George Martin - Los viajes de Tuf

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Los viajes de Tuf: краткое содержание, описание и аннотация

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Haviland Tuf es un ser curioso: un mercader independiente de gran tamaño, obeso, calvo y con la piel blanca como el hueso. Es vegetariano, bebe montones de cerveza, come demasiado y le encantan los gatos. Y además es completa y absolutamente honesto. Tuf logra poseer una enorme nave espacial, el Arca, la única superviviente del antiguo Cuerpo de Ingeniería Ecológica de la Vieja Tierra. Al Arca es un artilugio desaparecido hace más de mil años, pero que revive gracias a Tuf y a sus gatos. A lo largo de los siete relatos que forman este libro, Tuf consigue la nave, la repara y resuelve un sinfín de problemas espaciales con la ayuda de la ingeniería ecológica, una profesión que él recupera y a la que añade la impronta de su personalidad, astucia e ironía.

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—Nuestra gente no tiene refugio alguno —le dijo Jaime Kreen con cierto temor—. Las ranas entrarán en los campos de trabajo y les matarán.

—No —replicó Haviland Tuf—. Si Rej Laithor consigue mantenerles tranquilos e impide que se muevan no tienen nada que temer. Las ranas sangrientas de Scarnish comen básicamente carroña, y sólo atacan a criaturas de tamaño superior al suyo cuando se las ataca o cuando están asustadas.

Kreen pareció algo incrédulo y luego una lenta sonrisa fue abriéndose paso por su rostro.

—¡Y Moisés se oculta lleno de miedo! Estupendo, Tuf.

—Estupendo —dijo Haviland Tuf, pero, en su voz impasible, no había nada que permitiera saber si se burlaba o sí estaba de acuerdo con Kreen, aunque tenía a Dax en el regazo y de pronto Kreen se dio cuenta de que el gato permanecía muy tieso y que su pelaje se iba encrespando lentamente.

Esa noche, la columna de fuego no acudió al hombre llamado Moisés sino a los refugiados de la Ciudad de Esperanza, que permanecían acurrucados en su miserable campamento llenos de miedo, viendo cómo las ranas iban y venían más allá de las trincheras que les separaban de los Altruistas.

—Rej Laithor —dijo la columna llameante—, vuestros enemigos están ahora aprisionados, por su propia voluntad, tras las puertas de sus cabañas. Sois libres. Marchaos, volved a la arcología. Caminad lentamente, tened mucho cuidado de mirar por donde pisáis y no hagáis movimientos bruscos. Haced todo esto sin ningún temor y las ranas no os harán daño. Limpiad y arreglad vuestra Ciudad de Esperanza e id preparando mis cuarenta mil unidades.

Rej Laithor, rodeada por sus administradores, alzó la mirada hacia las llamas que se retorcían.

—Moisés nos atacará de nuevo apenas se haya ido, Tuf —gritó—. Acabe con él, suelte sus otras plagas.

La columna de fuego no respondió. Durante interminables minutos permaneció en silencio, dando vueltas sobre sí misma y emitiendo chispazos, y luego se esfumó por completo.

Con paso lento y cansino la gente de la Ciudad de Esperanza empezó a salir en fila india del campamento, teniendo gran cuidado de fijarse por donde pisaban.

—Los generadores funcionan de nuevo —le informó Jaime Kreen dos semanas después—, y la Ciudad no tardará en estar como antes. Pero eso es sólo la mitad de nuestro trato, Tuf. Moisés y sus seguidores permanecen en sus aldeas. Las ranas sangrientas han muerto casi todas al haberse quedado sin otra carroña que devorar que no fuera ellas mismas. Y el río da señales de que pronto se limpiará. ¿Cuándo les va a soltar encima los piojos? ¿Y las moscas? Se merecen todos esos picores, Tuf.

—Coja el Grifo —le ordenó Haviland Tuf—. Tráigame a Moisés, lo quiera él o no. Haga lo que le digo y cien unidades procedentes de los fondos de su Ciudad le pertenecerán.

Jaime Kreen pareció asombrado.

—¿Moisés? ¿Por qué? Moisés es nuestro enemigo. Si piensa que puede cambiar de chaqueta y hacer ahora un trato con él, vendiéndonos como esclavos por un precio mejor…

—Ponga freno a sus sospechas —replicó Tuf acariciando a Dax. La gente siempre piensa mal de nosotros, Dax, y quizá nuestro triste destino consista en ser eternos sospechosos. —Se volvió nuevamente hacia Kreen y le dijo—. Sólo deseo hablar con Moisés. Haga lo que le he dicho.

—Ya no estoy en deuda con usted, Tuf —le contestó secamente Kreen—. Le sigo prestando ayuda sólo en tanto que patriota caritano. Explíqueme cuáles son sus motivos y puede que haga lo que me pide. De lo contrario, tendrá que hacerlo usted mismo. Me niego —y se cruzó de brazos.

