Robert Silverberg - Las puertas del cielo

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Es una Tierra del futuro, una Tierra agobiada por la superpoblación. En ella domina una religión, la de los vosters, que busca la inmortalidad a través de la ciencia. Y, sin embargo, los vosters, a pesar de su poder, no han logrado implantarse en Venus, coto cerrado de la herejía harmonista. Las dos religiones están enfrentadas, pero ¿podría relacionarse la resurrección del mártir Lázaro, fundador de los harmonistas, y la aspiración celestial de Vorst? ¿Podrían ambas religiones unidas abrir a los seres humanos las puertas del cielo?
Esta obra supuso para su autor, Robert Silverberg, la consagración como uno de los maestros de la ficción científica. La agilidad, la exultante fantasía, la solidez narrativa de Silverberg se manifiestan en ella con todo su esplendor.

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—He hablado con Lázaro y cerrado el trato —murmuró Vorst, ante el cauteloso silencio de Kirby—. Ha accedido a proporcionarnos impulsores, tantos como queramos. Es posible que enviemos una expedición interestelar a finales de año.

—Me dejas un poco aturdido, Noel.

—Es decepcionante, ¿verdad? Durante cien años avanzas hacia un objetivo a paso de tortuga, y de repente te encuentras a un paso de la recta final; la emoción del intento deja paso al aburrimiento de lo ya consumado.

—Todavía no hemos enviado esa expedición a otro sistema solar —le recordó con serenidad Kirby al Fundador.

—Lo haremos, lo haremos. Está fuera de toda duda. Estamos en la recta final. Capodimonte ya se dedica a seleccionar personal para la expedición. Pronto pondremos a punto la cápsula. La gente de Lázaro colaborará, y allá iremos. Dalo por hecho.

—¿Cómo conseguiste que accediera, Noel?

—Explicándole cómo serán las cosas cuando la expedición haya partido. Dime, ¿te has parado a pensar alguna vez en cuáles serían los objetivos de la Hermandad después de enviar la primera expedición?

—Bien… —vaciló Kirby—. Enviar más expediciones, supongo. Consolidar nuestras posiciones. Continuar las investigaciones médicas. Seguir con nuestro trabajo habitual.

—Exactamente. Un largo y lento camino llano hacia la utopía. Ya no se trataría, de escalar una montaña. Por eso no me quedaré para seguir dirigiendo la situación.

—¿Cómo?

—Me voy en la expedición.

Si Vorst se hubiera arrancado una extremidad y golpeado el suelo con ella, Kirby no se habría quedado más estupefacto. Las palabras del Fundador le golpearon como un mazazo y le hicieron retroceder. Kirby se agarró a los brazos de la silla, y la silla le aferró en respuesta, meciéndole con suavidad hasta que su conmoción se calmó.

—¿Que te vas? —estalló Kirby—. No, no. No me lo puedo creer, Noel. Es una locura.

—He tomado mi decisión. Mi trabajo en la Tierra ha terminado. He guiado a la Hermandad durante un siglo, y ya es suficiente. He visto como tomaba el control de la Tierra, y también el de Venus indirectamente, y cuento con la colaboración, ya que no el apoyo, de los marcianos. He hecho aquí todo lo que me propuse. Con la partida de la primera expedición interestelar, habré rematado lo que llamo presuntuosamente mi misión sobre la Tierra. Es hora de seguir adelante. Probaré en otro sistema solar.

—No permitiremos que te vayas —dijo Kirby, sorprendido por sus propias palabras—. ¡No puedes irte! A tu edad…, subirte a una cápsula con destino a…

—Si yo no voy, no habrá cápsula con destino a ningún sitio.

—No hables de esa manera, Noel. Pareces un niño mimado amenazando con suspender la fiesta si no accedemos a sus caprichos. En la Hermandad hay otras personas cuyas responsabilidades tampoco les permitirán marchar.

Para sorpresa de Kirby, su acida acusación sólo pareció divertir a Vorst.

—Creo que has interpretado mal mis palabras —dijo—. No he dicho que suspenderé la expedición si yo no voy. He dicho que utilizar los espers de Lázaro depende de que yo vaya. Si no subo a bordo de la cápsula, no nos prestará sus impulsores.

Kirby se sumió en el estupor por segunda vez en diez minutos, mezclado esta vez con dolor, porque comprendió que se había producido una traición.

—¿Es éste el trato que hiciste, Noel?

—Valía la pena pagar el precio. Ya hace mucho tiempo que se precisaba un cambio en el poder. Yo desaparezco de escena; Lázaro se convertirá en el jefe supremo del movimiento. Tú serás su vicario en la Tierra. Conseguimos los espers. Abrimos las puertas del cielo. Beneficia a todo el mundo involucrado.

