Larry Niven - Los árboles integrales

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Durante largo tiempo el Estado empleó naves espaciales, cuya velocidad era menor que la de la luz, para preparar los sistemas para su colonización por el hombre. Normalmente las máquinas sembradoras viajaban en circuitos que duraban siglos y que tenían su punto de partida y de llegada en la Tierra. Normalmente las tripulaciones estaban compuestas por ciudadanos y convictos corpiscilos. Normalmente, el último control de la misión era ejercido por un cyborg informante, un verdadero déspota del Estado microcósmico que era la nave. Pero la normalidad se alteró levemente cuando
penetró en el sistema de la doble estrella T 3 y le Voy’s Star. Allí se había formado una inmensa capa gaseosa en forma de anillo alrededor de una estrella neutrón y el amplio espacio que quedaba libre en el interior podía ser un lugar habitable por el hombre. A pesar de que había muy poca tierra, el Anillo de Humo había desarrollado una amplia variedad de formas de vida, la mayoría de las cuales eran comestibles y todas ellas podían volar. El Anillo de Humo se presentó como un paraíso para la mermada tripulación de
y por tanto, volaron hacia él, desprendiéndose del cyborg.

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El surtidor de la vaina de Clave disminuyó.

Las maldiciones le atravesaban la mente mientras gateaba alrededor de la vaina para ponerla entre su cuerpo y los arpones. Clave casi había llegado hasta el tronco. Otros lo habían hecho antes. Los cartheros utilizaban anclajes sobre los edificios agrupados para esquivar los arpones emplumados o despedazar planchas de corteza para usarlas como escudos. Los cazadores de copsiks preferían dispararles desde el cielo, donde sus miembros tenían completa libertad para poder accionar sus grandes arcos.

Anthon y una docena de guerreros estaban disparando contra el carguero, empleando como protección la curvatura del tronco.

La vaina de Merril golpeó contra una choza de madera. Había usado la vaina para absorber el golpe: una buena técnica. Algunos cazadores de copsiks intentaban alcanzar el edificio. Merril les disparó a dos de ellos desde detrás de la construcción, y luego, cuando los demás estuvieron muy cerca, abandonó su refugio.

¿Habría algo valioso en aquel edificio? La aptitud de los cazadores de copsiks parecía afirmarlo. Clave disparó una flecha hacia ellos y pensó que le había dado a alguno en los pies.

Buscaban el carguero. Clave pudo verlo: todos estaban sobre él, colgando de las redes y de la corteza.

Casi todos los guerreros de la Tribu de Carther habían alcanzado el tronco. Clave había aterrizado en el centro de la batalla. De momento, sólo podía mirar. En el caos de la batalla, ciertas estrategias empezaron a perfilarse:

Los cazadores de copsiks eran menos numerosos. Se retrasaban, por aquella y por otra razón. En combates cercanos no podían usar los arcos. Tenían espadas, y también los cartheros; pero los cartheros, al ser más altos, tenían más alcance. Vencieron en algunos encuentros.

Los cazadores de copsiks usaban vainas surtidor más pequeñas, de las que normalmente crecían en un árbol integral. Preferían quedarse en el cielo.

Clave observó como los cartheros saltaban hacia un grupo de ocho hombres vestidos con ponchos azules. Los cazadores de copsiks usaron sus vainas surtidor, dejando a los cartheros pataleando en el cielo a sus espaldas y dispararon hacia atrás con los arcos de pie. De pronto, dos cartheros estuvieron entre ellos, tratando de matarlos, y en seguida se les unieron otros dos. En caída libre, los cazadores de copsiks luchaban como niños. Los cazadores de copsiks les quitaron a los cadáveres las vainas surtidor.

Clave derivó, ¡los Estados de Carther estaban ganando sin él!

A lo largo del tronco, una caja de madera subía lentamente. Empezó a vomitar refuerzos: seis arqueros vestidos de azul y una voluminosa criatura plateada. En aquella forma había una terrible familiaridad… pero no llegarían hasta que pasaran por lo menos mil latidos.

Un cazador de copsiks apuntó hacia Clave, un blanco inmóvil. Cuidadosamente, disparó un arpón contra la vaina de Clave, luego empezó a moverse por el tronco. Podría disparar mejor cuando Clave estuviese más cerca. Clave disparó contra su enemigo. Sin suerte. El cazador de copsiks lo esquivó y esperó. Clave pudo ver su sonrisa.

La sonrisa se desvaneció cuando Merril le disparó por la espalda. La saeta aparecía por delante de los riñones. El cazador de copsiks hubiera podido luchar… pero su rostro era un grito silencioso. Asió la saeta mientras su cuerpo se retorcía entre convulsiones. El helecho venenoso debía ser una sustancia terrible.

