Larry Niven - Los árboles integrales

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Durante largo tiempo el Estado empleó naves espaciales, cuya velocidad era menor que la de la luz, para preparar los sistemas para su colonización por el hombre. Normalmente las máquinas sembradoras viajaban en circuitos que duraban siglos y que tenían su punto de partida y de llegada en la Tierra. Normalmente las tripulaciones estaban compuestas por ciudadanos y convictos corpiscilos. Normalmente, el último control de la misión era ejercido por un cyborg informante, un verdadero déspota del Estado microcósmico que era la nave. Pero la normalidad se alteró levemente cuando
penetró en el sistema de la doble estrella T 3 y le Voy’s Star. Allí se había formado una inmensa capa gaseosa en forma de anillo alrededor de una estrella neutrón y el amplio espacio que quedaba libre en el interior podía ser un lugar habitable por el hombre. A pesar de que había muy poca tierra, el Anillo de Humo había desarrollado una amplia variedad de formas de vida, la mayoría de las cuales eran comestibles y todas ellas podían volar. El Anillo de Humo se presentó como un paraíso para la mermada tripulación de
y por tanto, volaron hacia él, desprendiéndose del cyborg.

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—Hombres de la Armada —resopló Horse—. Vienen a buscar mujeres.

—¿Cómo? —dijo Gavving.

—Los ciudadanos viven en la mata exterior. Cuando veas bajar una caja y todos sus ocupantes sean hombres, piensa que vienen en busca de mujeres.

Gavving miró otra vez.

—Nueve sueños —dijo Horse. Andaba por la cincuentena, tres cémetros más bajo que Gavving, con una calva y pecosa cabeza y piernas tremendamente fuertes. Había estado conduciendo bicicletas durante dos décadas—. Cuarenta días hasta que nos reunamos con las mujeres. No podéis ni imaginar cómo me pongo cuando lo pienso. —Gavving estaba estrangulando el manillar. Horse vio que se le tensaban los músculos a lo largo de los brazos y dijo—: Chico, lo había olvidado. Yo nunca he estado casado. Nací aquí. Fracasé en las pruebas cuando tenía diez años.

Gavving se obligó a hablar.

—Naciste aquí?

Horse asintió.

—Mi padre era un ciudadano; al menos, eso decía mi madre. ¿Quién va a saberlo?

—Parece probable. Sería más alto si…

—Tate, tate, los chicos de los gigantes de la jungla son tan altos como los ciudadanos.

Esta claro: los chicos que nacían en la jungla eran más altos, pues no había gravedad que los comprimiese.

—¿Cómo son esas pruebas?

—Se supone que no debo decirlo.

—De acuerdo.

El supervisor les gritó.

—¡Pedalead, copsiks! —y lo hicieron.

Seguían bajando pasajeros. Por encima del chirrido de los pedales, Horse dijo:

—Me suspendieron en el examen de obediencia. A veces me alegra no haber tenido que ir.

¿Qué?

—¿Ir?

—A otro árbol. Allí es a dónde se va si se pasan las Pruebas. Eh, estás verde, ¿no? ¿Crees que tus chicos querrían quedarse como ciudadanos si pasaran los exámenes —Pues… sí. —No tenía que haberlo dicho; había admitido que lo aceptaba—. ¿Dónde están los otros árboles? ¿Cuántos hay? ¿Quién vive en ellos? Horse rió quedamente.

—¿Quieres saberlo todo a la vez? Me parece que ahora hay cuatro árboles en flor, en los que se asientan los chicos de cualquier mujer copsik que pasa las pruebas, El Árbol de Londres va entre ellos, comerciando con todo lo que necesitan. Los hijos de cualquier hombre tienen una oportunidad de convertirse en ciudadanos, pero nadie sabe en qué consiste esa oportunidad, ¿lo ves? Una vez, yo pensé que quería ir, pero eso fue hace treinta y cinco años.

»Creía que me elegirían para estar de servicio en la mata exterior. Debería de haber sido elegido. Soy de la segunda generación… y me devolvieron abajo por aquello, y estuve malditamente cerca de perder mis exámenes por golpear a un supervisor. Jorg, ese —Horse señalaba al hombre que pedaleaba en cabeza— lo hizo. Pobre copsik. Nunca sabré lo que hacen los gentiles cuando llegan las Vacaciones.

Gavving todavía no había aprendido a afeitarse sin producirse cortes. No podía elegir. Todos los copsiks se afeitaban. No había visto a ningún hombre con barba en el Árbol de Londres, salvo uno; y aquel era Patry, un oficial de la Armada.

—Horse, ¿por eso hacen que nos afeitemos? ¿Para que así los gentiles no resulten tan destacadamente notorios?

—Nunca lo había pensado. Quizá.

—Horse… tú debes haber visto ya cómo se mueve el árbol.

