Larry Niven - Los árboles integrales

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Durante largo tiempo el Estado empleó naves espaciales, cuya velocidad era menor que la de la luz, para preparar los sistemas para su colonización por el hombre. Normalmente las máquinas sembradoras viajaban en circuitos que duraban siglos y que tenían su punto de partida y de llegada en la Tierra. Normalmente las tripulaciones estaban compuestas por ciudadanos y convictos corpiscilos. Normalmente, el último control de la misión era ejercido por un cyborg informante, un verdadero déspota del Estado microcósmico que era la nave. Pero la normalidad se alteró levemente cuando
penetró en el sistema de la doble estrella T 3 y le Voy’s Star. Allí se había formado una inmensa capa gaseosa en forma de anillo alrededor de una estrella neutrón y el amplio espacio que quedaba libre en el interior podía ser un lugar habitable por el hombre. A pesar de que había muy poca tierra, el Anillo de Humo había desarrollado una amplia variedad de formas de vida, la mayoría de las cuales eran comestibles y todas ellas podían volar. El Anillo de Humo se presentó como un paraíso para la mermada tripulación de
y por tanto, volaron hacia él, desprendiéndose del cyborg.

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—Excelente. ¿Cuántos necesitas? Realmente, no esperarás encontrar ciencia aquí, ¿verdad?

—Hay un grupo grande más lejos. Por lo menos voy a echar una mirada a la situación. —Patry bajó el volumen. Los pilotos solían discutir interminablemente, y Patry quería silencio.

Gavving no había excavado mucho antes de que la cuerda de Jayan le condujera a un túnel abierto a través de la maleza. Empezaron a moverse mucho más deprisa.

A pesar del extraño aroma, Gavving estaba lo bastante hambriento como para probar el follaje. El sabor también era extraño; pero dulce y agradable. Comió un poco más.

De hecho, allí se sentía como en casa. Los dedos de sus pies se hundían en los ramajes y le impulsaban hacia abajo del túnel con un ritmo que reproducía el pasado que todavía recordaba. Gorjeos y graznidos se alzaban de miles de invisibles gargantas. No podían ser pájaros, no a tal profundidad de la espesura; pero cantaban y, si les hacía falta, era probable que volasen. El sonido era el sonido de la infancia de Gavving, antes de que la sequía matara a todas las pequeñas formas de vida que poblaron la mata.

No tuvo que esforzarse mucho para recordar que aquella no era la Mata de Quinn; que seguía a unos enemigos que conocían aquellas espesuras como el propio Gavving conocía su árbol.

Al parecer, Minya no tenía aquel problema. Ella acuchillaba manojos de follaje, pero la mano que utilizaba asía una flecha, y el arco lo llevaba en la otra.

Se movían más deprisa que la cuerda que se deslizaba por encima de ellos. Merril la enrollaba mientras avanzaban. Arrastraba el rollo con el pulgar; utilizaba ambas manos para moverse. Cuando Gavving se dio cuenta, le dijo:

—Déjame que lo haga yo un rato. Come.

—¡Quítame las manos de encima! —Un poco más tarde, quizá lamentando su brusquedad, Merril volvió a hablar—: Necesito las manos para moverme. Tú puedes luchar con las manos. ¿Dónde llevas el arpón?

—A la espalda. Vamos bien mientras Jayan siga tirando de la cuerda —dijo Gavving, e inmediatamente notó que la soga se aflojaba. Tomó su arpón antes de volver a moverse.

Un fantasmal brazo blanco salió despedido de la pared del túnel y le señaló.

Jayan miraba a través de una cobertura de ramaje. Su voz era un ronco y asustado susurro.

—Están por encima de nosotros.

—¿Dónde?

—No lejos. No sigáis por el túnel. Hay una parte larga y recta, luego se hace más amplio. Os verán. Venid a donde yo estoy y así no oirán los ruidos del ramaje al romperse.

La siguieron a través de la espesura.

Jayan había abierto un camino. Por dos veces había tenido que cortar tupidas ramas espinosas. Desde donde estaban pudieron ver, a través de una pantalla de ramaje, como el Grad hablaba con unas misteriosas mujeres.

Estaban inclinadas y tendidas, como exageradas caricaturas de la mujer ideal, o como un nuevo estado de la evolución humana. Parecían relajadas. Y también el Grad. Tenía los pies encadenados a una mano, pero comía follaje, de forma casual, mientras hablaban. El cadáver del pájaro no era más que un montón de huesos.

El aliento de Minya le calentaba el hombro. La mujer susurró:

—Parece como si el Grad estuviera hablando de todo un poco. No puedo oír, ¿tú puedes?

—No. —Había muchos trinos de pájaros… y algún crujido ocasional como alguien moviéndose, haciendo que a Gavving le alegrara oír los trinos. Pero aun a través de los trinos persistía aquel ruido que alguien producía al moverse.

