—Bah —replicó Kreen—. Estoy seguro de que Dax le está diciendo lo que pienso de su oferta. Su plan es una estupidez. No tengo ni la menor idea de si los miembros del consejo están vivos o muertos y tampoco sé si los encontraré en Ciudad de Esperanza o si estarán en otro lugar, y menos si estarán libres o prisioneros. No creo que vayan a cooperar conmigo, y menos cuando sepan que vengo a ellos con un mensaje de usted, un conocido aliado de Moisés. y si Moisés me captura, me pasaré el resto de mi vida cultivando lechugas. Lo más probable es que me capturen. ¿Dónde piensa dejarme? Puede que Moisés tenga una grabación para contestar a las naves espaciales que se acerquen a Caridad, pero estoy seguro de que tendrá centinelas alrededor de Puerto Fe para mantenerlo cerrado. ¡Piense en los riesgos, Tuf! ¡Es imposible que intente esa misión por algo que no sea, como mínimo, la cancelación total de mi deuda! ¡Toda ella! ¡Ni una sola unidad menos! ¿Me ha oído? —cruzó los brazos encima del pecho con expresión tozuda—. Díselo, Dax. Ya sabes lo firmes que pueden llegar a ser mis decisiones.
Los rasgos de Tuf, blancos como el hueso, permanecieron impasibles pero, de sus labios se escapó un leve suspiro. Luego habló con tono calmo.
—Caballero, ciertamente es usted un hombre cruel. Me hace lamentar el día en que incautamente le conté que Dax era algo más que un felino corriente. Está privando a un anciano de una muy útil herramienta de negocios y le chantajea inflexiblemente con su tozudez. Sin embargo, no tengo más opción que ceder. Así pues, doscientas ochenta y cuatro unidades, quedemos de acuerdo en ello.
Jaime Kreen sonrió.
—Por fin está empezando a mostrarse razonable. Bien. Cogeré el Grifo.
—No, caballero —dijo Haviland Tuf, no lo hará. Cogerá la nave mercante que vio en la cubierta, la Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios, la nave con la cual empecé mi carrera hace ya muchos años.
—¡Ésa! Decididamente no, Tuf. Esa nave está averiada, es fácil verlo. Tendré que hacer un aterrizaje muy difícil en alguna zona salvaje, e insisto en tener una nave que pueda sobrevivir a cierta dosis de malos tratos. El Grifo, o alguna otra lanzadera.
—Dax —le dijo Tuf al silencioso gato—, estoy empezando a temer por nosotros. Nos encontramos presos, en este pequeño recinto, con un idiota congénito, un hombre que carece tanto de ética y cortesía como de comprensión. Debo explicarle todas y cada una de las más obvias ramificaciones de la tarea que le asigno, tarea que era, para empezar, de una sencillez ridícula y casi infantil.
—¿Cómo? —Caballero —dijo Haviland Tuf—, el Grifo es una lanzadera. Su diseño es único y carece de motores de impulso estelar. Si le atraparan aterrizando en tal nave, incluso una persona menos equipada intelectualmente que usted, sería capaz de suponer que una nave más grande, tal como el Arca, permanecía en órbita sobre el planeta, dado que las lanzaderas suelen necesitar algo desde lo cual lanzarse y, normalmente, no suelen materializarse en el vacío espacial. La Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios, en cambio, es un modelo común de nave espacial fabricado en Avalon y posee impulsor espacial, aunque no se encuentre en condiciones de emplearlo. ¿Ha comprendido, caballero? ¿Ha logrado captar las diferencias esenciales existentes entre las dos naves?
—Sí, Tuf. Pero dado que no tengo ni la menor intención de ser capturado, la distinción sigue pareciéndome académica. Con todo, le complaceré en ello y por una cantidad adicional de cincuenta unidades más consentiré en usar su Cornucopia.
Haviland Tuf guardó silencio. Jaime Kreen se removió en su asiento. —Dax le está diciendo que si espera un tiempo cederé, ¿verdad? Bueno, pues no es así. No puede engañarme más con ese truco, ¿me ha entendido? —cruzó los brazos, apretándolos con más fuerza que nunca—, Soy una roca. Estoy hecho de acero, Mi decisión al respecto es tan inquebrantable como un diamante.
