Hal Clement - Persecución cósmica

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Persecución cósmica: краткое содержание, описание и аннотация

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Un detective alienígena sigue el rastro de un malvado asesino de su misma raza; durante su persecución, se estrella junto a una isla solitaria de la Tierra de 1949. Estos seres necesitan de otra raza para ocupar sus cuerpos, ya que no poseen uno propio. Nuestro “héroe” consigue encontrar un anfitrión: el cuerpo de un joven que vive en la isla.

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Levantó su mano derecha y Bob emitió un silbido. La yema del dedo pulgar y los dos dedos siguientes estaban salpicados de puntos rojos en el lugar en que habían entrado en contacto con la anémona de mar; la mano, hasta la muñeca, estaba visiblemente hinchada y dolorida. El cuidado con que Hugh la movía lo demostraba.

—A mí me han pinchado algunas veces, pero nunca con tanta intensidad —comentó Bob ¿De que clase era?

—No sé. Pregúntale al profesor. Era muy grande.

Bob movió la cabeza. Tenía la sensación de que día iba a suceder algo importante; todo parecía confirmar que las cuatro o cinco personas más sospechosas quedaban ahora eliminadas. Si Hugh había transportado una de las anémonas, sin causarse ningún daño, su huésped hipotético no tenía razones para no haber actuado, en la misma forma, con la segunda. Aunque fuera indiferente al dolor de su anfitrión, probablemente hubiera tratado de evitar la inutilización de su mano, aunque sólo fuera en forma transitoria.

Por eliminación, Norman Hay resultaba ahora el más sospechoso. Bob resolvió hablar de ello con el Cazador en la primera oportunidad.

Al mismo tiempo, era necesario conservar las apariencias.

—¿Qué saben sobre el Petiso? —preguntó.

—Nada. ¿Le ocurrió algo? —replicó Rice.

Bob olvidó inmediatamente sus preocupaciones ante el placer de proporcionar a sus amigos noticias sorprendentes. Les contó con lujo de detalles la enfermedad de su amigo y las dudas del doctor acerca de su origen. Todos estaban muy impresionados; Hay parecía algo inquieto. Su interés por la biología le había hecho conocer algo acerca de los mosquitos que propagan la malaria.

—Quizá sea necesario recorrer el bosque y desinfectar todos los depósitos de agua estancada que encontremos —sugirió—. Si hay malaria en la isla, y al Petiso llegara a picarlo un mosquito, tendremos líos.

—Podemos preguntarle al doctor —replicó Bob—. Tu idea me parece buena. Será un trabajo arduo.

—No importa. Por las descripciones que he leído creo que podremos hacerlo.

—¿Será posible ver al Petiso? —dijo Rice—. Seguramente convendría preguntárselo al doctor. Vamos a verlo ahora mismo.

—Primero hay que fijarse en la hora. Ya es un poco tarde.

Esta observación era razonable y todos esperaron al lado de sus bicicletas en la puerta de la casa de Hay, mientras este último entraba a verificar tan importante detalle.

Un momento después asomó la cabeza por la ventana.

—Mis padres están por comenzar a cenar. Los veré después, frente a la casa de Bob. ¿De acuerdo?

Y sin esperar respuesta desapareció nuevamente. Rice tenía una expresión seria.

—Si él ha llegado justo a tiempo para sentarse a la mesa, eso significa que yo llegaré tarde —observó—. Vamos. No iré después, muchachos. Ya saben por qué.

Tenía que recorrer aproximadamente una milla, casi tanto como Bob. Hasta Colby, que vivía más cerca, no perdió ni un instante, y las tres bicicletas comenzaron a descender por el camino a toda velocidad. Bob no sabía qué les ocurriría a los demás, en cuanto a él, tendría que ir a sacar su comida de la heladera y luego lavar los platos.

Cuando salió finalmente de su casa sólo Hay lo estaba esperando; permanecieron allí algunos minutos pero no llegó ningún otro a la cita. Todos habían recibido ultimátum de sus respectivas familias respecto a las tardanzas, y parecía que las copas habían desbordado.

Norman y Bob decidieron que no valía la pena esperar más tiempo y se dirigieron a la casa del doctor. Allí estaba Seever, como de costumbre, aunque ellos juzgaban más probable que estuviera en la casa de Malmstrom.

