Larry Niven - Los árboles integrales

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Durante largo tiempo el Estado empleó naves espaciales, cuya velocidad era menor que la de la luz, para preparar los sistemas para su colonización por el hombre. Normalmente las máquinas sembradoras viajaban en circuitos que duraban siglos y que tenían su punto de partida y de llegada en la Tierra. Normalmente las tripulaciones estaban compuestas por ciudadanos y convictos corpiscilos. Normalmente, el último control de la misión era ejercido por un cyborg informante, un verdadero déspota del Estado microcósmico que era la nave. Pero la normalidad se alteró levemente cuando
penetró en el sistema de la doble estrella T 3 y le Voy’s Star. Allí se había formado una inmensa capa gaseosa en forma de anillo alrededor de una estrella neutrón y el amplio espacio que quedaba libre en el interior podía ser un lugar habitable por el hombre. A pesar de que había muy poca tierra, el Anillo de Humo había desarrollado una amplia variedad de formas de vida, la mayoría de las cuales eran comestibles y todas ellas podían volar. El Anillo de Humo se presentó como un paraíso para la mermada tripulación de
y por tanto, volaron hacia él, desprendiéndose del cyborg.

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Clave hizo ondear su manta en los carbones. Tenía los brazos hundidos hasta los codos en el follaje para agarrarse. Los dedos de los pies agarrados al borde de la manta. Balanceaba las piernas y el torso para mover la manta de forma ondulante, esforzándose todo lo posible para mantener los carbones encendidos.

A ochenta metros de él, un inmenso pétalo plateado cambiaba de posición, girando para capturar la luz del sol en el ángulo más directo.

Un fuego podía morir ahogado por su propio humo, sin brisa, y las brisas eran raras en la jungla. El día era tranquilo y brillante. Clave aprovechó las circunstancias para ejercitar las piernas.

En el lugar donde su muslo se había roto, tenía un bulto del tamaño del puño de un niño. Sus dedos podían sentir la protuberancia bajo los músculos; su cuerpo se resentía con el movimiento. Merril le había dicho que no se vería. ¿Mintió Merril para aliviar su preocupación? Clave no le había preguntado a nadie más.

Quizá quedara desfigurado. Pero el hueso mejoraba; le molestaba menos con el paso del tiempo. La cicatriz era una impresionante arruga rosada. Se entrenaba, y esperaba la guerra.

Habían sido diez días de sueño mezclados con dolor. Había visto larguiruchas e imposiblemente altas formas casi humanas revoloteando a su alrededor en todos los ángulos, formas verdosas que se desdibujaban como fantasmas sobre un fondo verde oscuro, calladas voces matizadas por el eterno susurro del follaje. Pensó que había estado soñando.

Pero Merril era real. Feúcha, sin piernas, Merril era completamente familiar, completamente real, y loca como el infierno. Los cazadores de copsiks se habían llevado a los demás.

—Todos menos nosotros. Nos abandonaron. ¡Haré que lo lamenten!

Clave apenas lo había sentido, entre el dolor del hueso que se curaba y la desazón del fracaso. Un jefe de cazadores que había perdido a su grupo, un Presidente que había perdido a su tribu. La Tribu de Quinn había muerto. Clave se decía a sí mismo que la depresión siempre seguía a una herida importante. Se quedó donde estaba, hundido en las tinieblas del interior de la jungla, por miedo a que el musgo pudiera crecerle en la herida; y dormía. Dormía mucho. No era capaz de hacer otra cosa.

Merril intentaba hablarle. Las cosas no iban tan mal. El Grad había impresionado a los cartheros. Merril y Clave serían bien recibidos en la tribu… aunque fuera como copsiks.

En una ocasión Clave se despertó y encontró a Merril jubilosa.

—¡Van a dejarme luchar! —dijo Merril, y Clave supo que los cartheros planeaban combatir contra el Árbol de Londres.

Durante los días siguientes empezó a conocer a los habitantes de la jungla. De los aproximadamente doscientos cartheros, casi la mitad eran copsiks. No parecían tener ninguna responsabilidad. Carecían de todo, salvo de una voz en el consejo.

Vio muchos niños y muchas mujeres embarazadas y ningún signo de hambre. La gente de la jungla era saludable y feliz… y estaba mejor armada de lo que lo había estado la Tribu de Quinn.

Le preguntaron si quería unirse a la tribu. Los Comunes de los Estados de Carther eran una sencilla abertura en un túnel, quizás de doce metros de ancho y el doble de largo. Sorprendentemente, había espacio para todos. Hombres y mujeres y niños, copsiks y ciudadanos, junto a la pared cilíndrica, que parecía cubierta por varias capas de cabezas, mientras Comlink o la Cresidenta hablaban desde el fondo.

