— Aclara.
— Si el Homo sapiens no consigue sobrevivir… no deja de intentar eliminarse a sí mismo constantemente… ahí están las ratas, dispuestas a tomar el relevo.
— Tonterías. Sobrevaloras a los humanos pensando que quieren morir. Hemos tenido los medios de cometer suicidio racial desde hace generaciones, y esos medios han sido y son muchos y muy variados. No lo hemos hecho. En segundo lugar, para reemplazarnos, las ratas hubieran tenido que desarrollar cerebros enormemente grandes, desarrollar cuerpos para sostenerlos, aprender a caminar sobre dos patas, desarrollar sus patas delanteras en delicados órganos manipuladores… y desarrollar más córtex para controlar todo eso. Para reemplazar al hombre hay que convertirse en hombre. Bah. Olvídalo.
Antes de que dejemos el tema de la plaga, ¿qué conclusiones has sacado respecto a la teoría de las conspiraciones?
— La misma idea es estúpida. Especificaste los siglos VI, XIV y XVII… y eso significa barcos y caravanas y ningún conocimiento de bacteriología. Así que ahí tenemos al siniestro doctor Fu Manchú en su escondite criando un millón de ratas e infestando las ratas con pulgas… demasiado sencillo. Las ratas y las pulgas son infectadas con el bacilo… posiblemente incluso sin teoría. ¿Pero cómo atacar la ciudad elegida? ¿Por barco? En unos pocos días todo el millón de ratas estarán muertas, y también la tripulación. Más difícil todavía hacerlo por vía terrestre. Para efectuar tal trabajo de conspiración en esos siglos se necesitaría la ciencia moderna y una enorme máquina del tiempo. Jefe, ¿a quién se le ocurrió esa pregunta idiota?
— A mí.
— Imaginé que tenía tu huella. ¿Por qué?
— Hizo que estudiaras el tema de una forma mucho más amplia de lo que lo hubieras hecho de otro modo, ¿no?
— Oh… — Había pasado mucho más tiempo estudiando lo más sobresaliente de la historia política del que había pasado estudiando la propia plaga —. Supongo que sí.
— Estás segura de ello.
— Bueno, sí. Jefe, nunca hay ninguna conspiración bien documentada. O a veces sí hay una conspiración demasiado bien documentada, pero los documentos se contradicen entre sí. Si se ha producido una conspiración hace algún tiempo, digamos una generación o más, resulta imposible establecer la verdad. ¿Has oído hablar alguna vez de un hombre llamado John F. Kennedy?
— Sí. Un jefe de estado de mediados del siglo XX de la Federación que ocupaba las tierras entre Canadá (el Canadá Británico y Quebec) y el Reino de México. Fue asesinado.
— Ese es el hombre. Muerto frente a centenares de testigos, y todos los aspectos del suceso, antes, durante, y después, muy bien documentados. Toda esa montaña de evidencias da como resultado esto: nadie sabe quién le disparó, cuántos le dispararon, cuántas veces dispararon contra él, quién lo hizo, por qué fue hecho, y quién estaba involucrado en la conspiración si es que hubo conspiración. Ni siquiera es posible decir si el complot que trajo como consecuencia el asesinato fue movido por manos extranjeras o nacionales. Jefe, si es imposible desenredar algo tan reciente y tan cuidadosamente investigado, ¿qué posibilidades hay de imaginar los detalles de la conspiración que terminó con la vida de Cayo Julio César? ¿O Guy Fawkes y la Conspiración de la Pólvora? Todo lo que puede decirse al respecto es lo que se escribió en las versiones oficiales que podemos encontrar en los libros de historia, y la historia no es más honesta que cualquier autobiografía.
— Viernes, las autobiografías son normalmente honestas.
— ¡Ja! Jefe, ¿qué has estado fumando?
— Me afirmo en lo dicho. Les autobiografías son generalmente honestas, aunque nunca son verídicas.
— Touché.
