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Ursula Le Guin: Planeta de exilio

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Ursula Le Guin Planeta de exilio

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En el planeta Eltanin, una colonia de terráqueos de la Liga Planetaria está al borde de la extinción debido a las duras condiciones de vida del planeta y a una amenaza inesperada. No tienen otros vecinos que los nómadas primitivos, que, aunque temen a los terrestres, se instalan en las cercanías de la colonia durante los crueles inviernos que duran quince años. En el invierno que se avecina, un riesto hasta ahora desconocido se cierne sobre todos ellos. Las hordas bárbaras del norte, los criminales espectros de la nieve, se acercan a la colonia, y si los terrestres no se unen a los nómadas, superando seis siglos de desconfianzas, éste puede ser el último invierno para todos ellos.

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Él se detuvo y miró hacia atrás cuando tomó el ramal izquierdo en dirección a la loma. Nada se movía en aquel bosque moribundo, exceptuando algún piesraíz retrasado que se movía entre las hojas secas, arrastrándose con su atroz obstinación vegetal en dirección sur, dejando la tenue huella de su rastro tras él.

El orgullo racial le impedía sentir vergüenza por tratar así a una chica, y la verdad es que sintió alivio y tuvo confianza de nuevo. Tendría que acostumbrarse a los insultos de los hilfos, y no hacer caso de su fanatismo. Ellos no podían evitarlo; era su propia clase de obstinación, su modo de ser. El viejo jefe, a pesar de sus pocas luces, se había mostrado cortés y paciente. Él. Jakob Agat debía de ser igualmente paciente, e igualmente obstinado. Porque la suerte de su pueblo, la vida de los seres humanos en este mundo, dependía de lo que estas tribus de hilfos hicieran o no hicieran en los siguientes treinta días. Antes de que la luna creciente apareciera, la historia de una raza durante seiscientas fases lunares, diez años, veinte generaciones, la larga lucha, el largo esfuerzo tenaz podría llegar a su fin. A menos que él tuviera éxito y fuese paciente.

Árboles enormes, secos y sin hojas, con sus ramas podridas, se elevaban tanto en grupos como aislados por estas colinas, con sus raíces marchitas en la tierra. Pronto se desplomarían bajo los vendavales de viento del norte, para caer bajo la escarcha y la nieve durante miles de días y noches, para pudrirse en los largos deshielos de Primavera, enriqueciendo con su vasta muerte la tierra donde, a gran profundidad, durmientes, sus semillas estaban ahora enterradas. Paciencia, paciencia…

Con el viento soplando descendió por las brillantes calles de piedra de Landin hasta la Plaza, y pasando junto a los colegiales que hacían sus ejercicios en la arena, penetró en el edificio con pórticos y torre que conservaba su antiguo nombre: la Sala de la Liga.

Como los otros edificios que rodeaban la Plaza, había sido construido hacía cinco años cuando Landin era la capital de una pequeña nación floreciente y fuerte, la época del poderío. Todo el primer piso era una espaciosa sala de reuniones. Alrededor de sus grises muros había grandes y delicados dibujos revestidos de oro. En la pared oriental un sol estilizado rodeado por nueve planetas daba frente al dibujo de la pared occidental de siete planetas con elipses muy largas rodeando a su sol. El tercer planeta de cada sistema era doble y engastado con cristal. Sobre la puerta del extremo opuesto, esferas con manecillas frágiles y ornadas señalaban que éste era el día 391 de la cuadragésimo quinta fase lunar del Décimo Año Local de la Colonia en Gamma Draconis III. También señalaban que era el segundo día del año 1405 de la Liga de Todos los Mundos, y que era el doce de agosto en el lejano planeta-patria.

La mayoría de las personas dudaba que siguiera habiendo una Liga de Todos los Mundos, y había pocos paradojicalistas a los que les gustara preguntarse si es que de verdad había habido alguna vez un planeta-patria. Pero los relojes, tanto en esta Gran Asamblea, como en la Sala del Archivo que estaba en el sótano, que habían sido mantenidos en funcionamiento durante seiscientos Años Liga, parecían indicar por su origen y constancia que había habido una Liga y que aún había un planeta-patria, la cuna de la raza humana, Y ellos seguían señalando pacientemente las horas de un planeta perdido en el abismo de la oscuridad y los años. Paciencia, paciencia…

Los otros alterranos lo estaban esperando arriba en la biblioteca o vendrían pronto, reuniéndose en torno al fuego encendido en el suelo y aumentado con maderas acarreadas por el oleaje. Seiko y Alla Pasfal abrieron las espitas de gas y las encendieron manteniendo la llama baja. Aunque Sagat no había dicho nada en absoluto, su amigo Huru Pilotson, que se había acercado al fuego y estaba de pie junto a él, le dijo:

—No te dejes desanimar por ellos, Jakob. Son un hatajo de nómadas estúpidos y tozudos, nunca aprenderán.

