiación Cerenkov, el símbolo vorster, destelló en la meseta, y de la multitud arracimada se elevó un sonido fervoroso, las letanías susurradas, las recapitulaciones murmuradas de las franjas del espectro. Entretanto, el hombre que había inventado la oración se hallaba oculto dentro de aquella lágrima de acero, en el centro de la concurrencia.

La llamarada del Fuego Azul era la señal que aguardaban los venusinos concentrados en el edificio próximo. Había llegado el momento de aunar sus poderes e impulsar la cápsula hacia el espacio, plantando el pie del hombre en un nuevo mundo, en las estrellas.

—¿A qué están esperando? —preguntó Magnus en tono quejumbroso.

—Quizá no lo consigan —dijo Capodimonte.

Kirby no dijo nada. Y entonces empezaron a conseguirlo.

9

Kirby no sabía bien lo que esperaba. Se había imaginado en sus fantasías a una docena de venusinos bailando alrededor de la cápsula, unidas las manos, sus frentes palpitando por el esfuerzo de elevar el vehículo y lanzarlo al espacio. Sin embargo, los venusinos no estaban a la vista; se hallaban encerrados en su cúpula, a centenares de metros de distancia, y Kirby tuvo la sospecha de que ni habían enlazado las manos ni mostraban señales externas de esfuerzo.

En sus ensueños también se había imaginado a la cápsula despegando como un cohete, elevándose unos metros del suelo, bamboleándose ligeramente, subiendo un poco más, remontándose de repente, cruzando el cielo con una marcada trayectoria, disminuyendo de tamaño, perdiéndose de vista al fin. Pero, claro, la realidad no se ajustaría a sus visiones.

Esperó. Pasó un largo momento.

Pensó en Vorst, aterrizando en otro planeta. ¿Tal vez en un mundo habitado? ¿Qué efecto produciría Vorst al llegar a este territorio virgen? Vorst era una fuerza irresistible, terrorífica y única. A donde fuera, transformaría todo cuanto le rodeara. Kirby sintió pena por los diez desventurados pioneros que gozarían de los consejos continuados de Vorst. Se preguntó qué clase de colonia fundarían.

Fuera cual fuese, tendría éxito. El éxito era algo natural en Vorst. Era espantosamente viejo, pero todavía poseía una increíble vitalidad. El Fundador parecía saborear el desafío de comenzar de nuevo. Kirby le deseó buena suerte.

—Allá van —susurró Capodimonte.

Era verdad. La cápsula seguía en tierra, pero el aire que la rodeaba oscilaba, como agitado por las oleadas de calor que surgían de la tierra reseca y arenosa.

Entonces, la cápsula desapareció.

Eso fue todo. Kirby miró el lugar vacío donde había estado. Vorst había ascendido a los cielos, y en algún lugar se había abierto una puerta.

—Existe una Unidad de la que toda vida brota —dijo alguien en voz baja detrás de Kirby—. A la infinita variedad del universo le debemos…

—Hombre y mujer, estrella y piedra, árbol y ave… —dijo otra voz.

—En nombre del espectro, del cuanto y del sagrado angstrom… —dijo otra.

Kirby no se quedó a escuchar las familiares oraciones, ni tampoco rezó. Miró brevemente una vez más aquel punto vacío del desierto, y después levantó la vista hacia el cielo intensamente azul, que empezaba a oscurecerse ante la inminente llegada del ocaso. Se había consumado. Vorst se había ido, dando por finalizada su misión en la Tierra, y ahora les llegaba el turno a los hombres inferiores. El camino estaba abierto. La humanidad podía desparramarse por los cielos. Tal vez. Tal vez.

Solo entre la muchedumbre de fieles, Kirby dio la espalda al ahora lugar sagrado desde el que Vorst había ascendido a los cielos. Kirby, con mucha parsimonia, una alta figura cuya sombra se alargaba varios metros, se alejó del lugar donde Noel Vorst había estado, hacia el lugar donde David Lázaro le estaba esperando para hablar con él.

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