Sus captores eran humanos, que hablaban toscamente.
Todas eran mujeres, aunque para percatarse de aquello necesitó una segunda mirada. Vestían chalecos y pantalones de cuero, teñidos de verde. La holgura de los chalecos era una sencilla concesión a los bustos. Tres de las cinco llevaban el cabello muy corto, y todas tenían un aspecto desvaído, alargado; dos metros y medio o tres metros, más altas que cualquier hombre de la Tribu de Quinn.
Llevaban herramientas: pequeños arcos de madera en plataformas de madera, las cuerdas tensadas, dispuestas a disparar.
Se movían deprisa. El túnel giraba y se retorcía, y esto dejó al Grad completamente desorientado. Sus sentidos direccionales no podían indicarle dónde había un arriba. El túnel se cortaba de pronto en una forma bulbosa de cuatro o cinco metros de diámetro, con otros tres túneles que salían de allí. Las mujeres se detuvieron. Una le quitó la mordaza de la boca. El Grad escupió hacia un lado y dijo:
—¡Comida de árbol!
Una mujer habló. Su piel era oscura, su cabello una masa compacta de negra tormenta con la amenaza de blancos relámpagos. Su pronunciación era extraña, peor que la de Minya.
¿Por qué nos habéis atacado?
—El Grad le gritó, mirándola a la cara.
—¡Estúpida! Hemos visto a vuestros atacantes. Viajaban en una caja hecha de materia estelar. ¡Eso es ciencia! ¡ Nosotros llegamos hasta aquí en una plancha de corteza!
La mujer asintió, como si hubiera esperado aquello. —Un extraño modo de viajar. ¿Quiénes sois? ¿Cuántos sois?
—¿Podría ocultar aquello? La Tribu de Quinn debía encontrar amigos en cualquier parte. Todo sea por Gold…
—Ocho. Toda la Tribu de Quinn, más Minya, de la mata opuesta. Nuestro árbol se desmontó y nos dejó abandonados.
La mujer frunció el ceño.
—¿Moradores de árbol? Los cazadores de copsik son moradores de árbol.
—¿Por qué no? No encontraréis marea en otro sitio. ¿Quiénes sois?
La mujer le miró con indiferencia.
—Para ser un invasor capturado, eres bastante impertinente.
—No tengo nada que perder. —Un momento después de decirlo, el Grad comprendió que era verdad. Eran ocho supervivientes que habían hecho todo lo posible para ponerse a salvo y que habían llegado al final. Nada más.
Ella fue a hablar. El Grad la cortó.
—¿Qué?
—Somos los Estados de Carther —la mujer de cabello negro lo repitió impacientemente—. Yo soy Kara, la Cresidenta. —Señaló—: Lizeth. Hild. —A los ojos inexpertos del Grad les parecieron gemelas: tremendamente altas, pálidas de piel, cabellos rojos cortados a dos centímetros por encima del cráneo—. Usa. —Los pantalones de Usa le estaban tan holgados como el chaleco. Aquella discreta protuberancia abdominal: Usa estaba embarazada. Su cabello era como pelusa rubia: el cuero cabelludo se veía a través de él. Tener el cabello largo debía ser un problema entre el follaje—. Debby. —La cabellera de Debby era limpia y lacia y marrón claro, y de medio metro de larga, atada a la espalda. ¿Qué haría para mantenerla limpia?
Cresidenta quizá fuera una antigua palabra para definir al Científico. Quizá quisiera decir Presidente, pero ella era mujer… De todas formas, los extranjeros no tenían por qué seguir los métodos de la Tribu de Quinn. ¿Desde cuándo el Presidente tenía nombre?
—No nos has dicho tu nombre —dijo Kara mordazmente.
Tenía algo que ofrecer después de todo. Lo dijo con cierto orgullo:
—Soy el Científico de la Tribu de Quinn.
—¿Nombre?
—El Científico no tiene nombre. Hubo un tiempo en que me llamaban Jeffer.
—¿Qué estáis haciendo en los Estados de Carther?
—Mejor sería que se lo preguntases al moby.
Lizeth hizo crujir sus nudillos por detrás de su cabeza, lo suficientemente fuerte como para que se oyera. El Grad gruñó.
