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Ursula Le Guin: Planeta de exilio

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Ursula Le Guin Planeta de exilio

Planeta de exilio: краткое содержание, описание и аннотация

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En el planeta Eltanin, una colonia de terráqueos de la Liga Planetaria está al borde de la extinción debido a las duras condiciones de vida del planeta y a una amenaza inesperada. No tienen otros vecinos que los nómadas primitivos, que, aunque temen a los terrestres, se instalan en las cercanías de la colonia durante los crueles inviernos que duran quince años. En el invierno que se avecina, un riesto hasta ahora desconocido se cierne sobre todos ellos. Las hordas bárbaras del norte, los criminales espectros de la nieve, se acercan a la colonia, y si los terrestres no se unen a los nómadas, superando seis siglos de desconfianzas, éste puede ser el último invierno para todos ellos.

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El anciano apartó la mirada por un momento y luego dijo gravemente, irritado:

—Tú hablas, pero yo no te escucho. Dices que mi pueblo será derrotado, aniquilado, esclavizado. Mi pueblo está formado por hombres y tú eres un lejosnato. ¡Guárdate tu negra charla para su propio negro destino!

—Si los hombres están en peligro, nosotros corremos más peligro aún. ¿Sabes cuántos de los nuestros hay ahora en Landin, Mayor? Menos de dos mil.

—¿Tan pocos? ¿Y qué pasa con las otras ciudades? Vuestro pueblo vivía en la costa hasta el norte cuando yo era joven.

—Desaparecieron. Los supervivientes se vinieron a vivir con nosotros.

—¿Guerra? ¿Enfermedades? Vosotros los lejosnatos no tenéis enfermedades.

—Es difícil sobrevivir en un mundo para el que no fuimos creados —dijo Agat con austera brevedad—. De todos modos nosotros somos pocos, débiles en número. Pedimos ser los aliados de Tevar cuando lleguen los gaales, que vendrán dentro de treinta días.

—Antes de eso, si ya están en Tlokna. Ya van retrasados, porque la nieve empezará a caer cualquier día de estos. Tendrán que darse prisa.

—No se dan prisa. Mayor. Vienen lentamente porque vienen todos juntos, ¡son cincuenta, sesenta, setenta mil!

De repente, y del modo más horrible, Wold vio lo que el otro estaba diciendo: vio la horda interminable desfilando a través de los pasos de montaña, dirigida por un alto jefe de cara plana, vio a los hombres de Tlokna (¿o eran los de Tevar?) yaciendo muertos bajo las murallas derribadas de su ciudad, formándose esquirlas de hielo sobre los charcos de sangre… Meneó su cabeza como para sacudirse estas visiones. ¿Qué era lo que se había apoderado de él? Permaneció sentado en silencio durante un rato mordiéndose la parte interior de sus labios.

—Bueno, ya te he oído, Alterra.

—No del todo. Mayor. —Esto era rudeza bárbara, pero aquel individuo era un forastero, y al fin y al cabo un jefe entre los suyos. Wold le permitió que siguiera hablando—: Tenemos tiempo para prepararnos. Si los hombres de Askatevar, y los de Allakskat y de Pernmek hacen una alianza, y aceptan nuestra ayuda, podremos crear un ejército propio. Si los aguardamos con todas nuestras fuerzas, preparados contra los gaales, en la frontera norte de vuestros tres terrenos de pastos, entonces la Marcha hacia el Sur en vez de enfrentarse contra todo ese poderío se desviará y descenderá por los senderos de montaña en dirección al este. Nuestras crónicas dicen que por dos veces en tiempos anteriores ellos tomaron ese camino oriental. Como ya es tarde y han comenzado los fríos, ya escasea la caza, los gaales pueden apartarse y alejarse apresuradamente si encuentran hombres dispuestos a luchar. Yo creo que ese Kubban no tiene otra táctica que la sorpresa y el número. Podemos rechazarle.

—Los hombres de Pernmek y de Allakskat están ahora en sus Ciudades de Invierno, como nosotros. ¿Es que aún no conoces las Costumbres de los Hombres? ¡Nosotros no nacemos la guerra en Invierno!

—¡Vaya a contarles eso a los Gales, Mayor! ¡Reúna a su propio consejo, pero crea en mis palabras!

El lejosnato se levantó, puesto de pie por la intensidad de su súplica y advertencia. Wold lo sintió por él, como a menudo lo sentía por los jóvenes, que no habían visto cómo la pasión y los planes no conducían a nada una y otra vez, cómo sus vidas y actos se desperdiciaban entre el deseo y el temor.

