—¿Hubo algo que indicara que no fue una ECM? Me dio la impresión de, que le preocupaba que Amelia pareciera asustada. ¿El miedo es una indicación de que no se trata de una ECM?
—No, el veinte por ciento de las experiencias que he registrado han tenido un elemento negativo, como experimentar miedo o ansiedad o una sensación de amenaza inminente.
—Comprensible dadas las circunstancias. Joanna sonrió.
—El once por ciento cuenta una experiencia completamente negativa: un vacío gris y vacuo o figuras aterradoras. Sólo he tenido un sujeto que haya experimentado un infierno tradicional: llamas, humo, demonios. —Frunció el ceño—. Pero Amelia dijo que no sintió nada negativo. Y normalmente si informan de una sensación negativa no informan también de sensaciones de paz y calor.
—Eso es interesante —dijo Richard—. Podría significar que en algunas ECM los niveles de endorfinas son más bajos y no pueden enmascarar por completo las sensaciones de ansiedad. Quiero echar un vistazo a los indicadores de endorfinas de Amelia —dijo, acercándose a la consola—. ¿Hubo algo que le hiciera pensar que no se trataba de una ECM?
—No, no hubo ningún elemento anómalo y nada que indicara que fue algún otro tipo de experiencia, una visión superpuesta o un sueño.
De hecho, su insistencia en que no se trató de un sueño es un fenómeno común entre quienes experimentan las ECM. Casi todos mis sujetos dicen que es real y se inquietan si se les sugiere que podría haber sido un sueño o una visión. Puedo recordar al señor Farquahar gritando: “¡Estuve allí! ¡Fue real! ¡Lo sé!”
—¿Entonces decididamente piensa que fue una ECM?
—Eso creo, sí. Su testimonio fue igual que el de los pacientes revividos que he interrogado.
—No fue demasiado parecido, ¿no? —preguntó él—. ¿No cree que ella pudiera ser una espía de Mandrake y haberlo falsificado todo? Joanna se echó a reír.
—Si fuera una de las espías de Mandrake, habría contado los diez elementos y habría traído un mensaje del Otro Lado, diciéndonos que hay cosas que la ciencia no puede explicar. —Se levantó—. Será mejor que transcriba esto antes de que se enfríe. Y aún tengo que preparar las entrevistas con los otros tres voluntarios —dijo ella. Recogió los expedientes—. Estaré en mi despacho por si me necesita. Por lo demás, lo veré mañana.
—¿Mañana? —dijo él, sorprendido.
—Sí. ¿Por qué? ¿Me necesita para algo esta tarde?
—No —contestó él, frunciendo el ceño—. No. Iba a mirar en los indicadores para ver qué endorfinas actuaron en el caso de Amelia.
Joanna volvió a su despacho para transcribir la entrevista, pero primero tenía que llamar al resto de los voluntarios. Concertó entrevistas con el señor Sage, la señora Coffey y la señora Troudtheim, y también llamó a la señora Haigthon, que al parecer nunca estaba en casa. Vielle telefoneó a las cuatro.
—¿Puedes venir temprano? —preguntó—. ¿Digamos a las seis y media?
—Supongo que sí —respondió Joanna—. Mira, si quieres acostarte temprano, podemos dejarlo para otro día.
—No. Sólo quiero hablar contigo de algo.
—¿De qué? —dijo Joanna, recelosa—. Ese tipo de la pistola de clavos no apareció y mató a alguien, ¿verdad?
—No. Pero el herido sí apareció, y tendrías que haber visto al oficial de policía que enviaron para detenerlo. ¡Monísimo! Metro noventa, y se parece a Denzel Washington. Por desgracia, yo estaba limpiando el pus de un dedo del pie infectado y no llegué a conocerlo.
—¿Me quieres hablar de Denzel, es eso? —preguntó Joanna, divertida.
—Oh, tengo que irme. Llega una ambulancia. ¿Puedes creértelo? Justo cuando me marchaba.
—Si vas a llegar tarde, podríamos…
—Alas seis y media. ¿Puedes comprar queso cremoso? —dijo Vielle, y colgó.