— Piensa en ello. Viernes, hoy no puedo dedicarte más tiempo; charlas demasiado y cambias de tema. Contén tu lengua mientras te digo algunas cosas. Ahora estás actuando permanentemente como miembro del Estado Mayor. Te estás haciendo vieja; sin duda tus reflejos son un poco más lentos. No voy a arriesgarme a enviarte de nuevo a un trabajo de campo…
— ¡No me estoy quejando!
— Oh, cállate… Pero no debes pasar todo tu tiempo sentada en una silla giratoria.
Ocúpate menos de tu consola, dedica más tiempo al ejercicio; llegará el día en el que tus reflejos perfeccionados salvarán de nuevo tu vida. Y posiblemente las vidas de otros.
Mientras tanto, piensa en el día en que tendrás que seguir tu vida sin ningún tipo de protección. Debes abandonar este planeta; no hay nada para ti aquí. La balcanización de Norteamérica terminó con la última posibilidad de invertir la decadencia del Renacimiento de la Civilización. Así que deberías pensar en las posibilidades de otros planetas, no sólo en el sistema solar sino más allá… planetas que se extienden desde los más extremadamente primitivos hasta los más desarrollados. Investiga para cada uno de ellos el coste y las ventajas de emigrar allí. Necesitarás dinero; ¿deseas que mis agentes recojan el dinero que te estafaron en Nueva Zelanda?
— ¿Cómo sabes que fui estafada?
— ¡Vamos, vamos! No somos niños.
— Oh, ¿puedo pensar acerca de ello?
— Sí. Respecto a tu exmigración: te recomiendo que no te traslades al planeta Olympia.
Aparte éste, no tengo ningún consejo específico que darte excepto el de emigrar. Cuando yo era joven, pensé que podía cambiar este mundo. Ahora ya no pienso así, pero por razones emocionales debo seguir luchando por ello. Pero tú eres joven y, debido a tu herencia única, tus lazos emocionales hacia este planeta y hacia esta porción de humanidad no son muy grandes. No podía mencionarte esto hasta que tú te saliste por ti misma de tus lazos sentimentales en Nueva Zelanda…
— Yo no me «salí» de ello; ¡fui pateada en medio mismo del culo!
— De acuerdo. Mientras te decides, estudia la parábola del silbato de Benjamin Franklin, luego dime (no, pregúntatelo a ti misma) si has pagado mucho o no por tu silbato. Y ya basta de esto… Dos misiones para ti: estudia el complejo corporativo Shipstone incluyendo sus interrelaciones fuera del complejo, y segundo, la próxima vez que nos veamos deseo que me digas exactamente cómo descubrir una cultura enferma. Eso es todo.
El Jefe volvió su atención a su consola, así que me puse en pie. Pero no estaba dispuesta a aceptar una despedida tan brusca, puesto que no había tenido oportunidad de hacer importantes preguntas.
— Jefe. ¿No tengo ninguna tarea específica? ¿Únicamente estudios al azar que no conducen a nada?
— Conducen a algún sitio. Sí, tienes tareas específicas. En primer lugar, estudiar.
Segundo, ser despertada en mitad de la noche (o parada en mitad de un corredor) para hacerte preguntas estúpidas.
— ¿Sólo eso?
— ¿Qué es lo que quieres? ¿Angeles y trompetas?
— Bueno… un título de trabajo, quizá. Yo era un correo. ¿Qué soy ahora? ¿Simplemente un bufón?
— Viernes, estás desarrollando una mente burocrática. ¡Un «titulo de trabajo», por supuesto! Muy bien. Eres un analista intuitivo de estado mayor, informándome únicamente a mí. Pero el título trae consigo un interdicto: se te prohíbe discutir nada más serio que un juego de cartas con ningún miembro de la sección analítica del personal.
Duerme con ellos si quieres, sé que lo has hecho, en dos ocasiones, pero limita tu conversación a lo más trivial.
— ¡Jefe, me gustaría que pasaras menos tiempo debajo de mi cama!
— Sólo el suficiente para proteger a la organización. Viernes, eres muy consciente de que la ausencia aquí de Ojos y Oídos significa simplemente que están ocultos. Puedes estar segura de que no siento la menor vergüenza por nada con tal de proteger a la organización.
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