—¡Hola, muchachos! Adelante. El trabajo se puso hoy muy animado. ¿Qué puedo hacer por ustedes?

—Queríamos saber si el Petiso puede recibir visitas —respondió Hay—. Nos enteramos que estuvo enfermo y nos pareció conveniente conversar con usted antes de ir a su casa.

—Buena idea. No creo que sea peligroso ir a ver… La malaria no se contagia a través del aire.

Ahora está mejor. Actualmente contamos con buenas drogas antiinfecciosas. Hace tiempo que le bajó la temperatura. Estoy seguro de que se alegrará de verlos.

—Muchas gracias, doctor —dijo Bob—. Norman, si quieres ir saliendo, te alcanzaré dentro de un minuto. Tengo que hacer algo aquí.

—Yo puedo esperar —contestó Hay, desconcertado.

Bob pestañeó al hallarse repentinamente frente a un dilema. El doctor salió en su ayuda.

—Creo que Bob se refiere a la curación que tengo que realizar en su pierna, Norman — dijo—. Si no te ofendes, prefiero trabajar sin testigos.

—Pero… bueno… es que… yo quería también consultarle algo.

—Esperaré afuera hasta que tú termines —dijo Bob, levantándose.

—No. Está bien. Demoraría un rato, y quizá sea mejor que tú también lo sepas. Puedes quedarte.

Hay, volviéndose hacia el doctor Seever, le preguntó:

—¿Podría decirme, doctor, cuáles son los síntomas de la malaria?

—Bueno. Yo nunca padecí esa enfermedad, gracias al cielo. Hay un período de escalofríos. Luego desaparecen y, generalmente, alternan con fiebre y sudores. Eso provoca el delirio del paciente. La enfermedad tiene un período definido de duración, que es el mismo que el ciclo vital del protozoario causante de la infección. Cuando se desarrolla una nueva generación de organismos, todo comienza nuevamente.

—¿Siempre son tan intensos los chuchos y la fiebre… es decir, la persona se siente realmente enferma… o puede pasar un largo tiempo sin percibir los síntomas?

El doctor se estremeció cuando comprendió la verdadera intención de las palabras del muchacho. Bob estaba tenso, como si se hallara presenciando el final de un encarnizado partido de hockey. Y tenía aún un importante dato para comunicarle al doctor.

—A veces puede permanecer en estado latente durante un largo tiempo, de modo que las personas que una vez tuvieron la enfermedad, años más tarde pueden experimentar nuevamente los mismos síntomas. Existen teorías que explican la forma en que esto sucede y no recuerdo haber oído hablar de una persona infectada que no hubiera experimentado alguna vez los síntomas.

También Hay se estremeció. Parecía indeciso acerca de lo que estaba por decir.

—Bueno —dijo finalmente—. Bob nos contó que usted no sabía bien dónde podía haberse contaminado el Petiso. Yo sé que el microbio es trasmitido por mosquitos, los que a su vez se contaminan al picar a alguna persona que ya tiene la enfermedad. Temo que esa persona sea yo.

—Jovencito, te conozco casi desde que naciste y he seguido viéndote desde entonces. Nunca tuviste malaria.

—No estuve nunca enfermo, pero recuerdo haber tenido escalofríos y fiebre como los que usted describe. Duraban muy poco tiempo y no llegaban a molestarme demasiado. No había referido a nadie estos síntomas, pues nunca les di demasiada importancia. Luego, cuando Bob nos contó esta tarde esa historia, en mi mente se produjo una asociación de las cosas que había leído y las que recordaba y pensé que convenla venir a verlo. ¿Tiene algún medio de verificar si estoy enfermo?

—Personalmente creo que te equivocas, muchacho; por supuesto, no pretendo ser un experto en esta materia, ya que la malaria ha sido casi extirpada, pero no me parece posible que estés enfermo. No obstante, si eso te tranquiliza, puedo hacerte un análisis de sangre.

—Me gustaría.

Tanto Bob como el doctor Seever no sabían si preocuparse o asombrarse ante las palabras y las acciones de Norman. La presencia de un muchacho de catorce anos que pensaba con el mismo sentido analítico y la conciencia social de un adulto, deslumbraba al médico y dejaba atónito a Bob, quien no olvidaba que su amigo era menor que él.

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