Larry Niven - Los árboles integrales

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Durante largo tiempo el Estado empleó naves espaciales, cuya velocidad era menor que la de la luz, para preparar los sistemas para su colonización por el hombre. Normalmente las máquinas sembradoras viajaban en circuitos que duraban siglos y que tenían su punto de partida y de llegada en la Tierra. Normalmente las tripulaciones estaban compuestas por ciudadanos y convictos corpiscilos. Normalmente, el último control de la misión era ejercido por un cyborg informante, un verdadero déspota del Estado microcósmico que era la nave. Pero la normalidad se alteró levemente cuando
penetró en el sistema de la doble estrella T 3 y le Voy’s Star. Allí se había formado una inmensa capa gaseosa en forma de anillo alrededor de una estrella neutrón y el amplio espacio que quedaba libre en el interior podía ser un lugar habitable por el hombre. A pesar de que había muy poca tierra, el Anillo de Humo había desarrollado una amplia variedad de formas de vida, la mayoría de las cuales eran comestibles y todas ellas podían volar. El Anillo de Humo se presentó como un paraíso para la mermada tripulación de
y por tanto, volaron hacia él, desprendiéndose del cyborg.

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—Es posible. —Ella pensó en Heln. —Quizá no es bastante. Sube a la boca del árbol. Si pasa algo, agarra a Jayan y a cualquiera que pienses que lo necesita y sube. Hay un montón de hombres que se pasan el tiempo en la cima de la boca del árbol. Esperemos que Gavving y Alfin estén allí. Pero espera hasta que pase algo importante.

Diecisiete — «Cuando el bosque de Birnham…»

Los inmensos pétalos de plata estaban ascendiendo, plegándose hacia adentro. El embudo que tenían en el centro apuntaba hacia el este y hacia afuera, y el sol se movía en línea con el embudo. Gold estaba hacia el este y parecía cercano. El lento remolino de la tormenta tenía un aspecto extraño, ni físico ni científico, sino a medio camino entre los dos.

Clave y Kara estaban solos. Los demás que habían estado atendiendo las hogueras se habían ido a otras partes cuando las apagaron.

—¿Conoces la ley de la reacción? —estaba preguntando la Cresidenta.

—No soy un niño.

—Cuando el vapor sale del embudo, la jungla se mueve en dirección opuesta. Gracias a eso volvemos a los entornos más húmedos del Anillo de Humo, si no fuera así… nos interpondríamos. Además el vapor puede producir algo: combustible, quizá. Pero tardaría veinte años.

—Esa es la razón por la que ellos lo dispersan en sus excursiones.

—Sí. Pero ya no lo harán más.

Los pétalos se detuvieron a treinta errados de la vertical. El sol brillaba directamente en el interior del embudo, y los pétalos brillaban también en él. El embudo se ahuecaba con un insoportable resplandor.

—El calor de la jungla —dijo Kara— es escupido cuando el brillo del sol está justo dentro de la flor. No es fácil hacerla girar en un día determinado, pero… creo que hoy lo conseguiremos.

Todo sucedía como si la Cresidente así lo hubiera ordenado: un suave estremecimiento eructó del túnel. Clave sintió calor en la cara. La jungla se estremeció. Kara y Clave se agarraron fuertemente con manos y pies.

Una nube empezó a formarse entre ellos y el sol. Una columna de vapor, alejándose. Clave sintió un tirón, una marea, que le impulsaba hacia el cielo.

—Funciona —dijo—. No puedo… ¿Cuánto falta hasta que alcancemos el árbol?

—Un día, quizá menos. Los guerreros ya se están reuniendo.

¿Cómo? ¿Por qué no me lo has dicho? —Sin esperar respuesta, Clave se lanzó de cabeza al follaje. Sus pensamientos eran asesinos. ¿Iba Kara a cobrarle su sitio en la batalla que se acercaba? ¿Por qué?

Cuatro copsiks hacían deslizarse por sus cuerdas el elevador ayudándose con las piernas, y el ojo del Grad vio a Gavving entre ellos. El elevador casi había alcanzado su nicho. ¿No había forma de llamarle? Minya está con las mujeres embarazadas. Está bien. Yo estoy en la Ciudadela…

—Así que no has esperado las Vacaciones —dijo Ordon.

El Grad saltó violentamente. Por un momento, estuvo flotando. Ordon se rió a carcajadas.

—Eh, olvídalo, no importa. Con una oportunidad como esa, ¿cómo no ibas a aprovecharla? Por eso Dloris se preocupó un poco cuando vio que no estabas con Lawri.

El Grad esbozó una sonrisa tímida.

—¿Estuviste mirando todo el tiempo?

