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Ursula Le Guin: Planeta de exilio

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Ursula Le Guin Planeta de exilio

Planeta de exilio: краткое содержание, описание и аннотация

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En el planeta Eltanin, una colonia de terráqueos de la Liga Planetaria está al borde de la extinción debido a las duras condiciones de vida del planeta y a una amenaza inesperada. No tienen otros vecinos que los nómadas primitivos, que, aunque temen a los terrestres, se instalan en las cercanías de la colonia durante los crueles inviernos que duran quince años. En el invierno que se avecina, un riesto hasta ahora desconocido se cierne sobre todos ellos. Las hordas bárbaras del norte, los criminales espectros de la nieve, se acercan a la colonia, y si los terrestres no se unen a los nómadas, superando seis siglos de desconfianzas, éste puede ser el último invierno para todos ellos.

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—Sí.

Podía comprender el idioma de él; pero él empleaba muchas palabras que ella no había oído nunca, y pronunciaba mal casi todas las restantes.

—¿Has venido de Tevar?

Ella volvió a encogerse de hombros. Se sentía enferma y tenía ganas de llorar. Mientras subía el siguiente tramo de escalera cortada en la negra roca, se alisó el pelo, y desde el resguardo que ésta le ofrecía, miró de reojo, por una fracción de segundo, a la cara del lejosnato. Era fuerte, ruda y oscura, con ojos ceñudos y brillantes, los ojos oscuros de aquellos seres extraños.

—¿Qué estabas haciendo en la arena? ¿No te advirtió nadie sobre la marea?

—No sabía nada —susurró ella.

—Pues vuestros mayores lo saben. O al menos lo sabían la pasada Primavera cuando vuestra tribu vivió aquí junto a la costa. Los hombres tienen la memoria muy corta —lo que dijo era duro; pero su voz fue en todo momento tranquila y sin aspereza—. Ahora por aquí. No te preocupes, todo este sitio está vacío. Hace mucho tiempo que ninguno de los nuestros ha puesto pie en el Rimero…

Habían entrado por una puerta a un túnel oscuro, y salido a una habitación que a ella le pareció enorme, hasta que entraron en la siguiente. Cruzaron portalones y patios a cielo abierto, caminaron a lo largo de galerías porticadas que se asomaban al mar muy por encima de él, y a través de habitaciones y salones abovedados, silenciosos, vacíos, moradas de los vientos marinos. El mar se agitaba y retorcía ahora en espumas plateadas allá en la profundidad. Ella se sentía mareada, insustancial.

—¿Vive alguien aquí? —pregunto con su vocecita.

—Ahora no.

—¿Es vuestra Ciudad de Invierno?

—No. Invernamos en la ciudad. Todo esto fue construido para que sirviera de fuerte. Teníamos muchos enemigos en tiempos pretéritos… ¿Qué estabas haciendo en la arena?

—Quería ver…

—¿Ver qué?

—La arena, el océano. Era la primera vez que venía a vuestra ciudad…

—¡Está bien! No hay nada de malo en ello.

Él la condujo por una galería tan alta, que le hizo sentirse aturdida. Las chillonas aves marinas volaban entre los altos y puntiagudos arcos. Luego pasaron por un último corredor estrecho a cuyo final salieron por una gran puerta, y franquearon un puente rechinante de espadametal que terminaba en la calzada.

Caminaron entre la torre y la ciudad, entre el cielo y el mar, en silencio, el viento empujándoles siempre hacia la derecha. Rolery tenía frío y se sentía enervada por la altura, por lo extraño de aquel paseo, por la presencia del oscuro falsohombre a su lado, caminando junto a ella paso a paso.

Al entrar en la ciudad, él le dijo bruscamente:

—No volveré a hablarte con la mental. Pero antes tuve que hacerlo.

—Cuando tu me dijiste que corriera… —empezó a decir ella, luego vaciló, no muy segura de lo que estaba diciendo, o de lo que le había ocurrido allá en la arena.

—Pensé que eras uno de los nuestros —repuso él, como si estuviera enfadado, y luego se controló—. No podría haber soportado ver cómo te ahogabas. Aunque te lo hubieras merecido. Pero no te preocupes. No lo volveré a hacer de nuevo, y eso no me dio ningún poder sobre ti. No importa lo que tus mayores puedan decirte. Puedes irte, eres libre como el viento e ignorante como siempre.

Su dureza era real, y ello asustó a Rolery. Impaciente por el temor, y a pesar de que estaba temblando, preguntó de modo imprudente:

—¿También soy libre de volver?

