— Espera, no puedes irte todavía —dijo Maisie— Acabas de llegar. Tengo un montón de cosas que contarte.
— Dos minutos —dijo Joanna—, luego me voy.
— ¿Tienes una cita?
— No, es una noche de picoteo.
— ¿Noche de picoteo? ¿Qué es eso?
Joanna explicó cómo Vielle y ella se reunían para comer palomitas, y ver películas.
— Así que tengo que irme de verdad —dijo, dando una palmadita a los pies de Maisie a través de las mantas—. Adiós, chavalina. Volveré a verte mañana y podrás contarme lo que quieras sobre el Hindenburg.
— Sobre el Hindenburg no. Ya no me gusta. Joanna la miró, sorprendida.
—¿Cómo es eso?
¿Era posible que el desastre se hubiera vuelto demasiado horrible incluso para ella?
—Era aburrido.
—¿Qué estás leyendo ahora? —preguntó Joanna, inclinándose para recoger el libro que Maisie había soltado—. Peter Pan. Buen libro, ¿eh? Maisie se encogió de hombros.
—Creo que la parte en que Campanita casi se muere y la salvan porque todo el mundo cree en las hadas es estúpida. “Me lo imagino”, pensó Joanna.
—Me gusta la parte en que Peter Pan dice que morir debe de ser una aventura gigantesca —dijo—. ¿Sabes que había un montón de bebés en el Lusitania?
— ¿El Lusitania? ¿Te refieres al barco que fue torpedeado por los alemanes en la Primera Guerra Mundial?
—Sí —contestó Maisie feliz. Rebuscó bajo las mantas y sacó un libro enorme con un tornado en la cubierta. Eso explicaba la sensación de movimiento brusco que Joanna había notado al entrar—. Había un montón de bebés en el barco —dijo Maisie, abriendo el libro—. Ataron salvavidas a sus cestitos, pero no sirvió de nada. Los bebés se ahogaron.
Bueno, se acabó la teoría de lo “horrible”.
—Estos son Dean y Willie —dijo Maisie, mostrando a Joanna una foto de dos niños pequeños vestidos de marineritos—. Se ahogaron también. Y esto es el funeral.
Joanna miró diligente la foto de una falange de sacerdotes ataviados de blanco oficiando sobre filas de ataúdes.
—Uno de los mozos del Lusitania no paraba de decir que todo iba bien, que no se estaban hundiendo, y que no había nada de qué preocuparse. No debería haberlo hecho, ¿verdad?
—No, no si el barco se estaba hundiendo.
—Odio que la gente mienta. ¿Te acuerdas de aquel perro llamado Ulla del Hindenburg?
—¿El pastor alemán? Maisie asintió.
—No se salvó. Los padres dijeron que sí. Se quemó, y los padres compraron otro pastor alemán y le dijeron a sus hijos que era Ulla. Para que no se sintieran mal. —Miró beligerante a Joanna—. Creo que los padres no deberían mentir a sus hijos sobre la muerte, ¿y tú?
—No —dijo Joanna, temiendo adonde iría a parar, y qué iba a preguntar Maisie a continuación—. Creo que no.
—Había un perrito de lanas en el Lusitania —dijo Maisie, y le mostró una foto en la que aparecía junto a otros cuerpos flotando, mientras el Lusitania se hundía en las aguas, completamente cubierto de humo y fuego.
—Tengo que irme, Maisie. Le dije a mi amiga que llevaría queso cremoso, y tengo que pasarme por el supermercado a comprarlo.
—¿Queso cremoso? Creía que comíais palomitas.
—Es lo que hacemos normalmente —dijo Joanna, preguntándose otra vez qué pretendía Vielle y sobre qué quería hablar para que fuera necesario que llegara temprano—. Pero esta vez vamos a comer queso cremoso y tengo que comprarlo.
Hizo un amago de marcharse.
—¡Espera! —aulló Maisie—. Tengo que hablarte de Helen.
—¿Helen?