—No, no necesito resolver así mis problemas. Puedo visitar los Comunes. Pude meter la cabeza para ver lo que hacías y sacarla otra vez. —Empujó al Grad en el elevador con un amistoso y contundente empujón en la región lumbar, y le siguió.

Parecía bastante amistoso, pero no dejaba por ello de ser el guardián del Grad. Aquello no le perjudicaba al Grad; el Grad no iba a escapar. Le gustaba hablar, pero… Habían llegado al complejo de las mujeres embarazadas a lo largo del camino circular, por medio de la instalación de la Armada sobre la aleta. Volvieron por la misma ruta. Presumiblemente, Ordon tenía algunos asuntos en la aleta. El Grad le preguntó sobre el particular. Ordon se mostró frío, suspicaz. No tenía por qué hablar con un copsik sobre su trabajo.

La mata se inclinaba. Era mucho más fácil avanzar que en el cuarto día de escalada por el Árbol de Dalton-Quinn. Una bandada de pequeños pájaros cambiaban de rumbo muy lejos del tronco.

—Atolondrados —dijo Ordon—. Buena comida, pero hay que usar el mac para ir a cazarlos. El antiguo Científico nos dejaba usarlo para eso. Klance no quiere.

Una corriente de lluvia estaba soplando sobre la mata exterior. ¿Era aquello lo que hacía que el Primero tuviera tanta prisa por mover el árbol? ¿Ciudadanos mojados?

Un árbol móvil: algo capaz de superar la imaginación. ¡Escoger el propio clima!

Un mullido adorno verde orlaba la parte este de la mata exterior, con una extraña pluma abierta de bruma blanca en su interior. En un día o dos el Árbol de Londres la habría perdido de vista. El Grad se preguntó si se habría sentido irracionalmente angustiado. El mac podía alcanzar los Estados de Carther a cualquier distancia. Si no capturaba el mac, se tendría que quedar allí para siempre; y, si podía, ¿para qué apresurarse?

Pero, a pesar de todo, tenía un nudo en la garganta.

La vida no era intolerable para el Aprendiz del Científico. En unos cien sueños podría acostumbrarse a su nueva vida. Y temió que cuando llegara el momento, actuaría con demasiada lentitud, o no actuaría en absoluto.

Clave encontró a Merril en los Comunes. Estaba sumergiendo las puntas de las saetas de las ballestas en un maloliente brebaje que los cartheros hacían con helechos venenosos.

La creciente marea arrastró a Clave a saltos hasta ella. Se detuvo, flotando hacia abajo y sonriendo.

—¡Esto es real! Estoy seguro de que no voy a llamarla mentirosa, pero…

—Clave, ¿qué está pasando? —Merril también estaba a la deriva, con todas las flechas a su alrededor. Intentaba utilizar el veneno antes de que se perdiera.

—Estamos en camino. Los guerreros están en la superficie. —Clave saltó hasta su mochila contra el impulso de la extraña marea. La tenía preparada desde hacía varios sueños.

¿Qué? —rugió Merril—. ¿A dónde nos vamos?

Merril se había pasado varios días aprendiendo a hacer flechas, a trenzar cuerdas para arcos, a montar un arco y a dispararlo. Clave la había observado mientras se entrenaba. Era tan buena como la mayoría de los cartheros, y sus poderosos brazos eran más rápidos para recargar la ballesta.

De todos modos, Clave lo dijo.

—Merril, vengas o no, estás en los Estados de Carther. Un montón de cartheros no son ciudadanos.

—¿Y?

—No es necesario que vengas.

—¡Puedes irte a darle de comer al árbol con todo eso, Oh, Presidente!

Clave se metió un puñado de saetas recién envenenadas en el carcaj.

—¡En ese caso, agarra tu arreos y adelante!

La gravedad era casi igual que en la Mata de Quinn. Usando los túneles casi se podía pasear. Pero era extraña. Cada ramaje y cada pedazo de follaje tremolaban.

Clave se impulsó a sí mismo a través de las quebradizas ramas y el suave y verde césped, a través del cielo. Una columna de nubes corría hacia afuera desde más allá del horizonte de la jungla. La superficie era claramente vertical. Clave procuró buscar buenos asideros para sus manos.

Guerreros esqueléticos emergieron como gusanos de las verdes ondulaciones. Cincuenta o sesenta cartheros, cuidadosamente seleccionados, montando en vainas. Clave estaba enfadado. La Cresidenta se lo había dicho muy tarde, y nadie le había dicho nada a Merril. ¿Por qué? ¿Para que tuvieran una oportunidad de retirarse?

«Seguro que hubiera combatido, pero no he conseguido que me lo dijera a tiempo…»

Quizá los cartheros necesitaban copsiks antes que ciudadanos.

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