La caja volante le bloqueaba el campo de visión. Pese a todo, pudo ver a las mujeres a través del arco, en el otro saliente. Minya empezó a debatirse, gritando.
—¡Esperad! ¡Aquel es mi marido!
La droga lo retenía, pero Gavving depositó el pájaro entre los brazos del copsik, haciéndole tambalearse hacia atrás bajo el peso, mientras intentaba salir hacia Minya. Nunca llegó a completar el primer paso. Dos hombres se abalanzaron sobre él desde ambos lados y lo agarraron de los brazos. Debían haber estado esperando aquel movimiento. Uno le golpeó en la cabeza con tanta fuerza que el mundo empezó a girar. Le llevaron a empellones hasta la choza.
El copsik estudiaba a Lawri mientras esta le estudiaba a él. Era delgado, con músculos fibrosos; tres o cuatro cémetros más alto que Lawri, y de no mucha más edad. Su rubio cabello y barba habían sido mal recortados. Estaba sucio de la cabeza a los pies. Una línea de sangre seca le corría desde la ceja derecha hasta el extremo de la mandíbula. Tenía el aspecto de un copsik que hubiera llegado del cielo dando vueltas en una plancha de corteza. Y podría identificarlo con un hombre de ciencia.
Pero sus ojos eran inquisitivos; la estaban juzgando. Le preguntó:
—Ciudadana, ¿qué les pasará a ellos?
—Llámame Aprendiz del Científico —dijo Lawri—. ¿Quién eres?
—Soy el Científico de la Tribu de Quinn —dijo.
Ella se rió.
—¡Me resultará difícil llamarte Científico! ¿No tienes un nombre?
El Grad se erizó, pero le contestó.
—Lo tuve. Jeffer.
—Jeffer, los otros copsiks ya no te conciernen. Vamos a abordar el mac y quedarnos fuera del camino de los pilotos.
El Grad dijo estúpidamente:
—¿Mac?
Ella dio una palmada en su flanco metálico y pronunció las palabras como si hubiese estado dando una clase.
—Módulo de Arreglo y Carga. Mac. ¡Dentro!
Atravesaron ambas puertas y avanzaron unos pocos pasos más allá, hasta que el Grad se detuvo, boquiabierto, intentando mirar en todas direcciones a la vez. De momento, Lawri le dejó hacerlo. No podía censurárselo. Unos cuantos copsiks también miraban el interior del mac.
Había dispuestas diez sillas alrededor de una enorme ventana curvada provista de un grueso cristal. Las imágenes que se reflejaban no eran las que había detrás del cristal, ni tampoco los reflejos de la sala. Debían estar en el propio cristal: número y letras y líneas dibujadas en azul y amarillo y verde.
Detrás de las sillas había treinta o cuarenta metros de espacio vacío, unas barras dispuestas a girar saliendo de las paredes y del suelo y del techo, y numerosos bucles metálicos: anclajes para sujetar la mercancía contra el desigual impulso de los motores. Incluso así, la cabina sólo era la quinta parte del tamaño total del… mac. ¿Cómo sería el resto?
Cuando el mac se movió, echó llamas por las ventanillas traseras al acelerar. Parecía que algo debía arder para mover el mac… un buen montón de lo que fuese, incluso podía ocupar más que el propio volumen del mac… y bombas que movían el combustible, y misterios cuyos nombres habían vislumbrado en las cintas grabadas: posición de los cohetes, sistema de soporte vital, computadora, sensor de masa, láser eco…
La calma le abandonó cuando la aguja casi había abandonado su sangre. Empezaba a asustarse. ¿Podría aprender a leer aquellos números en el cristal? ¿Tendría la oportunidad de hacerlo?
Un hombre vestido de azul se repantigó ante la ventana en la caja. Un hombre huesudo y talludo, era alto incluso sentado en la silla; lo que podía haber sido una cabeza inclinada le asomaba entre los omoplatos. La Aprendiz del Científico le habló amistosamente.
—Por favor, llévanos a la Ciudadela.
—No tengo órdenes al respecto.
—¿Sólo necesitas órdenes? —Su voz era casual, perentoria.
—No tengo órdenes, todavía. La Armada está interesada en esos… artículos científicos.
—Si quieres estar seguro, confíscalos. Y yo le diré al Científico lo que ha pasado con ellos en cuanto tenga permiso para hablar con él. ¿También vais a confiscar al copsik? Dice que sabe cómo hacerlos funcionar. Quizá lo mejor sería que me confiscaras también a mí, por hablar con él.