—Ya le he oído —dijo con impasible benignidad—. Los Mayores de mi pueblo también oirán lo que usted acaba de decir.

—Entonces, ¿puedo volver mañana para enterarme…?

—Mañana, al día siguiente…

—¡Treinta días, Mayor! ¡Nos quedan treinta días como máximo!

—Alterra, los gaales vendrán y se marcharán. El Invierno llegará y seguirá. ¿De qué le servirá a un guerrero victorioso regresar a una casa inacabada cuando la tierra esté cubierta de hielo? Cuando estemos preparados para resistir al Invierno nos ocuparemos de los gaales… Y ahora, vuelve a sentarte. —Volvió a meter la mano en su bolsa para buscar un nuevo trocito de gesina y aspirar otra vaharada—. Tu padre se llamaba también Agat. ¿verdad? Yo lo conocí cuando él era joven. Una de mis hijas más inútiles me dijo que se había encontrado contigo cuando paseaba por la arena.

El lejosnato le dirigió una rápida mirada, y contestó:

—Sí, nos encontramos en la arena antes de que subiera la marea.

3. El verdadero nombre del Sol

¿Qué era lo que producía las mareas a lo largo de esta costa, la gran pleamar y bajamar diurnas de cuatro metros y medio a quince metros de agua? Ninguno de los Mayores de la Ciudad de Tevar podía responder a esa pregunta. Cualquier niño de Landin lo habría sabido contestar: era la luna la que producía las mareas, la atracción de la Luna…

Y la Luna y la Tierra se circunvalaban entre sí, una rotación majestuosa que tardaba cuatrocientos días en completarse, una fase lunar. Aquella especie de doble planeta giraba alrededor del sol, en una grande y solemne danza rotatoria en medio de la nada. Sesenta fases lunares duraba aquella danza, veinticuatro mil días, la vida de una persona, un año. Y el nombre del centro y sol, el nombre del sol de Eltanin, era Gamma Draconis.

Antes de penetrar por debajo de las ramas grises del bosque. Jakob Agat alzó la mirada hacia el sol que se hundía entre una colina por encima de la cordillera occidental, y en su pensamiento lo llamó por su verdadero nombre, cuyo significado era que no se trataba simplemente del Sol, sino de un sol: una estrella entre las estrellas.

La voz de una niña que jugaba sonó tras él en las laderas de la colina de Tevar, recordándole las caras de befa que le habían mirado de reojo, los murmullos burlones que ocultaban el temor, los gritos a su espalda:

—¡Ha venido un lejosnato! ¡Venid a mirarlo!

Agat, solo bajo los árboles, caminó más deprisa, tratando de alejarse de la humillación. Había sido humillado entre las tiendas de Tevar, y al sentirse aislado también había sufrido. Como había vivido durante toda su vida en una pequeña comunidad de los de su propia especie, de quienes conocía todos los nombres, caras y corazones, era difícil para él encararse con los forasteros. En especial con los forasteros hostiles de especies diferentes, y sobre todo si eran numerosos y estaban en su propio terreno. Sintió ahora el temor y la humillación con tal fuerza, que por un momento dejó de andar.

«¡Maldita sea si vuelvo a ir allí! —penso—. ¡Que ese viejo loco haga lo que quiera y siga sentado ahumándose en su tienda apestosa hasta que los gaales lleguen! ¡Ignorante, fanático, pendenciero, cara pálida, bárbaros de ojos amarillos, hilfos de cabeza de alcornoque! ¡Que se vayan todos a la porra!»

—¿Alterra?

La chica le había seguido, y se había detenido en el sendero a unos metros de él, su mano sobre el tronco estriado de un árbol basuk. Sus ojos amarillos le brillaban por la excitación y la burla en la blancura de su cara. Agat siguió sin moverse.

— ¿Alterra? — volvio a decir ella con su voz clara y dulce, mirando hacia un lado.

—¿Qué quieres?

Ella retrocedió un poco.

—Soy Rolery —contestó—. La chica de la arena…

—Ya sé quién eres. Y ¿sabes quién soy yo? Soy un falsohombre, un lejosnato. Si los de tu tribu te ven conmigo me castrarán o te violarán en una ceremonia. No sé cuáles son vuestras reglas. Y ahora, ¡vete a casa!

—Mi gente no me hará eso. Y además hay parentesco entre tú y yo —repuso ella, con testarudez aunque con incertidumbre.

Él se volvió para irse.

—La hermana de su madre murió en una de nuestras tiendas…

—Para vergüenza nuestra —replicó él, y prosiguió su camino. Rolery no lo siguió.

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