—La niñita del Lusitania —dijo Maisie, y continuó rápidamente antes de que Joanna pudiera detenerla—. Estuvo buscando a su madre, pero no pudo encontrarla por ninguna parte, así que corrió hacia un hombre y le dijo: “Por favor, señor, ¿quiere llevarme con usted?” Y él dijo: “Quédate aquí, Helen”, y corrió a buscar un chaleco salvavidas.
“Y nunca volvió a verla”, pensó Joanna, conocedora del tipo de historia que solía contar Maisie. Pero, sorprendentemente, la niña estaba diciendo:
—… y volvió y le puso el salvavidas y luego la agarró y se fue con ella a buscar un bote, pero ya se estaba hundiendo. —Maisie hizo una pausa dramática—. ¿Qué crees que hizo él?
“Trató de salvarla pero no pudo —pensó Joanna, mirando a Maisie—. Y la niña se ahogó.”
—No lo sé —dijo Joanna.
—Lanzó a Helen al bote —dijo Maisie, triunfante—, y entonces él saltó también a bordo y los dos se salvaron.
—Me gusta esa historia.
—A mí también, porque la salvó. Y no le dijo que todo iría bien.
—A veces la gente hace eso porque espera que las cosas salgan bien —dijo Joanna—, o porque tiene miedo de que la persona se asuste o se ponga triste si se entera de la verdad. Creo que probablemente por eso los padres les mintieron a sus hijos respecto a Ulla, porque querían protegerlos.
—No deberían haberlo hecho —dijo Maisie, la barbilla firme—. La gente debería decirte la verdad, aunque sea mala. ¿No?
—Sí —dijo Joanna, y esperó, conteniendo la respiración ante la pregunta inminente, pero Maisie simplemente dijo:
—¿Quieres guardar mi libro primero? En mi mochila. Para que mi habitación esté ordenada.
“Y para que tu madre no te pille leyéndolo”, pensó Joanna. Llevó el libro al armario, lo guardó en la mochila rosa y le tendió a Maisie Peter Pan.
Y justo a tiempo. La madre de Maisie apareció en la puerta con un osito de peluche enorme y una sonrisa resplandeciente.
—¿Cómo está mi Maisie-Daisy? Doctora Lander, ¿no tiene un aspecto magnífico? —Le tendió a Maisie el osito—. Bien, ¿de qué habéis estado hablando?
—De perros —dijo Maisie.
Mildred, ¿por qué no está preparada mi ropa? Tengo una visita a las siete.
Ultimas palabras de BERT LAHR.
Joanna no consiguió llegar a casa de Vielle hasta las siete menos cuarto.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Vielle—. Dije a las seis y media.
—Me atrapó Maisie. Y su madre —dijo Joanna, quitándose el abrigo—. Quería contarme lo bien que está Maisie.
—¿Y lo está?
—No. Vielle asintió.
—Barbara me ha dicho que la han puesto en la lista de trasplantes. Lástima. Es una gran chica.
—Lo es —dijo Joanna, y se llevó el abrigo al dormitorio.
—¿Has traído el queso cremoso? —preguntó Vielle desde la cocina.
Joanna se lo llevó.
—¿Qué vas a preparar?
—Esta maravillosa salsa de queso —dijo Vielle, inclinándose sobre un libro de cocina con un cuchillo en la mano—. Tiene jamón picante. Y chiles.
Miró el reloj.
—Escucha, el motivo por el que quería que vinieras temprano era para que tuviéramos una oportunidad para hablar antes de que llegue el doctor Wright. ¿Cómo os lleváis?
—¿Has invitado a Richard a la noche del picoteo? —preguntó Joanna—. No me extraña que me mirara de forma rara cuando le dije que lo vería mañana.
—Richard, ¿eh? ¿Entonces ya os tuteáis?
—Nosotros no… —Se le ocurrió entonces una idea—. Por eso llamaste desde Urgencias, ¿no? Y por eso te comportabas de una manera tan rara.
—Llamé para decirte que no podía encontrar ninguna película que no tuviera muertes, para ver si tenías alguna sugerencia —dijo Vielle, abriendo el frigorífico y sacando un puñado de cebollas tiernas—, y tú no estabas, así que le dije que algunas chicas nos reuníamos para tomar un piscolabis y ver películas y que si quería pasarse.
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