¿De qué iba todo aquello? Sus noches de picoteo eran completamente informales. La mitad de las veces no empezaban a ver las películas hasta que había pasado media velada, así que si Vielle quería hablar, podrían hacerlo en cualquier momento. Ya antes había hecho todo lo posible para evitar hablar.
“Ha descubierto de qué estaba hablando Greg Menotti, y es algo terrible —pensó Joanna—, tan terrible que no pudo decírmelo en Urgencias.”
Pero cuando se lo había preguntado, parecía haberse olvidado sinceramente de él. “Va a pedir el traslado”, pensó Joanna. Oh, ahora estaba dejando que su imaginación se disparara por completo.
Transcribió el testimonio de Amelia a partir de sus anotaciones. Cuando llegó a los “oh, no” de la cinta, se detuvo, rebobinó y los escuchó un par de veces más. Miedo, y desesperación, y algo más. Joanna rebobinó de nuevo y los escuchó otra vez. “Oh, no, oh, no, oh, no.” “Como si alguien le acabara de decir algo que no soporta oír”, pensó Joanna.
Regresó al laboratorio, tomó el informe del señor Wojakowski y buscó el nombre de la enfermera que había ayudado a Richard en esa sesión. Ann Collins. Joanna no la conocía. Llamó a la centralita del hospital y descubrió en qué planta trabajaba, pero se había marchado en el turno de las tres.
—Tiene varios mensajes —dijo severa la operadora.
—Lo siento. ¿Cuáles son? Creo que a mi busca le pasa algo. La operadora se lo dijo. El señor Mandrake, por supuesto, y la señora Davenport, y Maisie. —dijo que le dijera que ha descubierto algo importante sobre… —vaciló—, ¿el Hildebrand?
— El Hindenburg — corrigió Joanna. Miró su reloj. Eran más de las cinco. Si iba a ver a Maisie ahora, posiblemente la entretendría y aún no había redactado sus conclusiones. Sería mejor que terminara el trabajo primero y se pasara por la habitación de Maisie al marcharse.
Justo antes de irse, intentó llamar de nuevo a la señora Haighton y, sorprendentemente, obtuvo una respuesta.
—Soy su sirvienta. La señora Haighton está en su reunión del comité de la Orquesta Sinfónica. ¿Es Victoria? Me dijo que le dijera que llegaría tarde a la reunión mañana porque tiene una reunión con la Ópera de Colorado.
—No soy Victoria —dijo Joanna, y le pidió que le dijera a la señora Haighton que por favor la llamase mañana, recogió su abrigo y su bolso y bajó a ver a Maisie. Cuando salía del ascensor junto al pasillo de la quinta planta, vio al señor Mandrake al fondo, explicando la otra vida a un paciente sentado en una silla de ruedas. Joanna volvió rápidamente al ascensor, pulsó el tres y enfiló el pasillo de la tercera planta, cortó por Medicina Interna y la Unidad de Quemados y subió cuarta por las escaleras de servicio.
Maisie estaba tumbada contra sus almohadas, leyendo Peter Pan. Todo muy inocente. Pero tenía un aire de secretismo, de movimientos apresurados, como si la hubiera pillado dando volteretas o balanceándose en las barras de tracción que colgaban de la cama si hubiera llegado un segundo antes.
— ¿Has llamado, chavalina? —dijo Joanna, y al instante Maisie cerró el libro y se sentó.
— Hola —saludó alegremente— Sabía que vendrías. La enfermera Barbara no quería llamarte, pero le dije que querrías saber esto enseguida. ¿Recuerdas al tipo del Hindenburg que tuvo la ECM?
— Sí. ¿Averiguaste su nombre?
— Todavía no, pero he descubierto una forma de hacerlo. La bibliotecaria de mi colegio, la señora Sutterly, siempre me trae libros para leer, así que la próxima vez que venga voy a pedirle que lo busque. Es muy buena encontrando cosas.
“Tú sí que eres buena ideando motivos para hacerme bajar aquí —pensó Joanna.
— ¿No es una buena idea? —dijo Maisie.
— Sí. Cuando lo descubras, puedes hacer que me llamen. “Y no antes”, pensó Joanna en silencio. Se encaminó hacia la puerta.
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