—Caballero —dijo Haviland Tuf—, ¿es usted consciente de cuántas veces ha comido y bebido cerveza en el Arca desde que nuestra deuda fue liquidada? ¿Se da cuenta de la cantidad de aire, propiedad mía, que ha respirado y de cuántas veces ha usado mis instalaciones sanitarias? Yo sí me doy cuenta de ello, créame. ¿Se da cuenta, además, de que el pasaje más barato de K’theddion a Caridad suele ascender a unas trescientas setenta y nueve unidades? Me resultaría muy sencillo añadir tal cifra a su factura. Lo he pasado por alto, para mi gran desgracia financiera, solamente porque me ha prestado ciertos servicios de escasa cuantía, pero ahora me doy cuenta de que he cometido un grave error siento tan tolerante. Creo que voy a rectificar todos los errores cometidos en mi contabilidad.

—No juegue conmigo, Tuf —le dijo Kreen con voz decidida. Estamos en paz y nos encontramos muy lejos de la Prisión de K’theddion. Cualquier tipo de pretensiones que pueda tener sobre mi persona, teniendo en cuenta sus absurdas leyes, carecen de valor en Caridad.

—Las leyes de K’theddion y las de Caridad tienen para mí idéntica importancia, excepto cuando sirven a mis propósitos —le replicó Haviland Tuf sin alzar la voz y con el rostro inmutable—. Yo soy mi propia ley, Jaime Kreen. Y si decido convertirle en mi esclavo hasta que muera, ni Rej Laithor, ni Moisés, ni sus fanfarronadas podrán ayudarle en lo más mínimo —Tuf habló como siempre y en su lenta voz de bajo resultaba imposible detectar la menor inflexión emocional.

Pero de pronto Jaime Kreen tuvo la sensación de que la temperatura ambiental había bajado muchos grados. Y se apresuró a obrar tal y como le habían dicho.

Moisés era alto y fuerte, pero Tuf le había hablado a Jaime Kreen de sus meditaciones nocturnas y fue bastante fácil esperarle una noche en las colinas que había detrás de la aldea, escondido en la espesura con tres hombres más, y apoderarse de él cuando pasaba. Uno de los ayudantes de Kreen sugirió que mataran allí mismo al líder de los Altruistas, pero Kreen lo prohibió. Transportaron a un inconsciente Moisés hasta el Grifo, que les estaba esperando, y una vez allí Kreen despidió a los demás.

Un tiempo después, Kreen se lo entregó a Haviland Tuf y se dio la vuelta dispuesto a marcharse.

—Quédese —dijo Tuf. Se encontraban en una habitación que Kreen no había visto nunca, una gran estancia llena de ecos, cuyas paredes y techo eran de un blanco impoluto. Tuf estaba sentado en el centro de la estancia, ante un panel de instrumentos en forma de herradura. Dax reposaba sobre la consola, con el aire de quien espera algo.

Moisés aún estaba algo aturdido.

—¿Dónde estoy? —preguntó.

—Se encuentra a bordo de la sembradora llamada Arca, la última nave destinada a la guerra biológica que todavía funciona, creada por el Cuerpo de Ingeniería Ecológica. Soy Haviland Tuf.

—Su voz… —dijo Moisés.

—Soy el Señor, tu Dios —dijo Haviland Tuf.

—Sí —dijo Moisés, incorporándose de repente. Jaime Kreen, que estaba detrás suyo, le cogió por los hombros y le empujó con bastante rudeza hacia el respaldo de su asiento. Moisés protestó débilmente, pero no intentó incorporarse de nuevo—. ¡Tú trajiste las plagas!, tú eras la voz de la columna de fuego, el diablo que fingía ser Dios.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf—. Sin embargo, he sido malinterpretado. Moisés, de todos los presentes el único que ha fingido algo es usted. Intentó presentarse como un profeta y pretendió poseer vastos poderes sobrenaturales de los que carecía. Usó muchos trucos y desencadenó una forma más bien primitiva de guerra ecológica. Yo, por contraste, no finjo. Soy Dios, tu Señor.

Moisés escupió.

—Eres un hombre con una nave espacial y un ejército de máquinas. Has sabido jugar muy bien con las plagas, pero dos plagas no convierten a un hombre en Dios.

—Dos —dijo Haviland Tuf—. ¿Dudas acaso de las otras ocho? —Sus grandes manos se movieron sobre los instrumentos que tenía delante y la estancia se oscureció en tanto que la cúpula se encendía, dando la impresión de estar en pleno espacio, con el planeta Caridad bajo ellos. Luego Haviland Tuf hizo algo más en sus instrumentos y los hologramas cambiaron. Ahora estaban entre las nubes, bajando con un rugido ensordecedor, hasta que las imágenes se aclararon de nuevo. Se encontraban flotando sobre las cabañas de los Sacros Altruistas, en las Colinas del Honesto Trabajo. Observe —le ordenó Haviland Tuf—. Esto es una simulación efectuada por el ordenador. Estas cosas no han ocurrido, pero habrían podido hacerse verdad. Tengo la confianza de que todo esto le resultará altamente educativo.

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