—¿Cómo podremos alcanzar el Árbol de Londres? —preguntó, pero sólo una vez. Aquella información estaba clasificada; no se toleraba a los espías. Observaba los preparativos. Estaba seguro de que aquellos fuegos formaban parte de ellos.

Llevaba aventando los carbones durante medio día. Su pierna estaba soldada. Cuidadosamente, cambió de posición.

Kara la Cresidenta pasó casi rozándole. Hundió el rezón entre el follaje y se detuvo cerca de Clave.

—¿Qué estás haciendo?

—Qué crees tú? ¿Te parece que está bien el fuego?

Ella lo miró.

—Sigue así. Echa otra rama dentro de cien latidos a partir de ahora. ¿Cómo va la pierna?

—Mejor. ¿Podemos hablar?

—Tengo otros fuegos que vigilar.

La Cresidenta de los Estados de Carther era el equivalente del Científico. Quizá aquella palabra había significado Presidente en otros tiempos. Parecía tener más poder que el jefe político, el Comlink, que pasaba la mayor parte de su tiempo averiguando lo que deseaban los demás. Ganarse su atención merecía la pena.

—Cresidenta —dijo Clave—, soy un habitante de árbol. Vamos a atacar un árbol. ¿No vas a utilizar mis conocimientos?

Kara lo consideró.

—¿Qué puedes decirme?

—Mareas. No estáis acostumbrados a las mareas. Yo sí, y también esos cazadores de copsiks. Si tú…

La mujer sonrió irónicamente.

—¿Podrías encargarte de nuestros guerreros?

—No es eso lo que pretendo. Atacad el centro del árbol. Haz que vayan allí a por nosotros. Los he visto luchar en caída libre, y vosotros sois mejores.

—Lo pensaremos… —Kara vio la mueca de Clave—. No, no te pares. Me alegra que estés de acuerdo. Hemos vigilado el Árbol durante décadas, y dos de los nuestros lograron escapar en una ocasión. Sabemos que los copsiks viven en la mata interior, pero que el carguero está protegido en el centro del árbol. ¿Iríamos allí primero?

La ciencia al nivel del carguero, contrastando con la de la caja voladora, hizo que Clave se sintiera a disgusto. Intentó apartar aquel sentimiento…

—Vi cómo usaban esa cosa. Pueden llevar a sus propios guerreros donde quieran y dejar a los nuestros forcejeando en el aire. Sí. Coge primero el carguero, aun en el caso de que no puedas hacerlo volar.

—De acuerdo.

—Cresidenta, no sé cuáles son tus planes para atacar.

Si quieres decirme algo más, quizá tenga mejores respuestas. —Clave ya lo había propuesto antes sin obtener respuesta. Era igual que hablar con el árbol.

Kara liberó el rezón con un chasquido del gancho de la cuerda. Empezó a moverse.

¡Comida de árbol!

—Una cosa —añadió Clave—. Si conozco al Grad, a estas alturas ya sabrá cómo se hace volar el carguero, si es que ha tenido oportunidad. O puede que Gavving haya visto algo y se lo haya contado al Grad.

—No hay forma de que sepamos eso.

Clave se encogió de hombros.

—Tomaremos el carguero y probaremos con el Grad.

Clave empujó hasta los carbones una rama espinosa y volvió a hacer ondear la manta.

—Tú mismo te llamas Cresidente… —dijo Kara—. Presidente de un pueblo destruido. Confío en que sepas lo que es ser un líder. Si sabes cosas que no debieran ser conocidas por los enemigos… si vas a la guerra con la primera oleada de guerreros… ¿qué les dirías a mis ciudadanos si estuvieras en mi lugar?

Estaba lo suficientemente claro.

—Clave no vivirá para ser capturado e interrogado. Cresidenta, tengo muy poco que perder. ¡Si no puedo rescatar a mi pueblo, mataré cazadores de copsiks!

—¿Merril?

—Luchará conmigo. Aunque no bajo las mareas. Y… no le digas nada. Yo no quiero matar a Merril si es capturada.

—Demasiado bonito. Llamáis al embudo «la boca del árbol»…

—Yo estaba equivocado, ¿verdad? La jungla no puede alimentarse de ese modo. Aquí no hay viento suficiente. ¿Por qué?

—Así es como se mueve la jungla. Los pétalos también forman parte de ella. El otro lado de la jungla es más seco, allí el embudo está de frente. Los pétalos reflejan la luz del sol y hacen que la jungla gire en esa dirección.

—Hablas como si la jungla fuese una criatura completa, que piensa.

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