—-¿He transmitido algo?

—No, claro que no.

Huru soltó una risita. Era un individuo vivaz, pequeño y tímido, muy devoto de Jakob Agat. Que él era homosexual y Agat no, era un hecho bien conocido de ambos, para todos los que les rodeaban, para todos los habitantes de Landin. Porque en Landin todo el mundo sabía todo, y aunque fuera fatigoso y difícil, la comprensión era la única solución posible a este problema de sobrecomunicación.

—Tú esperabas conseguir mucho cuando saliste de aquí, eso es todo —siguió Huru—. Tu decepción lo demuestra. Pero no dejes que te quiten los ánimos, Jakob. No son más que hilfos.

Al ver que los otros estaban escuchando, Agat dijo en voz alta:

— Expliqué al anciano lo que yo había planeado; y él me contesto que se lo explicaría a su Consejo. Lo que no sé es hasta qué punto comprendió y cuánto creyó.

— Si te escuchó ya es algo mas de lo que yo había esperado —dijo Alla Pasfal, que era angulosa y frágil, y tenía una piel azul negruzca, y un pelo blanco que remataba su rostro demacrado—. Yo he conocido a Wold desde que tengo uso de razón, Y no esperaba de él que acogiera bien al que le hablara de guerras y cambios.

—Pero debería de estar bien dispuesto. Una vez; se casó con una humana — manifestó Dermat.

—Sí, mi prima Arilia, la tía de Jacob, la exótica en el zoo femenino de Wold. Recuerdo cuando la cortejaba —dijo Alla Pasfal con tan amargo sarcasmo que Dermat perdió los ánimos.

—¿No tomó ninguna decisión de ayudarnos? ¡No le explicaste tu plan de ir hasta la frontera para hacer frente a los Gales! —balbuceó Jonkendy Li, de modo apresurado y con cara desilusionada.

Era muy joven, y había sonado con una buena guerra con marchas y trompetas, como las que habían tenido todos los mayores. Quedarse aquí significaba morirse de hambre o quemado vivo.

—Démosles tiempo. Ya decidirán —respondió Agat gravemente al muchacho.

—¿Cómo te recibió Wold? —le pregunto Seiko Esmit.

Ella era la ultima de una gran familia. Sólo los hijos del primer dirigente de la Colonia habían llevado aquel apellido de Esmit. Y con ella el apellido moriría. Era de la misma edad de Agat, una mujer hermosa y delicada, nerviosa, rencorosa, reprimida. Cuando los alterranos se reunían, ella tenia siempre la mirada fija en Agat. No importaba quién hablara, ella miraba a Agat.

—Me recibió como un igual.

Alla Pasfal asintió con gesto de aprobación y dijo:

—El siempre tuvo mas sentido común que el resto de los varones de su raza.

Pero Seiko prosiguió:

—¿Y qué nos dices de los otros? ¿Pudiste cruzar tranquilo por su campamento?

Seiko podía siempre escarbar en su humillación por muy enterrada y olvidada que él la tuviera. Su prima décima, su hermana-compañera de juegos-amante-amiga, percibía inmediatamente cualquier debilidad, cualquier dolor que sintiera él, y su simpatía y compasión se cerraban sobre él como una trampa. Estaban demasiado próximos. Demasiado cerca. Huru, la anciana Alla, Seiko y todos ellos. El aislamiento que lo había enervado hoy le había dado también un atisbo de distancia, de soledad, había quizá despertado en él un anhelo. Seiko se lo quedó mirando, observándolo con sus ojos límpidos, suaves y oscuros, sensibles a los estados de ánimo y las palabras de él. La chica hilfa, Rolery, nunca le había mirado a la cara, nunca había hecho frente a su mirada. Siempre apartaba los ojos, sus ojos dorados y extraños.

—No me detuvieron —respondió a Seiko brevemente—. Bueno, mañana puede que ellos decidan algo sobre nuestra sugerencia. O al día siguiente. ¿Cómo ha ido esta tarde el aprovisionamiento del Rimero?

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