Ursula Le Guin - Los desposeídos

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Shevek, un físico brillante, originario de Antares, un planeta aislado y “anarquista”, decide emprender un insólito viaje al planeta madre Urras, en el que impera un extraño sistema llamado el “propietariado”. Shevek cree por encima de todo que los muros del odio, la desconfianza y las ideologías, que separan su planeta del resto del universo civilizado, deben ser derribados. En este contexto la autora explora algunos de los problemas de nuestro tiempo: la posición de la mujer en la estructura social, la complejidad de las relaciones humanas, los méritos y las promesas de las ideologías, las perspectivas del idealismo político en el mundo actual.

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La noche anterior a la partida de Shevek, Bedap fue a comer con ellos en el refectorio del Instituto, y volvieron juntos a la habitación. Se sentaron a conversar en la noche calurosa, con la luz apagada y las ventanas abiertas. Bedap, que comía en un comedor pequeño, donde los arreglos especiales no eran una carga para los cocineros, había guardado durante una década su ración de bebidas especiales: una botella de un litro de zumo de frutas. La mostró con orgullo: una fiesta de despedida. Lo repartieron y lo saborearon lentamente, arqueando las lenguas.

—¿Te acuerdas —dijo Takver— de aquella comilona, la noche antes de que partieras de Poniente del Norte? Yo comí nueve de aquellos pastelillos fritos.

—Tenías el pelo cono entonces —dijo Shevek, sorprendido por aquella imagen, que nunca había comparado con la Takver actual—. Esa eras tú ¿no?

—¿Quién te imaginas que era?

—¡Diantre, que niña eras entonces!

—También tú eras un niño, ya han pasado diez años. Me había cortado el pelo para parecer distinta e interesante. ¡No me sirvió de mucho! —Takver se rió, con una risa fuerte, alegre, que sofocó en seguida para no despertar al bebé, dormido detrás del biombo. Nada, sin embargo, despertaba a la niña una vez que se dormía—. ¡Cuánto deseaba entonces ser diferente! Me pregunto por qué era así.

—Hay un momento, alrededor de los veinte —dijo Bedap— en que tienes que elegir si serás como todo el mundo por el resto de tus días, o aprovecharás tus propias peculiaridades.

—O por lo menos las aceptarás con resignación —dijo Shevek.

—Shev pasa por una crisis de resignación —explicó Takver—. Es la vejez que se acerca. Ha de ser terrible tener treinta años.

—No te preocupes, tú no te resignarás ni a los noventa —dijo Bedap, palmeándole la espalda—. ¿Acaso te has resignado al nombre de tu hija?

Los nombres de cinco y seis letras emitidas por la computadora del registro central, y que eran únicos para cada individuo viviente, remplazaban a los números que una sociedad que utilizaba computadoras tendría que haber asignado a sus miembros. Un anarresti no necesitaba otra identificación que la del nombre. El nombre, por lo tanto, era considerado parte importante del yo, aunque uno no pudiera elegirlo más que la nariz o la estatura. A Takver no le gustaba el nombre que le había tocado a la niña, Sadik.

—Todavía me suena a un buen bocado de pedregullo —dijo—. No le sienta.

—A mí me gusta —dijo Shevek—. Me suena a chica alta y espigada de largos cabellos negros.

—Pero es una niña bajita y gorda, de cabellos invisibles —observó Bedap.

—¡Dale tiempo, hermano! Escuchad. Pronunciaré un discurso.

—¡Que hable! ¡Que hable!

—Chist…

—Pero ¿por qué? A esa criatura no la despierta ni un cataclismo.

—Cállate. Me siento emocionado. —Shevek alzó la copa de zumo de fruta.— Quiero decir… Lo que quiero decir es esto. Me alegra que Sadik haya nacido ahora. Es un año difícil, en tiempos difíciles, y necesitamos de nuestra hermandad. Me alegra que haya nacido ahora y aquí. Me alegra que sea uno de los nuestros, un odoniano, nuestra hija y nuestra hermana. Me alegra que sea la hermana de Bedap. Que sea la hermana de Sabul, ¡y aun de Sabul! Brindo por esta esperanza: que mientras viva, Sadik ame a sus hermanas y hermanos tanto y con tanta alegría como yo los amo en esta noche. Y que llueva.

