Robert Heinlein - Viernes

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Viernes: краткое содержание, описание и аннотация

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Viernes es su nombre. Es una mujer. Y es un mensajero secreto. Está empleada por un hombre al que únicamente conoce como "Jefe". Operando desde y a través de una Tierra de un futuro próximo, en la cual Norteamérica ha sido balcanizada en docenas de estados independientes, en donde la cultura ha sido extrañamente vulgarizada y el caos es la norma feliz, se enfrenta a una sorprendente misión que la hace ir de un lado para otro bajo unas órdenes aparentemente absurdas. De Nueva Zelanda al Canadá, de uno a otro de los nuevos estados desunidos de América, mantiene ingeniosamente su equilibrio con rápidas y expeditivas soluciones, de una calamidad y embrollo a otro. Desesperada por la identidad y las relaciones humanas, nunca está segura si se halla un paso por delante, o un paso por detrás, del definitivo destino de la raza humana. Porque Viernes es una Persona Artificial… la mayor gloria de la ingeniería genética.
Una de las mejores obras de Heinlein, lo cual es lo mismo que decir una de las mejores de toda la ciencia ficción…

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Tecleé mi reserva en recepción y subí, no a la suite nupcial — en ausencia de Georges esa encantadora extravagancia me hubiera hecho sentirme triste — sino a una encantadora habitación con una estupenda, grande, amplia cama, un lujo que ordené con la profunda sospecha de que los ignotos (casi etéreos) negocios de Trevor iban a hacer que se creciera en ella. El complicado canalla.

Dejé a un lado el pensamiento y me puse a trabajar.

Llamé al Vicksburg Hilton. No, el señor y la señora Perreault se habían marchado. No, no habían dejado ninguna dirección. ¡Lo sentían!

Yo también, y aquella sintética voz de computadora no animaba en absoluto. Llamé a la Universidad McGill en Montreal y malgasté veinte minutos «enterándome» de que sí, el doctor Perreault era miembro de aquella universidad, pero ahora estaba en la Universidad de Manitoba. El único hecho nuevo era que aquella computadora de Montreal sintetizaba el inglés o el francés con la misma facilidad y siempre respondía en el idioma en el cual se le hablaba. Muy ingeniosos, esos chicos de la electrónica… demasiado ingeniosos, en mi opinión.

Probé el código de llamada de Janet (Ian) en Winnipeg, supe que su terminal estaba fuera de servicio a petición del interesado. Me pregunté por qué había sido capaz de recibir noticias en la terminal en el Agujero un poco antes aquel mismo día. «Fuera de servicio», ¿significaba únicamente «no se reciben llamadas»? ¿Era ese arcano un secreto celosamente guardado de las Telecomunicaciones?

La ANZAC en Winnipeg me paseó por toda su computadora destinada al público viajero antes de conseguir una voz humana que me admitiera que el capitán Tormey estaba de permiso debido a la Emergencia y a la interrupción de los vuelos con Nueva Zelanda.

El código de Ian en Auckland respondía únicamente con música y una invitación a dejar grabado un mensaje, lo cual no me sorprendió puesto que Ian no podría estar allí hasta que se reanudara el servicio del semibalístico. Pero había pensado que tal vez podría encontrar a Betty y/o Freddie.

¿Cómo puede una ir a Nueva Zelanda con el SB fuera de servicio? No puedes ir cabalgando en un caballito de mar; son demasiado pequeños. ¿Acaso esos enormes cargueros marítimos a motor llevan pasajeros? No creía que estuvieran acondicionados para ello. ¿Había oído en algún lugar que algunos de ellos ni siquiera llevaban tripulación?

Creía poseer un detallado conocimiento de las formas de viajar superior al conocimiento profesional de los agentes de viaje debido a que, como correo, a menudo me trasladaba de un lado a otro por medios que los turistas no pueden utilizar y normalmente los viajantes comerciales ni siquiera conocen. Me irritaba darme cuenta de que nunca había pensado en cómo vencer al destino cuando todos los SB estaban en tierra. Pero hay una forma, siempre hay una forma. La archivé en mi mente como un problema a resolver… más tarde.

Llamé a la Universidad de Sydney, hablé con una computadora, pero finalmente conseguí una voz humana que admitió conocer al profesor Farnese pero que estaba en vacaciones sabáticas. No, los códigos privados de llamada y las direcciones particulares no eran facilitadas nunca… lo sentían. Quizá el servicio de información pudiera ayudarme.

