Pero Moisés ya no estaba escuchándola. Atravesó nuevamente las llamas y, ahora claramente furioso, echó a correr hacia la aldea.
—¿Cuándo piensa empezar? —le preguntó un nervioso Jaime Kreen a Haviland Tuf una vez hubo vuelto al Arca. Tras haber llevado a los demás caritanos a la superficie del planeta se había quedado a bordo pues, tal y como había recalcado, Ciudad de Esperanza era inhabitable y en las aldeas y campos de trabajo de los Altruistas no había lugar alguno para él—. ¿Por qué no hace nada? ¿Cuándo…?
—Caballero —dijo Haviland Tuf, sentado en su silla favorita y comiendo un cuenco de setas con crema y guisantes al limón. A su lado, sobre la mesa, había una jarra de cerveza—, tenga la amabilidad de no darme órdenes, a no ser que prefiera la hospitalidad de Moisés a la mía —tomó un sorbo de cerveza—. Todo lo que debía hacerse ha sido hecho. A diferencia de las suyas, mis manos no permanecieron totalmente ociosas durante nuestro viaje desde K’theddion.
—Pero eso fue antes de…
—Detalles —dijo Haviland Tuf—. Casi todo el proceso básico de clonación ya ha sido realizado y los clones han tenido el tiempo suficiente para entretenerse. Mis tanques de cría están llenos —miró a Kreen y pestañeó—. Permítame ocuparme de mi cena.
—Las plagas… —dijo Kreen ¿Cuándo empezarán?
—La primera —le contestó Haviland Tuf—, ha empezado hace ya unas cuantas horas.
Al cruzar las Colinas del Honesto Trabajo, al pasar junto a las seis aldeas y a los campos rocosos de los Sacros Altruistas, así como junto a las grandes extensiones de campos baldíos en los que se encontraban los refugiados, el lento y perezoso río, que los Altruistas llamaban la Gracia de Dios y el resto de caritanos el río del Sudor, seguía su pausado camino. Cuando el alba empezó a despuntar en el lejano horizonte quienes habían acudido a él para pescar, llenar sus recipientes o lavar la ropa, volvieron a las aldeas y a los campos de trabajo lanzando gritos de horror.
—Sangre —exclamaban—, el río se ha vuelto de sangre al igual que lo hicieron antes las aguas de la Ciudad.
Se llamó a Moisés y él acudió al río con cierta desgana, arrugando la nariz ante el hedor que emanaba de los peces muertos y de los que aún agonizaban, mezclado con el omnipresente olor de la sangre.
—Es un truco de los pecadores de la Ciudad de Esperanza —dijo al contemplar el lento curso de la corriente escarlata— Dios renueva el mundo natural. Rezaré y dentro de un día, el río volverá a estar limpio y fresco —permaneció inmóvil en el fango con un charco ensangrentado lleno de peces muertos a los pies, extendió su cayado sobre las aguas enfermas y se puso a rezar. Rezó durante un día y una noche, pero las aguas no se limpiaron.
Cuando llegó el nuevo día, Moisés se retiró a su cabaña, dio ciertas órdenes y Rej Laithor junto con otros cinco administradores fueron separados de sus familias e interrogados con gran intensidad. Los interrogadores no lograron averiguar nada. Patrullas armadas de Altruistas ascendieron por el curso del río, en busca de los conspiradores que estaban arrojando sustancias contaminantes en sus aguas. No encontraron nada. Viajaron durante tres días y tres noches hasta llegar a la gran cascada de las Tierras Altas e, incluso allí, descubrieron que el gran salto de agua se había convertido en sangre y nada más que sangre.
Moisés rezó sin descanso día y noche hasta que, finalmente, se derrumbó inconsciente y sus subordinados le llevaron de nuevo hasta su austera cabaña. El río siguió fluyendo escarlata.
—Está vencido —dijo Jaime Kreen una semana después, cuando Haviland Tuf volvió de explorar la situación en su barcaza aérea ¿Porqué sigue esperando?