La CPD, el principal usuario de la radio, el teléfono y los servicios postales, coordinaba los medios de comunicación a larga distancia del mismo modo que coordinaba los medios de transporte y embarque a larga distancia. Como en Anarres no existía el «comercio», en el sentido de promoción, propaganda, inversiones, especulaciones, y otras cosas por el estilo, el correo se ocupaba fundamentalmente de la correspondencia entre los sindicatos industriales y profesionales, las directivas y los boletines informativos de éstos, además de los de la CPD, y un reducido volumen de cartas privadas. Por el hecho de vivir en una sociedad en la que cada miembro podía mudarse cuando y donde quisiera, el anarresti tendía a buscar amigos en el lugar donde residía, no en el que había residido. Los teléfonos se utilizaban muy rara vez dentro de una comunidad: no había distancias que lo justificaran. Hasta Abbenay respondía al trazado del estricto modelo regional, con sus «manzanas», los vecindarios semi-autónomos que, por sus dimensiones, permitían que cualquier vecino pudiera ir a pie a ver a cualquier otro, o en procura de cualquier cosa que pudiera necesitar. Por lo tanto las llamadas telefónicas eran principalmente de larga distancia, y estaban a cargo de la CPD. Las llamadas personales tenían que ser concertadas anticipadamente por correo, o no eran conversaciones sino simples mensajes que se dejaban en la central de la CPD. Las canas no iban cerradas, no por ley, naturalmente, sino por convención. La comunicación a larga distancia es costosa en materiales y mano de obra, y como la economía privada no estaba separada de la pública, había un sentimiento generalizado de rechazo a las cartas y llamadas superfluas. Era una frivolidad: olía a propietariado, a egoísmo. Quizá por eso las cartas iban abiertas: nadie tenía derecho a pedir que alguien llevara una carta que no se podía leer. Las cartas viajaban en un dirigible-correo de la CPD, si uno tenía suerte, y si no la tenía, en un tren de provisiones. Llegaban finalmente a la estafeta de la población de destino, y allí quedaban, pues no había carteros, hasta que alguien avisaba al destinatario y éste recogía la carta.

No obstante, era el individuo quien decidía lo que necesitaba y lo que no necesitaba. Shevek y Takver se escribían regularmente, alrededor de una vez por década. Shevek escribió:

El viaje no fue malo, tres días, un furgón-carril de pasajeros, directo. Esta es una leva grande; tres mil personas, dicen. Los efectos de la sequía son mucho peores aquí. No así la escasez. La ración en los comedores es la misma que en Abbenay, sólo que aquí te sirven hojas de gara cocidas, en las dos comidas diarias, pues han tenido un excedente. También nosotros empezamos a creer que hemos tenido un excedente. Pero aquí lo terrible es el clima. Esto es La Polvareda. El aire es seco y el viento sopla día y noche. Hay lluvias breves, pero una hora después de la lluvia, el suelo se disgrega y el polvo se levanta. En esta estación ha llovido menos de la mitad de la media anual. Todo el mundo en el Proyecto tiene los labios resquebrajados, los ojos irritados, hemorragias nasales y tos. Entre quienes viven en Saltos Colorados hay mucha tos del polvo. Los bebés en particular lo pasan muy mal, se ven muchos con la piel y los ojos inflamados. Me preguntó si lo hubiera notado medio año atrás. La paternidad te hace más perceptivo. El trabajo es trabajo, y hay camaradería, pero el viento seco desgasta. Anoche pensé en el Ne Theras y el rumor del viento en la noche me recordaba el torrente. No lamentaré esta separación. Me he dado cuenta de que había empezado a dar menos, como si yo te poseyera a ti y tú a mí y no hubiera otra cosa que hacer. La realidad no tiene nada que ver con la posesión. Lo que nosotros hacemos es corroborar la totalidad del tiempo. Cuéntame de Sadik. En los días libres estoy dando clases a un grupo de gente que las pidió una de las jóvenes es una matemática nata, pienso recomendarla al Instituto. Tu hermano, Shevek.

Takver le escribió:

Hay algo raro que me preocupa. Las clases para el tercer trimestre fueron asignadas tres días atrás y fui a averiguar qué horario tendrías en el Instituto pero en la lista no figuraba ninguna clase ni ninguna sala para ti. Pensé que te habían omitido por error y fui al Sindicato de Miembros y ellos dijeron que sí, que querían que dieras la clase de geometría. De modo que fui a la oficina de coordinación del Instituto, vi a la vieja de la nariz, y ella no sabía nada, no, yo no sé absolutamente nada, vaya al centro de asignaciones. Esto es ridículo, dije y fui a ver a Sabul. Pero no estaba en el gabinete de física, y no lo he visto aún aunque he vuelto dos veces. Con Sadik, que usa un maravilloso sombrero blanco de paja que Terras le tejió y está tremendamente seductora. Me niego a ir a desenterrar a Sabul del cuarto o de la gusanera o donde sea que vive. Tal vez está fuera haciendo trabajos voluntarios ¡ja! ¡ja! Quizá tú podrías telefonear al Instituto y averiguar qué clase de error es ése. En realidad fui y miré en el centro de asignaciones de la Divtrab pero no había ninguna lista nueva para ti. Allí la gente es correcta pero esa vieja de la nariz es ineficiente y descomedida, y nadie se interesa por nada. Bedap tiene razón. Nos hemos dejado envolver en las redes de la burocracia. Por favor vuelve (con la matemática genial si es preciso). La separación educa, sin duda, pero tu presencia es la educación que yo quiero. Estoy consiguiendo medio litro de zumo de fruta más una cuota de calcio por día porque andaba escasa de leche y Sadik chillaba mucho. ¡Bien por los viejos doctores! Todo, siempre. T.

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