El piloto parecía nervioso. Sus miradas hacia el Grad eran venenosas. Un testimonio de su disconformidad… Se decidió.
—La Ciudadela, de acuerdo. —Sus manos se movieron.
La chica, prevenida, se había agarrado al respaldo de la silla. El Grad no. La sacudida lo desequilibró. Se tuvo que agarrar a algo para no caer. Una manija en la pared trasera: giró entre sus manos, y agua sucia se derramó por la boquilla. Le dio la vuelta rápidamente y se encontró con la mirada crítica de la chica.
Tras lo que quizá fueron veinte latidos, el piloto levantó los dedos. El familiar rugido silbante —apenas audible a través del metal de las paredes, pero aún temiblemente extraño— se acalló. El Grad se dirigió de inmediato hacia una de las sillas.
El mac estaba alejándose de la meta, hacia el este y hacia afuera. ¿Estaban dejando el Árbol de Londres? ¿Por qué? No lo preguntó. Se sentía demasiado suspicaz para hacerse el loco. Miró las manos del piloto. Símbolos y números brillaban en la ventana y en el panel que había bajo él, pero el piloto sólo tocaba el panel, y sólo lo azul. Pudo sentir la respuesta cambiando el sonido y cambiando la gravedad. ¿Lo azul mueve él mac?
—Jeffer. ¿Cómo te has hecho esas heridas? —La chica rubia hablaba como si no la importara excesivamente.
¿Heridas? Oh, la cara.
—El árbol se desmanteló —dijo—. Fue como si cayéramos muy lejos del Anillo de Humo. Estuvimos muy cerca de Gold hace ya unos años.
Aquello tocó la vena curiosa de Lawri.
—¿Qué pasó con la gente?
—Todos los habitantes de la Mata de Quinn debieron morir, excepto nosotros. Ahora, sólo quedamos cinco de nosotros, Debo aceptar que Clave y Merril también se han ido.
—Me contarás eso más tarde. —Dio una palmada a lo que llevaba—. ¿Qué es esto?
—Cintas grabadas y una lectora. Grabaciones.
Lawri lo estuvo pensando más tiempo del que parecía necesario. Luego intentó colocar una de las cintas del Grad en una abertura frente al piloto.
—Eh —dijo el piloto.
—Ciencia. Es una de mis prerrogativas —dijo Lawri. Apretó dos botones. ( Botones, accesorios permanentes en una hilera de cinco: amarillo, azul, verde, blanco, rojo. El panel era de un blanco distinto, salvo por el transitorio resplandor de luces en su interior. Un toque en el botón amarillo hizo que todas las luces amarillas desaparecieran; el botón blanco erigió nuevos símbolos blancos)—. Prikazyvat Menú.
La familiar tabla de contenidos apareció dentro del cristal: impresión blanca fluyendo hacia arriba. Lawri eligió la cassette de cosmología. El Grad sintió que sus manos se crispaban para estrangularla. ¡Clasificado, clasificado! ¡Mío!
—Prikazyvat Gold. —La pantalla cambió. El piloto estaba agarrotado, lleno de aterrorizada fascinación, incapaz de mirar a otra parte. La Aprendiz del Científico le preguntó al Grad—: ¿Puedes leerlo?
—Ciertamente.
—Léelo.
—El Mundo de Goldblatt probablemente se originó de un cuerpo parecido a Neptuno, un gigantesco mundo gaseoso en el halo cometario que rodea la Estrella de Levoy y Te-Tres, alejado cientos de miles de millones de kilómetros… klomters hacia afuera. Una supernova puede vomitar su envoltura exterior asimétricamente debido a que esté atrapada en un campo magnético, dejando a la subsiguiente estrella de neutrones con una velocidad alterada. Todas las órdenes planetarias se alteran. En el escenario de Levoy, el Mundo de Goldblatt podría haber pasado muy cerca de la Estrella de Levoy, con su per… perihelio situado actualmente en el interior del Límite de Roche de la estrella de neutrones. Las fuertes mareas de Roche pueden deformar la órbita rápidamente dentro de un circuito. El planeta puede continuar perdiendo la atmósfera incluso en el momento actual, reemplazando los gases perdidos desde el Anillo de Humo y el torus de gas al espacio interestelar.
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