—Espera a que el río se limpie por sí mismo —dijo Haviland Tuf—. Una cosa es contaminar el suministro de agua en un sistema cerrado como el de su arcología, donde basta con una limitada cantidad de sustancia contaminante para lograr los fines deseados. Pero un río es una empresa de magnitud mucho mayor. Inyecte en sus aguas toda la cantidad de sustancia química que desee y más pronto o más tarde habrá fluido por su curso y el agua volverá a quedar limpia. Sin duda, Moisés cree que pronto nos quedaremos sin sustancia contaminante.
—Entonces, ¿cómo lo ha conseguido?
—Los microorganismos, a diferencia de las sustancias químicas, se multiplican y son capaces de renovarse a sí mismos —dijo Haviland Tuf. Hasta las aguas de la Vieja Tierra estaban sujetas de vez en cuando a tales mareas rojas, como nos cuentan los viejos registros del CIE. Hay un mundo llamado Scarne donde la forma de vida que las produce es tan virulenta que incluso los océanos están teñidos por ella y todas las demás formas de vida deben adaptarse o morir. Los constructores del Arca visitaron Scarne y tomaron un poco de material para someterlo a clonación posteriormente.
Esa noche la columna de fuego apareció ante la cabaña de Moisés y asustó a los centinelas haciéndoles huir.
—¡Devuélveme a mi pueblo! —rugió.
Moisés fue tambaleándose hacia la puerta y la abrió de par en par.
—Eres una ilusión obra de Satán —gritó—, pero no me dejaré engañar. Márchate. No beberemos más de ese río, creador de engaños. Hay pozos muy hondos en los cuales podemos obtener agua y siempre podemos cavar otros.
La columna de fuego se retorció emitiendo un diluvio de chispas.
—No lo dudo —observó—, pero con ello no se hará sino retrasar lo inevitable. Sí la gente de Ciudad de Esperanza no es liberada, desencadenaré la plaga de las ranas.
—Me las comeré —chilló Moisés. Serán un manjar delicioso.
—Estas ranas vendrán del río —dijo la columna de fuego—, y serán mucho más terribles de lo que puedes imaginar.
—No hay nada capaz de vivir en esa cloaca envenenada —dijo Moisés—, ya te has cuidado de ello tú mismo —luego cerró la puerta de golpe e hizo oídos sordos a las palabras de la columna de fuego.
Los centinelas que Moisés envió al río, a la mañana siguiente volvieron cubiertos de sangre y enloquecidos por el miedo.
—Ahí dentro hay cosas —dijo uno de ellos—, cosas que se agitan en los charcos de sangre. Son una especie de serpientes escarlata, largas como un dedo, pero tienen patas el doble de largas. Parecían ranas rojas pero, cuando nos acercamos más, vimos que tenían dientes y estaban haciendo pedazos a los peces muertos. Ya no quedaba casi ninguno y los pocos que había estaban cubiertos de esas cosas que parecen ranas. Entonces Danel intentó coger una y la rana le mordió en la mano y él gritó y de repente el aire estaba lleno de esas malditas criaturas, saltando de un lado a otro, como si pudieran volar, mordiéndonos e intentando hacernos trizas. Fue horrible. ¿Cómo se puede luchar con una rana? ¿La apuñalas, le pegas un tiro? ¿Qué haces? —estaba temblando.
Moisés envió otro grupo al río, provisto con sacos, veneno y antorchas. Volvieron en total confusión, llevando a dos de los hombres heridos, incapaces de caminar. Uno de ellos murió esa misma mañana, con el cuello desgarrado por una rana. Otro sucumbió unas cuantas horas después, a causa de la fiebre que había atacado a casi todos los que habían sido mordidos.
Al llegar la noche los peces habían desaparecido y las ranas empezaron a salir del río y se dirigieron hacia las aldeas. Los Altruistas cavaron trincheras y las llenaron de agua, prendiendo fuego a la maleza. Las ranas saltaron sobre el agua y las llamas. Los Altruistas lucharon con porras y cuchillos, y llegaron a utilizar las armas modernas que les habían arrebatado a la gente de la ciudad. Al amanecer había seis muertos más. Moisés y sus seguidores se encerraron en sus cabañas.
Читать дальше