—¡No quería insultaros! Nos estábamos muriendo de sed. Enganchamos un moby. Clave tenía la esperanza de que nos abandonara en un estanque. En vez de eso, nos trajo hasta aquí.
La cara de la Cresidenta no revelaba lo que pensaba de aquello.
—Bien —dijo—, todo parece bastante inocente. Discutiremos tu situación después de comer.
La humillación del Grad le mantuvo en silencio… hasta que vio la comida y reconoció el arpón.
—Ese es el pájaro de Alfin.
—Pertenece a los Estados de Carther —le informó Lizeth.
El Grad descubrió que no tenía que preocuparse. Además su vientre estaba totalmente vacío.
—Esta madera parece demasiado verde como para hacer una hoguera…
—El pájaro salmón se come crudo, con cebolleta, cuando podemos conseguirla.
Crudo. Yuk.
—¿Cebolleta?
—Se la enseñaron. La cebolleta era una planta parásita que crecía en las horcaduras de los enramados. Se desarrollaba como un tubo verde con un ramillete de flores en la punta. La hermosa mujer de cabello castaño llamada Debby tomó un manojo y le cortó las puntas llenas de flores. La espada de Usa cortó la carne escarlata en traslúcidos y delgados filetes.
Kara le ató al Grad la muñeca derecha a los tobillos, y luego le soltó.
—No intentes desatarte de nuevo —le advirtió.
Carne cruda, pensó, estremeciéndose; pero se le hacía la boca agua. Hild envolvía láminas de carne rosada alrededor de los tallos y le pasó uno al Grad. Este lo mordió.
Su mente se quedó en blanco. Uno puede aprender a apartar del pensamiento hambre en época de escasez… pero, en aquella ocasión estaba definitivamente hambriento. La carne tenía una rara y elástica textura. El condimento era agradable; el picante sabor de la cebolleta invadía su boca.
Le miraron mientras comía. Tengo que hablarles, pensó nebulosamente. Es nuestra última oportunidad. Podemos unirnos a ellas. De otro modo, ¿qué podemos hacer? Quedarnos y ser cazados, o dejar que nos apresen los invasores o saltar al cielo… El pájaro del tamaño de un hombre estaba menguando. A Lizeth parecía satisfacerle el cortar filetes hasta que fue imposible; Debby estaba cortando las cebolletas para envolverlos. Le observaban con irritantes sonrisas. El Grad se preguntó si considerarían los eructos de mala educación, pero eructó de todos modos, y luego siguió tragando. Había aprendido mientras trepaba a lo largo del árbol que un eructó era una mala cosa en caída libre, sin gravedad que llevara el gas a la parte alta del estómago.
Pidió agua. Lizeth le pasó una calabaza llena de su jugo. Echó un buen trago. La cebolleta se había acabado. Sintiéndose placenteramente lleno, el Grad remató la comida con un manojo de follaje.
Nada es enteramente malo cuando uno se siente bien.
Kara, la Cresidenta, dijo:
—Una cosa está clara. Ciertamente eres un refugiado. Nunca he visto hambriento a un cazador de copsiks.
—¿Una prueba? El Grad tomó su tiempo para acabar de comer.
—Listo —dijo—. Ahora que eso está ya establecido, ¿podemos hablar?
—Hablemos.
—¿Dónde estamos?
—En ninguna parte en particular. No quiero enseñarte al resto de la tribu hasta que no sepa quién eres. Incluso allí, los cazadores de copsiks pueden encontrarnos.
—¿Quiénes son esos… cazadores?
—Cazadores de copsiks. ¿No utilizáis la palabra copsik? —Sonó más como corpsik cuando ella lo dijo.
—Es una palabra que sólo se usa para insultar —le contestó.
—No es así para nosotros, ni para ellos. Ellos nos toman como corpsiks, para que les sirvamos el resto de nuestras vidas. Muchacho, ¿qué estás haciendo?
El Grad se había acercado su mochila con la mano libre.
—Soy el Científico de la Tribu de Quinn —dijo con tonos helados—. Pienso que puedo encontrar algún significado para esa palabra.
Читать дальше