Al oír eso, el lejosnato se la quedó mirando. Aunque ella no pudo alzar la mirada, se dio cuenta que la expresión de él había cambiado.

—Sí, lo eres. ¿Puedo saber cómo te llamas, hija de Askatevar?

—Soy Rolery, del linaje de Wold.

—¿Wold es tu abuelo? ¿Tu padre? ¿Vive todavía?

—Wold cierra el círculo en el golpeteo de Piedras —contestó ella con altivez, tratando de afirmarse a sí misma contra aquel aire de total autoridad de él. ¿Cómo podía un lejosnato, un falsohombre, sin linaje y por debajo de la ley, ponerse tan serio y altanero?

—Dale saludos de parte de Jakob Agat Alterra. Dile que iré a Tevar mañana a hablar con él. Adiós, Rolery —y alargó su mano al modo del saludo entre iguales. Ella, sin pensarlo hizo lo mismo, y puso su palma abierta contra la de él.

Luego ella se volvió y subió corriendo las empinadas calles y escalones, colocándose su capucha de piel sobre la cabeza, apartándose de los pocos lejosnatos por cuyo lado pasó. ¿Por qué la miraban fijamente a la cara como si fueran cadáveres o pescados? Los animales de sangre caliente y los seres humanos no se miraban fijamente los unos a los otros de ese modo. Ella salió por la Puerta de Tierra con una gran sensación de alivio, y ascendió rápidamente hacia la loma con los últimos rayos rojizos del sol, descendiendo luego por el bosque moribundo, y recorriendo los senderos que llevaban a Tevar. Cuando el crepúsculo se volvió oscuridad, ella vio, por encima de los rastrojos, pequeñas estrellas de luz de fuego procedentes de las tiendas de campaña que rodeaban la inacabada Ciudad de Invierno que se levantaba sobre la colina. Y se apresuró en busca del calor, la cena y la compañía de seres humanos. Pero aun en la gran tienda de las hermanas de su linaje, arrodillada junto al fuego y atracándose de asado entre las mujeres y los niños, volvió a sentir una sensación extraña que persistía en su mente. Cerrando su mano derecha, pareció apretar contra su palma un poco de oscuridad, donde él la había tocado.

2. En la tienda roja

—Estas gachas están frías —refunfuñó él, apartándolas a un lado.

Viendo la paciente mirada de la anciana Kerly, mientras ella tomaba el cuenco para recalentarlo, se llamó a sí mismo viejo idiota. Pero ninguna de sus esposas (sólo le quedaba una), ninguna de sus hijas, ninguna de las mujeres era capaz de preparar un cuenco de gachas de harina de bhan como Shakatany lo había hecho. ¡Qué buena cocinera había sido! ¡Y qué joven! Su última esposa joven. Y había muerto, allá en los terrenos de pasto del este, había muerto tan joven mientras él había seguido viviendo y viviendo, esperando a que llegara el duro Invierno.

Entró una muchacha llevando una túnica de cuero estampada con la marca trifoliada de su linaje, una de sus nietas, probablemente. Se parecía un poco a Shakatany. Él le habló, aunque no se acordaba de su nombre:

—¿Fuiste tú, parienta, la que viniste la pasada noche?

Él la reconoció por el modo de volver la cabeza y por su sonrisa: era a la que embromaba de continuo, la chica indolente, imprudente, dulce, solitaria; la niña nacida fuera de temporada. ¿Cómo demonios se llamaba?

—Te traigo un mensaje, Abuelo.

—¿Qué mensaje?

—De uno que tiene un nombre muy largo. Creo que me dijo Jakat-abat-bolterra. No me acuerdo bien.

—¿Alterra? Así es como los lejosnatos llaman a sus jefes. ¿Dónde has visto a ese hombre?

—No es un hombre, Abuelo, es un lejosnato. Te envía saludos, y el mensaje es que vendrá hoy a Tevar para hablar con el mayor.

—¿Eso te ha dicho? —respondió Wold, asintiendo ligeramente y admirando su desfachatez—. ¿Y tú eres la portadora del mensaje?

—Me habló de manera casual…

—¿Sabes, parienta, que entre los hombres de Pernmek se castiga que una mujer que no lleve velo hable con un lejosnato?

—¿Se la castiga cómo?

—No importa.

—Los hombres de Pernmek son un hatajo de comedores de kloob, y se afeitan las cabezas. Y ¿qué saben ellos de los lejosnatos? Nunca se han acercado a la costa… Una vez oí decir en una tienda que el mayor de mi linaje tuvo una esposa lejosnata. En otros tiempos.

—Y es cierto. En otros tiempos.

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