Minya saltó directamente hacia el centro del grupo de misteriosas mujeres, gritando:

—¡Monstruos hechos de materia estelar! ¡Allí!

Gavving saltó tras ella, dispuesto a la lucha. Había apreciado cierta alarma…

Las mujeres misteriosas no dudaron ni un sólo instante. Cinco de ellas saltaron hacia otros túneles y partieron en tres direcciones distintas. La sexta saltó con torpeza. Chocó con el borde de la abertura y se derrumbó desmayada. ¿Tan fuerte se había golpeado?

El Grad se debatía para liberarse la mano. Gavving sintió que algo le picaba en la pierna. Se volvió, dispuesto para luchar.

¿Luchar cómo? ¡Una cosa de cristal y metal! Había hombres tras ella —hombres normales que flotaban libremente, poniéndose de puntillas para mirar y empuñando inmensos arcos que tensaban con las manos. Pero no disparaban. El instrumento científico apuntaba a Minya con un tubo de metal, luego al Grad. El arpón de Gavving fue rechazado por su cara espejeante. Apuntó hacia Gavving y le volvió a picar.

No puedes luchar con la ciencia, pensó Gavving, asiendo su largo cuchillo y saltando hacia el monstruo. A partir de entonces todo fue como un sueño.

—Estáis a mucha profundidad —dijo el piloto—. No tengo lecturas individuales de todos vosotros. Sólo un punto de calor, un grupo de una docena aproximadamente. ¿Estáis juntos con los copsiks?

—Sanos y bien. Aquí tenemos seis copsiks, uno ya lo tenían atado y todo. Vamos a abandonar a uno que no tiene piernas. Eran siete en total. Un grupo se ha escapado a través de los túneles. ¿Puedes localizarlo?

—Sí. Veo que se reúnen de nuevo. Al este de ti hay un punto ceñido y brillante. Yo digo que lo dejemos ya. Mata algunos pájaros comestibles mientras sales.

—Aquí hay algo… tengo un objeto científico, algo que no comprendo. Al menos, medio científico. —Patry, el Jefe del Pelotón, levantó un espejo rectangular que no ofrecía reflejos, un espejo que brillaba con luz propia. Con cierta inquietud pulsó lo que era obviamente un interruptor. Para su tranquilidad, la luz desapareció—. Vosotros estáis bien, nosotros estamos bien. Vamos a salir de aquí.

Trece — La aprendiz de Científico

Cansancio… Una extraña, placentera sensación como de burbujeo en la sangre… constricción y resistencia en las muñecas y en los tobillos… recuerdos derivando hacia su lugar, seleccionándose ellos mismos. El Grad esperó a abrir los ojos hasta que su mente estuvo preparada.

Estaba encadenado nuevamente, tensión en muñecas y tobillos que hacían que su cuerpo permaneciera recto. Empieza a convertirse en una costumbre. Sus ataduras cedían si tiraba fuerte de ellas. Estaba atado de forma enredada, de cara a una pared que era dura y fría y lisa, y traslúcida hasta un milímetro de profundidad, sobre una sustancia gris.

Nunca antes había visto nada parecido; pero a distancia aquel material podía parecer metal.

Aquello era la caja voladora. Estaba atado a la caja voladora. Giró la cabeza a la izquierda y vio a los otros: Minya, Gavving, Jayan (totalmente despierta e intentando disimularlo), Jinny. A su derecha, una hilera de pájaros salmón y pájaros cinta, Alfin sonriendo en sueños, y una mujer de la tribu de Carther, la embarazada, Usa. Sus ojos estaban abiertos y vacíos de esperanza.

Una voz jovial retumbó hasta ellos.

—Algunos de vosotros ya estáis despiertos… —El Grad arqueó la espalda para poder ver por encima de su cabeza. El cazador de copsiks era grande, fornido, alegre. Colgaba de la red cerca del extremo aventanado—. No intentéis moveros para soltaros. Sólo quedaríais perdidos en el cielo y no habría vuelta a casa para vosotros. No queremos locos para copsiks.

Minya le llamó.

—¿Podemos hablar entre nosotros?

—Desde luego. Si no me interrumpís. Ahora podéis preguntaros lo que se va a hacer con vosotros. Vais hacia el Árbol de Londres. Habrá gravedad cuando lleguéis al árbol. Seréis utilizados para tirar de cosas, y hacer equilibrios sobre los pies sin caer, y así sucesivamente. Os gustará. Podréis beber agua caliente hasta que su hervor os haga vomitar por todas partes, y comer cosas que nunca habéis probado. Siempre sabréis dónde estáis, y lo que les pasa a las cosas si las soltáis. Podréis tirar la basura… —Por debajo de los pies les llegó un desconcertante silbido rugiente. La voz del cazador de copsiks se elevó—… y saber que no flotará a vuestro alrededor. —Dejó de hablar pues alguno de sus prisioneros estaba gritando.

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