La vaina chocó contra la madera y Clave fue detrás. Se dio la vuelta para soltarla, se agarró a la madera, y empezó a avanzar hacia Merril con la ballesta dispuesta. Vio azul recortándose contra la tormenta blanca en el cielo, disparó una flecha contra un hombre, y empuñó el arpón mientras el otro se dirigía hacia él con la espada levantada.

El cazador de copsiks iba demasiado deprisa. Clave le golpeó en la cara con la empuñadura de la ballesta y, mientras el otro se encogía, le apuñaló la garganta.

Merril estaba avanzando para dar la vuelta al tronco. Clave la siguió. Ella se detuvo y se acuclilló un momento antes de ver el carguero, muy lejos en el tronco. Todos los cazadores de copsiks estaban sobre él.

Clave se acercó a ella.

—Todo bien —dijo Merril—, ¿por qué no nos han matado con esa cosa científica?

—Buena pregunta. —Clave miró hacia el grupo de Anthon mientras los hombres lanzaban saetas desde las ballestas alrededor de la curva de la madera. Los guardianes del carguero disparaban hacia abajo, pero sin mucho éxito.

—Olvídalo —dijo Clave—. No lo están usando. Usan las cajas de madera para que lleguen los refuerzos. Déjalos…

—Corta las cuerdas.

—Conforme.

Dos cuerdas, tan gruesas como el brazo de Clave, corrían en paralelo a lo largo del tronco. La última caja estaba en camino, muy cerca de su asentamiento. Otra caja podría subir. Clave y Merril se abrieron camino hasta la cuerda más cercana y empezaron a cercenarla.

Seis hombres y una cosa plateada tenían la posibilidad de alcanzarlos con los arcos de pie. Clave y Merril tomaron escudos de corteza para protegerse. Clave miró fijamente al hombre de plata. Era como si intentara recordar una pesadilla: un nombre hecho de materia estelar, con una pelota blanca en lugar de cabeza. Clave disparó contra él hasta que vio que le alcanzaba con una saeta y que esta rebotaba.

Su escudo y el de Merril tenían clavados varios arpones emplumados. Vio tres formas diminutas parecidas a espinas golpeando contra el escudo de Merril, con una cuerda amarrada en su desnuda cabeza.

Clave gritó. Merril se agachó. Las espinas chisporrotearon sobre el tronco.

—Oh —dijo Merril—, el hombre de plata.

—¿Lo conoces?

—Sí… cuidado con sus mordiscos… estaba con los cazadores de copsiks en los Estados de Carther. No tenemos nada que pueda taladrar esa armadura.

Otra caja estaba llegando hasta su recinto cuando la cuerda se partió. La caja empezó a ir a la deriva. Los hombres se soltaron y volaron en trayectorias curvas, propulsados por las vainas, dirigiéndose hacia el tronco. Parecían estar demasiado lejos para poder hacer algo útil. La otra cuerda estaba floja.

—Es una polea —dijo Merril—. No hace falta que cortemos la otra.

—Es mejor que nos escapemos. Hay un cable que corre por fuera…

—No. Mejor es que nos unamos al grupo victorioso. Deprisa, o nos quedamos atrás.

—¿Victorioso…? —Entonces Clave vio lo que Merril quería decir.

Guerreros vestidos de verde se amontonaban alrededor del carguero. Algunos gateaban hacia las puertas. Los hombres de azul flotaban alrededor con la lasitud de los muertos. Los cazadores de copsiks que aún seguían vivos retrocedían hacia la curvatura del tronco para esperar la llegada de refuerzos.

Parecía como si la guerra del carguero hubiera terminado. Pero otros cazadores de copsiks estaban acercándose. Clave logró un tiro de suerte: ya sólo quedaban cinco, más el hombre de plata.

Ordon murió mirando asombrado una saeta en su pecho. El Grad vio su cara a través de la ventanilla… pero aunque Ordon hubiese podido oírle, no había nada que pudiera decir. El Grad se volvió hacia la pantalla amarilla.

Había en el ventanal cinco rectángulos flotantes: la vista de popa, dorsal, ventral y ambos costados. Se podían entrever hombres vestidos de azul, hombres y mujeres vestidos de verde; imposible decir cuáles estaban ganando.

Tres hombres de la Armada se movían por la cubierta de los motores de empuje. El Grad tocó unos guiones azules. Las llamas aparecieron cerca de ellos. Gritaron, se lanzaron, aletearon para intentar orientarse… y uno se encontró con una saeta clavada en el vientre.

Lawri gritó.

—¡Asesino!

—A algunos de nosotros no nos gusta ser copsiks —dijo el Grad—. A algunos de nosotros ni siquiera nos gustan los cazadores de copsiks.

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