Haviland Tuf acarició a Dax y siguió callado. —Espere cuanto quiera, Tuf —dijo Kreen—. Aunque sólo sea por esta vez pienso engañarle, Yo también puedo esperar, Esperaremos juntos. y nunca me rendiré. ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca!
Cuando la Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios volvió de Caridad una semana y media después, Jaime Kreen llevaba consigo a tres pasajeros, todos ellos antiguos administradores de Ciudad de Esperanza. Rej Laithor era una mujer de rostro afilado y cabellera gris metálico que había ocupado la presidencia del consejo, Desde que Moisés había tomado el poder, había tenido que encargarse de manejar un telar. La acompañaban una mujer más joven y un hombretón que daba la impresión de haber sido gordo en alguna época pasada, aunque ahora la piel colgaba de su rostro en pliegues amarillentos.
Haviland Tuf les recibió en la sala de conferencias. Cuando Kreen hizo pasar a los caritanos, estaba sentado a la cabecera de la mesa con las manos cruzadas sobre ella y Dax enroscado en una postura indolente sobre el pulido metal.
—Me complace que hayan podido acudir —dijo, mientras los antiguos administradores tomaban asiento—. Sin embargo, me dan la impresión de sentir hostilidad hacia mí y lo lamento. Permítanme empezar asegurándoles que no tuve el menor papel en todas sus vicisitudes.
Rej Laithor lanzó un bufido.
—Hablé con Kreen cuando me vino a buscar, Tuf, y él me contó todas sus protestas de inocencia. No las creo ahora, más de lo que cree él en ellas. Nuestra ciudad y nuestra forma de vida fueron destruidas mediante la guerra ecológica y las plagas que Moisés desencadenó sobre nosotros, Nuestros ordenadores nos indicaron que sólo usted y esta nave son capaces de utilizar tal tipo de guerra.
—Ciertamente —dijo Haviland Tuf—, pero quizá pueda sugerir que si cometen errores de tal calibre con mucha frecuencia, piensen en irlos reprogramando.
—Ya no tenemos ordenadores —dijo con voz lúgubre el enflaquecido hombretón—. Pero yo ocupaba el cargo de jefe de programación y me duele ese ataque a mis capacidades profesionales.
—No debían ser muy buenas, Rikken, o de lo contrario, jamás habrías dejado que esos piojos se cebaran en los sistemas —dijo Rej Laithor—. Sin embargo, eso no hace que Tuf sea menos culpable. Los piojos eran suyos.
—No tengo monopolio alguno sobre los piojos —se limitó a responder Haviland Tuf y levantó una mano—. Creo que deberíamos dejar de insultarnos de este modo ya que así no lograremos nada. En vez de ello, sugiero que discutamos la triste historia y el infortunio sufrido por Ciudad de Esperanza, y que hablemos de Moisés y sus plagas. Puede que se encuentren familiarizados con el Moisés original, el de la Vieja Tierra escogido como modelo por su antagonista actual. Ese viejo Moisés no tenía en su poder ninguna sembradora, ni las herramientas habituales de la guerra biológica. Sin embargo, tenía un dios y ese dios acabó demostrando que era igualmente efectivo. Su gente se encontraba sometida al cautiverio y para liberarles envió diez plagas contra sus enemigos. ¿Siguió su Moisés el mismo esquema en sus actos? ¿Soportaron las diez plagas?
—No le contesten, sin que les pague antes —dijo Jaime Kreen, apoyado en el quicio de la puerta.
Rej Laithor le miró como si estuviera loco. —Ya comprobamos cuál era la historia de ese Moisés original —dijo volviéndose de nuevo hacia Tuf—, y cuando las plagas empezaron a llegar sabíamos lo que podía esperarse. Moisés utilizó las mismas plagas que en la historia original pero varió un poco el orden y sólo llegamos a sufrir seis de ellas. En ese momento el consejo cedió ante las demandas de los Altruistas, cerró Puerto Fe y evacuó la Ciudad de Esperanza —extendió las manos hacia Tuf—. Mírelas, fíjese en las ampollas y en las callosidades. Nos ha dispersado por sus podridas aldeas Altruistas y nos hace vivir como primitivos. y además pasamos hambre. Está loco.
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