—No, Noel.

—Estoy harto de estar aquí. Quiero marcharme. Lázaro también quiere que me vaya. Soy demasiado grande, más grande que todo el movimiento. Es hora de dar entrada a los mortales. Tú y Lázaro podéis dividiros la autoridad. El ostentará la supremacía espiritual, pero tú gobernarás la Tierra. Los dos forjaréis algún tipo de relación comunicante entre los armonistas y la Hermandad. No será muy difícil; los rituales son muy parecidos. En diez años habrá desaparecido cualquier resentimiento. Y yo estaré a doce añosluz de distancia, sin entrometerme en vuestro camino, viviendo en mi retiro. Pastoreando en el planeta X del sistema Y. ¿Qué te parece?

—Que no creo nada de todo esto, Noel. Que abdiques al cabo de un siglo, que te largues como una exhalación con un grupo de pioneros, que vivas en una cabaña de troncos en un planeta desconocido a la edad de ciento cincuenta años, que sueltes las riendas…

—Pues empieza a creértelo —dijo Vorst. Por primera vez desde que había empezado la conversación, su voz recuperó el viejo tono restallante—. Me voy. Está decidido. En cierto sentido, ya me he ido.

—¿Qué significa eso?

—Ya sabes que soy un oscilador de segunda fila, que hago planes ayudándome de precogs.

—Sí.

—He visto el futuro. Sé cómo empezó y sé cómo va a ser. Me marcho. He seguido el plan hasta ahora… He seguido y he guiado, todo a la vez, patas arriba a través del tiempo. Sabía todo lo que haría un poco de antemano. Desde que fundé la Hermandad hasta este preciso momento. Así que está decidido. Me voy.

Kirby cerró los ojos y luchó por conservar la calma.

—Examina el trayecto que ya he recorrido —dijo Vorst—. ¿Alguna vez di un paso en falso? La Hermandad prosperó. Se apoderó de la Tierra. Cuando fuimos lo bastante fuertes para permitirnos un cisma, fomenté la herejía armonista.

—Que fomentaste…

—Escogí a Lázaro para mis designios y le llené la cabeza de ideas. Era un acólito insignificante, arcilla en mis manos. Por eso nunca le llegaste a conocer en los primeros tiempos. Pero estaba allí. Yo le escogí. Yo le moldeé. Hice que su movimiento se opusiera al nuestro.

—¿Por qué, Noel?

—Ser monolítico no hubiera dado resultado. Hice una apuesta compensatoria. La Hermandad fue pensada para triunfar en la Tierra, pero los mismos principios no atraían, no podían atraer a Venus. De modo que puse en marcha un segundo culto. Lo hice a la medida de Venus y les di a Lázaro. Después, les di a Mondschein. ¿Te acuerdas? Fue en 2095. Era un vulgar acólito ambicioso, pero comprendí que poseía energía y le fui dando pequeños toques, hasta que se encontró en Venus y transformado. El edificó toda la organización.

—¿Y sabías que habían encontrado impulsores? —preguntó Kirby, incrédulo.

—No lo sabía, pero confiaba en ello. Sólo sabía que fundar los armonistas era una buena idea, porque vi que había sido una buena idea. ¿Me sigues? Por la misma razón, rapté a Lázaro y le oculté en una cripta durante sesenta años. En aquel momento no supe por qué, pero sabía que podía ser útil guardarme en el bolsillo por un tiempo al mártir armonista, una carta que podría jugar en el futuro. Jugué esa carta hace doce años, y desde entonces los armonistas han sido míos. Hoy he jugado mi última carta: yo mismo. He de irme. En cualquier caso, mi trabajo ha terminado. Estoy harto de desenredar la madeja. He hecho juegos malabares durante cien años, impulsando mi propia oposición, creando conflictos destinados a resolverse en una síntesis definitiva, y esta síntesis ya se ha producido y me marcho.

—Me humillas, Noel —dijo Kirby, tras un largo silencio—, al pedirme que ratifique una decisión que ya es tan inmutable como las olas y el amanecer.

—Eres libre para oponerte a ella en la reunión del Consejo.

—Pero, de todas formas, ¿te irás?

—Sí. No obstante, quisiera tu apoyo. No influirá en el resultado final, pero prefiero tenerte a mi lado que en contra. Me gustaría pensar que comprendes más que nadie lo que he hecho durante estos años. ¿Crees que existe todavía algún motivo para que me quede en la Tierra?

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