La computadora del servicio de información de Sydney parecía sentirse sola, pues estaba dispuesta a charlar indefinidamente conmigo… de cualquier cosa menos admitir que Federico o Elizabeth Farnese estaban en su red. Escuché un vigoroso discurso publicitario acerca del Mayor Puente del Mundo (no lo es) y del mayor Teatro de Opera del Mundo (lo es) así que venga Aquí Abajo y… corté la comunicación reluctantemente; una computadora amistosa es mejor compañía que mucha gente, humana o de mi clase.

Entonces me puse en comunicación con quienes había esperado poder evitar:

Christchurch. Había una posibilidad de que el cuartel general del Jefe hubiera dejado algún mensaje con mi anterior familia cuando se efectuó el traslado… si había sido un traslado y no un desastre total. Había una muy remota posibilidad de que Ian, incapaz de enviarme un mensaje al Imperio, hubiera enviado uno a mi anterior casa con la esperanza de que se me hiciera llegar. Recordé que le había dado mi código de llamada de Christchurch cuando él me dio el código de su piso en Auckland. Así que llamé a mi antiguo hogar…

… y recibí la misma impresión que cuando alguien baja un peldaño que no está ahí:

— El servicio de la terminal que ha señalado usted está interrumpido. Les llamadas no son retransmitidas a otro lugar. En caso de emergencia, por favor teclee Christchurch… — siguió un código que reconocí como el de la oficina de Brian.

Me encontré haciendo hacia atrás las correcciones horarias para obtener una respuesta equivocada que me señalara que no valía la pena llamar… luego me di una patada a mí misma. Aquí era por la tarde, apenas pasadas las quince, de modo que en Nueva Zelanda era mañana por la mañana, poco después de las diez, la mejor hora del día para que Brian estuviera allí. Tecleé su código de llamada, un satélite lo transmitió en unos pocos segundos, y me encontré mirando a un sorprendido rostro.

— ¡Marjorie!

— Sí — dije —. Marjorie. ¿Cómo estás?

— ¿Por qué me llamas?

— ¡Brian, por favor! — dije —. Hemos estado casados siete años; ¿no podemos al menos hablarnos educadamente el uno al otro?

— Le siento. ¿Qué puedo hacer por ti?

— Lamento molestarte en tu trabajo, pero he llamado a la casa y he encontrado la terminal fuera de servicio. Brian, como sin duda sabes por las noticias, las comunicaciones con el Imperio de Chicago han quedado interrumpidas por la Emergencia. Los asesinatos. Lo que los periodistas están empezando a llamar el Jueves Rojo. Como resultado de todo ello estoy en California; nunca conseguí llegar a mi destino en el Imperio. ¿Puedes decirme algo acerca de correo o mensajes que hayan podido llegar para mí? No me ha llegado nada.

— Realmente no sabría decirte. Lo siento.

— ¿Ni siquiera puedes decirme si algo ha sido reexpedido? Sólo saber que un mensaje ha sido reexpedido me ayudaría a rastrearlo.

— Déjame pensar. Hubo todo ese dinero que nos sacaste… no, te lo llevaste contigo.

— ¿Qué dinero?

— El dinero que nos exigiste que te devolviéramos… o ibas a organizar un escándalo público. Un poco más de setenta mil dólares. Marjorie, me siento sorprendido de que tengas el descaro de mostrarte… cuando tu mal comportamiento, tus mentiras, y tu fría codicia destruyeron nuestra familia.

— Brian, ¿de qué demonios estás hablando? No he mentido a nadie. No creo haberme comportado mal, y no le he sacado ni un centavo a la familia. «Destruido a la familia», ¿cómo? Fui echada a puntapiés de la familia, arrojada de un claro cielo azul… pateada y con mi equipaje facturado en cosa de minutos. Evidentemente no he «destruido a la familia». Así que explícate.

Brian lo hizo, con fríos y deprimentes detalles. Mi mal comportamiento era del mismo tipo que mis mentiras, por supuesto, ese ridículo alegato de que yo era un artefacto viviente, no humano, y por ello había obligado a la familia a solicitar una anulación. Yo intenté recordarle que le había probado que estaba perfeccionada; barrió la observación con un gesto de la mano. Lo que yo recordaba, lo que él recordaba, no se correspondía.

En cuanto al dinero, estaba mintiendo de nuevo; había visto el recibo con mi firma.

Le interrumpí para decirle que cualquier firma que pareciera ser la mía en un recibo de esta naturaleza tenía que ser una falsificación, puesto que yo no había recibido ni un solo dólar.

— Estás acusando a Anita de falsificación. Vuelves a mentir descaradamente de nuevo.

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