La risa de Horse hizo que un supervisor volviera la cabeza. Bajó la voz para hablar.

—¿Piensas que eso es sólo una historia? ¡Cambiamos el árbol de sitio una vez cada año! También he estado acarreando agua, para alimentar el mac.

—¿Cómo es eso?

—Es como si la marea tirase oblicuamente. Entonces ir a la boca del árbol es como trepar una colina. Nadie desearía formar parte de ningún grupo de caja en esas circunstancias, y hay que inclinar en sentido contrario los recipientes de comida. Todo el tronco del árbol se inclina un poco…

—Lawri —dijo el Grad—, hay problemas.

Lawri volvió la vista. El estanque estaba agarrado a la corteza como un hemisferio aplastado. El Grad metió la manguera en el agua. Pero el agua se desbordaba hacia el exterior de la manguera formando un collar.

—No te preocupes. Sólo tienes que subirte a la bicicleta y pedalear —le dijo Lawry—. Y no me llames para esas cosas.

El Grad se sujetó con las correas a la silla y empezó a darles vueltas a los piñones. El engranaje movía una bomba. Todo era de materia estelar, metal, descolorido por el tiempo. El collar de agua se fue apretando mientras que esta era succionada por la manguera.

Aquel era un extraño trabajo para el Científico de la Mata de Quinn, o para el Aprendiz del Científico del Árbol de Londres. Pero. ¿Acaso no había dicho Klance que lo mejor sería empezar con los trabajos habituales de los copsiks? Se preguntó qué estaría haciendo Gavving en aquellos momentos. Probablemente preocupándose de su nueva y alienígena esposa… y con razón.

El agua manaba de la manguera mientras Lawri la acarreaba hasta el mac. El Grad no podía ver lo que hacía allí. Estaba pedaleando.

En presencia de Klance, el Grad era igual que Lawri. Pero en cualquier otra circunstancia, Lawri lo trataba como a un copsik, o como a un espía, o como las dos cosas. El Grad estaba limpio, alimentado, vestido. Del resto de la Tribu de Quinn ni siquiera oía rumores. El y Lawri y el Científico exploraban juntos las cintas grabadas en busca del antiguo conocimiento, y aquello era bastante fascinante. Pero no había aprendido nada que le permitiera rescatar a la Tribu de Quinn.

Era de noche. Voy y el sol estaban ocultos tras la mata interior. En la peculiar luz que aquello provocaba, dos desdibujadas corrientes azules se abrían en abanico desde la mata. Si las miraba fijamente, desaparecerían. Se tenía la impresión de que podrían atraparse si se estaba cerca. Casi podían imaginarse formas humanas derramándose como humo de una calabaza. A estribor, el Fantasma Azul. A babor, incluso más difuso, el Niño Fantasma.

El Científico (el Científico) le había dicho que aquellas eran descargas de peculiares energías de los polos de Voy. El Científico las había visto cuando era más joven, pero el Grad nunca había sido capaz de verlas, ni siquiera desde el punto medio del Árbol de Dalton-Quinn.

Estaba sudando. Observaba cómo el elevador trepaba por el árbol hacia su alojamiento. Un hombre de la Armada y dos copsiks emergieron de él. No eran gigantes de la jungla; excepto él mismo, nunca había visto un copsik de primera generación en la Ciudadela. Entraron en el complejo del laboratorio del Científico y dejaron los platos del desayuno que llevaban.

Lawri llamó desde el mac.

—El tanque está lleno.

El Grad se movía con una vivacidad que no sentía, desabrochándose el cinturón, dando una sacudida a la manguera para sacarla del estanque. Había asideros de cuerda, aros de madera, colocados en la corteza que entrelazaban toda la región de la ciudadela. El Grad los usó para llegar hasta el mac, diciendo mientras lo hacía:

—¿Puedo ayudar?

—Sólo enrolla la manguera —contestó Lawri.

Lawri todavía no le había dejado entrar en el mac durante la operación. La manguera debía estar en alguna parte dentro del tanque de agua del mac. Lo llenaban con frecuencia. Pasados un par de días tendrían que llenarlo de nuevo.

El Grad fue enrollando la manguera mientras se iba aproximando al mac. Oyó maldiciones en el interior. Luego Lawri le llamó:

—No puedo mover la maldita consola.

El Grad se reunió con ella en las puertas.

—Enséñame. —¿Es fácil?

Lawri se lo mostró. La manguera estaba sujeta a una cosa en la pared posterior, a la que estaba enroscada.

—Hay que darle vueltas. Así. —Lawri hacía rotar sus manos.

El Grad colocó los pies, agarrando la cosa de metal, apoyando la espalda en ella. La abrazadera se sacudió. Le dio vueltas hasta que la tuvo entre las manos y dejó de girar. La manguera estaba libre. Una bocanada de agua salió de ella. Lawri asintió y se volvió.

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