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Hal Clement: Misión de gravedad

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Hal Clement Misión de gravedad

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El planeta Mesklin es grande y muy denso. La gravedad en su superficie varía enormemente desde 3 g en el ecuador hasta 700 g en los polos. Los océanos son de metano líquido y la nieve es amoniaco congelado. En estas condiciones de pesadilla viven los mesklinitas, quienes han desarrollado una cultura y una sociedad perfectamente acorde con las condiciones de su entorno. Barlemann, un osado marinero mesklinita, acepta emprender un viaje imposible para salvar una costosa sonda terrestre averiada en el polo del planeta. Para los mesklinitas el viaje constituye una maravillosa oportunidad de descubrir la ciencia y avanzar en el camino del conocimiento, fuerza motríz que les guía a través de numerosas aventuras.

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Y a lo mejor también entonces tendría que esperar; los Voladores quizá pusieran objeciones al tipo de examen a que Barlennan quería someter esas máquinas.

3 — LEJOS DEL SUELO

La llegada del tanque, la salida de Lackland de la cámara de presión del domo y el despuntar de Belne se produjeron todos al mismo tiempo. El vehículo se detuvo a un par de metros de la plataforma donde Barlennan estaba agazapado. También salió el conductor, y los dos hombres hablaron un rato junto al mesklinita. A Barlennan le llamó la atención que no entraran en el domo para acostarse, pues ambos parecían realizar un gran esfuerzo bajo la gravedad de Mesklin; pero el recién llegado rechazó la invitación de Lackland.

— Me gustaría ser sociable — respondió—, pero, con franqueza, Charlie, ¿te quedarías en esta horrenda bola de lodo un momento más del necesario?

— Bien, yo podría hacer la misma tarea desde Toorey o desde una nave en órbita libre — replicó Lackland —. Sin embargo, creo que el contacto personal significa mucho. Todavía deseo averiguar más cosas sobre la gente de Barlennan. Me parece que aún no le damos tanto como nosotras esperamos obtener, y sería agradable averiguar si podemos ofrecerle algo más. Más aún, ahora él corre peligro, y la presencia de uno de nosotros aquí podría significar mucho para ambos.

— No te entiendo.

— Barlennan es un capitán errante, un explorador y un mercader independiente. Está lejos de las zonas normales habitadas y recorridas por su gente. Permanecerá aquí durante el invierno meridional, cuando la evaporación del casquete polar del norte genera tormentas increíbles en estas regiones ecuatoriales, tormentas que para él son tan extrañas como para nosotros. Si algo le ocurre, no será fácil hallar otro contacto.

«Recuerda que normalmente vive en un campo gravitatorio entre doscientas y setecientas veces más fuerte que el terrestre. ¡Y no lo seguiremos a casa para conocer a sus parientes! Más aún, no debe de haber cien individuos de su raza que, además de ejercer el mismo oficio, tengan valor suficiente para alejarse de sus hogares naturales.

Entre esos cien, ¿cuántas probabilidades tenemos de conocer a otro, teniendo en cuenta que este océano es uno de los que más frecuentan y que el pequeño brazo donde se halla esta bahía tiene diez mil kilómetros de longitud y tres mil de anchura, con una línea costera muy accidentada? En cuanto a localizar a uno desde arriba, en el mar o en la costa, no debemos olvidar que el Bree de Barlennan, con sus diez metros de largo y tres de ancho, es una de sus naves oceánicas más grandes. Además, no asoman más de ocho centímetros por encima del agua.

«No, Mack, nos topamos con Barlennan por una enorme coincidencia y no confío en que se produzca otra. Permanecer bajo tres gravedades durante cinco meses, hasta la primavera meridional, valdrá la pena. Desde luego, si quieres apostar nuestras posibilidades de recobrar casi dos mil millones de dólares en equipo a los resultados de una búsqueda en una franja de mil quinientos kilómetros de anchura y más de doscientos mil de longitud…

— Has sido muy convincente — admitió el otro ser humano—, pero aun así me alegra que seas tú y no yo quien está aquí. Desde luego, quizá si conociera mejor a Barlennan…

Ambos se volvieron hacia la diminuta forma de oruga agazapada en la plataforma.

— Barlennan, confío en que perdones mi rudeza al no presentarte a Wade McLellan — dijo Lackland —. Wade, te presento a Barlennan, capitán del Bree y un gran marino en su mundo… Él no me lo ha dicho, pero su presencia aquí basta para demostrarlo.

— Mucho gusto en conocerte, Volador McLellan — respondió el mesklinita —. No se necesita ninguna disculpa, y me pareció que vuestra conversación también estaba destinada a mis oídos. — Abrió las pinzas en el gesto de saludo —. Yo había apreciado la buena suerte que representa para ambos nuestro encuentro, y sólo espero poder cumplir mi parte del trato tan bien como vosotros cumpliréis la vuestra.

— Hablas nuestro idioma notablemente bien — comentó McLellan —. ¿Hace sólo seis semanas que lo practicas?

— No sé bien cuánto dura vuestra «semana», pero hace menos de tres mil quinientos días que conocí a tu amigo — respondió el capitán —. Soy buen lingüista, desde luego. Es necesario para mi oficio. Y las películas que me mostró Charles me ayudaron mucho.

— Es una suerte que tu voz pueda reproducir todos los sonidos de nuestro idioma. A menudo tenemos problemas en ese sentido.

— Por eso fue preferible que yo aprendiera el vuestro y no vosotros el mío. Muchos sonidos nuestros son demasiado agudos para vuestras cuerdas vocales, según creo. — Barlennan se abstuvo de mencionar que buena parte de su conversación también era demasiado aguda, aunque en otro sentido, para los oídos humanos. Aunque Lackland no lo hubiera notado, el más honesto de los mercaderes lo piensa dos veces antes de revelar todas sus bazas —. Supongo que Charles, no obstante, ha aprendido algo de nuestro idioma al observarnos y escucharnos a través de la radio que hay a bordo del Bree.

— Apenas nada — confesó Lackland —. Por lo poco que he visto, tienes excelentes tripulantes. Realizan muchas actividades regulares sin necesidad de órdenes, y no entiendo nada de las conversaciones que a veces entablas con tus hombres, si no van acompañadas por alguna acción.

— ¿Te refieres a mis conversaciones con Dondragmer o Merkoos? Son mi primer y segundo oficial, y con quienes más hablo.

— Espero que no te sientas insultado por esto, pero no logro distinguiros uno de otro. No estoy familiarizado con vuestros rasgos.

Barlennan casi rió.

— En mi caso es aún peor. No estoy seguro de haberte visto sin funda artificial.

— Bien, creo que estamos divagando y que ya hemos utilizado mucha luz del día. Mack, supongo que querrás regresar al cohete, donde el peso no existe y los hombres son globos. Al llegar, asegúrate de que los transmisores y receptores de estos cuatro equipos estén bien juntos, para que uno se registre en el otro. No crea que valga la pena conectarlos eléctricamente; estas gentes los usarán por un tiempo como contacto entre grupos aislados y los equipos están en diferentes frecuencias. Barlennan, dejé las radios junto a la cámara de presión. Al parecer, lo sensato sería ponerte a ti y las radios encima del tanque, llevar a Mack hasta el cohete y luego conducirte a ti y al equipo hasta el Bree.

Lackland actuó según esta sugerencia, obviamente la más sensata, antes de que nadie pudiera responder, y, el resultado fue que Barlennan casi enloqueció.

La mano enguantada del hombre levantó el cuerpo diminuto del mesklinita. Por un estremecedor instante, Barlennan se sintió y se vio suspendido a gran distancia del suelo; luego fue depositado en la superficie lisa del tanque. Sus pinzas rasparon desesperadamente el terso metal para complementar la reacción instintiva de sus docenas de pies de succión, que se habían adherido a las láminas; sus ojos miraban con horror el vacío que rodeaba el borde del camino, a poca distancia en cada dirección.

Tardó varios segundos — tal vez un minuto entero— en recobrar el habla, y entonces su voz era inaudible. Estaba demasiado lejos del receptor de la plataforma para comunicar palabras inteligibles, lo sabía por experiencia; sin embargo, aun en ese extremo de terror recordó que el estridente aullido de miedo que deseaba emitir se oiría con nítida claridad en el Bree, pues allá había otra radio.

Y en tal caso, el Bree tendría un nuevo capitán. El respeto por su valor era lo único que había conducido a aquella tripulación a las borrascosas regiones del Borde. Sin valor, perdería tripulación, barco y, en la practica, vida. Los cobardes no se toleraban en ninguna nave oceánica y en ningún puesto; y, aunque sus tierras estaban en la misma masa continental, la idea de recorrer sesenta mil kilómetros de línea costera a pie era descabellada.

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